Ha muerto Robert Mulligan (1925-2008), director de la célebre Matar un ruiseñor, clásico del cine liberal, antiracista, kennediano, de ideas generosas y buena conciencia. Es la película que se cita en todos los obituarios.
Pero es preferible recordar al Mulligan menos conocido, director de tres cintas admirables e insólitas en el cine norteamericano de fines de los sesenta y comienzos de los setenta: La noche de la emboscada (The Stalking Moon, 1968), western nocturno, espectral, paranoico, casi fantástico, con un Gregory Peck formidable; The Other (1972), filme de horror intimista, mental, susurrado, otoñal, de claroscuros permanentes, escalofriante de verdad, y The Nickel Ride (1974), policial terminal, de acciones mínimas y actos maquinales, con un Jason Miller que espera y espera redimirse en un acto final.
The Nickel Ride es una de las grandes películas de inicios de los setenta; tan dura, amarga, desengañada y triste como Fat City, de John Huston (1972), y Los nuevos centuriones, de Richard Fleischer (1972), obras maestras de aquellos años.
Dirigió por última vez en 1991. Hizo una notable película, The Man in the Moon.
Ricardo Bedoya
3 comentarios:
Estoy de acuerdo con el comentario. Yo particularmente, recuerdo con asombro "La noche de la emboscada", especialmente la incansable persecución del casi fantasmal indio a Gregory Peck. También me acuerdo gratamente de una divertida comedia que hizo Mulligan con Tony Curtis, titluada "The great impostor" (1961), en la que el actor terminaba persiguiéndose a sí mismo.
A ese período de fines de los sesenta y comienzos de los setenta pertenece otra cinta notable que descubrí hace unos años en DVD: Summer of '42 (1971), sobre la experiencia inolvidable de ser adolescente, el primer amor y el verano junto al mar.
Mulligan capturó la pérdida de la inocencia, el dolor y la alegría del primer amor con una estética visual que a veces recuerda a Bogdanovich.
Mientras que en la actualidad el tema del descubrimiento del sexo y el amor en el grupo de amigos da como resultado American Pie y similares, aquí destaca la curiosa combinación de la ingenuidad con el sentido común de los jóvenes protagonistas.
La música mágica de Michel Legrand se graba de imediato en la mente, estruja el corazón y nos transporta con profunda añoranza, a un tiempo sensacional, a unos años maravillosos que no volverán.
Todos los cicuentones lloraron con Hubo una vez un verano, Summer of 42, en la platea del cine Central. No es la mejor de Mulligan pero es la que más se quiere
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