Emilio Bustamante leyó este artículo en el reciente encuentro "El cine peruano en debate" organizado por la revista Ventana indiscreta, publicación de la Facultad de Comunicación de la Universidad de Lima. Le agradecemos por permitir su publicación en este blog.
¿Cómo se mide el nivel expresivo de las películas peruanas? ¿Se trata de algo cuantitativo? Porcentualmente hay quizá en el Perú anualmente más películas malas que buenas. Pero lo mismo debe ocurrir en EE.UU., Francia, España e Italia. La diferencia es que allá se hacen más películas en general, de las malas y de las buenas.
Pero ¿de qué películas peruanas hablamos? ¿Solo de las estrenadas comercialmente en los multicines? Creo que el cine peruano es más amplio y variado del que se ve en las salas comerciales. En todo caso, si queremos preguntarnos por el nivel de las películas peruanas, tomemos en cuanta también a esas otras películas que no suelen entrar en los recuentos anuales de la crítica: cortometrajes, documentales, cine regional y largometrajes en digital hechos por jóvenes urbanos. Creo que entonces tendremos un panorama más completo del cine que se hace en el Perú. Quizá cuantitativamente también haya entre estas “otras” películas más malas que buenas; pero encontraremos en ellas otras miradas, otras representaciones, otros modos narrativos y no narrativos, y otros estilos. Y tendremos una perspectiva del cine peruano quizá más optimista, pero a la vez más demandante de acciones concretas a tomar para su crecimiento.
Si nos preguntamos nuevamente por el nivel del cine peruano entonces quizá digamos que el nivel es casi subterráneo, que el cine peruano se halla al ras del suelo; pero que es emergente.
De las películas estrenadas en las salas comerciales en el último año tenemos una buena película (“La teta asustada”), con una cuidadosa puesta en escena, una trama inteligente y un simbolismo bien incorporado al relato (y que ya forma parte del estilo de su directora); no se trata de un filme incuestionable, sin embargo, pues se le puede objetar cierta inconsistencia narrativa y no se halla libre, como sabemos, de reparos ideológicos. Tenemos, además, tres películas fallidas como “El premio”, “Tarata” y “Cuatro”, cuyos proyectos (como el de “La teta asustada”) fueron respaldados por Conacine. La primera es una película ingenua, convencional, con un guión defectuoso, que confirma lamentablemente la involución de su director; la segunda tiene un guión peor aun que la anterior, y personajes esquemáticos cuando no inverosímiles; pero hay en ella un concepto claro y algunos logros de puesta en escena; la tercera es arriesgada económica y estilísticamente, formalmente correcta y respetuosa del espectador, pero también algo impostada, cerebral y –en ocasiones- vacía. Sumemos dos estrenos de filmes hechos al margen de Conacine: “El delfín”, una película de animación convencional y amelcochada, que queda muy lejos de sus modelos norteamericanos; y “Motor y motivo”, un filme chapucero y mercantilista. Aparte, una película de la cual se discute su nacionalidad, pero bastante mala como “Máncora”. Vista así, la cosecha del 2009 no sería muy alentadora, y aunque “La teta asustada” ganara el Oscar no parecería que hubiese motivo para sentirse esperanzado en el futuro del cine peruano. Si revisáramos las listas de estrenos comerciales de años anteriores, la sensación no sería muy distinta. Pero, repito, estas películas estrenadas comercialmente no constituyen todo el cine peruano. Es más, son una minoría.
He mencionado cortometrajes, documentales, películas regionales y películas urbanas realizadas por jóvenes.
Cortometrajes
Comencemos por los cortos. El año pasado se editó un DVD con el título de “8 ½ “. Creo que cualquier recuento sobre lo que fue el cine peruano el año pasado debería incluirlo.
