Jerichow
Christian Petzold deseca "El cartero llama dos veces", la novela clásica de James Cain y la convierte en una sucesión de escenas fantasmales. El deseo de los protagonistas es un juego de asaltos abruptos, apariciones súbitas y nocturnas, asedios en el bosque, una ronda de apariciones y desapariciones. Todo es seco, espectral, alusivo, entrecortado, congelado, neto, elíptico. La narración tiene un trazo frío, lineal, ineluctable. Cine negro, renegrido, pero sin retóricas atmosféricas, efectos glamorosos ni guiños al pasado. Aquí, “el cartero llama dos veces”, como la muerte y el destino, para dar una oportunidad a los que no la esperan y lanzar un zarpazo a la inevitable víctima, monstruo y ser frágil a la vez. De lo mejor del festival.
Blog
Un grupo de quinceañeras se comunica por las redes sociales, conversa a través de webcams y en directo, graba sus reuniones reales y la película se presenta con la inmediatez de un videoblog. Se alternan texturas visuales diversas y desarrolla una trama subterránea, la historia de un pacto colectivo que se revela al final. Elena Trapé filma a sus actrices con el aliento espontáneo que parece haber aprendido mirando una y otra vez algunas secuencias de “Kids”, aunque estas chicas españolas parezcan querubines de algún coro celestial al lado de los personajes de Larry Clark. Acierta en la gracia y el desenfado de los diálogos y en la mirada insistente de la cámara en mano o en la estrategia invasiva de la intimidad expuesta por la cámara de vídeo omnipresente. Pero la película desbarra en las secuencias finales, con su estética de fotonovela romántica y no digo más para no revelar nada.
Whisky y vodka
Un decepción, sobre todo viniendo de Andreas Dresen, el director alemán de la interesante “Nunca es tarde para amar”. Sigue la crisis de un actor alcoholizado y sus dificultades para proseguir el rodaje de una comedia de época, pero el conjunto se disuelve en lo episódico y en lo insustancial, aprovechando el discreto encanto de las películas que muestran al cine haciéndose. Al verla recordaba la divertida pero angustiosa secuencia de Valentina Cortese incapaz de recordar sus líneas y de abrir la puerta correcta en el set de “La noche americana”, un Truffaut menor, pero a todas luces superior al de Dresen.
Ricardo Bedoya