jueves, 8 de marzo de 2012

El artista

Es en blanco y negro, carece de diálogos casi en su totalidad, tiene intertítulos y quiere lucir como una película realizada en 1927, el año en que el cine silente empezó a extinguirse. “El artista”, del francés Michel Hazanavicius, es un pastiche, una película hecha al modo de las películas mudas, dirán algunos.


Pero eso solo es parcialmente cierto porque “El artista” se nutre, se construye, se articula y encuentra sus fuentes principales más bien en las películas de la etapa más esplendorosa del cine sonoro, la de la fase clásica de Hollywood que abarca el período que va de los años treinta a los cincuenta. Hazanavicius se apropia de “Nace una estrella”, de “Ciudadano Kane”, de “Sunset Boulevard”, de “Cantando bajo la lluvia”, de los musicales de Astaire y Rogers en la empresa RKO, de “The Bad and the Beautiful” de Vincente Minnelli, de la desgarradora partitura romántica de Bernard Herrman para "Vértigo", de Hitchcock. Extrae de ellas pasajes, situaciones, aires, atmósferas, evocaciones e ideas dramáticas que deseca, deslocaliza, cambia de sentido e integra a su particular museo Grevin de las citas fílmicas. Con ellas modela “El artista”, que es un juguete anacrónico, un prototipo arcaico hecho con técnicas de punta, un artefacto virtuoso, un mosaico referencial propuesto como guiño o juego de trivia para espectadores avisados.

La primera mitad de "El artista" es la más atractiva, fresca y pletórica de ideas visuales. Ahí vemos al actor George Valentin (Jean Dujardin), ídolo de los filmes de matinés infantiles, copia facsimilar del campeón de las piruetas silentes, Douglas Fairbanks. Está en la cúspide de su éxito y en el inicio de su relación con la “fan” Peppy Miller (Bérénice Bejo). La trama sigue la trayectoria suelta, despreocupada y hasta eufórica de su modelo mayor, "Cantando bajo la lluvia", calcando las funciones de los personajes de la dinámica del encuentro entre Gene Kelly y Debbie Reynolds en la cinta de Donen y Kelly. El tratamiento visual es copia al carbón de las técnicas de la época: transiciones en iris y composición visual frontal en el formato “cuadrado”.

Hazanavicius acierta en tres secuencias muy logradas: la primera, con la imagen del hombre torturado y el descubrimiento del “filme en el filme” y la aparición de Dujardin al otro lado de la pantalla; la de Peppy acariciando la ropa de la "estrella" amada en un momento de fantasía erótica y masturbatoria que no hubiera admitido la censura del cine clásico; y la de la agitación del mundo de Hollywood representada en la imagen de los figurantes del estudio cruzándose en una gran escalera, convertida en metáfora de un universo de extraordinaria movilidad donde hoy asciendes y mañana descenderás en cumplimiento de un destino inevitable.

También está la mejor escena de la película: la pesadilla expresionista que agujerea la superficie lisa del estilo fundado en la “transparencia” o en la “invisibilidad” del cine norteamericano clásico. El sonido irrumpe como agresión, llamando la atención para sí, a la manera de un estilo que destroza los efectos “naturales” de la convención silente y presagia el fin de la carrera del actor. Es el asalto de lo “real” sobre la superficie lisa y despreocupada de la “acción en continuidad” y el inicio de los acomodos y el pragmatismo ante los cambios de la industria.

Es entonces que la confitura empieza a agriarse poco a poco. Las líneas del relato se acomodan para cambiar de registro dramático, evocando los tonos más graves de "Nace una estrella", con las historias cruzadas de los protagonistas en unas líneas argumentales básicas que evocan las versiones de Wellman y de Cukor. Pero conforme la decadencia de Valentin se acentúa y el cine sonoro sienta sus reales en Hollywood, "El artista” se torna más mimética, previsible  y convencional.

Pasada la gracia inicial de los recursos empleados, de los arcaísmos puestos en juego, la fase sombría de la película es como un juego de reflejos intertextuales solvente y hasta virtuoso en su factura técnica, pero mecánico y limitado en sus alcances expresivos. Claro que el deterioro de la vida conyugal del ciudadano Kane es el espejo en el que se mira el matrimonio Valentin, mientras que la decadencia de la carrera del ídolo es el reverso del encumbramiento de Peppy, y con ella nace la estrella, pero esos no son más que tópicos que “El artista” deja como tales, sin encontrar nuevas aristas a los asuntos de fondo, como lo hiciera Martin Scorsese en “New York, New York”. Es verdad que la secuencia de la convalecencia de George en casa de Peppy fusiona al Xanadu de Kane con la mansión de “Sunset Boulevard”, pero esas referencias están pegadas a la fuerza, tanto como la aparición de la música de “Vértigo”, calzada con fórceps y sin ton ni son. Ahí se despliega una pirotecnia hábil pero menor.

