Hace poco más de un año recibimos la invitación de la Asociación de Cronistas Cinematográficos de la Argentina (ACCA) para ser incorporados como socios representantes en el exterior, compartiendo tal condición con colegas como José Carlos Avellar y Carlos Brandao del Brasil; Jorge Jellinek del Uruguay; Luciano Castillo de Cuba; Hugo Gamarra del Paraguay; Darío Angulo de España y Darío Pappalardo de Italia. ACCA es una entidad gremial, decana del periodismo cinematográfico argentino, que agrupa desde 1942 a unos 700 críticos en todo el país, ocupados en prensa, radio, televisión e internet. ACCA promueve espacios de difusión, discusión y acuerdo entre la crítica cinematográfica, fomentando el análisis del estado del cine argentino y su proyección internacional. El único antecedente conocido sobre integración gremial de los críticos y su movilización e influencia –salvando todas las distancias contextuales, por cierto- ocurre en Francia donde la crítica está despojada de poder pero es reconocida, leída y reivindicada a partir del ejercicio pleno de sus libertades ciudadanas, y por su histórica vinculación política. En tal sentido, consideramos esta afiliación un verdadero honor que atribuimos a los lazos cinéfilos establecidos en los últimos seis años en el marco del Buenos Aires Festival Internacional de Cine Independiente –BAFICI.
Este año, el BAFICI fue programado por el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires del 25 de marzo al 05 de abril. La Dirección Artística, a cargo del colega Sergio Wolf, nos cursó una invitación especial y hacia la segunda quincena del mes febrero recibimos otro ofrecimiento no menos generoso: ACCA nos invitaba a formar parte jurado institucional para elegir a la mejor película de la Selección Oficial Argentina del BAFICI. Para ello compartiríamos labor con las colegas Blanca María Monzón y Diana Paladino, docentes y críticas de cine argentinas, con las que hubo una feliz convergencia de ideas y de criterios, lo que facilitó grandemente nuestro trabajo.
El BAFICI es un festival de cine con una descomunal oferta de películas –inabarcable, realmente- que construye espacios de gobernabilidad en la ciudad, teniendo a la cinefilia como su principal receptora-beneficiaria. Desde el principio BAFICI fue pensado como una alternativa a la mecánica impuesta por el negocio de la exhibición y la distribución de películas. Como un gran sistema de vertimiento, reuso y recirculación de las grandes tendencias cinematográficas del mundo; captando las más avanzadas, las expresiones más radicales y también las más potables, correspondientes a los mejores autores de todos los tiempos (los independientes y los rupturistas). Y con un retorno económico, social, cultural y político asegurado, gracias a un universo de vecinos-consumidores entre los que se calcula unos 15,000 estudiantes universitarios de cine y una significativa presencia extranjera. En tal sentido, corresponde suscribir el pedido de muchos colegas argentinos sobre la necesidad de institucionalizar legal y políticamente el BAFICI; de mantener sus cuadros burocráticos; de asegurar la remisión oportuna de las partidas presupuestales para su financiamiento; y de esta manera garantizar el compromiso político del Gobierno de la ciudad para seguir haciendo de este acto cultural, una prioridad dentro de su agenda de gestión pública.
La resonancia del Festival no solo es regional sino también mundial; de manera que las posibilidades de actualización cinéfila son muy grandes e impagables. Por esta época, nuestro círculo de amigos, nuestros familiares y compañeros de trabajo nos preguntan ¿Cómo puedes ir a Buenos Aires por doce días solo para ver películas? No dudamos que existen cosas más interesantes que hacer en Buenos Aires. Pero si partimos de la evidencia de que “el cine es más importante que la vida” y que en estas fechas se configura en la Argentina la pole position más espectacular del cine mundial, un auténtico Festival de Festivales, de hecho no queda margen para la duda. Además, para ponerlo en términos históricos y con un ejemplo terrenal diremos que a principios del Siglo XX el tenor italiano Enrico Caruso -el Gran Caruso- hizo una gira sudamericana que comprendió Río de Janeiro, Manaos y Buenos Aires. Pregunta ¿Cuántos peruanos amantes de la lírica gastaron sus ahorros para viajar hasta Buenos Aires, en 1900, solo para ver y escuchar, en una buena localidad del Teatro Colón al Gran Caruso? Muchos, muchísimos, estamos seguros. Los descabellados de ayer se parecen a los de hoy. Todos los que vamos a BAFICI vivimos con el cine; lo acompañamos porque es importante conocer sus proyecciones y sus avances, para recrearlo y seguirlo amando.
