Óscar Contreras, en su post sobre las películas preferidas en el Festival de Lima pide un debate sobre “el otro cine”. Tiene razón.
Lo inicio, pues, con algunas ideas sueltas que tal vez animen a la esgrima del intercambio de opiniones.
Contreras dice que la intervención del crítico francés Michel Ciment en su conferencia del Festival de Lima “nos ha desarmado”.
Ese “nos” suena a muchos. Yo tengo las armas en su sitio y las flechas en el carcaj y pienso usarlas a modo de argumentación.
Conozco las razones y opiniones de Michel Ciment hace más de 30 años. Leo Positif -la revista que dirige- todos los meses desde 1980. Sus argumentos, por eso, ni me “desarman” ni me sorprenden. Sé de sus gustos, preferencias y “guerras privadas”, como conozco las opiniones de los críticos a los que sigo con cierta regularidad, desde Adrian Martin hasta Jean-Loup Bourget, pasando por Rosenbaum, Jean-Pierre Coursodon, Robin Wood, Kent Jones, Fujiwara, Miguel Marías, Thomas Elsaesser, entre otros.
Pero conocer y apreciar sus opiniones y razonamientos no significa compartirlos ni concordar con sus gustos cinematográficos. Ni Angelopoulos, ni Rosi, ni Boorman, ni Schatzberg, ni Kubrick, ni Altman, ni Greenaway, me parecen genios supremos del cine ni maestros indiscutibles, como piensa Ciment. En fin, es cuestión de preferencias.
Pero de ninguna manera se le puede tener como gurú. Esperar “palabras gratificantes, de coincidencia y complacencia sobre el “otro cine” (como dice Contreras) por parte de Ciment, sólo puede ser expectativa de alguien que no conoce al personaje o que aspira a que sus convicciones reciban la confirmación de un “padrino”.
Ciment es un tipo que cultiva la polémica. Sus editoriales en Positif o sus presentaciones del Festival de Cannes en los apetitosos números especiales de julio-agosto de esa revista, lo prueban una y otra vez. Su blanco preferido: la revista Cahiers du cinéma y algunas de sus preferencias, así como su chauvinismo y el “complejo de Adán” que les lleva a proclamara que ellos inventaron la categoría crítica del "autor fílmico".
Otro blanco preferido de Ciment: el cine de Jean Marie Straub y de Danielle Huillet, cineastas de cabecera para Cahiers du cinéma y punta de lanza de la “vanguardia” minimalista” de cierta franja del cine de autor contemporáneo, desde Chantal Akerman hasta Pedro Costa.
Ciment, entre nosotros, amplió el ámbito geográfico de su “guerra privada” parisina. Al ver nuestro interés por Los muertos y Hamaca paraguaya -cintas que él desdeña- detectó allí el síndrome fatal de Straub-Pedro Costa (grandes cineastas, más allá de lo que opinen Ciment y otros) y soltó su batería, archiconocida.
Bien por eso. Hubiera resultado decepcionante el silencio de Ciment en nombre de algún sentido de la cortesía.
Lo que no logro entender es que Óscar Contreras suponga que alguien esperaba palabras de gratificación para sentirse satisfecho, consagrar sus gustos o recibir la aprobación de un “santón” de la crítica internacional.
La verdad, Óscar, no sé si a ti te pase lo mismo pero yo creo saber lo que me gusta de las películas que veo, sean del “otro” cine o del de más allá, y me tiene sin cuidado recibir palmaditas de felicitación al hombro a causa de mi opinión sobre una película. En todo caso, son las revisiones de la cinta las que pueden aclarar las ideas, pero no necesariamente la opinión de un crítico, que es tan buena o tan mala como mi propia opinión. Ante una película confío, sobre todo, en mis propios ojos. Sospecho que muchos cinéfilos piensan lo mismo.
Ahora bien, ¿qué es el “otro cine”?
Según Contreras, “léase planos de 25 minutos de duración, minimalismo por kilos, efecto ansiolítico e inductor del sueño”.
En la conferencia, Ciment resumió toda una categoría, una tendencia, una escuela, un modo de concebir el cine, en un nombre, el de Lisandro Alonso, artífice máxima de ese "otro cine".
Y lo hizo en respuesta a una pregunta de Antolín Prieto acerca de la forma en que lo digital estaba cambiando la producción, la puesta en escena y hasta la percepción del cine.
Todo lo que dijo Ciment fue interesantísimo, pero totalmente errado. Por una simple razón: puso al cine de Lisandro Alonso como ejemplo de un cine digital que desdeña la composición del encuadre y se complace en la repetición de gestos maquinales y repetitivos a causa de estrecheces de producción que convierten el minimalismo en programa. De paso, confundió las películas de Alonso al decir que el campesino de Los muertos se pasa dos horas cortando un árbol.
Digamos que confundir Los muertos con La libertad puede ser un lapsus. Vaya y pase. Pero poner como paradigma del minimalismo digital de escasos recursos a Lisandro Alonso es una muestra de desconocimiento y confusión muy graves que acaban poniendo en cuestión toda su argumentación.
¿Por qué?
En primer lugar, porque Alonso no trabaja con digital. Es más, hace profesión de fe de lo contrario. Si hay un cineasta del “otro cine” que deslumbra por su uso atmosférico y climático de la fotografía en 35 milímetros es Alonso.
El año pasado, en una entrevista que dio a El Comercio, declaró lo siguiente:
“Para mí, el video es una herramienta que no me atrae en absoluto porque puedo seguir filmando en 35 milímetros. Si mañana no puedo, usaré el video.