Se trata de una recopilación de ocho cortos y un mediometraje realizados por directoras peruanas jóvenes: “Ela” de Silvana Aguirre, “Conversaciones II” de Marianela Vega, “¿Te estás sintiendo sola?” de Rosario García-Montero, “El paraíso de Lili” de Melina León, “Rey de Londres” de Valeria Ruiz, “Danzak” de Gabriela Yepes, “Taxista” de Enrica Pérez, “El Americano” de Claudia Sparrow, y “Ego” (el mediometraje) de Rossana Alalú. Todos los cortos han participado en certámenes nacionales e internacionales y varios de ellos han ganado premios. Las propuestas y géneros cinematográficos son distintos, y los modos narrativos empleados también. Los une, aparte del género femenino de las realizadoras, en la mayoría de los casos un inspirado empleo del lenguaje audiovisual (no solo un buen acabado técnico, como podrían pensar algunos despistados). También los une el origen académico de sus realizadoras: la mayoría provienen de la Universidad de Lima y la Universidad Católica, y todas han seguido estudios de postgrado en el extranjero.
A ellas pueden sumarse otros jóvenes directores con un origen académico similar y demostrado talento en cortometrajes realizados en años anteriores: Danny Céspedes (“Sueños de América”), Gonzalo Otero (“Borderline” y “Los Santos”), Yashim Bahamonde (“Los Charlies” y “El día de mi suerte”), Luis Soldevilla y Matías Vega (“Entre vivos y criollos”), Alberto Matssura (“El Chalán”), Circe Lora (“Ella”), Julio Wissar (“El hijo”), Jorge Shino (“Descompresión”), Mauricio y Luigi Esparza (“Maravillosamente distintos”). Y esta lista no es exhaustiva. Los cortos de estos jóvenes revelan igualmente diferentes modos y estilos, desde los clásicos como “Sueños de América” de Danny Céspedes (una impecable comedia de situación, es decir una película de género); hasta los experimentales (“Ella” de Circe Lora, una especie de inmersión en el inconsciente femenino). No son perfectos, algunos de los mencionados son trabajos estudiantiles; pero manifiestan conocimiento de lenguaje y búsqueda personal.
Y no solo hacen cortos, con talento y personalidad, los jóvenes de la Universidad de Lima y la Universidad Católica. Hace dos años fui jurado de Filmocorto (el concurso que organiza anualmente la Filmoteca de la PUCP), y encontré una cantidad de películas sugestivas: “On betamax” de Rodrigo Moreno del Valle, “El desahogo” de Gisella Barthé, “Encendido” y “Fallas de origen” de Henry Gates, “Tú” de Haysen Percovich. Tendría que agregar a los cortos de Leonardo Sagástegui, que ha hecho una especie de obra ribeyrana con videos muy baratos y personales sobre la figura del perdedor, asumiéndose él mismo como protagonista de sus historias y experimentando diferentes géneros y formas narrativas. Y hay más. He señalado solo algunos que he podido ver y considero valiosos. He visto también cortos muy malos. Es muy probable que, al igual que en el caso de los largos comerciales, sean más numerosos los cortos malos que los buenos, pero obviamente el panorama del cine peruano varía desde la perspectiva de los cortometrajes. Se enriquece. Encontramos nuevas miradas, nuevas formas y nuevos conceptos. Posibilidades de un nuevo cine peruano.
Documentales
Los recuentos del año suelen ignorar también a los documentales. Inclusive a los que se estrenan comercialmente como “De ollas y sueños” de Ernesto Cabellos. Hay documentales correctos como los de Cabellos, incluso políticamente correctos; podríamos mencionar a los de Judith Vélez (“¡Libérenlos ya!”), Fernando Valdivia (“La travesía de Chumpi”), Humberto Saco (“Requecho”), Carlos Cárdenas y Héctor Gálvez (“Lucanamarca”). Documentales de observación o expositivos que pretenden una objetividad imposible, aunque meritorios.
