Isaac León Frías nos envía su primera crónica desde el FICCO, un festival que se asienta cada año y se va convirtiendo en uno de los más importantes del panorama cinematográfico.
El miércoles se inauguró la quinta edición del Festival Internacional de Cine Contemporáneo de México (FICCO). La asistencia de la reina de Dinamarca le dio al acto inaugural un toque inusual.
La película que abrió el Festival fue Promesas del Este, de David Cronenberg que, lamentablemente, no pude ver porque a esa hora estaba llegando al aeropuerto. No podré verla en México, pero espero (tal como he sabido) que se estrene pronto en Lima. Por cierto, así como el film de Cronenberg, que se estrenará aquí en pocas semanas, están en cartelera El orfanato y Juno que, si se estrenan en Lima, lo harán con el habitual retraso de lo que no llega a través de las compañías que hegemonizan el mercado.
La oferta del FICCO es inmensa. Además de la muestra oficial de fición y documentales, de la que hasta ahora no he visto nada, están las Galas (una selección del mejor cine del año pasado), varias retrospectivas completas (Dreyer, Kaurismaki, Maurice Pialat) y otra no completa, pero muy amplia dedicada al documentalista norteamericano Frederick Wiseman, una muestra de los italianos Yervant Gianikian y Angela Rici Luchi, que trabajan con materiales de archivo, una amplia seleción de cine filipino, etc.
Como no se puede ver todo, y este año a diferencia de los dos anteriores, no formo parte de ningún jurado, trato de ver lo más posible en las diversas selecciones, pero las Galas terminan imponiéndose porque allí están los nombres conocidos y consagrados. Es así que puedo destacar en lo visto durante el miércoles 20 y el jueves 21 dos películas japonesas, El renacimiento (Ai no yokan), de Masahiro Kobayashi, y El bosque de Mogari,de Naomi Kawase.
El renacimiento es una propuesta extrema: sólo dos personajes que no hablan durante el 90% del relato, cada uno en su propio ambiente realizando silenciosamente rutinas cotidianas como cocinar y comer. Una cámara fija que los observa y un montaje que alterna dos existencias separadas y unidas a la vez por una tragedia familiar. El bosque de Mogari se reduce también prácticamente a dos personajes, una joven asistente y un hombre marcado por una pérdida familiar. La película es un notable relato en torno a la experiencia del duelo vivido en medio de una vegetación natural que alcanza una dimensión lírica intensa. En cambio, son decepcionantes Gloria al cineasta, de Takeshi Kitano, y Noches púrpuras,de Wong Kar-Wai.
En Gloria al cineasta, Kitano retoma en una clave menos farsesca la propuesta de su film anterior, Takeshi's, una autoparodia de su propio cine bastante chirriante. Nuevamente Kitano vuelve a ponerse en plan de creador en crisis en Gloria al director, pero sin la capacidad felliniana de poder remontarla como lo hacía en 8 1/2. En Gloria al cineasta, Kitano demuestra que puede mover bien algunas de las teclas que articulan sus historias y otras que no lo hacen: así, ofrece viñetas variadas del cine de jakuza, de la comedia familiar, del teror oriental, del gidai-geki (el género épico) de samurais, del cine de Ozu, de la ciencia-ficción, sin que ese mosaico logre ser otra cosa que un ejercicio hábil de un director capaz, pero muy por debajo de su mejor nivel. Parece que Kitano hubiera perdido la brújula y que no encuentra la forma de seguir adelante en sus dos últimas películas.
Por su parte, a Wong Kar-Wai no le conviene una produción con actores de habla inglesa como Jude Law, la cantante Norah Jones y Natalie Portman. A diferencia del rigor expuesto en Con ánimo de amar, en Noches púrpuras, el relato sentimental es blando y la estilización superficial, como si Wong se limitara a hacer un film para el gusto de un público occidental, dejando lo que de secreto, elusivo y sugerido tienen sus mejores películas.
Isaac León Frías
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