Ahora que se habla tanto de Augusto Elmore a propósito de un reciente y lamentable comentario suyo, recordé haber rastreado una interesante polémica cinematográfica de la que fue protagonista hace ya cinco décadas.
Elmore, como lo dije en otro post, es un viejo aficionado al cine, y ya por esos años lanzaba opiniones polémicas, aunque más compartibles que las de ahora. Lástima que su error sea el mismo: juzgar a las películas antes de verlas.
El asunto es el siguiente: en 1958 se estrenó la película peruana La muerte llega al segundo show, dirigida por José María Roselló, con guión del periodista y crítico literario Mario Castro Arenas y el crítico de cine y miembro del Cine-Club de Lima, Emilio Herman Stava.
Era un policial con secuencias de acción y balaceras, tráfico de drogas y el clima "mambero" de los cabarets de la Plaza San Martín de esos años, en los que se salía de la dictadura de Manuel A. Odría. La bailarina Mara, fetiche erótico de la bohemia rumbera de entonces, era protagonista de este "film noir" tercermundista que se exhibió hasta hace poco más de veinte años, pero que ahora se encuentra parcialmente perdido.
Antes del estreno de la cinta (nótese que se habla de La muerte llega en el segundo show, título previo de la cinta), se suscitó una polémica entre el guionista Castro Arenas y el periodista Augusto Elmore. Transcribimos algunos fragmentos de ella.
En carta publicada en la edición del 8 de agosto de 1957 del semanario 1957, Castro Arenas explicó sus motivaciones al escribir La muerte llega al segundo show:
"... no es que seamos pueriles devotos de la sub-literatura, ni que desdeñemos a las obras de valor estético y mensaje social. Deliberadamente hemos tenido que elegir un argumento cinematográfico en el que ha primado el criterio comercial, por la razón de que si no hacemos una cinta para el gran público, acabaremos como los cómicos malos; es decir, en "debut, beneficio y despedida" al mismo tiempo. Lo que pretendemos no es realizar una sola película, sino muchas más. Y empezar con un tema de hondura y trascendencia, habría sido fatal. Lamentablemente, la gran mayoría del público no respalda ese título (sic) de films. ¿Recuerda Ud. lo que le sucedió a La calle, Umberto D y recientemente a Ricardo III? A nosotros, que no contamos con Fellini, de Sica y Sir Laurence Olivier, nos sobrevendría algo catastróficamente ruinoso.
Nuestra idea es hacer dos o tres películas de tipo comercial, capitalizarnos y después trabajar con asuntos vigorosos como Collacocha, El mundo es ancho y ajeno y los cuentos de López Albújar. Es esta nuestra clara y realista posición. Por otro lado, considero que el género policial no se debe tratar despreciativamente, so riesgo de enfrentarse a Edgar Allan Poe, G.K. Chesterton, Graham Greene y otras conocidas cumbres literarias."
Las afirmaciones de Castro Arenas impulsaron a Augusto Elmore, periodista de la revista Caretas, a la polémica. En la edición del 14-28 de agosto de 1957, la columna "Cinenserio" de Caretas publicó la opinión de Elmore:
"En la Revista "1957" acaba de salir publicada una carta de nuestro amigo Mario Castro Arenas, autor del argumento de la película peruana La Muerte llega en el Segundo Show, en la que trata de hacer una defensa de la trasnochada trama argumental que por su sentido exclusivamente comercial, como él mismo califica, mereció la crítica de un columnista de ese semanario.
Como quiera que somos periodistas, criticos de cine y peruanos, nos sentimos obligados a escribir sobre el asunto, porque vemos en todo ello un crudo y espantoso sistema tergiversador de nuestras realidades, nuestro arte y nuestra paciencia. Nuestro amigo Castro, desgraciadamente confundido, dice "Lamentablemente, la gran mayoría del público cinematográfico no respalda ese título de films". Con eso quiere decir, porque se refiere a los films hechos con arte y cultura como La Calle, Umberto D y otros de que sólo obtienen éxito económico en nuestro ambiente el no‑cine y el argumento ramplón, como el de los films mexicanos últimos, por ejemplo. Nada más equivocado y falso. Esa teoría, de que hay que dar primero lo pésimo y lo estúpido para luego dar la profundo y lo culto, es justamente la causante de que cierto sector popular, por habérsele extraviado el gusto y por habérsele acostumbrado a lo banal, prefiera, a veces o casi siempre, los trastos cinematográficos como, ya lo dijimos, los del México último.
