Isaac León Frías envía al blog su prometido balance de los estrenos recientes del cine peruano. Aquí va:
No quiero abonar en las posibles razones del fracaso comercial de tres de las películas peruanas recientemente estrenadas. Las otras dos tampoco es que hayan sido éxitos ni mucho menos, pero los topes con que se mide el volumen de asistencia para calificar de positivo un estreno de producción nacional se van reduciendo. Las cifras obtenidas por Vidas paralelas y Dioses se hubieran considerado muy bajas hace algunos años. De cualquier modo, es saludable continuar con el debate en este blog, dejando de lado las diatribas proferidas en varios de los comentarios enviados luego del listado de “razones” recogido por Bedoya y que han sido tomados al pie de la letra por un intonso que le atribuye la autoría a quien está registrando las “razones” proferidas por otros.
Me limito, por tanto, a los términos en que como crítico me (nos) corresponde juzgar lo que las películas nos ofrecen. Cierto, como periodistas, cinéfilos o ciudadanos (o las tres cosas a la vez) es legítimo opinar sobre esos factores que tienen que ver con la vida de una película, pero eso no se debe confundir con el análisis o el comentario crítico y, por tanto, pedirle al crítico que señale derroteros para la producción local o que se comprometa activamente (¡qué mayor compromiso que el juicio público permanente!) con la construcción de una cinematografía, es improcedente y desatinado. La crítica tiene su propio espacio y no es el de la guiar a los realizadores como tampoco lo es la publicidad, la promoción o la franela.
Aquí va, entonces, mi comentario crítico. Señalo de entrada que el balance me parece insatisfactorio. Cuatro de las películas tienen propuestas estéticas a priori atendibles y entre ellas la menos deficitaria en términos expresivos es Dioses, de Josué Méndez (en la foto). Las otras tres son Pasajeros, opera prima de Andrés Cotler, Un cuerpo desnudo, de Francisco Lombardi y El Acuarelista, primer largo de Daniel Rodríguez que firma como Daniel Ró. Son propuestas personales, lo que ya merece un reconocimiento en tiempos de indiferenciación creciente de los productos audiovisuales, más aún ante los riesgos del “fracaso” comercial en una cinematografía tan precaria como la nuestra. Pero, claro, el que sean personales y, por ello, distinguibles, no las hace artísticamente valiosas porque, por diversas razones, los tratamientos o no funcionan del todo o tienen serias falencias.
Dioses, como ya se ha advertido, se plantea de un modo casi opuesto a Días de Santiago. Frente al carácter nervioso, sobresaltado del primer largo de Méndez, el tono aquí es distendido, casi abúlico. Días de Santiago apunta a la esquizofrenia, a la disgregación, mientras que Dioses opta por la molicie. Días de Santiago trasmite un sentimiento de angustia, Dioses se aboca a una suerte de resignada impotencia. En Días de Santiago la cámara parece confundirse con el personaje central, en Dioses, en cambio, la cámara observa, aunque los planos sean próximos. El punto de vista del segundo largo de Méndez es escrutador, casi fríamente inquisitivo.
No obstante, la construcción de algunos personajes (el “coro” femenino, un tanto caricaturizado) y el desempeño de otros (los personajes masculinos) producen una sensación de inadecuación, casi de lasitud un tanto forzada. Aún así, vale la mirada sobre un estrato social poco expuesto en el cine peruano y la apuesta por un estilo que logra escenas logradas como la inicial o la de Maricielo Effio (por cierto, el personaje de mayor interés) frente al espejo, además de una tónica narrativa que apunta a la irresolución, al efecto de suspensión, a la acción diferida o camuflada, a modo de retrato crítico de una clase social.
Pasajeros se mueve dentro de los márgenes de ese realismo social violento y “sucio” que ya se ha explorado aquí (y es uno de los cuestionamientos que hace un sector del público) para relatar la aventura frustrada de un par de amigos-cómplices, comprometidos con actividades delictivas, en pos de viajar a los Estados Unidos.
