El piloto –o simulacro- de industria (cinematográfica), como denominé a la seguidilla de cinco títulos nacionales que se estrenaron entre el 25 de septiembre y el 27 de noviembre pasados, ya deja ver su saldo como conjunto.
Lo primero que se ha puesto sobre el tapete es la definición de “la fórmula del éxito”, deduciendo entre los caracteres de cada película qué fue lo que propició el fracaso de unas y la aceptación de otras. La guionización ‘de autor’ de las películas es señalado como factor principal de discordia con el público, en el que prepondera –dícese- la visión y misión del director al enganche con el auditorio, que quiere reflejos suyos en los personajes, representación de sus cotidianeidades y, también, de sus pesares. Esto aplica a cuatro de las cinco estrenadas, Pasajeros, Un cuerpo desnudo, El acuarelista y Dioses, la cual sí pudo “enganchar con el auditorio”, junto a Vidas paralelas, panfleto redentor de la imagen del ejército, embozado de texto de reflexión.
Mientras que la de Rocío Lladó retrató el sufrimiento cívico por motivos terroristas, la de Josué Méndez se encargó de representar las frivolidades de la clase alta limeña. El autor de esta última obtuvo elogios de la crítica por su obra anterior, Días de Santiago, lo que sin duda despertó el interés popular para su obra siguiente, haciéndola exitosa en boleterías. Por otro, el aceptable resultado en monedas de la película universitaria-castrense de Lladó vino por favores del público, que congració con sus estereotipos risibles del bien y el mal.
Pasajeros, El acuarelista, y Un cuerpo desnudo, registraron fracasos en taquilla, coincidentemente por no tratar temas cotidianos ni mostrar personajes de perfiles reconocibles para el público espectador. Se deja entrever entonces que la problemática del conflicto cineasta-público no se debe a la plasmación de elementos del cine ‘de autor’ en una película sino que el designio del realizador para el público le es de total desinterés. Se maneja entonces la alternativa de la mixtura del filme comercial con el de denuncia social, pero esa también es una fórmula falible, muy proclive a la petulancia.
El estreno de una cinta nacional es advertido por el público de a pie como el lanzamiento de una nueva mostración de sus entornos, de lo que les es identificable, por lo cual, los curiosos, asisten para ver en pantalla grande ‘la nueva historia de su barrio’, ‘lo que le pasó a fulano y a mengano’, un relato simple que les permita ser partícipes; de no ser así, resulta una decepción. Fórmula facilona que también esta viendo buenos resultados en televisión.
Como contador de historias de interés masivo, el cine está sufriendo de indiferencia, más aún con el arraigo del formato de miniseries que pululan en toda la señal abierta, cubriendo el espacio de divertimento popular en las noches. Además, la concepción del cine cada vez más se refiere al formato digital, de efectos especiales, que aleja a los interesados del drama de la pantalla grande, refugiándolos en la TV o el DVD. No obstante, una película hace cifras importantes en taquilla porque logra convocar gente no asidua a las salas, que se ve atraída por un material que en pantalla chica no es disfrutable, mayormente sci-fi y horror; gente que nada le importa las motivaciones de una historia o las razones existenciales de un autor, sea cual fuere su nacionalidad, por lo que el llamado al apoyo patriota por el cine peruano es siempre omitido.
Se concluye, finalizada esta seguidilla, que la aglomeración de estrenos no nos hace una cinematografía sostenible, lo que pasó este fin de año fue una coincidente confluencia de intereses individuales en busca de sus propios nortes, que, con tufillo patriotero, se le denominó “maratón de cine peruano”. Y es que más divorciadas que la crítica con el público, que los cineastas con la crítica y que el público con los cineastas, lo están las películas nacionales entre sí. De darse otra “maratón” en el verano de 2009, tendrá resultados irregulares como los de ahora.
El magro promedio de 20 000 espectadores irá decrescendo si es que no se plantea un concepto de cine peruano, de temática y condiciones de realización exclusivas, que, una vez sedimentado, evolucione a identidad e industria fílmica, una no precisamente homogénea. Ergo, de seguir la constante actual, la producción nacional, arriesga a verse postergada sólo a los sectores alternativos, cine foros y algunas salas independientes, cual arte marginal. Treinta años atrás, el Grupo Chaski retrató la marginalidad del cholo limeño en la década ochentera; actualmente, el emergente cine provinciano se maneja en los códigos del cine de monstruos y el horror; ambos, ejemplos de unidad temática que consiguieron un público que permitió sus continuidades.