LO MEJOR DEL BAFICI
Ni bien llegados a Buenos Aires prescindimos del acto inaugural donde se proyectaba la cinta uruguaya-argentina Gigante de Adrián Biniez (confiados en que el Festival de Lima la asegurará para agosto) y nos concentramos en estudiar detenidamente la programación del BAFICI a efectos de sacarle la vuelta y ver la mayor cantidad de las 420 películas programadas. Pero eso es imposible. Lo saben bien Isaac León Frías y Mónica Delgado, críticos peruanos presentes en Buenos Aires este año también. Compromisos inesperados, reencuentros con los amigos, citas pactadas, contratiempos y la propia vida social que ofrece la ciudad, contrarían los objetivos cinéfilos. De arranque, prescindimos de los Focos y Retros dedicados a la letona Laila Pakálnina; a los esposos Jean-Marie Straub y Danièle Huillet; a Helena Trestikova; al cine lésbico y provocador de Su Friedrich así como a la directora argentina Ana Poliak. El seguimiento de estas muestras impediría cumplir con nuestra labor en la Selección Oficial Argentina. Además, teniendo a la vista el catálogo del Festival (claramente inflado en sus diversos apartados) no nos sedujo (salvo el trabajo de los Straub) este puñado de realizadores absolutamente desorbitados en la astronáutica cinéfila.
Dentro de la Selección Oficial Internacional destacó nítidamente Aquele querido mês de agosto (2008) del portugués Miguel Gomes, triunfador en cuanto festival se ha presentado. Aquele… es una expresión mutante del cine de ficción y del cine documental. Su ADN corresponde al grupo de cintas limítrofes, fronterizas, híbridas, llenas de matices y sensaciones realistas cien por cien; en este caso agradables y liberadoras porque sus motivos argumentales, dramáticos y sonoros son de carácter abierto, festivo, nostálgico, estival que van reseñando el tiempo de verano en la localidad natal del director, en el interior de Portugal. 148 minutos extraordinarios. De otro lado, Hunger (2008) la cinta británica más importante del año pasado (también en la Selección Oficial Internacional) dividió a la crítica, particularmente a la argentina que la sintió esteticista y compuesta. En lo personal, creemos que se trata de un filme muy sólido, difícil, excesivamente crudo y complicado de hacer. El motivo central es la huelga de hambre llevada a cabo en 1981 por el líder republicano irlandés Bobby Sands durante 66 días, protestando contra el estatuto de los presos políticos en las cárceles inglesas. Y su inmolación terrible. El director afrobritánico Steve McQueen, con una carrera previa como artista plástico, plantea soluciones audiovisuales radicales, transgresoras y desarrolla un relato sostenido, incurso en el género carcelario.
No nos convenció la austríaca March de Handl Klaus sobre un proceso de duelo colectivo en una pequeña localidad, mentando claramente el argumento de El dulce porvenir de Egoyan. Tampoco Derrière Moi del canadiense Rafaël Quellet, vacua absolutamente sin ninguna capacidad de conmoción. Todo lo contrario a Excursiones de ese gran director argentino llamado Ezequiel Acuña quien, a partir de motivos dramáticos sencillos, explora en la sensibilidad de cierta juventud argentina, asido a referencias musicales y poéticas que le permiten viajar de la comedia al drama melancólico. Al parecer, sería llevada a Lima para el Festival de agosto. Escuchamos buenos comentarios de la coreana Breathless, llena de momentos duros, agresivos y sublimes en torno a la relación entre un matón que trabaja para los prestamistas del lugar y una adolescente problemática. La dejamos pasar por Everyone else de la alemana Maren Ade de la que habíamos visto hace dos años Forrest of the Trees, un drama sobre la inadaptación de una profesora en una escuela secundaria. En 2009, Ade se concentra en la crisis de una joven pareja de esposos, que sobreviene en pleno viaje de vacaciones, con implosiones y fuerzas centrípetas que destruyen una relación frágil.