Aún cuando la historia que articula Pasajeros ofrece el interés potencial de un drama de sobrevivencia, a la puesta en escena le falta la energía necesaria para mantener a flote una narración desigual. Por momentos, la dirección de Cotler le impone nervio al relato, pero en otros se percibe un claro decaimiento. La actuación de Pietro Sibile es muy correcta, pero se aproxima por ratos a los gestos y a la exaltación del Santiago que encarnó en el film de Josué Méndez y los personajes del pintor y su mujer, que en el papel constituyen un contrapeso al lado exasperado del film, fallan notoriamente.
El menos convincente es el personaje que interpreta Mónica Sánchez, pero tampoco se salva el pintor que tiene a su cargo Eduardo Cesti. El problema está en la construcción de los personajes más que en la actuación de Sánchez y Cesti, aunque en el caso de ella se percibe un error de casting: no parece la actriz indicada para el rol que se le asigna.
Un cuerpo desnudo es un paso en falso en la obra de Lombardi. Aunque están varios de los motivos que se han repetido a lo largo de su filmografía (el espacio enclaustrado, la vulnerabilidad de unos seres desencontrados, la ritualidad de las conductas banales o programadas, las situaciones-límite, etc.), aquí incluso tamizadas por una cuota muy notoria de teatralidad (que no es de por sí un defecto ni mucho menos; hay grandes películas armadas sobre los juegos de la representación), el balance deja mucho que desear por problemas de guión, de selección y de dirección de actores, de debilidad en el tratamiento expresivo…
Es cierto que Un cuerpo desnudo se ofrece como un ensayo, un film de cámara reducido a los componentes humanos y escenográficos mínimos, con un propósito exploratorio, casi de laboratorio, pero no se llega a establecer la dialéctica entre el cuerpo desnudo y los cuatro amigos ni se crea la atmósfera de descomposición que en otras ocasiones ha funcionado bien en los films de Lombardi. Precisamente, a la vista de sus mejores películas, parece convenirle un registro narrativo con personajes de mayor espesor dramático, tensiones más acusadas y una progresión ascendente, aún cuando no se trate de una estructura en continuidad temporal.
El acuarelista es una cinta laboriosamente realizada y con un extremo cuidado en todos los detalles. Si no impecable, al menos la producción tiene un estándar muy alto de prolijidad, lo que entre nosotros no es poco decir.
A eso se suma un pequeño universo que puede ya rastrearse en algunos de los cortos de Rodríguez, especialmente El colchón, Triunfador y El diente de oro. Seres excéntricos que tienen algo de etéreo y lunar, escenarios que rozan o se allanan por completo a la fantasía, fábulas adultas que trasuntan resonancias del teatro de Beckett y de Ionesco. La creación plástica está también en ciernes en esos primeros trabajos.
En El acuarelista el solitario señor T no pretende otra cosa que pintar su acuarela en el departamento del edificio en que se instala. La horda de vecinos impertinentes se lo impide. La situación, con notorias reminiscencias de El inquilino, de Polanski, aunque crea un clima de progresiva irrealidad, se ve afectada por una construcción episódica que se va haciendo muy reiterativa, con personajes apenas silueteados u otros de trazos muy gruesos (los que interpretan Cecilia Natteri y Enrique Victoria, por ejemplo) y con un aire de anacronismo que pudo ser un dato sugestivo, pero que aquí abona finalmente a la impresión de un estilo envejecido.
Queda, por último, el único de los cinco títulos al que no se le puede atribuir un carácter personal, lo que no es un demérito. Ni Lo que el viento se llevó ni Casablanca, por mencionar dos cintas clásicas (y míticas), son obra de “autor” y eso no disminuye el alto nivel creativo que tienen. Una película de género sin pretensiones puede ser muy superior a otra u otras que trasmitan una visión muy elaborada del mundo o de la realidad cercana.
