martes, 27 de diciembre de 2011

Apuntes desde París: Lang, Scorsese, Panahi

La entrada al museo del cine que fundó Langlois está presidida no sólo por las máquinas que crearon los engranajes de la ilusión sino por dos de los autómatas generados por el cine: la robot María de "Metrópolis" y el de "Hugo Cabret", esa fantasía en la que Scorsese construye una ciudad virtual, un tiempo mental y un mundo basado en los mecanismos de la relojería y los artilugios de los juguetes ópticos del cine primitivo, el de Méliès (presente en la cartelera gracias a la reedición digital del "Viaje a la luna")




La exposición de la Cinemateca Francesa que celebra "Metrópolis" y sus grandes y visionarios escenarios, su simbolismo arquitectónico, la consistencia de su visión, el empeño maniático de Fritz Lang (se ha editado un libro magnífico de Bernard Eisenschitz: "Fritz Lang au travail") por construir un mundo verosímil a partir de la naturaleza persuasiva de sus herramientas y recursos técnicos, encuentra un correlato casi natural en varias de las preocupaciones del cine de hoy, marcado por la pregunta por la naturaleza de la imagen y del aparato que la registra.




Que es la preocupación que sustenta a "Este no es un filme", de Jafar Panahi, que muestra al cineasta iraní, detenido en su departamento e impedido de hacer cine por veinte años, pero confiado en el poder de la imagen de una cámara digital que le permite "performar" una libertad que el poder le niega. En las antípodas de Méliès, Lang y Scorsese, Panahi no puede construir la ilusión de la representación fílmica y decide explicarla, anotarla, actuarla ahí mismo, demarcando el terreno, sobre la sala de su casa. Hace la puesta en escena comentada de un guión, hasta que se harta y esta película que, como el cuadro de Magritte, no es una película, tiene un cierre insólito que conmueve e indigna: Panahi está preso. El cineasta que lo filma, Mojtaba Mirtahmasb, también.


Ricardo Bedoya

sábado, 24 de diciembre de 2011

Apuntes desde París: Cronenberg, Bonello

Como en todo el mundo, la cartelera de esta Navidad está dominada por Tom Cruise y su "Misión imposible", pero en el cinéfilo y frío París el estreno de la semana es "Le Havre", la impávida y encantada fábula de Aki Kaurismaki, que hace profesión de fe en el realismo poético del cine francés de los años treinta, en el marxismo humanista posible en tiempos de escepticismo, y en el humor y la solidaridad como bálsamos para la crisis.




Si "Le Havre" es distintiva del estilo de su autor, reconocible en cada detalle, "Un método peligroso", de David Cronenberg, ha desconcertado a los seguidores de su director, pese a ser una de sus películas más depuradas, maduradas, sentidas. Es el retrato del personaje de Jung (el formidable Michael Fassbender) enfrentado a alternativas de vida frente a las que debe tomar decisiones. El drama del hombre sensible que en medio del camino de la vida encara la tentación del desorden, la crispación, lo indecible, lo oscuro, lo paralelo, lo alternativo. Las opciones de la armonía, el orden y la rutina o la alteración, la agitación íntima y el dolor. Cronenberg filma una historia pasional, un melodrama contenido, una pieza de cámara que encuentra su momento fuerte en los diez minutos finales, extraordinarios, de una melancolía serena y conmovedora: el reencuentro de los amantes que Cronenberg proyecta en el horizonte de las catástrofes de la Historia que ya se asoman.




"L'Apollonide", de Bertrand Bonello, retrata el día a día de una casa cerrada de prostitución en el París de los días finales del siglo XIX y comienzos del XX. Las referencias a Ophuls y Renoir son evidentes. El estilo de Bonello es moroso aunque con aciertos evidentes en la ambientación y el modo en el que articula historias folletinescas y licenciosas -en alusión a la literatura genérica de esos años- que involucran a las muchachas que trabajan en la casa.



La Cinemateca Francesa dedica una exposición a "Metrópolis", pero eso lo tratamos en el próximo post.


Ricardo Bedoya











jueves, 22 de diciembre de 2011

Un novio para tres esposas



“Un novio para tres esposas” es el absurdo título que lleva entre nosotros “La versión de Barney” o “El mundo de Barney”, una película canadiense de Richard J. Lewis, que adapta una novela de Mordecai Richler, escritor judío canadiense, autor también de la novela que dio origen a “El gran canalla” (1974), una de las mejores películas de Richard Dreyfuss.


