The Host, Monstruo depredador, de Bong Joon-ho, gana con una segunda visión. Es, sin duda, una notable película.
En estos días adquiere, además, una resonancia particular: el monstruo del río Han, mutante por la negligencia de un científico norteamericano que disemina el peligro secundado por un obediente asistente coreano, no puede dejar de verse como la encarnación de uno de esos espantajos que aparecen en el inconsciente en tiempos de crisis. Crisis ecológica en los días en que se hizo la película (cambio climático; virus de cepas nuevas); crisis financiera mundial durante los días en que la vemos aquí.
Plagada de ironías y de ecos amenazantes desde el arranque (la imagen del empresario suicida que alerta del peligro que viene y que nadie, salvo él, es capaz de ver), Monstruo depredador habla de la presencia norteamericana fuera de las fronteras de los Estados Unidos, de su influencia y capacidad para alterar el orden en otros países, generando alarmas monstruosas que las entidades internacionales se encargarán de minimizar previa desinfección con gas amarillo.Pero esa alusión crítica a una situación muy actual y quemante no hace el valor de la película.
El filme es notable en el manejo de sus recursos, en su estrategia visual (con el monstruo entrando al encuadre desde los extremos o acortando distancias desde el fondo hasta el primer término del campo visual), en su uso maestro del espacio en off y en la combinación de géneros: es una cinta con monstruo devorador, pero también un melodrama familiar, un filme de "grupo en riesgo" y una comedia sobre el absurdo que trae consigo el peligro inesperado.
El monstruo es catalizador de la acción. Ante él se unen los miembros de una familia singular, que tratan de recuperar a la niña secuestrada por la bestia. Todos buscan la forma de purgar alguna "falta" o debilidad del pasado. El abuelo lamenta algún supuesto descuido en la crianza de su hijo, limitado intelectual. El "rubio" ha pasado su vida mínima soportando la burla de todos y en su infancia ha robado comida para mantenerse, al igual que el alcohólico que encuentra el monstruo en su camino. A la hermana se le reprocha su falta de velocidad en la final de una competencia de tiro con flecha. El hermano menor, profesional desocupado, lamenta no encontrar un lugar en la sociedad.
Los hombres de la familia, el mayor y el menor, están marcados por el pasado del país. El viejo vio la división de Corea y la intervención norteamericana, origen lejano del gesto que contamina el río Han y muta al monstruo. El joven reprocha el presente, que no reconoce su lucha estudiantil a favor de la democracia.
La niña Hyun-Seo, en cambio, no tiene pasado porque recién empieza. Su secuestro es el punto de inicio de su cambio y madurez.
La irrupción del monstruo focaliza el relato en la formación de un grupo formidable. Los miembros de la familia Park se convierten en prófugos de unas autoridades científicas y policiales que parecen sacadas de una película de los hermanos Marx. Frente a la locura de los poderosos, que dan vueltas en redondo sin saber qué hacer ante el peligro, el arrojo de los Park, su intención de desmentir la manipulación mediática y la decisión de rescatar a la niña, los convierte en una amenaza. Es entonces que la película adquiere la tensa fluidez de un filme de Howard Hawks: los prófugos se unen como un puño para poner sus destrezas al servicio de un fin común.
El tema de la "segunda oportunidad" se impone: cada uno de los personajes la busca. El padre mediante el sacrificio del fin de estirpe. El rubio con la terca disposición del que arriesga todo y se enfrenta cuerpo a cuerpo al peligro, más allá de cualquier torpeza. La tiradora apuntando al blanco para conquistar simbólicamente la medalla de oro que dejó pasar. El hermano desocupado recordando sus habilidades militantes y preparando las bombas molotov que se revitalizan y adquieren un nuevo sentido en sus trayectorias antiimperialistas. Entre los gases y los cócteles molotov, el monstruo encarna el objeto de todas las furias y protestas en décadas de revueltas estudiantiles y manifestaciones ciudadanas en Corea.
El segmento final de la película, con las secuencias de las alcantarillas y de la niña lidiando con el asco, el miedo, el conocimiento de la muerte, el afán de protección y un sentimiento de maternidad vicaria, es muy logrado, como lo es también el plano final: el "idiota" se dignifica haciendo de "abuelo" del niño que su hija adoptó, protegió y salvó de la bestia.
Ricardo Bedoya
En estos días adquiere, además, una resonancia particular: el monstruo del río Han, mutante por la negligencia de un científico norteamericano que disemina el peligro secundado por un obediente asistente coreano, no puede dejar de verse como la encarnación de uno de esos espantajos que aparecen en el inconsciente en tiempos de crisis. Crisis ecológica en los días en que se hizo la película (cambio climático; virus de cepas nuevas); crisis financiera mundial durante los días en que la vemos aquí.