No es el caso, claro, de Vidas paralelas, dirigida por la debutante Rocío Lladó, un relato que activa mecanismos del thriller político, en este caso aplicados a la guerra antisubversiva en tiempos de Sendero Luminoso, de manera en extremo maniquea y reduccionista. Es verdad que la posición pro-militarista y el cuestionamiento implícito que se hace del informe de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación Nacional, en la forma casi cándida en que lo hace la película, resultan insostenibles. Pero igual hubiese sido si el film, en vez del punto de vista militar, asumiese el de Sendero Luminoso o el de la misma CVRN. Es decir, son los procedimientos fílmicos los que potencian o empobrecen una manera de dar cuenta de asuntos polémicos y controversiales y lo que hace Vidas paralelas es tan grueso y burdo que empobrece el sentido. Al lado de esta película, la muy discutible y vapuleada Tropa de Elite, del brasileño José Padilla, parece una obra mayor, y la menciono porque trata un asunto parecido: la lucha de la policía contra la delincuencia en las favelas cariocas. Hay que reconocerle al film de Padilla al menos un hábil manejo narrativo y un ritmo entrecortado del que carece Vidas paralelas.
El balance, por cierto discutible, que he pergeñado no tiene por qué llamar al desaliento. Que el nivel actual del cine peruano no sea satisfactorio, no significa que no se hayan hecho películas mejores en años anteriores o que no se puedan hacer más adelante. Y esa es en todo caso la expectativa del crítico: toparse con buenas películas, que no tienen que serlo todas las que se realicen en nuestra tierra. Pero esa es nuestra labor: decir y explicar cuáles y por qué nos parecen buenas, malas o peores.
Isaac León Frías
Me limito, por tanto, a los términos en que como crítico me (nos) corresponde juzgar lo que las películas nos ofrecen. Cierto, como periodistas, cinéfilos o ciudadanos (o las tres cosas a la vez) es legítimo opinar sobre esos factores que tienen que ver con la vida de una película, pero eso no se debe confundir con el análisis o el comentario crítico y, por tanto, pedirle al crítico que señale derroteros para la producción local o que se comprometa activamente (¡qué mayor compromiso que el juicio público permanente!) con la construcción de una cinematografía, es improcedente y desatinado. La crítica tiene su propio espacio y no es el de la guiar a los realizadores como tampoco lo es la publicidad, la promoción o la franela.
Aquí va, entonces, mi comentario crítico. Señalo de entrada que el balance me parece insatisfactorio. Cuatro de las películas tienen propuestas estéticas a priori atendibles y entre ellas la menos deficitaria en términos expresivos es Dioses, de Josué Méndez (en la foto). Las otras tres son Pasajeros, opera prima de Andrés Cotler, Un cuerpo desnudo, de Francisco Lombardi y El Acuarelista, primer largo de Daniel Rodríguez que firma como Daniel Ró. Son propuestas personales, lo que ya merece un reconocimiento en tiempos de indiferenciación creciente de los productos audiovisuales, más aún ante los riesgos del “fracaso” comercial en una cinematografía tan precaria como la nuestra. Pero, claro, el que sean personales y, por ello, distinguibles, no las hace artísticamente valiosas porque, por diversas razones, los tratamientos o no funcionan del todo o tienen serias falencias.
Dioses, como ya se ha advertido, se plantea de un modo casi opuesto a Días de Santiago. Frente al carácter nervioso, sobresaltado del primer largo de Méndez, el tono aquí es distendido, casi abúlico. Días de Santiago apunta a la esquizofrenia, a la disgregación, mientras que Dioses opta por la molicie. Días de Santiago trasmite un sentimiento de angustia, Dioses se aboca a una suerte de resignada impotencia. En Días de Santiago la cámara parece confundirse con el personaje central, en Dioses, en cambio, la cámara observa, aunque los planos sean próximos. El punto de vista del segundo largo de Méndez es escrutador, casi fríamente inquisitivo.
No obstante, la construcción de algunos personajes (el “coro” femenino, un tanto caricaturizado) y el desempeño de otros (los personajes masculinos) producen una sensación de inadecuación, casi de lasitud un tanto forzada. Aún así, vale la mirada sobre un estrato social poco expuesto en el cine peruano y la apuesta por un estilo que logra escenas logradas como la inicial o la de Maricielo Effio (por cierto, el personaje de mayor interés) frente al espejo, además de una tónica narrativa que apunta a la irresolución, al efecto de suspensión, a la acción diferida o camuflada, a modo de retrato crítico de una clase social.