La mejor película del Festival fue La mamá y la puta (1973) de Jean Eustache. Confrontar nuestras percepciones y recuerdos sobre esta cinta (proyectada en la Filmoteca de Lima allá por el año 2000, en 35mm, en el marco de un ciclo de cine organizado por la Embajada de Francia, que incluyó Pierrot el loco de Godard) con una nueva copia en fílmico, con un auditorio argentino dispuesto a una experiencia exigente, límite, no pudo ser más reconfortante. La mamá y la puta es un registro afiebrado sobre el estado de conciencia y de espíritu de la generación que vivió el Mayo del 68’. Es entonces, una cinta de resaca, aftermath los ideales, los pensamientos, los sueños y la afectividad que se acomodan y se refuncionalizan. La película de Eustache es totalmente inactual sobre los seres que aman apasionadamente, sin control ni autocomplacencia, registrados etnográficamente por la cámara como un sector civil de París de 1973 en medio de una deriva taciturna, lúcida y extrema. Francoise Lebrun, actriz protagonista del filme, al presentarlo dijo escuetamente que todo, absolutamente todo fue ensayado por Eustache y los actores. Y no deja de sorprendernos. 218 minutos -apreciados lectores- en los que se suceden larguísimas secuencias complicadas de actuar y de registrar. En las que Jean-Pierre Léaud está formidable largando esos diálogos enfáticos, llenos de citas cinéfilas, literarias y recuerdos parisinos que van macerando y sustanciando una película personalísima, anti católica, libertaria. El dilema amoroso de un “sobreviviente” quien prefiere en partes iguales, a una mujer mayor que ofrece calor y comodidad; y una mujer libertina, audaz, ardiente. Un must absoluto. Como también lo es Mes petites amoureuses, de la que conservamos en nuestra colección privada una buena copia en VHS, y que en Buenos Aires vimos por primera vez en 35mm.
Tuvimos ocasión de reseñar en su oportunidad el valor de varias películas francesas programadas. Paso nuevamente revista: 35 Rhums (qué película más agradable, con gusto al mejor Yazujiro Ozu) y El intruso (thriller potente) ambas de Claire Denis, de una catadura deliciosa; Las playas de Agnés de Agnes Varda (qué entrañable registro autobiográfico); Un cuento de Navidad de Arnauld Desplechin (bien actuada y con ritmo de paso de carga); Los amores de Astrea y Celadón de Eric Rohmer (Rohmer por siempre joven y pastoril); La frontera del alba de Philippe Garrel (romanticismo francés); El primero que llega de Jacques Doillon (personalísima historia de amor premeditado); La vida moderna de Raymond Depardon (otro de sus grandes documentales sobre el detenimiento del tiempo en el campo); No toques el hacha (drama napoleónico del vigente Jacques Rivette); y Ningún lugar en la tierra prometida de Emmanuel Finkiel que con su visión antifotogénica de Europa y del mundo globalizado, completó una representación francesa de primera.
Como dijimos, el BAFICI es inabarcable. Y al sentimiento de culpa por dejar pasar algunas películas importantes y atractivas, debe oponerse el sentimiento de placer por haber disfrutado de otras tantas. Es el caso de Shirin (2008) del iraní Abbas Kiarostami, director exigente e insoportable para algunos espectadores porteños. Shirin desarrolla a través de reflejos e inversiones audiovisuales una leyenda persa fundacional de la femineidad nacional (el triángulo amoroso de Cosroes, Farhad & Shirin) relatada a través del milenario poema Shâhnameh. La particularidad de la cinta es que Kiarostami filma a lo largo de 93 minutos los rostros de bellísimas mujeres iraníes de diversa edad (se incluye a Juliette Binoche) que observan sentadas en una sala de teatro una puesta de la referida leyenda. El audio de la obra se escucha potente mientras se van alternando los primeros planos de esos rostros de mujeres que se expanden y se contraen; se regocijan y sufren; disfrutan y se lamentan por el devenir de los acontecimientos dramáticos. Son 114 espectadoras en total. Kiarostami, relativiza el poder de la tradición oral, de la verdad histórica, de la supuesta unidad nacional iraní a partir del registro objetivo (y cuestionador) de esos rostros que reaccionan –como nosotros- frente a una pálida representación de la Historia. O quizás, solo su reflejo. Audaz apuesta del BAFICI pasadas las 23 hrs. de la que salimos satisfechos.
