Isaac León Frías cierra sus colaboraciones sobre el FICCO con esta mirada de conjunto. La lista de premios del Festival se puede encontrar aquí: http://www.rodandocine.com/tag/ganadores-ficco-2008/
Se acabo la fiesta. La película chilena El cielo, la tierra, la lluvia ganó el premio del jurado a la mejor película de ficción. De su director, que se perfila como uno de los más valiosos de su país, vimos en el Festival de Cine de Lima del año pasado un estimable documental sobre un hospital psiquiátrico, El tiempo que se queda. En realidad, han sido varias las películas latinoamericanas vistas en esta última edición del Festival de Cine Contemporáneo de México que merecen resaltarse y más entre los documentales que en el rubro de la ficción. En esta última hay que mencionar también la mexicana La zona, de Rodrigo Plá y la brasileña El pantano de las bestias, de Claudio Assis.
La no ficción tuvo varios títulos destacables: la mexicana Intimidades de Shakespeare y Victor Hugo, de Yulene Olaizola (ganadora del premio de su categoría), la argentina M, de Nicolás Prividera, la chilena Calle Santa Fe, de Carmen Castillo, la paraguaya Tierra roja, de Ramiro Gómez y la brasileña Andarilho, de Cao Guimaraes. Es de esperar que el mayor número posible (ojalá fueran todas) de estas películas puedan verse en la undécima edición del Festival de Lima que este año va del 7 al 15 de agosto.
Pero el FICCO exhibió alrededor de 250 películas entre la selección oficial de ficción y documental, la muestra de Galas, de Tendencias, México Digital, una importante selección de cine filipino, las retrospectivas dedicadas a Carl T. Dreyer, Aki Kaurismaki, Maurice Pialat, Frederick Wiseman, la pareja Yervant Gianikian- Angela Ricci Lucchi, entre otras muestras. Es cierto que el material ofrecido es enorme y que los doce días resultan cortos para tal cantidad de películas. Un espectador voraz como Federico de Cárdenas, que me gana en capacidad de ver películas, podría llegar a las 60, pero no más. Sin embargo, y aún cuando algunos entramos en el remolino de las proyecciones, eso no es lo más importante en un festival. Puede ser estimulante la gimnasia fílmica, pero no estamos ante una competencia para saber quién es el que más películas ha visto como no es factible, mientras no haya una manera de registrar cada película vista, que se establezca un record Guiness para quien haya visto el mayor número de largometrajes en su vida.
Lo que cuenta en los festivales que importan, y es el caso del FICCO, es el carácter de una propuesta que atiende a la novedad, especialmente aquella que excluyen las cadenas de distribución, pero también a las fuentes de esas novedades, como han sido en esta edición la obra de un autor clásico como el danés Dreyer, de un autor contemporáneo ya fallecido como el francés Pialat y de otros en actividad como el finlandés Kaurismaki, el norteamericano Wiseman o los italianos Gianikian y Ricci Lucchi. Esas novedades no son las únicas que hacen avanzar al cine, pero sí son con frecuencia las que apuntan en dirección de esos nuevos territorios o espacios de representación. Es esa confrontación la que nos permiten los festivales más lúcidos, aquellos que apuestan por lo nuevo sin desdeñar lo anterior que, naturalmente, como ocurre con el cine de Dreyer cuando uno lo vuelve a ver, tampoco deja de sentirse como "nuevo".
Pero el FICCO exhibió alrededor de 250 películas entre la selección oficial de ficción y documental, la muestra de Galas, de Tendencias, México Digital, una importante selección de cine filipino, las retrospectivas dedicadas a Carl T. Dreyer, Aki Kaurismaki, Maurice Pialat, Frederick Wiseman, la pareja Yervant Gianikian- Angela Ricci Lucchi, entre otras muestras. Es cierto que el material ofrecido es enorme y que los doce días resultan cortos para tal cantidad de películas. Un espectador voraz como Federico de Cárdenas, que me gana en capacidad de ver películas, podría llegar a las 60, pero no más. Sin embargo, y aún cuando algunos entramos en el remolino de las proyecciones, eso no es lo más importante en un festival. Puede ser estimulante la gimnasia fílmica, pero no estamos ante una competencia para saber quién es el que más películas ha visto como no es factible, mientras no haya una manera de registrar cada película vista, que se establezca un record Guiness para quien haya visto el mayor número de largometrajes en su vida.
Lo que cuenta en los festivales que importan, y es el caso del FICCO, es el carácter de una propuesta que atiende a la novedad, especialmente aquella que excluyen las cadenas de distribución, pero también a las fuentes de esas novedades, como han sido en esta edición la obra de un autor clásico como el danés Dreyer, de un autor contemporáneo ya fallecido como el francés Pialat y de otros en actividad como el finlandés Kaurismaki, el norteamericano Wiseman o los italianos Gianikian y Ricci Lucchi. Esas novedades no son las únicas que hacen avanzar al cine, pero sí son con frecuencia las que apuntan en dirección de esos nuevos territorios o espacios de representación. Es esa confrontación la que nos permiten los festivales más lúcidos, aquellos que apuestan por lo nuevo sin desdeñar lo anterior que, naturalmente, como ocurre con el cine de Dreyer cuando uno lo vuelve a ver, tampoco deja de sentirse como "nuevo".
Que esta iniciativa de aliento a la novedad esté patrocinada en el caso del FICCO por la cadena de exhibición CINEMEX, una de las más importantes de México, parece algo contradictorio, pues son esas poderosas cadenas las que copan el mercado y se encargan de ofrecer en un lugar preferencial el material de las majors hollywoodenses. Pero no existe, hoy por hoy, ningún otro espacio significativo para la circulación de las películas en la pantalla grande y ese patrocinio no sólo compromete moralmente a una cadena como CINEMEX a ampliar el alcance de su oferta, sino que puede ir extendiendo, de manera gradual, el interés por un cine distinto.
Por cierto, no hay que ser muy ilusos, pues algunas propuestas resultan bastante herméticas y cerradas y son, por tanto, muy difíciles de asimilar por una audiencia que no está dispuesta a exigirse un esfuerzo de atención inusual. Sin embargo, este es uno de los espacios que un festival como el FICCO puede ofrecer, con la cobertura informativa que lo favorece. Si esas películas herméticas o esas duraciones que parecen desproporcionadas (de cinco, siete o catorce horas) no se programan en un festival, éste pierde legitimidad, como ha señalado el crítico Jonathan Rosenbaum. Una de las características de la programación del FICCO es que no les corre ni a esas propuestas ni a esas duraciones y esta es una de las razones que sustentan la validez y la pertinencia de su orientación y de su importancia en el marco de los festivales que se realizan en América Latina.
Isaac León Frías
1 comentario:
No es posible tener un festival como el de México o el de Argentina
en Lima? Al menos un poco más chico?
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