Personalmente prefiero a los más arriesgados o experimentales. Por ejemplo, algunos de la caravana de Documental Independiente Peruano (ahora Docu Perú) conducida por José Balado, que pretende convertir cada año aunque fuese efímeramente (utópicamente dirán algunos) a los habituales consumidores en productores de mensajes. Prefiero también algunos documentales en formato de cortometraje como “Away”, “Ausencias” y “Conversaciones II” de Marianela Vega, que indagan en primera persona sobre la ausencia, el tránsito vital y la trascendencia; “Altares” de Sofía Velásquez, que monta un espacio ritual para descubrir la intimidad de unos personajes a través de sus fetiches; “La espera de Ryowa” de Raúl del Busto y Cynthia Inamine sobre un anciano que aguarda no la muerte –como creemos al comienzo- sino la renovación de la vida; "Mi pajarito se ha muerto” de Rómulo Franco, que encuentra el momento decisivo de Cartier-Bresson en las alturas de Huancavelica; “Vivir es una obra maestra” de Gaby Yepes, quien va en busca del poeta Jorge Eduardo Eielson con ansiedad y halla solo la máscara o, lo que es lo mismo, la obra; “El perdón” de Omar Quezada, donde el director acude donde un ex condiscípulo a quien atormentaba en el colegio para ofrecerle sus disculpas, y se pregunta en el camino por la ética del documental mismo que está realizando; “Los gigantes, Alcibíades y el bosque de piedras” de Miguel de la Barra, que rescata sin artificios la dimensión sagrada del paisaje; y “Camino Barbarie” de Javier Becerra, que aplica las técnicas de Santiago Álvarez para recuperar la memoria de la matanza de El Frontón.
Y destaco algunos en formato de largometraje, como los del viajero Juan Alejandro Ramírez (“Me dicen Yovo”, “Solo un cargador”, “Alguna tristeza”), que a partir de la representación del otro, a veces en países distantes, busca encontrarse a sí mismo e interrogarse sobre la existencia de una identidad nacional.
El cine regional
Tampoco suelen entrar en los recuentos anuales las producciones de los cineastas de las regiones. Hay decenas de ellas, y revelan miradas nuevas en las que se reconocen espectadores que no son los que habitualmente concurren a las multisalas. Está por estudiar, sin duda, esa combinación de neorrealismo, estructuras genéricas (especialmente de terror y melodrama) y mitos y leyendas ancestrales que encontramos en la mayoría de las películas regionales. Está por estudiar el imaginario moderno (distinto al limeño) que representan y que su público comparte. Son probablemente todas películas imperfectas; pero se percibe en ellas, a la vez que un aprendizaje paulatino de la técnica, una búsqueda (consciente o inconsciente) de un lenguaje apropiado que exprese vivencias actuales de los habitantes del interior del país. Cualquier evaluación sobre el nivel expresivo de las películas regionales debe tener en cuenta estos factores.
Destaco las películas de Flaviano Quispe (“El abigeo”, “El huerfanito”, “Buscando a papá”), donde la violencia y la desnudez del paisaje rompen a menudo las convenciones del género. Destaco especialmente una película de Nilo Inga, Waka, hecha en VHS en el año 2000 pero que su realizador recién se atrevió a estrenar este año en CAFAE. Se trata de una película ambientada en la celebración de la fiesta de Santiago en un pueblo del centro del país. Aunque hay más de una línea narrativa en ella, la narración en sí es minimalista, y lo impresionante es la representación de la fiesta misma con largos planos-secuencia que generan un efecto de sentido de enorme autenticidad. Los trabajos posteriores de Nilo Inga revelan la necesidad de encontrar otra forma cinematográfica que exprese ya no la vida campesina sino la modernidad experimentada por los jóvenes de origen andino en las ciudades; su recurrencia a las fórmulas genéricas se debe probablemente a que es a través de ellas que la mayoría de los consumidores de productos audiovisuales (no solo en los Andes sino en todo el país) ven construida simbólicamente la realidad urbana. Creo que hay que tomar en cuenta esto antes de condenar a una película como El Tunche porque supuestamente da más risa que miedo, como alguien ha dicho con ligereza.
Los jóvenes largometrajistas urbanos
Mencionaré al final, pero no porque sea menos importante, a un grupo que ha sido denominado algo marketeramente “Nuevo cine peruano”. Aunque, por supuesto, el título es pretensioso, sirve para llamar la atención sobre un conjunto de cineastas jóvenes urbanos (egresados de institutos de enseñanza distintos a la Universidad de Lima y la Universidad Católica) que están haciendo un trabajo valioso.