Pasajeros se mueve dentro de los márgenes de ese realismo social violento y “sucio” que ya se ha explorado aquí (y es uno de los cuestionamientos que hace un sector del público) para relatar la aventura frustrada de un par de amigos-cómplices, comprometidos con actividades delictivas, en pos de viajar a los Estados Unidos.
Aún cuando la historia que articula Pasajeros ofrece el interés potencial de un drama de sobrevivencia, a la puesta en escena le falta la energía necesaria para mantener a flote una narración desigual. Por momentos, la dirección de Cotler le impone nervio al relato, pero en otros se percibe un claro decaimiento. La actuación de Pietro Sibile es muy correcta, pero se aproxima por ratos a los gestos y a la exaltación del Santiago que encarnó en el film de Josué Méndez y los personajes del pintor y su mujer, que en el papel constituyen un contrapeso al lado exasperado del film, fallan notoriamente.
El menos convincente es el personaje que interpreta Mónica Sánchez, pero tampoco se salva el pintor que tiene a su cargo Eduardo Cesti. El problema está en la construcción de los personajes más que en la actuación de Sánchez y Cesti, aunque en el caso de ella se percibe un error de casting: no parece la actriz indicada para el rol que se le asigna.
Un cuerpo desnudo es un paso en falso en la obra de Lombardi. Aunque están varios de los motivos que se han repetido a lo largo de su filmografía (el espacio enclaustrado, la vulnerabilidad de unos seres desencontrados, la ritualidad de las conductas banales o programadas, las situaciones-límite, etc.), aquí incluso tamizadas por una cuota muy notoria de teatralidad (que no es de por sí un defecto ni mucho menos; hay grandes películas armadas sobre los juegos de la representación), el balance deja mucho que desear por problemas de guión, de selección y de dirección de actores, de debilidad en el tratamiento expresivo…
Es cierto que Un cuerpo desnudo se ofrece como un ensayo, un film de cámara reducido a los componentes humanos y escenográficos mínimos, con un propósito exploratorio, casi de laboratorio, pero no se llega a establecer la dialéctica entre el cuerpo desnudo y los cuatro amigos ni se crea la atmósfera de descomposición que en otras ocasiones ha funcionado bien en los films de Lombardi. Precisamente, a la vista de sus mejores películas, parece convenirle un registro narrativo con personajes de mayor espesor dramático, tensiones más acusadas y una progresión ascendente, aún cuando no se trate de una estructura en continuidad temporal.
El acuarelista es una cinta laboriosamente realizada y con un extremo cuidado en todos los detalles. Si no impecable, al menos la producción tiene un estándar muy alto de prolijidad, lo que entre nosotros no es poco decir.
A eso se suma un pequeño universo que puede ya rastrearse en algunos de los cortos de Rodríguez, especialmente El colchón, Triunfador y El diente de oro. Seres excéntricos que tienen algo de etéreo y lunar, escenarios que rozan o se allanan por completo a la fantasía, fábulas adultas que trasuntan resonancias del teatro de Beckett y de Ionesco. La creación plástica está también en ciernes en esos primeros trabajos.
En El acuarelista el solitario señor T no pretende otra cosa que pintar su acuarela en el departamento del edificio en que se instala. La horda de vecinos impertinentes se lo impide. La situación, con notorias reminiscencias de El inquilino, de Polanski, aunque crea un clima de progresiva irrealidad, se ve afectada por una construcción episódica que se va haciendo muy reiterativa, con personajes apenas silueteados u otros de trazos muy gruesos (los que interpretan Cecilia Natteri y Enrique Victoria, por ejemplo) y con un aire de anacronismo que pudo ser un dato sugestivo, pero que aquí abona finalmente a la impresión de un estilo envejecido.
Queda, por último, el único de los cinco títulos al que no se le puede atribuir un carácter personal, lo que no es un demérito. Ni Lo que el viento se llevó ni Casablanca, por mencionar dos cintas clásicas (y míticas), son obra de “autor” y eso no disminuye el alto nivel creativo que tienen. Una película de género sin pretensiones puede ser muy superior a otra u otras que trasmitan una visión muy elaborada del mundo o de la realidad cercana.