En un país con tanta tradición, con tanta leyenda y con tan enraizado sentimiento, con tan auténtica teluricidad como el nuestro, parece mentira de que alguien pierda el tiempo, el dinero y el gusto, en hacer películas en las que se acumulan todos los defectos del cine mundial, en la que se ha hecho una antologia del pastiche, de lo idiota y lo vacuo, con asuntos calcados del extranjero (¿por qué a la hora de copiar por lo menos no se copia lo bueno?) en sus peores etapas.
Detectives, bataclanas, periodistas‑detectives, gangsters, traficantes de drogas, boites, sótanos. ¿Para qué? Bien lo dice el amigo Castro: para ganar dinero. Todo eso con la excusa de que más tarde, con ese dinero obtenido, se podría dar al publico las peliculas que, esto lo digo yo, en su hondo espera. Pero entonces ya sería demasiado tarde y el público, perdida por completo la sensibilidad y el buen gusto, preferirá, entonces sí, el "reprisse'' de la huachafería, del melodrama truculento del cine como negocio (...) En Mexico, pais muy cercano al nuestro en costumbres, corazón y necesidades, se abandonó la hermosa veta popular de la tradición y la provincia, la leyenda y la tierra, para penetrar en los bajos fondos de su capital, una capital entre tantas, en los sotanos en cuyas tinieblas se perdió lo último delicado, sabio y profundo que tenían películas como La Perla, Rio Escondido, Maclovia y tantas otras, verdaderamente, profundamente mexicanas, latinoamericanas. Como Cangaceiro en Brasil. Y hoy el pueblo mexicano, al menos el de la ciudad grande, gusta y se ameniza en la danza de los dineros mal obtenidos y de los gustos pésimos.
No caigamos (¿caímos ya?) en eso, amigo Castro, lleguemos a la entraña de nuestro pueblo, sin perjudicarlo, sensibilizándolo y culturizándolo; el cine es un gran método moderno de culturización y sensibilización popular.
Por otra parte no hay que confundir el género policial de Chesterton, E. A. Poe y los otros, hecho de ciencia, al milimetro, magistralmente interior, matemático y lúcido, con el género policial de Mickey Spillane, ese asqueroso escritor norteamericano, vulgar y ramplón, como todas sus tramas policiales de sótanos y alcobas, intrigas de cama y albañal. Ojalá que La Muerte llega en el Segundo Show no sea así, porque sería muy lamentable, y sus productores y realizadores habrían cometido un grave daño contra el cine nacional y la cultura del pueblo. Hay que darse cuenta de que no siempre business is business."
Mario Castro Arenas replicó en carta fechada el 15 de Agosto de 1957, publicada, bajo el rubro "Quiere polémica", en la edición de Caretas del 28 de agosto al 11 de setiembre de 1957.
"Después de la atenta y no menos agobiante lectura de su columna, he llegado a la justa conclusión que merece la firma de Doña Cándida. Exhibe Ud. una ingenuidad y un candor realmente desoladores, además de una deslumbrante ignorancia en materia cinematográfica. Todo esto sin contar sus incongruencias, sus perniciosos lugares comunes y sus prejuicios de poeta de aldea.
Sin haber leido el argumento de la película La Muerte Llega en el Segundo Show y sin haberla visto proyectada, a priori lanza audaz y desordenadamente una serie de endebles impugnaciones. Y llega Ud. al extremo de acusarme de ser el autor de "un crudo y espantoso sistema tergiversador de nuestras realidades, nuestro arte, etc.'. Le advierto que tampoco soy el culpable de los cuatro millones de analfabetos que hay en el pais. Pero yo me pregunto: ¿qué base, qué elementos de juicio le han valido sus atrevidas y fúnebres conclusiones?: ¿solamente los datos periféricos de la publicidad periodistica o mi sincera, personal y necesariamente modesta aclaración (carta en la revista 1957) de que el argumento es sencillo y accesible al gran publico?
De sus irresponsables afirmaciones se infiere que la "bete noir" de sus alarmas e irritaciones es la conjetura de que son impuros, innobles, literariamente hablando, los elementos de la arquitectura del argumento.
Para el cándido amigo Elmore, carecen de nobleza estética y por tanto de positiva repercusión en la cultura popular los elementos tradicionales del conflicto policial. Y me reprocha que como protagonistas haya detectives, reporteros policiales y bataclanas. Yo no sé si habrá leído esa pequeña obra de arte que es "El Tercer Hombre" de Graham Greene escrita especialmente para el cine. Todo hace presumir que no. Le aclararé, entonces, que en la historia creada por el número uno de los novelistas ingleses son personajes centrales un despiadado traficante de penicilina adulterada, un autor de novelas de cow‑boys (que confunden con un delicado estilista, en un pasaje deliciosamente humorístico de la novela), un oficial británico, negociantes del mercado negro y una comediante de cuarto orden. Todos ellos, pues, personajes impuros, anti‑estéticos, anti‑culturales, según los seráficos conceptos del amigo Elmore, digno descendiente del Abate Brémond. De ningún modo se le podría ocurrir que con personajes asi, concebidos con "un sentido exclusivamente comercial", como dice él, Greene consiguió una sombria y profunda versión de la Viena Ocupada y la quiebra de los valores morales en la sórdida atmósfera de la post-guerra.