La cinta retrata a Barney Panofsky (Paul Giamatti), productor de televisión, bebedor impenitente, fanático del hockey, impulsivo romántico, insatisfecho crónico, a veces brutal, depredador e irresponsable, fino estratega de sus propias derrotas. El arco temporal que traza esta biografía de un hombre como cualquiera abarca tres décadas y se traslada de Europa a América, de la bohemia e ilusionada Roma a la pragmática Montreal, al ritmo de sus entusiasmos y decepciones. La estructura es retrospectiva y se organiza en torno a las relaciones que establece Barney con tres mujeres encarnadas por Rachelle Lefevre, Minnie Driver y Rosemund Pike.


Son tres historias de amor que no se presentan con dosis similares de sutileza ni de gracia. La primera historia es confusa e irrelevante; la segunda carga las tintas hasta la caricatura; la tercera es la más atractiva, desarrollada y verosímil. En el vaivén laberíntico de los tiempos que articulan la vida de Barney, el director Lewis se las agencia para aportar cuotas diversas de costumbrismo para lucir el color local del mundo de la cultura judía de Montreal. De ahí, salta a la descripción picaresca de personajes excéntricos y bohemios que son el coro vital de la juventud de Barney y culmina en una catarata sentimental vinculada con el mal de Alzheimer.


Pero no solo eso. También traza apuntes satíricos sobre el mundo de la televisión basura y abunda en reflexiones sobre el abandono de las ilusiones y los ideales de la juventud. Como una pista suelta, o una historia desgajada, encontramos la trama criminal de la desaparición de Boogie, el mejor amigo del personaje principal, lo que lo convierte en presunto autor de su muerte. Queda apuntada la hipótesis de Barney como asesino imaginario del amigo talentoso, casi genial: Barney eliminando lo que nunca llegó a ser. La película está marcada por un humor paródico y autoindulgente, pero también por dosis de un cinismo que nunca juzga las canalladas del personaje, porque son, al fin y al cabo, las de un hombre como todos.


El director Lewis también ofrece oportunidades para que los actores se luzcan, sobre todo a un Dustin Hoffman patriarcal, deslenguado y truculento. Pero lo más interesante de la película es la presencia del actor Paul Giamatti, el de “Entre copas” y “Esplendor americano”. Giamatti posee esa presencia opaca, malhumorada, de tintes patéticos, que anula cualquier posibilidad de encanto o glamur para su personaje. Barney es un antihéroe, un perdedor, un hombre que cultiva el arte de equivocarse hasta echar a perder lo que más quiere. El actor impone una relación horizontal con el espectador y no le lanza guiños altivos o de superioridad a la manera de las “estrellas de cine”. Por eso, Barney-Giamatti atraen hacia el personaje, de modo alternativo, el enojo, la comprensión, el desprecio y la piedad final.


Ricardo Bedoya

sábado, 17 de diciembre de 2011

El cine de animación en el Perú

Ha aparecido "El cine de animación en el Perú. Bases para una historia", de Raúl Rivera Escobar, un libro informado e interesante sobre un tema que no había sido investigado. Muy bien ilustrado, incursiona en los terrenos de la animación publicitaria y televisiva, así como en el cortometraje, desde los años cincuenta. Edita el Fondo Editorial de la Universidad Alas Peruanas.


Ricardo Bedoya

jueves, 15 de diciembre de 2011

El Amante: adiós al papel




La revista argentina "El Amante", que cumple 20 años de existencia, deja de ser impresa y pasa a ser digital desde el mes de marzo de 2012. Se confirma lo que su director, Gustavo Noriega, revelara durante la presentación del libro "Ojos bien abiertos: El lenguaje de las imágenes en movimiento" y la revista "Ventana indiscreta", en el pasado Festival de Lima.




Es un signo de los tiempos. Por un lado, hay que lamentarlo: nos gustaba recibirla, hojearla y leerla todos los meses. Por el otro, lo celebramos: la revista seguirá dando su opinión y la seguiremos leyendo en otro soporte.








Ricardo Bedoya

viernes, 9 de diciembre de 2011

Robo en las alturas



"Robo en las alturas" es una comedia de atraco. Es decir, muestra la preparación y ejecución de un robo de importancia en clave ligera, observando las torpezas, debilidades y fallas de los miembros del equipo que arma para cumplir el cometido. En este caso, el grupo es variopinto y de escasa profesionalidad y entre sus miembros se encuentran dos ineptos mayores: Ben Stiller y Matthew Broderick. La tradición de atracos burlescos es antigua y cuenta con una obra maestra: la italiana "Los desconocidos de siempre", del gran Monicelli. Está también "Topkapi", de Jules Dassin.