No es el caso, claro, de Vidas paralelas, dirigida por la debutante Rocío Lladó, un relato que activa mecanismos del thriller político, en este caso aplicados a la guerra antisubversiva en tiempos de Sendero Luminoso, de manera en extremo maniquea y reduccionista. Es verdad que la posición pro-militarista y el cuestionamiento implícito que se hace del informe de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación Nacional, en la forma casi cándida en que lo hace la película, resultan insostenibles. Pero igual hubiese sido si el film, en vez del punto de vista militar, asumiese el de Sendero Luminoso o el de la misma CVRN. Es decir, son los procedimientos fílmicos los que potencian o empobrecen una manera de dar cuenta de asuntos polémicos y controversiales y lo que hace Vidas paralelas es tan grueso y burdo que empobrece el sentido. Al lado de esta película, la muy discutible y vapuleada Tropa de Elite, del brasileño José Padilla, parece una obra mayor, y la menciono porque trata un asunto parecido: la lucha de la policía contra la delincuencia en las favelas cariocas. Hay que reconocerle al film de Padilla al menos un hábil manejo narrativo y un ritmo entrecortado del que carece Vidas paralelas.
El balance, por cierto discutible, que he pergeñado no tiene por qué llamar al desaliento. Que el nivel actual del cine peruano no sea satisfactorio, no significa que no se hayan hecho películas mejores en años anteriores o que no se puedan hacer más adelante. Y esa es en todo caso la expectativa del crítico: toparse con buenas películas, que no tienen que serlo todas las que se realicen en nuestra tierra. Pero esa es nuestra labor: decir y explicar cuáles y por qué nos parecen buenas, malas o peores.
Isaac León Frías
12 comentarios:
Refrescante aporte de CH.L.
Si lo gramos observar un poco más allá de la baja asistencia (problema que merece una análisis serio) podremos valorar lo que esta secuela nos deja.
Parece ser que Dioses se lleva el premio al mejor estreno. Pero qué decir de los premios por categorias.
¿Será Bassino el que hizo la mejor foto o será Tanón Satarujawong? ¿y por qué?.
Cual se puede considerr la mejor edición, la mejor dirección de arte? ¿Y por qué?
¿El mejor guión?
Alguién tiene que darle un premio a Camino por la dirección de arte de El Acuarelista! A mi me parece estupenda, pero sería interesante debatirlo.
¿Cuál película fue mejor lanzada? ¿Cuál fue la estrategia?
Hay tanto que aprender de las experiencias de los otros.
Hubiése sido interesante saber cuántos de los que fueron a ver Vidas paralelas fueron a ver DIoses o Pasajeros o cualquier otra.
¿Cuáles fueron sus motivaciones?
Hay un nicho cautivo? o es la temática la que concita el interés?
Como verán hay mucho por desmenuzar.
Hagamos que esta seguidilla de estrenos sea valiosa para la comunidad cinematográfica.
abrazo
Eso se llama alto nivel crítico.
Me parece muy benévolo el comentario de Chacho sobre "El acuarelista", una de las peores películas vistas este año. Está tan mal narrada que poco importa que sea una cinta visualmente correcta o se hayan cuidado sus detalles de producción. Pocas veces he visto en el cine un personaje tan estúpido y sin gracia como el señor T, protagonista de una historia cuyo conflicto se adivina a los diez minutos, por lo que pudo funcionar mejor como un corto. Daniel Rodríguez, con toda la plata que tiene, debería dedicarse a producir películas a realizadores con talento, algo que a él le escasea.
¿PORQUE SE INSISTE EN LOS ASPECTOS
NEGATIVOS Y NO EN LOS POSITIVOS?
Vidas paralelas es la peor.
Concuerdo con choby Silva. Al parecer, Chacho se puso demasiado "regalón" con el comentario porque se avecina la navidad. Un poco más y de difraza de Papa Noel (tiene la pinta). Fuera de bromas, la evaluación de los 5 estrenos al hilo es buena, pero se siente la falta de un mayor rigor crítico en los párrafos dedicados a El acuarelista. Sin embargo, culmina bien con el análisis de Vidas paralelas. Este año, sólo dos películas superan el nivel de mediocre o fallida: Pasajeros y Dioses. Pero ninguna de las dos se acerca al mejor estreno peruano del año pasado: Muero por Muriel.