Con este ciclo se demostró también el poco alcance de la crítica, su débil influencia, atendida más por círculos cinéfilos que son, curiosamente, los pocos contados que “apoyan” el cine nacional. Que Vidas paralelas, maltrecha por los entendidos, y Dioses, de dividida aceptación, fueran las de mayor acogida, confirma el panorama y exonera de culpa a la crítica sobre el fracaso de la mayoría de las últimamente estrenadas.
Empero desalentador es aseverar que el desapego de las mayorías al cine ha degenerado en un prejuicio culturoso que lleva como lema -dicho a pecho inflado, cual dogma- “El cine peruano es pésimo”, comentario suscrito por casi toda la juventud académica, que adjetiva como bodrio a los productos nacionales con tan sólo ver los trailers. La idea es soltar la lengua con asidero sobre la cinta que se juzga, y no sentenciar a la cinematografía peruana, de historia invisible, porque no gustan de ninguna de Lombardi ni de Josué Méndez.
Lo primero que se ha puesto sobre el tapete es la definición de “la fórmula del éxito”, deduciendo entre los caracteres de cada película qué fue lo que propició el fracaso de unas y la aceptación de otras. La guionización ‘de autor’ de las películas es señalado como factor principal de discordia con el público, en el que prepondera –dícese- la visión y misión del director al enganche con el auditorio, que quiere reflejos suyos en los personajes, representación de sus cotidianeidades y, también, de sus pesares. Esto aplica a cuatro de las cinco estrenadas, Pasajeros, Un cuerpo desnudo, El acuarelista y Dioses, la cual sí pudo “enganchar con el auditorio”, junto a Vidas paralelas, panfleto redentor de la imagen del ejército, embozado de texto de reflexión.
Mientras que la de Rocío Lladó retrató el sufrimiento cívico por motivos terroristas, la de Josué Méndez se encargó de representar las frivolidades de la clase alta limeña. El autor de esta última obtuvo elogios de la crítica por su obra anterior, Días de Santiago, lo que sin duda despertó el interés popular para su obra siguiente, haciéndola exitosa en boleterías. Por otro, el aceptable resultado en monedas de la película universitaria-castrense de Lladó vino por favores del público, que congració con sus estereotipos risibles del bien y el mal.
Pasajeros, El acuarelista, y Un cuerpo desnudo, registraron fracasos en taquilla, coincidentemente por no tratar temas cotidianos ni mostrar personajes de perfiles reconocibles para el público espectador. Se deja entrever entonces que la problemática del conflicto cineasta-público no se debe a la plasmación de elementos del cine ‘de autor’ en una película sino que el designio del realizador para el público le es de total desinterés. Se maneja entonces la alternativa de la mixtura del filme comercial con el de denuncia social, pero esa también es una fórmula falible, muy proclive a la petulancia.
El estreno de una cinta nacional es advertido por el público de a pie como el lanzamiento de una nueva mostración de sus entornos, de lo que les es identificable, por lo cual, los curiosos, asisten para ver en pantalla grande ‘la nueva historia de su barrio’, ‘lo que le pasó a fulano y a mengano’, un relato simple que les permita ser partícipes; de no ser así, resulta una decepción. Fórmula facilona que también esta viendo buenos resultados en televisión.
Como contador de historias de interés masivo, el cine está sufriendo de indiferencia, más aún con el arraigo del formato de miniseries que pululan en toda la señal abierta, cubriendo el espacio de divertimento popular en las noches. Además, la concepción del cine cada vez más se refiere al formato digital, de efectos especiales, que aleja a los interesados del drama de la pantalla grande, refugiándolos en la TV o el DVD. No obstante, una película hace cifras importantes en taquilla porque logra convocar gente no asidua a las salas, que se ve atraída por un material que en pantalla chica no es disfrutable, mayormente sci-fi y horror; gente que nada le importa las motivaciones de una historia o las razones existenciales de un autor, sea cual fuere su nacionalidad, por lo que el llamado al apoyo patriota por el cine peruano es siempre omitido.
Se concluye, finalizada esta seguidilla, que la aglomeración de estrenos no nos hace una cinematografía sostenible, lo que pasó este fin de año fue una coincidente confluencia de intereses individuales en busca de sus propios nortes, que, con tufillo patriotero, se le denominó “maratón de cine peruano”. Y es que más divorciadas que la crítica con el público, que los cineastas con la crítica y que el público con los cineastas, lo están las películas nacionales entre sí. De darse otra “maratón” en el verano de 2009, tendrá resultados irregulares como los de ahora.