La mayoría de las películas de este grupo (“1” y “2” de Eduardo Quispe Alarcón, “Encierro” de Fernando Montenegro, y “Alienados” de Rafael Arévalo) fueron vistas en el Primer Festival de Cine Limeño realizado en la Universidad Tecnológica del Perú, y meses después en el cine club de la Universidad Cayetano Heredia, que tuvo la virtud de juntarlas nuevamente, sumarles otros dos largos realizados en años anteriores (“Detrás del mar” de Raúl del Busto y “Los actores” de Omar Forero), y hacer un poco de bulla a su alrededor. Son películas hechas al margen de Conacine, aunque algunos de sus directores quisieran acceder al apoyo de la entidad estatal. No concibo recuento del año sin mencionar la exhibición de estas películas.
Me referiré a las que me parecen las mejores. “Detrás del Mar” de Raúl de Busto y “Los Actores” de Omar Forero son películas que tienen conceptos claros y fluido lenguaje audiovisual. No son perfectos, pero son probablemente dos de los más interesantes largometrajes peruanos de los últimos años. No emplean un modo clásico de narración. Del Busto, fiel a sus inspiradores “trascendentales” (Bresson, Ozu, Dreyer) contempla comportamientos y compone rigurosamente el encuadre, en espera del asalto del milagro. Forero –menos radical- dirige bien a sus actores, sabe cuándo mover la cámara (es decir, casi nunca), y minimiza los problemas técnicos con habilidad.
Las películas de Eduardo Quispe Alarcón son, también, muy estimulantes. Los jóvenes que muestra Quispe no suelen ser representados con tanta naturalidad en las películas peruanas. Es más, ni siquiera son representados en las películas estrenadas comercialmente. Se trata de jóvenes de sectores medio bajos. Y sus actuaciones y diálogos son, probablemente, los más naturales y espontáneos que hayamos visto y escuchado en película peruana alguna. No es casual que como realizadores de ambos filmes figure no solo el director sino sus actores, cuyos diálogos crean con ayuda de la improvisación. Detecto, sin embargo, un par de problemas en ambas películas. El primero es técnico pero a la vez expresivo: si uno de los elementos más significativos de estos filmes es el diálogo, entonces es necesario tener un buen registro de sonido, en caso contrario se estaría atentando contra uno de sus pilares. Y ello ocurre con frecuencia, sobre todo en la primera película. Es un problema técnico, pero a la vez expresivo, y su solución no es muy compleja. El otro problema no es técnico, pero sí expresivo: si los cuerpos, los rostros, las miradas de los personajes son tan importantes, se requiere una cámara que repare en ellos; puede ser que se opte (como parece ser el caso) por una cámara intuitiva a la manera de Cassavetes, pero esa intuición requiere una práctica, un oficio, que Eduardo Quispe aún no tiene, y aunque a veces acierta al mostrarnos ciertos movimientos de las manos de sus personajes, algunos gestos, la mayor parte del tiempo la cámara deambula, rota a la deriva, distrae, boicotea al propio filme. De todos modos, su propuesta es –repito- una de las más interesantes entre las que he visto recientemente.
Es probable, también, que entre estas películas “independientes” las malas sean la mayoría. He visto algunas en las que campea la arrogancia, la ignorancia y la absoluta falta de talento; películas que pretenden ser godardianas y lo único que logran es emular a las cintas de Ed Wood. Pero eso lo encontramos en todas partes: en el cine comercial, en los cortos y en el cine regional. Lo importante es que se está produciendo más que antes. Sin duda, el abaratamiento de cámaras, hardwares y softwares, y la piratería han ayudado mucho a ampliar las posibilidades expresivas de sectores que antes se veían limitados a solamente consumir mensajes audiovisuales que no los representaban o que los representaban mal. Hay ahora miradas nuevas y variadas. Sin embargo, subsisten problemas; ¿qué impide que algunos de estos jóvenes creadores sean totalmente absorbidos por la televisión o la publicidad, cuando no por trabajos ajenos al audiovisual, al llegar a la madurez?; ¿qué alicientes existen para que sigan trabajando en nuestro país y no tengan que emigrar para continuar sus carreras de cineastas en el extranjero?; ¿qué garantiza la continuidad de todo este movimiento emergente?