En mi historia argumental aliento un propósito trascendente: denunciar, exhibir al desnudo, la trágica realidad social, ética y policial de la toxicomanía. Mostrar en imágenes, con la arquitectura clásica del relato policial cinematográfico, las funestas consecuencias del vicio y los esfuerzos de la policía especializada en combatir a las maffias de traficantes. En las estadísticas de la toxicomanía, el Perú ocupa un puesto deshonroso, denigrante. El sétimo lugar. En las Naciones Unidas, graves funcionarios estudian el mal y los métodos para desarraigar la cocainomanía, tanto en su consumo natural por los campesinos indígenas, o en su abominable y clandestino aprovechamiento, mediante la cristalización química. ¿No cree Ud. que en la sierra, el problema de la coca es tan serio como la Reforma Agraria? Existe una grave problemática que en el Perú afecta las raíces del individuo y la sociedad. Una insoslayable problemática que ningun escritor, responsable de su misión social, conciente de su "circunstancia histórica", como diría Ortega y Gasset o Jorge Luis Recavarren, puede desconocer o rehuir.
¿Quién es pues el "desgraciadamente confundido"; dónde está "lo ramplón, lo pésimo y lo estúpido"? Lo siento, amigo Elmore. A ninguna parte va a arribar con sus prevenciones de beata literaria, ni repitiendo los lugares comunes del indigenismo ("un país con tanta tradición, con tanta leyenda, con tan auténtica teluricidad, etc.") y el realismo socialista, por otro lado, falsamente realista y falsamente socialista.
Apriorísticamente afirma Ud. en otro acápite que he realizado algo así como una antología del pastiche, lo idiota, lo vacuo, con asuntos calcados del extranjero. Vuelvo a repetírselo: en sus apreciaciones es Ud. tan precipitado, como irresponsable, cándido e ignorante. ¿Qué me habla Ud. del pastiche en un país como el nuestro donde es estilo literario oficial y los poetas imitan a Neruda, Paul Eluard o Pedro Salinas; y donde el profesor Luis Jaime Cisneros, repitiendo el error de Armando Bazán, acaba de consagrar en una selección de cuentistas a ese vano Gogol peruano que es Clemente Palma. Además, ¿qué pruebas estilísticas tiene Ud. para formular acusaciones de esa naturaleza? ¿Qué cuento mio, éste policial (escrito para ser visto y no para ser leído, por su origen expresamente cinematográfico) o algún otro conoce? Cierta vez -lo digo con orgullo- fui invitado a leer relatos míos en la Facultad de Letras de la Universidad de San Marcos y a la Asociación Nacional de Escritores y Artistas.
Yo lo emplazo a que sostenga a quién he plagiado. ¿Acaso a Vera Caspary, al agil Patrick Quentin, al brumoso Simenon, al melancólico Eden Phillpotts? Por ahí ha deslizado el nombre de Mickey Spillane, acompañado de duros adjetivos. Me adhiero a su odio, aunque le sugiero que incluya en él al abominable Zane Grey, mas no a Dashiell Hammett, en quien Andre Gide veía singulares virtudes estilísticas. Se escandaliza Ud. que en mi carta haya citado a Chesterton y Poe. Mi trato constante con el mundo de horror y suave humor del Padre Brown, asi como con los laberintos metafísicos y las bellas metáforas de Jorge Luis Borges, me impulsan a reafirmarme en mis conceptos y a aceptar, en todo caso, cualquier discusión mas extensa sobre sus perdurables estilos.
A lo largo de sus despropósitos, evidencia Ud. un claro desprecio por los autores de argumentos fílmicos comerciales, a los que acusa de algo así como envenenadores de la cultura popular. ¿Sabe Ud., por ventura que William Faulkner, Premio Nobel, desde 1934 escribe guiones para films comerciales (entre otros, le pertenece el de Tierra de faraones) y que sin embargo a ningún crítico norteamericano se le ha ocurrido atacarlo por ello? Conoce que Truman Capote, aclamado por la crítica inglesa y yanqui, es autor del argumento de la película policial La burla del diablo con Humphrey Bogart y Gina Lollobrigida? ¿Está enterado que, a propósito del cine mexicano, Mauricio Magdaleno y José Revueltas, claros valores de la novela azteca, cumplen faenas igualmente profesionales en la cinematografía de su país?
