miércoles, 27 de abril de 2011
La fille du RER
domingo, 24 de abril de 2011
Adiós a Colette
viernes, 22 de abril de 2011
Octubre en los Cahiers du cinéma
Roman de gare
Ricardo Bedoya
Proyecto de ley de cine
Déjame entrar y Entre hermanos
Es lo que ha ocurrido con “Déjame entrar” y con “Entre hermanos”, versiones (o variaciones) de la sueca “Criatura de la noche”, de Tomas Alfredson, y de la danesa “Hermanos”, de Susanne Bier, respectivamente.
“Déjame entrar”, de Matt Reeves, es una película estimable, pero inferior a “Criatura de la noche”. La historia de los niños trémulos que se descubren y apoyan frente a la hostilidad del medio, sigue con fidelidad a la cinta original, pero la “normaliza”. Es decir, le quita ambigüedad, apuntala las motivaciones de los personajes, subraya las intenciones y marca los afectos o emociones que se desprenden de la triste historia de la niña vampira. Si la cinta sueca se prodigaba en zonas opacas, situaciones inexplicadas, escenas susurradas, sentidos abiertos y la extrañeza casi abstracta de las imágenes de sangre sobre el hielo, “Déjame entrar” despeja incógnitas, rellena agujeros, recorta tiempos, abrevia encuadres, y apuesta a la concentración del relato. El uso de la música de fondo deja en claro cuáles son las intenciones: una persiste e invasora melodía indica la gravedad, el patetismo o el asombro que debemos sentir ante cada hecho. La música guía e impone el sentido.
Por lo demás, “Déjame entrar” logra crear en algunos pasajes una sensación de gélida incomodidad, similar a la de sus protagonistas, que manejan con dificultades el inicio de su adolescencia en un caso y su monstruosidad o animalidad en el otro. El horror que transmite la película de Reeves es distante, seco, congelado, como el clima invernal de Los Alamos, donde transcurre la acción. Los protagonistas le dan sustancia a la película: el gesto extraviado, curioso y sorprendido de Kodi Smit-McPhee y la apariencia frágil y el aire ausente e inerme de Cloe Moretz son como signos interrogativos que buscan liberarse de la tiranía del fondo musical, concebido como camisa de fuerza.
“Entre hermanos”, de Jim Sheridan, es un melodrama que encuentra sus antecedentes no sólo en la película danesa a la que debe su historia, sino en toda una vertiente del cine norteamericano que da testimonio de los traumas y desajustes que provoca la guerra en la rutina familiar de los combatientes, con títulos que van desde “Los mejores años de nuestras vidas” hasta “Regreso a casa”.
El esquema argumental es simple y hasta esquemático: el hermano “bueno” y el hermano “malo”, el ciudadano ejemplar y el antisocial, intercambian destinos. Uno parte hacia Afganistán y el otro vuelve a casa luego de una temporada en la cárcel. El buen hermano (Tobey Maguire) es sancionado con la experiencia infernal de la guerra que lo convierte en un zombi. El mal hermano (Jake Gyllenhaal) aprende la dulzura del trato con sus sobrinas y aprecia el trato con su cuñada Natalie Portman. Las trayectorias cruzadas de la (des)humanización. La historia está enmarcada por el clima de molicie de una vida de suburbio que sólo se altera cuando el pueblo entierra a uno de los hijos caídos en acción.
Jim Sheridan acierta al potenciar las escenas de vida familiar, las escenas de grupo, los tensos momentos en que se reprocha la conducta del antiguo presidiario. Falla, en cambio, en la descripción de las torturas afganas, sumarias, estentóreas, estereotipadas. Pero Sheridan no se conforma con la denuncia antibélica formulada tal cual. Le da a Tobey Maguire la oportunidad de lucir su entrenamiento físico, pero no para escalar paredes a la manera del Hombre araña, sino para bucear en su interioridad, retomando la tradición crispada de los actores del Método.
Ricardo Bedoya
viernes, 15 de abril de 2011
Carancho
sábado, 9 de abril de 2011
Sidney Lumet (1924-2011)
Pero destaca sobre todo su fascinación por analizar la dinámica de los grupos, el modo en que se mantienen unidos o se deterioran hasta descomponerse. Una observación que supone evitar la identificación con este o aquél personaje, repartiendo el interés del espectador entre dos o más por igual, sea en la atracción o el rechazo. "El príncipe de la ciudad", "Running on Empty", "El grupo", "Daniel", "La colina de la deshonra", "Viaje de un largo día hacia la noche", "The Anderson Tapes", "Preguntas y respuestas", "Relaciones peligrosas", son sus mejores películas. En ellas describe procesos, itinerarios, recorridos, a veces laberínticos, por vericuetos institucionales (presta igual atención a los desórdenes de una familia como a los de la policía) que llevan a callejones sin salida. Los personajes carecen de brillo y están atrapados por un engranaje que los mantiene unidos pero también en riesgo de ruptura: la clandestinidad, un plan criminal, la prisión, y hasta el viaje de "Asesinato en el Expreso de Oriente".
En el transcurso, Lumet observa deslealtades, traiciones, ambiguedades morales, siempre en claroscuro. En el centro está el retrato fuerte del grupo, al que filma creando tensiones que se dilatan o relajan al interior del encuadre gracias al uso expresivo de los lentes. Las focales cortas son herramientas importantes en su puesta en escena: le permiten poner en relación a los personajes y su entorno, convertirlos en parte de él. En su libro "Making Movies" expone con gran lucidez su trabajo de "escritura" con los lentes. Que crean el agobio en el campo de prisioneros de "La colina de la deshonra", o muestran a los policías como emanaciones de un medio corrupto en "El príncipe de la ciudad", o provocan el sentimiento intenso de paranoia en "Running on Empty".
Menos interesantes son las famosas y laureadas "Serpico", "Tarde de perros" o "Network", o sus "dramas de tribunal", como "Veredicto", más supeditadas a las "performances" de sus protagonistas o a la mano de los guionistas, como Paddy Chayefsky en el caso de "Network".
Ha muerto a los 87 años.
Ricardo Bedoya