Como también ocurriera con Excentricidades de una muchacha rubia (2009) del patriarca Manoel De Oliveira, su contribución anual que nos deja absolutamente confortados. Manoel De Oliveira imprime en 63 minutos puro sosiego audiovisual, una respiración calma, así como un tono ejemplar correlativo a las virtudes del relato corto y homónimo del escritor portugués Eça de Queiroz. Macario, es un contador en la tienda de telas de su tío; todas las tardes desde su oficina ve como en la ventana de la casa de enfrente una bellísima muchacha rubia y de labios rojos sostiene un abanico chino, le sonríe y le corresponde con la mirada. Macario quiere pedirla en matrimonio pero su tío se opone tajantemente y lo expulsa de la casa y de la empresa. Sus viajes por Cabo Verde, las estafas de las que es víctima y otras sorpresas desgraciadas, serán contadas por Macario a una dama desconocida y respetable (Leonor Silveira) durante un viaje en tren, a manera de desfogue emocional y evocación de su miseria.
Tres desde el estribo: Bailar con Bashir de Ari Folman es probablemente una de las grandes películas de 2008. Además de su sorprendente ideación dramática y gráfica, el ritmo y el tono aplicados en esta estupenda animación generan un efecto hipnótico en el espectador quien, venciendo su falta de memoria histórica o su desvinculación cultural, puede reconstruir la terrible matanza de Sabra y Chatila perpetrada por el ejercito judío en 1982 contra centenares de refugiados palestinos en el Líbano. Folman no duda en confrontar los hechos concomitantes; los testimonios de los ejecutores; así como sus falsos recuerdos culposos, con la verdadera Historia. Bailar con Bashir tiene uno de los finales más estremecedores que hayamos visto. Cuatro noches con Anna del insuficientemente valorado Jerzy Skolimowski -el mítico realizador polaco afincado en Inglaterra de quien guardamos buenos recuerdos por sus filmes Trabajo en otro mundo (1982) y El grito (1978)- desarrolla una historia de amor loco entre un portero de un crematorio de hospital, en plena campiña polaca –mentalmente disminuido- y una joven enfermera rubia y robusta. Pero esencialmente Cuatro noches… es un relato pesadillesco sobre el voyeurismo y las terribles desgracias que sobrevienen por su ejercicio. Finalmente, pondero el estupendo documental Chomsky y Cía. del realizador francés Olivier Azam que centra su mirada en la influencia del pensamiento del lingüista y filósofo norteamericano Noam Chomsky a través de América y Europa. Se analiza y desmonta la penetrante visión de Chomsky sobre las ideologías, los mitos políticos contemporáneos y su escepticismo sobre los modelos económicos neoliberales, postmodernos y narcisistas, acudiendo a otros analistas, lectores y personalidades de las ciencias y las humanidades. El documental fluye con soltura y sin recurrir a los lugares comunes del academicismo contemporáneo.