¿Esto es por un gusto estético?
Por un tema estético y de seriedad. Concibo más mi forma de crear una imagen si tengo que marcar la economía de la película. Se deben pensar muchas cosas antes de filmar, porque no puedo darme el lujo de repetir millones de veces una toma. Tengo en promedio por película unas cuatro horas de material bruto y no quiero darme el trabajo de editar 300 horas de video. Además, soy más romántico al salir con la cámara pesada. Es una dinámica diferente.”
En segundo lugar, porque pocas películas latinoamericanas recientes tienen tanta preocupación por el efecto expresivo del encuadre como Los muertos. Y no sólo porque sus planos generales del paisaje tienen una sensualidad a flor de piel, sino porque maneja como nadie la articulación del primer término con los fondos (las imágenes de Argentino contrastado con el mundo de la “modernidad” que olvidó en la cárcel) y la repercusión del “off” en el campo visible del encuadre. Bastaría recordar al respecto la imagen final de la película.
En tercer lugar, porque nada hay en el cine de Alonso que permita hablar de estrecheces de producción. La austeridad es, en su caso, un asunto de estilo.
Si a Ciment no le interesa el cine de Alonso, es su elección. Lo que no se puede admitir es que lo caracterice a partir del error. Peor aún: que generalice y construya categorías (la del minimalismo elitista, como veremos en seguida) a partir de la obra de un cineasta, y ni siquiera de toda su obra sino de una película (Los muertos) que tal vez sea la anterior (La libertad) ya que las confundió.
Pero hay más. Ciment declaró: “Lisandro Alonso tiene talento visual, pero encuentro que el suyo es un cine elitista. Para mí, la grandeza del cine es la posibilidad de comunicar con el espectador”
Es curioso que uno de los principales exégetas de Peter Greenaway y de Abbas Kiarostami tache a un cineasta por hacer un cine elitista.
¿O es que acaso lo que admite en un autor europeo o asiático es inadmisible en el territorio “barroco” de García Márquez y Carlos Fuentes, como dijo al mencionar que el cine latinoamericano que le interesa es el de Rocha y Rui Guerra?
Ese parisianismo que dictamina la necesidad del barroco y del realismo mágico como destinos ineludibles de nuestro cine me parece inaceptable. Y que lo diga el crítico que defiende el cine de Bruno Dumont, de Hou Hsiao-Hsien, de Tsai Ming-Liang, entre otros, es muy difícil de entender.
Claro que la grandeza del cine es la posibilidad de comunicar con el espectador. El gran cine de géneros es prueba patente de ello. Pero, ¿hay una sola modalidad de cine?
¿No fue Positif la revista defensora de las cintas de Antonioni y Resnais que parecían más divorciadas del público? ¿No se jugó por La aventura y por El año pasado en Marienbad y por los filmes más “extrañas”, radicales y poco populares del cine norteamericano de inicios de los setenta, como El volar es para los pájaros, de Altman, por ejemplo?
Si hay algo que un crítico de cine tiene claro (porque está en la base de su trabajo), es que cada película tiene su público. Que cada película modela a su público. Que cada película forma a su público. Y el crítico de cine se dirige a esos públicos distintos.
Están las grandes películas de éxito masivo y descomunal, pero también las películas de auditorios pequeños, que crean sus propios sistemas de producción y consumo. Sus microsistemas de existencia. Aspirar a que todo el cine se mida con el rasero equívoco, absurdo e inexistente de un “cine popular” suena demagógico y desinformado o, acaso, la expresión de un deseo populista.
Decir que los cinestas de hoy deben seguir el camino que siguieron Mizoguchi, Ford, Lang, Murnau y Kubrick, como dijo Ciment y repite Contreras, es impreciso, falaz, inaceptable como propuesta en una discusión.
El cine de hace 50 años no es el de hoy. Las condiciones de existencia del cine que encarnaron Mizoguchi, Lang o Kubrick ya no existen. Ni siquiera existe el cine en el que se inició Scorsese. Tampoco está el público que convertía en éxitos sus películas. Un plano secuencia de los tantos que hizo Mizoguchi en sus maravillosas películas causaría ahora un efecto “ansiolítico” en el grueso del auditorio y, al parecer, también en algunos críticos.
Pero vuelvo con Óscar que parece haber tenido una iluminación repentina al escuchar al destellante Ciment. La visita del francés ha sido, al parecer, su “camino de Damasco”, capaz de hacerle abjurar de gustos y preferencias que declaraba hace apenas unos meses, acaso días.
Volvamos sobre su definición del “otro cine”: “léase planos de 25 minutos de duración, minimalismo por kilos, efecto ansiolítico e inductor del sueño”
Me declaro estupefacto con esa definición porque en las listas de mejores películas internacionales y de mejores cintas latinoamericanas de la década que Oscar Contreras publicó en los dos primeros números de la revista Ventana indiscreta, menciona nada menos que los títulos paradigmáticos de ese “otro cine”: Elephant, Lejano, Tres tiempos, Tropical Malady, Honor de caballería, Flandres y, la cumbre máxima, Goodbye Dragon Inn.
Pero más estupefaciente aún es que Óscar consigne Los muertos y Hamaca paraguaya, justamente los títulos que Ciment identifica con ese minimalismo insoportable.
La verdad, no entiendo nada: ¿las listas de Contreras son las de sus películas preferidas o de las más inductoras del sueño?
Lo dejo ahí, por ahora, y que venga el debate.
Ricardo Bedoya