Es curioso y paradójico el modo en que Hazanavicius decide tratar el pico dramático de su película muda: apelando a una de las más bellas, ricas y memorables partituras compuestas para el cine sonoro, la de Bernard Herrmann para “Vértigo”, de Hitchcock. Hazanavicius no confía en el poder del silencio, en la expresividad de los rostros, en la dinámica de los cuerpos, en las convenciones del gesto, en el lenguaje codificado que legó el cine silente y del que aprendieron los más grandes: Chaplin, Renoir, Dreyer, Ford, Hitchcock, entre otros.

“El artista” es un ejercicio de aplicada arqueología fílmica y un recorrido por el festival de la nostalgia facsimilar. Hazanavicius concibe su película como un palimpsesto de muchas otras cintas del pasado, pero en este caso lo hace desde la perspectiva de los cambios que trae la era digital. Viendo “El artista” no podía dejar de pensar en cintas como “300” o “Sin City”, con su intento de insertar las presencias corporales de los actores en mundos construidos a partir de reconstrucciones ilusorias de referentes fílmicos, sea el mundo del péplum o del cine negro. Aquí, inserta en el bien fotografiado espacio del cine silente a los energéticos Dujardin y Bejo, al cascarrabias pero siempre generoso productor John Goodman, al mayordomo James Cromwell (casi escribo Eric Von Stroheim), a Malcolm McDowell que evoca a W.C. Fields, y al perrito Uggie que a estas alturas bien podría ser un efecto digital escapado de “Las aventuras de Tintin”. Un cine silente contemplado desde la onda de una nostalgia “vintage” muy cotizada.

Los mismos cuerpos que, al final, encuentran sus voces y nuevos pasos de baile, porque ha llegado la hora del cambio. Si el cine silente murió al llegar el sonido, lo fílmico muere al llegar lo digital. Una forma de industria ha muerto, viva la nueva industria.

Ricardo Bedoya











6 comentarios:

A. M. Canessa dijo...

Justamente pensaba en eso ayer, con la llegada y asentamiento de las cámaras digitales de alta resolución como la arri alexa prácticamente puede darse por muerto el celuloide. Parece increíble que películas de gran riqueza visual como El Arbol de la Vida o Melancholia, por ejemplo, hayan sido filmadas en digital.

Anónimo dijo...

Para el común de los espectadores, creo yo, El Artista es una película fantástica en todas sus acepciones. Al salir de la sala sientes en la sonrisa que te deja el final un alivio por la tensión en la que te mantiene la caída de una estrella. Sin embargo, para algunos expertos en cine la película tiene la pretensión de ser una cinta muda, en blanco y negro, arcaica, y, por tamaño atrevimiento, limitado inevitablemente hasta las innovaciones cinematográficas de la ‘fase clásica de Hollywood’. Por eso, y como trasladándonos a otro arte, MVLL señala con respecto a la trilogía Millennium de Stieg Larson que ésta ‘no está bien escrita y su estructura es con frecuencia defectuosa’, pero eso no importa, ‘porque el vigor persuasivo de su argumento es tan poderoso y sus personajes tan nítidos, inesperados y hechiceros que el espectador pasa por alto las deficiencias técnicas’ (MVLL, El Comercio, 06/Sep/10). El Artista, creo yo, no tiene las técnicas narrativas que los críticos reclaman pero decir que es previsible es insensible para quien no quede angustiado con el intertítulo del disparo. Por no decir más sobre la gracia y simpatía que contagian los personajes, incluido Uggie. No detectar el anacronismo de las técnicas es la ventaja comparativa de quien sabe poco de cine, y de ahí su goce por El Artista. Lo que es más, el resultado de un palimpsesto es acorde con la cultura actual. La tecnología transforma la forma de percibir, entre muchas otras cosas, de las personas. Pedir al espectador que haga un ‘tune’ a sus referencias psico-visuales contemporáneas para adaptarlas al cine silente sería un intento leal pero fallido cuando están las técnicas digitales con las que hoy nos sentimos más familiarizados.

RCL

Anónimo dijo...

