Se cumplió un año de la matanza de Bagua y en los últimos meses se han estrenado (fuera de la cartelera comercial) varias películas sobre la Amazonía. Una de ellas es “La travesía de Chumpi” (2009), documental producido por la Federación de Nacionalidades Achuar del Perú (FENAP), Teleandes Producciones, Grupo de Trabajo Racimos de Ungurahui y Shinai. Ha sido dirigido por Fernando Valdivia, quien también ha realizado “Buscando el azul” (2003), sobre el pintor bora Víctor Churay, y “Masato y petróleo” (2009), en torno a las políticas de explotación en la selva.
El filme está estructurado en tres partes. En la primera se expone el problema: En 2005 el Estado peruano entregó el lote 115 en concesión a la empresa petrolera Pluspetrol para su explotación; el lote, sin embargo, se superpone al territorio achuar de Chicherta e incluye a “La Tuna”, una catarata que es considerada por los achuar como santuario. Los pobladores niegan el ingreso a la petrolera y deciden elaborar un mapa con ayuda de un GPS para demostrar al Estado y al mundo que su territorio no es de “libre disponibilidad” y hacerles conocer la existencia de sus riquezas y su santuario natural. El filme presenta en esta primera parte al anciano Irar, a su hijo Secha (apu de la comunidad), y a su nieto, el niño Chumpi; muestra, además, a los habitantes realizando faenas cotidianas en armonía con su ambiente. En la segunda parte, se relata el viaje hacia la catarata sagrada con el fin de incluirla en el mapa que está siendo diseñado. Los tres personajes mencionados participan en la travesía, que dura cuatro días. Finalmente llegan al lugar, donde el abuelo Irar explica a su nieto Chumpi la importancia de la catarata. En la tercera parte los viajeros retornan y el mapa es terminado.
Al optar por una estructura dramática de tres actos para el documental, y un esquema semejante al del filme de aventuras, Valdivia quizá debió enfatizar más el conflicto en el segundo acto y resaltar el aprendizaje obtenido por el niño protagonista. El viaje (pese a lo que verbalmente expresan los personajes) no luce demasiado heroico visualmente, y el título del filme no se halla del todo justificado, pues no se logra crear el efecto de gran experiencia vital que la travesía debería implicar para Chumpi, y que lo convertiría en protagonista de la película.
De otro lado, el documental es didáctico y reiterativo. Algunos parlamentos suenan aleccionadores, pero poco espontáneos. Así, durante el tercer día de la travesía, Chumpi dice al observar el paisaje: “Esta es mi casa”. En el cuarto día, el abuelo exclama: “Quiero defender mi tierra, por eso pongo todo mi esfuerzo en llegar”. Las imágenes, por su parte, son bastante convencionales: Planos de detalles de insectos o primeros planos de animales, embellecidos con macro o teleobjetivo; paneo lento, acompañado de música solemne y enaltecedora cuando se muestra a la catarata sagrada.
Dos comentarios finales. Primero: Si bien la mirada occidental de los realizadores se halla mediatizada por la Federación de Nacionalidades Achuar, que produjo y aprobó el filme, también lo está por las ONG que actuaron como coproductoras; es deseable ver en un futuro no lejano una representación audiovisual creada por los propios achuar. Segundo: La ejecución del filme fue difícil, con arreglo a lo que dice el director Valdivia en su blog “Las rutas del Yashingo”; las vicisitudes que relata (que incluyen un terremoto, extrañas luces en el cielo y un complot en su contra posiblemente montado por las petroleras) ameritarían la edición de otra película, que podría resultar apasionante.
Emilio Bustamante
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