Ellos se embarcan en el proyecto de robar un súperseguro departamento ubicado en un edificio de lujo neoyorquino, lo que recuerda a una de las mejores -y más olvidadas- películas de Sidney Lumet: "The Anderson Tapes". No lo hacen por motivos de lucro, sino para vengarse de un villano financiero (Alan Alda) en estas épocas de crisis en Wall Street.

"Robo en las alturas" tiene gracia y es muchísimo mejor que el promedio de las horrendas cintas de género que muestra el mainstream del Hollywood actual. Se las agencia para combinar la acción, el humor y la sátira. Tiene ritmo, acción y hasta Eddie Murphy encaja en el grupo sin tratar de robar cámara y apoderar de las situaciones. La secuencia culminante del robo que transcurre durante el desfile neoyorquino del Dís de Acción de Gracias integra con naturalidad los efectos especiales a la acción.



Ricardo Bedoya

Amanecer, parte 1 y Rito diabólico



El mito del vampirismo es asaltado desde la templanza y desde la lujuria.

Desde la templanza en “Amanecer parte 1”, que continúa la historia de “Crepúsculo”. Aquí, el vampiro tiene los colmillos romos y los apetitos saciados; se casa en un rito que hubiera escarapelado a cualquier noble descendiente de Drácula; parte en una luna de miel que más parece de sacarina y en un momento de antología –antología del ridículo- asiste a una ingestión de sangre contenida en el vaso que luce como el de la gaseosa de complemento de alguna “cajita feliz” llegada por “delivery”.



Es inexplicable el éxito de esta insípida, anémica, desganada, impersonal, lánguida y mal actuada franquicia. Bueno, sí hay una explicación: el poder arrollador del marketing.

Vampirismo abordado desde la lujuria y el exceso en “Rito diabólico”, que es el equívoco título que se le ha puesto a “Sed”, el noveno largometraje del sud-coreano Park Chan-wook, uno de los nombres más importantes del cine de su país y realizador de la famosa trilogía de la venganza, compuesta por “Simpatía por el señor Venganza”; “Old Boy” –estrenada en el Perú-, y “Lady Venganza”.

“Rito diabólico” es un filme de vampiros pero conducido al paroxismo. Es resultado de mezclar la extravagante historia de un sacerdote católico que se transforma en vampiro con una libérrima adaptación de “Thérèse Raquin”, la novela de Émile Zola. La primera hora de proyección es pródiga en ideas y en hallazgos visuales. El vampirismo es una contaminación y afecta hasta a un elegido del Señor, como el sacerdote que encarna Song Kang-Ho. Pero atacado por el mal, sólo se le abren las puertas del crimen. El cura, al que algunos creen taumaturgo, es en realidad un ser de la noche que necesita sangre fresca para alimentarse y al que le angustia la inmortalidad. En la fabulación perversa de la película, el vampiro es el ser sacrílego que profana uno de los insumos simbólicos de la eucaristía.

Este personaje mesiánico pero también criminal inicia una relación pasional con una mujer maltratada y la trama vampírica se abre entonces a una historia de amor exaltado que no excluye el crimen. Así, lo gótico da paso a lo romántico, al erotismo criminal, al gran guiñol, al melodrama, a la reflexión moral, al desborde violento, a lo grotesco, al desequilibrio.

Park Chan-wook se complace filmando la descomposición y el laberinto. Buena parte de la acción transcurre en los ambientes de la casa de la familia Ra o en los recovecos nocturnos de la ciudad. En los detalles de lo cotidiano y el registro de la más morosa normalidad, el realizador descubre la monstruosidad de lo ordinario que condena a la joven amante a la humillación y la esclavitud. Todo es sofocante, claustrofóbico y esperpéntico en esa casa de la que la muchacha debe escapar apurando sus pies desnudos y frágiles, que Park Chan-wook filma con delectación, casi con fetichismo.

Pero la película no se sostiene en su segunda hora de proyección, que resultada alargada, reiterativa, enfática, subrayada, hiperbólica, folletinesca. La potencia formidable del primer encuentro sexual de la pareja y sus iniciales experiencias como amantes malditos o el nocturno lirismo de los saltos fantásticos del vampiro quedan, en el conjunto, como momentos sueltos, desgajados, alucinantes, hechizados.

Ricardo Bedoya

viernes, 2 de diciembre de 2011

Aparece nuevo proyecto de ley de cine

Atención: Presentado por un grupo de congresistas fujimoristas ha aparecido un proyecto de LEY DE DIFUSIÓN CINEMATOGRÁFICA PERUANA

http://www2.congreso.gob.pe/Sicr/TraDocEstProc/CLProLey2011.nsf/8187f608125faf14052578bc00580a87/ff9058f89602e05b0525794a0077ef3d?OpenDocument