Desde hace muchos años evitamos las malas películas. No tenemos tiempo para verlas, desmontarlas y/o criticarlas de manera que -como sucede en Lima y aplicando al máximo nuestro olfato cinéfilo- en Buenos Aires también elegimos las películas correctas; las películas que nos apetecía ver. No nos arrepentimos de una sola. Con excepción de Wendy & Lucy (2008) de la directora norteamericana Kelly Reichardt, de quien viéramos hace dos años Old Joy, un interesante acercamiento al mundo pastoril y homoerótico. En lo personal, creemos que el tiempo del cine indie ya pasó; que las circunstancias políticas, económicas, sociales y culturales en el mundo han terminado por liquidar el famoso régimen productivo de películas con 5,000 US$ en mano. Que los “indies” y sus patrocinadores (Sundance en primer lugar) se van quedando a la zaga en todo sentido. Y que Wendy & Lucy, la historia de una chica veinteañera, emprendiendo un viaje autoafirmativo por la carretera, lejos de su casa, junto a su perra Lucy, constituye un ostensible bajón en la carrera de esta directora promocionadísima. El XI BAFICI le dedicó un Focus y la presentación de un libro sobre su obra (¡solo tiene dos películas, por Dios!). Y el resultado es negativo. Honestamente cualquier episodio de la estupenda serie de televisión norteamericana de los 50’ “Hobo, el perro vagabundo” es mejor que esta cinta, tan correcta como insubstancial.
LA SELECCIÓN OFICIAL ARGENTINA
El año pasado, BAFICI ofreció un menú espléndido de cine argentino en los distintos apartados competitivos: Historias extraordinarias de Mariano Llinás (en su segundo largo en solitario, entusiasmando a todos los presentes con sus cuatro horas de duración); Los paranoicos de Gabriel Medina (que a juicio de Isaac León Frías es una cinta muy interesante, programable en Lima); Cómo estar muerto / Cómo estar muerto de Manuel Ferrari; Una semana solos de Celina Murga; Liverpool de Lisandro Alonso; Construcción de una ciudad de Néstor Frenkel (vista en Lima); La orilla que se abisma del referencial Gustavo Fontán y Süden de Gastón Solnicki, todas cintas “de segundo aire” en el ya dilatado proceso denominado “Nuevo Cine Argentino” porque evidencian la renovación de un espíritu transformador inicial y porque ensanchan de alguna manera las posibilidades de hacer cine en la Argentina. Sin embargo, este año la presencia nacional en BAFICI fue bastante baja.
Muchas personas consideran como irreal y desorbitado mantener constantes los niveles productivos y de productividad del cine argentino. En promedio se hacen 70 películas al año con poquísimas oportunidades de recuperación de la inversión; poco público siguiendo los filmes –con excepción de algunos incondicionales en las Salas Lugones o Tita Merello-; una gran crítica de cine acompañando el proceso pero también ahorrándose elogios y gastándolos de manera pródiga; la desigual y desleal competencia de las majors norteamericanas y sus empresas exhibidoras que sobresaturan la cartelera; y un Estado cumpliendo su rol no obstante sus dificultades, desaciertos y disfuncionalidades. Tal el panorama de un cine que se ha alejado de la gente. Convertido en un reducto de divinos y privilegiados; de espaldas a la gran masa de estudiantes de cine que reclaman más oportunidades, más herramientas con las cuales defenderse en el mundo profesional y, fundamentalmente, necesitados de más espacios democráticos
Sin importar su nacionalidad u origen, estamos convencidos de que el cine es el arte del cine; pero también es un negocio. Y como proyecto empresarial no solo debe ser rentable sino eficiente en términos artísticos. Ergo el cine argentino necesita replantearse, al menos en 2009. Es importante que en ese replanteo participen los notables (los directores valiosos y consagrados) y los que recién comienzan y precisan definir el sentido de su oficio.
Este año en razón a su factura técnica, a sus virtudes audiovisuales, a su tempo sinfónico y a la expresividad del relato, el jurado de la Asociación de Cronistas de la Argentina –ACCA premió por unanimidad a Tekton (2009) de Mariano Donoso. Tekton es un interesante documental sobre el reinicio de las obras de construcción del Centro Cívico de la Provincia de San Juan, un faraónico proyecto arquitectónico abandonado hace treinta años. Donoso, un realizador preocupado por interpelar a su sociedad (desde su primera cinta llamada Opus del año 2005), interesado en las posibilidades del cine como instrumento de análisis sociológico, planta la cámara en aquellos lugares que le sirven para documentar respetuosamente y con plasticidad, un proceso ingenieril lleno de misterio y belleza. Complementando con música sinfónica y textos sentenciosos un proceso manual e intelectual que documenta celebratoriamente, con admiración y sin juzgamiento político. Cine en estado puro, con explícitas referencias a Berlín, sinfonía de una ciudad, guardando las distancias del caso por cierto. Los resultados son sorprendentes.