Plagada de ironías y de ecos amenazantes desde el arranque (la imagen del empresario suicida que alerta del peligro que viene y que nadie, salvo él, es capaz de ver), Monstruo depredador habla de la presencia norteamericana fuera de las fronteras de los Estados Unidos, de su influencia y capacidad para alterar el orden en otros países, generando alarmas monstruosas que las entidades internacionales se encargarán de minimizar previa desinfección con gas amarillo.Pero esa alusión crítica a una situación muy actual y quemante no hace el valor de la película.
El filme es notable en el manejo de sus recursos, en su estrategia visual (con el monstruo entrando al encuadre desde los extremos o acortando distancias desde el fondo hasta el primer término del campo visual), en su uso maestro del espacio en off y en la combinación de géneros: es una cinta con monstruo devorador, pero también un melodrama familiar, un filme de "grupo en riesgo" y una comedia sobre el absurdo que trae consigo el peligro inesperado.
El monstruo es catalizador de la acción. Ante él se unen los miembros de una familia singular, que tratan de recuperar a la niña secuestrada por la bestia. Todos buscan la forma de purgar alguna "falta" o debilidad del pasado. El abuelo lamenta algún supuesto descuido en la crianza de su hijo, limitado intelectual. El "rubio" ha pasado su vida mínima soportando la burla de todos y en su infancia ha robado comida para mantenerse, al igual que el alcohólico que encuentra el monstruo en su camino. A la hermana se le reprocha su falta de velocidad en la final de una competencia de tiro con flecha. El hermano menor, profesional desocupado, lamenta no encontrar un lugar en la sociedad.
Los hombres de la familia, el mayor y el menor, están marcados por el pasado del país. El viejo vio la división de Corea y la intervención norteamericana, origen lejano del gesto que contamina el río Han y muta al monstruo. El joven reprocha el presente, que no reconoce su lucha estudiantil a favor de la democracia.
La niña Hyun-Seo, en cambio, no tiene pasado porque recién empieza. Su secuestro es el punto de inicio de su cambio y madurez.
La irrupción del monstruo focaliza el relato en la formación de un grupo formidable. Los miembros de la familia Park se convierten en prófugos de unas autoridades científicas y policiales que parecen sacadas de una película de los hermanos Marx. Frente a la locura de los poderosos, que dan vueltas en redondo sin saber qué hacer ante el peligro, el arrojo de los Park, su intención de desmentir la manipulación mediática y la decisión de rescatar a la niña, los convierte en una amenaza. Es entonces que la película adquiere la tensa fluidez de un filme de Howard Hawks: los prófugos se unen como un puño para poner sus destrezas al servicio de un fin común.
El tema de la "segunda oportunidad" se impone: cada uno de los personajes la busca. El padre mediante el sacrificio del fin de estirpe. El rubio con la terca disposición del que arriesga todo y se enfrenta cuerpo a cuerpo al peligro, más allá de cualquier torpeza. La tiradora apuntando al blanco para conquistar simbólicamente la medalla de oro que dejó pasar. El hermano desocupado recordando sus habilidades militantes y preparando las bombas molotov que se revitalizan y adquieren un nuevo sentido en sus trayectorias antiimperialistas. Entre los gases y los cócteles molotov, el monstruo encarna el objeto de todas las furias y protestas en décadas de revueltas estudiantiles y manifestaciones ciudadanas en Corea.
El segmento final de la película, con las secuencias de las alcantarillas y de la niña lidiando con el asco, el miedo, el conocimiento de la muerte, el afán de protección y un sentimiento de maternidad vicaria, es muy logrado, como lo es también el plano final: el "idiota" se dignifica haciendo de "abuelo" del niño que su hija adoptó, protegió y salvó de la bestia.
Ricardo Bedoya
5 comentarios:
Muy buen resumen Sr Bedoya. Debo admitir que la aparición del monstruo desde los primeros minutos me dejó perplejo y un poco de decepción, pero luego me hice (hicieron a)la idea de un personaje principal de la trama y posteriormente no sabía que clase de película estaba mirando. Mi enamorada, en la parte donde la familia comienza a llorar la foto de la niña, se le saleiron unas lágrimas y luego de unos segundos estallamos en risa ambos! Me dijo al oído: coreano hijo de puta...me cagó! Muy buena película.
El monstruo no es perfecto técnicamente pero logra impresionar.
Godzila tampoco fue perfecto,esa es la idea. No es Hollywood.
al aparecer desde un primer momento, el montruo rompe los esquemas del cine de terror y sci fi q nos tiene acostumbrados con un suspense y cierto misterio a ir desentrañando. Veámoslo así: este es el monstruo, desde aquí partimos y mira todo lo q podemos dar....
Si, ese es el punto clave de esta peli, es bastante osado el guión. ya la ví tres veces....
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