El magro promedio de 20 000 espectadores irá decrescendo si es que no se plantea un concepto de cine peruano, de temática y condiciones de realización exclusivas, que, una vez sedimentado, evolucione a identidad e industria fílmica, una no precisamente homogénea. Ergo, de seguir la constante actual, la producción nacional, arriesga a verse postergada sólo a los sectores alternativos, cine foros y algunas salas independientes, cual arte marginal. Treinta años atrás, el Grupo Chaski retrató la marginalidad del cholo limeño en la década ochentera; actualmente, el emergente cine provinciano se maneja en los códigos del cine de monstruos y el horror; ambos, ejemplos de unidad temática que consiguieron un público que permitió sus continuidades.
Con este ciclo se demostró también el poco alcance de la crítica, su débil influencia, atendida más por círculos cinéfilos que son, curiosamente, los pocos contados que “apoyan” el cine nacional. Que Vidas paralelas, maltrecha por los entendidos, y Dioses, de dividida aceptación, fueran las de mayor acogida, confirma el panorama y exonera de culpa a la crítica sobre el fracaso de la mayoría de las últimamente estrenadas.
Empero desalentador es aseverar que el desapego de las mayorías al cine ha degenerado en un prejuicio culturoso que lleva como lema -dicho a pecho inflado, cual dogma- “El cine peruano es pésimo”, comentario suscrito por casi toda la juventud académica, que adjetiva como bodrio a los productos nacionales con tan sólo ver los trailers. La idea es soltar la lengua con asidero sobre la cinta que se juzga, y no sentenciar a la cinematografía peruana, de historia invisible, porque no gustan de ninguna de Lombardi ni de Josué Méndez.
John Campos Gómez
4 comentarios:
Este aporte de Campos Gómez a este debate es más lúcido que los de Mejía, Wiener y León Frías. Es una pena que este blog sea más leido y comentado por anónimos que por Bloggers.
No me considero un experto, en lo absoluto. Y recuerdo La ciudad de los perros de Franciso Lombardi como un aceptable resultado, Gregorio me pareció sincera, aunque la vi muy joven y me costó asimilarla, pero creo que nos falta mucho, con el respeto que me merecen quienes luchan en el difícil mundo del cine nacional. El tema me parece no es de estilos, ni de recursos. Me parece cuestión no sé si de talento o de formación. "Nos habíamos amado tanto", las naif "Juno" o "Little miss sunshine", la absurda "Napoleón Dinamita", "Fresa y chocolate","Estación Central", por mencionar algunas, todas son películas disímiles en propuesta, valor, trascendencia, estilos y géneros, pero siempre me dejan preguntándome ¿por qué no pudimos hacer algo así? ¿Por qué no un "Laberinto del Fauno" -me refiero a la historia al menos-? Bueno, un "El mariachi", un “El hijo de la novia” aunque sea. Salvo la primera película (de Ettore Scola), no estoy haciendo mención a clásicos. Tantas películas europeas sencillas, humildes en propuesta, sin falsas pretensiones que hablan de la vida, del entorno, intimistas. Y eso que no menciono el cine de Asia. Pero todas con cierta calidad, cierto arte, cierto oficio que terminan convenciendo. ¿El cine local se alimenta de su entorno? Pues veo un cine atrapado, constreñido, sin vuelo ni creatividad. Lo vuelvo a repetir, mis respetos a quienes bregan en tan difícil entorno, y sé que es fácil criticar, pero es lo que he sentido siempre. No tenemos dinero, no tenemos infraestructura, no tenemos muchas cosas. Pero para una buena historia, un buen diálogo, una buena escena se necesita solo lápiz y papel, o una pantalla de PC si se quiere. Historias, buenas historias, solo eso: un simple y buen guión. Empecemos por ahí. ¿cuántas películas de pobre presupuesto se han convertido en exitosas, a veces para la crítica, a veces para el público, a veces para ambos. Y me refiero a películas que han trascendido su ámbito local.
León Frías comenta las películas,
los otros se refieren a la relación
con el público. Son enfoques distintos.
Una cosa fueron los ochenta, con ley de cine de exhibición obligatoria, cines de barrio y una población menos que la actual, y los tiempos de hoy, con multisalas y el monopolio de Hollywood. En este contexto, ni La ciudad y los perros ni Gregorio llevarían la cantidad de espectadores que llevaron en la década ochentera.
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