Por razones que desconocemos, la Selección Oficial Argentina dedicada a primeras y segundas películas, incluyó a Raúl Perrone con Bonus Track (2009). Una lograda aproximación gusvansantiana a cierta juventud argentina –en su Ituzaingó natal- que divaga entre el skate, los tatuajes, la droga y ruidos guturales que semejan códigos de comunicación. La cinta de Perrone trasunta melancolía, ensimismamiento, no futuro y esta llena de escenas grandiosas –improvisadas o no- que hablan a las claras de la vinculación emocional de este director con el universo de los adolescentes. 77 Doronship de Pablo Agüero nos parece interesante aunque con toda esa referencia onírica incrustada lo largo del filme –muy a lo Armando Robles Godoy- la vuelve inservible. Agüero, de quien tenemos buenas referencias por Salamandra (aún no estrenada en la Argentina) no pudo escoger película más complicada como carta de presentación en su país: todo va en relación al abuelo del protagonista (protagonista que está ausente en la película y del que solo escuchamos su voz en off). El abuelo es un viejo aprovechador que invade de improviso el departamento parisino de su nieto, habitado por su mujer embarazada. Anticipamos que el ciclo de vida de 77 Doronship es muy limitado.
8 semanas de Alejandro Montiel y Diego Schipani es una película ruidosa, musical, kitsch, sobre una compañía de teatro con idénticas características. Absolutamente prescindible. Confesamos que Castro de Alejo Moguillansky nos despertó cierto interés en los primeros dos minutos: cuando comenzaron a aparecer los títulos de crédito en el contexto de una persecución urbana. Luego nos pareció un cinta deplorable, propia de un laboratorio literario ¿Qué podemos decir de Cocina (Gonzalo Castro, 2009), Criada (Matías Herrera Córdoba, 2009) y La madre (Gustavo Fontán, 2009)? Que la primera es fruto de la buena conciencia de la clase media alta argentina, con cero talento y declamatoria; que la segunda quiere apropiarse de las referencias rurales, con resultados inexpresivos porque el director parte equivocadamente de la premisa de que lo que le interesa a él le interesa también a todo el mundo; y que la tercera es un gran fracaso en la carrera de Gustavo Fontán (autor de Árbol del año 2006) quien aplica encuadres muy compuestos, trabajadísimos, con cero talento narrativo, con cero talento dramático, con cero talento para la dirección de actores, enfocando recurrentemente los pies de la madre del título, embargada por la bebida y por la locura en el jardín de su casa, a la búsqueda de una revelación rastrera. Plan B (Marco Berger, 2009) se perfilaba como el filme convocante, llamado a divertir, a integrar. Pero al final decepciona porque no tiene hipótesis ni premisa de trabajo: el ex novio despechado que corteja al nuevo marchante de la ex novia, en arriesgado avance homosexual aplicando su venganza o Plan B. En una especie de “gran apanado”, la crítica bonaerense despedazó El viaje de Avelino (Francis Estrada, 2009) y su mala digestión del cine de Lisandro Alonso. Finalmente, en Rosa Patria, Santiago Loza (Extraño y Cuatro Mujeres Descalzas) despliega la gran banderola de la militancia homosexual en un apólogo sobre la vida y la obra del poeta porteño Néstor Perlongher. Si no fuera tan académico y contrito sería un documental menos insubstancial. Pero eso es. Como toda la Selección Oficial Argentina. O sea la más pobre que nos tocó ver en seis años. Ni más ni menos.
Que podemos decir finalmente. Que BAFICI nos deparó un momento de gran felicidad. Que pudimos departir con amigos de todo el mundo, a quienes no veíamos hacía tiempo; y que disfrutamos de la mejor programación de cine este año. Esperamos regresar a Buenos Aires –quizá en 2010- siempre con esa actitud cinéfila que nos ha hecho reconocibles junto a los demás integrantes de la “tropa peruana” en los últimos seis años.
Óscar Contreras