No, Ud., no lo sabe. Como también ignora que la producción cinematográfica afronta en todas las latitudes penosos escollos económicos y que el capitalista, el inversionista, los hombres en suma, que hacen posible el milagro del celuloide exigen resultados en cifras a su favor y por lo tanto la orientación hacia el exito taquillero. El 80 por ciento de la producción de Hollywood, Paris, Roma, España, Inglaterra, etc. está dirigida a la satisfacción de esas exigencias de inversión. Por cada cinco films, cuatro son del tipo standard para el gran público y el resto queda para el arte. ¿Que esto es muy grave y que el cine "debe llegar a la entraña de nuestro pueblo, culturizándolo y sensibilizándolo"? Pero a quien le descubre Ud. esto, don Cristóbal Colón. Desde George Mélies, el cine ha evadido ese fin. Los tenebrosos Borgias de la cultura popular son ellos, los productores millonarios, que nadan en la abundancia y viven a espaldas del arte y la cultura, y no nosotros los humildes realizadores peruanos que solamente tenemos nuestra tenacidad y optimismo, que soportamos el agobio tributario del Estado, el desdén de los capitalistas y los alfilerazos de los "apóstoles de la cultura como Ud (...)."
Elmore, por último, llevó a cabo la carga final en Caretas del 12-26 de setiembre de 1957.
" (...) Con motivo de mi crítica al trasnochado argumento de su película -trasnochado porque, como veremos más adelante, usted mismo así lo juzga, y porque es realizado en un país en el que, como es notorio, priman otros elementos mucho más auténticos, sinceros y profundos- me envía usted una carta‑testamento. En ella, carente de toda serenidad, mesura y sobriedad, se ocupa usted de cuanto imaginable asunto pueda no referirse concretamente al tema de nuestra polémica, cosa fácil de comprobar leyendo detenidamente su carta.
No es culpa mía de que su hipersensibilidad y sus complejos de aficionado a las novelas policiales, le dicten las páginas de una fatigosa carta en la que, sin meditar en consideraciones de ninguna clase, lleva usted hasta el plano personal lo que tenía la obligación de ser exclusiva polémica cultural y cinematográfica.
Para ilustrar la verdad de lo que usted llama "endebles impugnaciones" y la certidumbre que tengo como intelectual y como crítico de cine de la, ella sí, endeble contextura moral y nacional de su argumento, no encuentro nada mejor que los conceptos escritos por usted en su carta a la revista 1957, opiniones suyas que fueran las que provocaran mi justa reacción de crítico, perogrulladas que poseen las cualidades definidas de una perfecta e incondicional confesión de culpa y alevosía.
Romain Rolland escribió alguna vez a sus adversarios: "Qué torpes sois. Creo que de todos vuestros defectos el peor es la torpeza. Vosotros mismos habeis entregado, deliberadamente, la prueba o el argumento de las peores acusaciones que se os han hecho". Asimismo Julien Benda ha dicho: "Mis adversarios son mis colaboradores". Las dos frases me sirven sustanciosamente para prologar las pruebas, obtenidas de usted mismo, de la justicia y ciertos de mi crítica.
Veamos, pues, sino: dice usted, refiriéndose a la crítica que en el semanario aludido se hiciera al argumento de su película: "No es que seamos pueriles devotos de la subliteratura ni que desdeñemos a las obras de valor estético y mensaje social. Deliberadamente hemos tenido que elegir un argumento cinematográfico en el que ha primado el criterio comercial", y mas adelante continúa: "Empezar con un tema de hondura y trascendencia, habría sido fatal."
¿Y a esas llama Ud. "endebles impugnaciones"? ¡Caray, hombre, son palabras suyas! Si su argumento, a juicio originalmente suyo, es un producto de la "sub-literatura", si no es obra de "valor estético ni mensaje social", si es consecuencia de un criterio "comercial", si carece de "hondura y trascendencia", puede Ud. hacer el favor de decirme ¿qué es, o qué pretende ser, entonces? ¿A quién debo yo creer? ¿Al primer o al segundo Mario Castro Arenas? Porque, indudablemente, posee Ud. dos personalidades: una, sincera aunque "confundida", como yo le dije, y otra, lamentablemente engreída y prepotente (...)".
Una polémica más que atractiva, que ilustra además sobre el cine peruano de entonces, y de ahora.
Ricardo Bedoya