martes, 20 de julio de 2010

Shrek para siempre


El ogro está aburrido. Hastiado de su vida doméstica, de su rutina laboral, de ya no asustar a nadie, de haberse convertido en espectáculo de feria. Celebra entonces un pacto con Rumpelstiltskin, el villano empelucado de modales dieciochescos, y eso lo lleva a asistir a la vida que hubiera llevado su familia, su entorno, su mundo más cercano de no haber existido él, el ogro bienhechor.


La idea argumental está tomada, tal cual, de “¡Qué bello es vivir!”, de Frank Capra, ese clásico formidable que mostraba a James Stewart, guiado por un ángel, contemplando el costado más rapaz, codicioso y maligno del sueño americano operando en su pequeño pueblo. Y todo porque él deseó no estar allí, dejar de existir. Es el esquema narrativo que preside también “La última tentación de Cristo”, de Martin Scorsese, en la que el protagonista observa la penosa alternativa de una vida sin él.


El cuarto episodio de la serie Shrek se atreve a realizar esa pirueta narrativa y a recorrer el espacio del reino de Muy Muy Lejano convertido en escenario de una pesadilla, luciendo el aspecto ceniciento y tenebroso de alguna película soviética de aventuras y horrores legendarios como “El tesoro de la isla de las brujas”. Entre colores sin saturación y ambientes brumosos, Shrek padece la ordalía de saberse ignorado y avanza en busca del acto de supremo romanticismo que lo redima. En el camino, la película aprovecha para sacar partido al 3D o lanzar guiños a los seguidores de la serie de películas: Shrek vuela por los aires en el palacio de Rumpelstiltskin; se arman coreografías musicales inesperadas de ogros guerreros o de brujas; Fiona, convertida en una versión singular de Sonja la guerrera o de Lara Croft, lanza todo tipo de objetos punzocortantes contra los espectadores para que ellos sientan el vértigo de su trayectoria.




Ricardo Bedoya

1 comentario:

Anónimo dijo...

Mucho, pero mucho, mejor es Toy Story 3