Para el común de los espectadores, creo yo, El Artista es una película fantástica en todas sus acepciones. Al salir de la sala sientes en la sonrisa que te deja el final un alivio por la tensión en la que te mantiene la caída de una estrella. Sin embargo, para algunos expertos en cine la película tiene la pretensión de ser una cinta muda, en blanco y negro, arcaica, y, por tamaño atrevimiento, limitado inevitablemente hasta las innovaciones cinematográficas de la ‘fase clásica de Hollywood’. Por eso, y como trasladándonos a otro arte, MVLL señala con respecto a la trilogía Millennium de Stieg Larson que ésta ‘no está bien escrita y su estructura es con frecuencia defectuosa’, pero eso no importa, ‘porque el vigor persuasivo de su argumento es tan poderoso y sus personajes tan nítidos, inesperados y hechiceros que el espectador pasa por alto las deficiencias técnicas’ (MVLL, El Comercio, 06/Sep/10). El Artista, creo yo, no tiene las técnicas narrativas que los críticos reclaman pero decir que es previsible es insensible para quien no quede angustiado con el intertítulo del disparo. Por no decir más sobre la gracia y simpatía que contagian los personajes, incluido Uggie. No detectar el anacronismo de las técnicas es la ventaja comparativa de quien sabe poco de cine, y de ahí su goce por El Artista. Lo que es más, el resultado de un palimpsesto es acorde con la cultura actual. La tecnología transforma la forma de percibir, entre muchas otras cosas, de las personas. Pedir al espectador que haga un ‘tune’ a sus referencias psico-visuales contemporáneas para adaptarlas al cine silente sería un intento leal pero fallido cuando están las técnicas digitales con las que hoy nos sentimos más familiarizados.

RCL

Anónimo dijo...

Yo fui a ver El Artista, por curiosidad, ya que no tuve la suerte de nacer en la epoca del cine mudo.Me gustan las peliculas en blanco y negro (las pocas que vi fueron en la tv) y el cine clasico de Hollywood. Ahora que vi El Artista en una sala de cine,con poca gente sin sentir el murmullo de cualquier insolente, fue toda una experiencia muy grata por cierto que siempre recordare.

miguel moreno dijo...

He leido su comentario mas de una vez de el artista sr bedoya y no tuve tiempo de opinar mas antes. Bueno al leer su comentario me quedo gratamente a gusto, pues leer un comentario suyo sea a favor o en contra de mi opinion hacia una determinada pelicula siempre me va a dejar un buen sabor y por lo menos me va a parecer interesante . Para serle sincero yo he disfrutado bastante leyendo su comentario pues encuentro cosas , nuevos hallasgos del film sea para bien o para mal.
Ahora como ud sabra a mi me gusto El Artista y no fue poco , pero despues de leer su comentario (q no fue poco tampoco) tengo la impresion q a usted tambien le gusto El Artista , no como una obra maestra obviamente, pero definitivamente no le dejo un mal sabor .
Y entonces me surge una duda, cuanto de la valoracion final de la pelicula , de usted y de otros conocedores de cine, es debida a su experiencia (ojo no confundir con conocimiento)de tener todo un bagaje cinefilo . Pues me parecece sorprendente q casi toda la critica seria de este pais halla dado un voto unanime y en contra de El Artista , mientras no sucede lo mismo en otros paises (por ejm argentina o españa)algo asi como si fuera lo ¨normal¨ en este pais opinar en contra de el artista .
Para terminar ,yo creo q el artista es una de esas peliculas en q se disfruta mejor (o alcanzamos a percibir mejor sus virtudes)cuando la vemos con el ojo del corazon y no tanto con el cerebro , o la ¨razon¨. Sin llegar a coincidir del todo con el señor RCL creo q a veces el tener demasiada ¨sapiencia¨ de un determinado tema no nos hace ver las cosas mas simples y sencillas (y quizas las mas dificiles de realizar) del arte .
Para terminar muy buena esa de decir q el perrito uggie ¨bien puede decir un efecto digital salido de Las aventuras de Tintin¨, saludos .

Washington Medina S. dijo...

Les dejo un interesante articulo de como la maquinaria Weinstein puede hacer que la piedra luzca como diamante. Lo acaba de hacer con El artista,una obra banal y clichada que ha sido empacada tramposamente como cine de vision obligatoria para los cinefilos. Sludos.
http://golpedegato.blogspot.com/2012/02/las-razones-detras-del-triunfo-de-el.html