Sugerencias
Es necesario que estos cineastas sigan produciendo y mejorando. Es necesario que el Estado y las instituciones comprometidas con el cine peruano contribuyan a que haya esa continuidad.
Existen cineastas que prefieren mantenerse al margen de Conacine, creyendo que así van a salvaguardar su independencia creativa. Están en su derecho de pensar de ese modo y de actuar en consecuencia con él. Hay otros, sin embargo, que reclaman su inclusión, el apoyo estatal; aunque manteniendo, por supuesto, su autonomía expresiva.
¿Cómo Conacine puede apoyar a un cine peruano emergente? De varias maneras. Hay actualmente, como sabemos, una ley (26370) que será modificada por otra que se encuentra en discusión. También conocemos dos proyectos: el de la llamada Ley Peralta y el de la denominada Ley Raffo. Personalmente creo que el proyecto de ley del congresista Peralta plantea una serie de mejoras que deben ser incorporadas; en cambio, pienso que la Ley Raffo podría ser nefasta para el cine emergente peruano. Tengo entendido que en estos días se están llevando a cabo reuniones entre los cineastas, Conacine y los congresistas para llegar a un nuevo acuerdo. Mientras tanto, veamos las posibilidades con la actual ley, y las mejoras que podría incorporarse con la ley Peralta. Recojo en lo que sigue algunas propuestas hechas por ella y por diferentes individuos e instituciones, y añado alguna propia.
En cuanto a los concursos, es indispensable que el Estado cumpla con la ley y otorgue el monto convenido para que ellos se realicen anualmente, tanto los de largos como los de cortos; que no haya diferencia en los montos para cortos en 35 mm., 16 mm. y digital; que la comisión técnica que evalúa los proyectos de largos sea más precisa en la calificación de factibilidad (no solo alto, medio, bajo, sino por rubro y puntaje); que los miembros de los jurados tengan conocimiento de la variedad de modos de representación y estilo cinematográfico; que no den preferencia a un modo o estilo en particular, sino a los mejores proyectos, largos o cortos, sea cual fuere su modo o estilo; que haya transparencia en cada etapa de los concursos y se absuelvan las preguntas que formulen los participantes; que se realicen más talleres de elaboración de proyectos orientados especialmente a realizadores jóvenes y regionales, y que existan módulos de asesoramiento de Conacine para quienes lo requieran antes de la presentación de los proyectos. Creo que deben mantenerse los concursos extraordinarios para documentalistas y cineastas de las regiones, teniendo en cuenta diferencias de presupuesto, público objetivo y canales de distribución y exhibición de esos filmes; y que en base a los mismos criterios podría convocarse a concursos de largos de bajo presupuesto realizados por estudiantes o cineastas jóvenes.
En cuanto a los canales de exhibición de las películas peruanas, sería recomendable utilizar la televisión estatal. Conacine podría tener un espacio en la televisión estatal para emitir cortos, documentales y largos peruanos; no solamente los premiados, sino todos los que se consideren de “interés cultural”. Podría usarse también Internet para colgar cortos, e inclusive largos, con la autorización de sus autores, que puedan ser vistos en línea o bajados por los usuarios. Conacine podría, asimismo, si se aprueba un artículo propuesto por la ley Peralta, brindar apoyo a festivales y exhibidores que promueven el visionado de películas peruanas con éxito desde hace varios años, como - por ejemplo- Fenaco, DocuPerú, y La noche de los cortos.