El señor Kiko SIlva incurré en un prejuicio absurdo hacia las personas que, por motivos diversos, cuentan con recursos financieros. Su intervención parece estar impregnada de resentimiento. Esto no sería nada a tomar en cuenta sino fuera que bajo los mismos rencores se decantan a veces los premios del CONACINE.
Se comenta que a ciertas personas con recursos o con vinculaciones a instituciones financieras las discriminan sobre la mesa. ¿Parece una broma?
Claro que esto depende de la conformación del jurado: El Acuarelista podrìa ser la excepciòn.
Pero si esto fuera realmente así... ¿acaso no sería más pulcro para todos dejar establecido en las bases de los concursos las variables que realmente entrán en juego?
¿qué otras variables tácitas podriamos encontrar?
Muero por Muriel no es una buena
película.No es mejor que Dioses.
(el mismo de las 5:59)
... Y además señor Silva la película no está mal narrada, al contrario las escenas están muy bien construidas, y el desarrollo de la historia va progesando hasta su final.
El problema, como usted bien lo dice, recaé en el personaje principal, tanto en su concepción (problema del guionista; como en su plasmación, problema del director y del actor)
Sin dramatización los personajes se vuelven monolitos y la posibilidad de establecer contacto con los espectadores se esfuma.
La narración está muy relacionada con la dramatización, pero no es lo mismo.
¿Cuál es el drama de T? ¿Querer pintar su acuarela?
Si esto es así el director carece (aún) de mayores atributos para el cine, y la película no es más que el producto de una lectura desafortunada del Teatro del Absurdo (que incluso en su hermetismo es capaz de conmovernos).
SI la fábula absurda de T nos habría dado la posibilidad de encontrar textos más profundos, la historia hubiera sido diferente.
La dramatización no sólo tiene que ver con la construccion de los conflictos en los personajes sino además con su estrecha vinculación con esa idea profunda que El Acuarelista no luce.
RBC
Respondo al anónimo de las 5:59:
No me ha movido ninguna clase de prejuicio el hacer el comentario sobre "El acuarelista", ni mucho menos resentimiento. Lo que me molesta son las malas películas. Y estoy plenamente convencido de que "El acuarelista" lo es. No conozco al señor Daniel Rodriguez, pero he visto también sus cortos, que me parecen mejores que su largometraje. Si su película ha fracasado a nivel de crítica y público, por más prolija que pueda parecer en sus aspectos técnicos, ¿no sería más apropiado dar un paso adelante la próxima vez y que Rodríguez produzca a gente con mejores ideas en vez de dirigir? Claro que si el cineasta prefiere seguir dirigiendo y nos va a endilgar historias tan tontas y banales como la de "El acuarelista", entonces continuará fracasando. Allá él.
totalmente de acuerdo con Enrique Silva. Una fábula también requiere un desarrollo interno de narración. El acuarelista simplmente carece de tal, y para remate el protagonista es un completo tonto. Ese guión no estaba para ser filmado.
El problema de los fracasos en taquillas de las peliculas peruanas tiene varias aristas:en primer lugar se deba a los prejuicios que siempre se dan en torno a las peliculas peruanas, ya que siempre se le endilgan de ser malas , antes de ser vistas, en segundo termino se deba a la falta de prolijidad de muchas de nuestras peliculas(mala fotografia, planos recurrentes, mal sonido), y quizas en lo que mas yerran nuestras peliculas es en el contenido,algunos directores juegan a ser creadores de blockbusters cholos,otros a ser manieristas hasta el extremo que llegan a aburrir al espectador,y quizas es la carencia de guionistas que contribuyan a renovar nuestro cine; ya que los tiempos cada vez son mas oscuros para nuestro cine, ya que la gente va al cine en gran mayoria para ver peliculas que cumplen la regla del minimo esfuerzo¨: divertirse mucho y pensar poco o casi nada, y de ahi el gran dilema de nuestros cines hacewr cine para tener buen redito comercial o hacer un cine renovado y mas exigente que le de una identidad a nuestro cin, y no ser lo que es ahora:ser un ¨hibrido¨, es decir ser un cine impersonal.
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