“Magic Mike. Trabajo sexy”, es la historia paralela de Mike y de Adam, strippers de club. Lo mejor de la película de Steven Soderbergh se concentra en la descripción del backstage. Como en esos viejos musicales de Warner que describían la construcción de un espectáculo desde bambalinas, la fuerza de “Magic Mike” está en las escenas de grupo, en los entrenamientos, en las conversaciones entre números, en la filosofía que expone en privado el manager, en el relajo de los bailarines preparándose para salir a escena o regresando para contar los billetes que llevan en las sungas. Es un costado documental sobre las intimidades del espectáculo y los lazos de amistad y de competencia que se establecen entre esos hombres, que tienen algo atletas, performers, putos y gladiadores.
Y en todos esos momentos destaca el reinventado Matthew McConaughey, que está muy bien, pero no mejor que en “Bernie”, de Richard Linklater, ni en la alucinante “Killer Joe”, de William Friedkin.
Y mientas se suceden las coreografías, mostradas con púdica discreción y algún guiño al Bob Fosse de “Cabaret”, se apunta la fábula de ascenso y moraleja con caída. Los billetes arrugados que llegan fáciles y la fascinación con el mundo del perpetuo vacilón trazan el destino de Adam y Soderbergh nos conduce de la manito (o del cogote) hacia él, sin desvíos ni sorpresas admisibles.
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