Sería conveniente, de otro lado, insistir en la inclusión obligatoria de cortometrajes en la función cinematográfica de las salas comerciales, tal como lo establece la ley 26370 (artículos 26 y 27). Ello se llamó en su momento “régimen supletorio”, en cuanto reemplazaba a la exhibición obligatoria y, recordemos, establece que la función cinematográfica se compone de un largo y un corto, y que el corto es propuesto por Conacine por su interés cultural, siendo su no programación por los exhibidores pasible de impugnación ante Indecopi. Aquí se trataría de no dejarle a las majors el terreno libre en la programación comercial y la formación del gusto, y procurar que el gran público masivo se vaya familiarizando con nuevos modos expresivos y se conecte con el nuevo cine hecho por peruanos.
Conacine puede también contribuir a la formación de los cineastas. La mayoría de nuestros nuevos cineastas son autodidactas o han tenido que estudiar en el extranjero. No existe una escuela de cine en el país; ni siquiera una especialidad de cine dentro de las carreras de comunicaciones de las universidades peruanas. No niego que el autodidactismo tenga algunas ventajas vinculadas con la libertad creativa; pero tiene también desventajas: la pérdida de tiempo y esfuerzo en la adquisición de algunos conocimientos que se logran rápidamente en las escuelas, los límites en el aprendizaje técnico, la falta de especialidad (que origina la abundancia de directores empíricos y la carencia de fotógrafos, sonidistas, directores de arte, montajistas, etc.), las lagunas -a veces graves- de información teórica e histórica, lo que lleva –por ejemplo- a confundir “técnica” con “lenguaje” o al descubrimiento de la pólvora. Falta en el Perú una verdadera escuela de cine, que no tiene necesariamente que ser totalmente financiada por el Estado, pero sí debería ser impulsada por Conacine, y que podría establecerse -¿por qué no?-fuera de Lima para contribuir al crecimiento de la actividad cinematográfica en las regiones.
En el mismo sentido de la importancia del conocimiento para la creación, hace falta una Cinemateca Nacional. La ley Peralta contempla la creación y mantenimiento de una, y sería un grave error retirar esta propuesta como lo ha sugerido la APCP recientemente. No todas las películas se pueden bajar de Internet o comprar en Polvos Azules. Sobre todo películas peruanas. Ya existe una cantidad importante de películas peruanas que pertenecen al Estado y que se hallan en peligro de desaparecer por la ausencia de un archivo oficial, y está pendiente además la recuperación de muchísimos cortos y largos. El conocimiento del pasado permite avanzar, retomar experiencias, responder a otras, evitar caminos ya recorridos que no condujeron a nada. Se puede apoyar a instituciones privadas que realizan esta actividad de recuperación y conservación del patrimonio fílmico, como sugería la ley 26370, pero sin privilegios: si se pide apoyo para la Filmoteca PUCP, debe solicitarse lo mismo para el Archivo Peruano de Imagen y Sonido. Pero ningún respaldo o fomento de un archivo privado puede reemplazar a la creación de una Cinemateca.
Conacine también podría contribuir a intensificar los contactos internacionales entre cineastas peruanos y sus pares extranjeros mediante redes sociales, y promover en festivales y muestras internacionales a las películas peruanas de mayor interés (no solo a los largos destinados a la exhibición comercial, sino también a cortos, documentales y largos realizados en video digital para circuitos alternativos), así como aportar a la formación y la capacitación de jóvenes cineastas peruanos mediante cursos y becas.
Obviamente para todo esto se necesita dinero. Es por eso indispensable la creación de un fondo, y para ello es importante –entre otras cosas- que el Estado vaya cancelando la deuda que tiene con Conacine (más de 50 millones de soles), y obtener de acuerdo a una nueva norma el mayor porcentaje posible de lo que hoy se cobra como impuesto a los espectáculos cinematográficos.
Nada de esto garantiza, por cierto, que el porcentaje de películas buenas sea en el futuro mayor que el de las malas en nuestro país, pero si abre la posibilidad de que haya más películas buenas con variedad de miradas y representaciones, y que nuestros jóvenes cineastas no vean frustradas sus expectativas de seguir expresándose a través del cine.
Emilio Bustamante