domingo, 8 de enero de 2012

Últimas notas sobre París




Ya desde Lima, unas últimas notas sobre lo visto en las semanas pasadas en París.

En primer lugar, la cinefilia ya no es lo que era y eso afecta todo. El modo en que se consumen las películas ha cambiado y eso es irreversible. Hasta hace unos años, el cinéfilo de un país como el nuestro llegaba a París con el apetito voraz y la expectativa de encontrar un menú fílmico extraordinario. Hoy, el apetito sigue intacto y el menú está ahí, tan generoso como siempre (en París se programan más de 300 títulos distintos cada semana en salas públicas), sólo que los platos –con excepciones, claro está- ya no son novedosos. La tecnología digital ha logrado que la tierra incógnita se convierta en territorio explorado y que las novedades resulten escasas, acaso contadas.

Lo admirable es, claro, el rigor de la programación, la posibilidad de ver retrospectivas (como la de Béla Tarr en el Centro Pompidou); la de encontrarse con ciclos como el dedicado a Robert Mitchum en el Action Christine o el que descubre las películas de Asghar Farhadi previas a “Una separación”;el poder ver una copia impecable de “The Terrorizers” (“Kong bu fen zi”, 1986), de Edward Yang; la de descubrir el interés del pintor Edvard Munch por el cine y hasta las películas que realizó con una Pathé Baby en la exposición que le consagra el Pompidou; el emplear las mañanas para ver películas independientes como “La balada de Génesis y Lady Jaye”; el comprobar la vitalidad de la edición de libros de cine y, en general, de literatura sobre cine, con las revistas “Positif” pasando a ser impresa en color desde el mes de enero y “Trafic” celebrando sus veinte años, o con la edición de un libro inmenso, polémico y formidable, hecho con paciencia de benedictino por Paul Vecchiali: L'encinéclopédie”, que ficha, comenta, resume y critica la filmografía completa de los cineastas franceses o que trabajaron en Francia desde el inicio del sonoro hasta 1939, lo que incluye por supuesto a nuestro conocido Jeff Musso, cuyas primeras cintas Vecchiali aprecia muchísimo.
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Otro fetiche parisino que se tambalea: el poder ver las películas en proyecciones fílmicas. Como dijimos en un post anterior, las proyecciones numéricas son la regla y las voces apocalípticas de otrora, que asociaban el fin del cine con el del soporte fílmico, se han acallado. Se estima que a fines de 2012, la casi totalidad de las salas comerciales contarán con equipos digitales.

Una mención a dos notables películas: “Érase una vez en Anatolia”, de Nuri Bilge Ceylan, y “Take Shelter”, de Jeff Nichols. Películas mentales, en las que los personajes se cotejan con los signos inciertos del paisaje, una naturaleza a la vez plácida y amenazante, bella y ominosa. Las cintas se mueven entre la tangible definición de sus imágenes, la luz diurna y un realismo que se quiere cotidiano y hasta moroso, y la deriva nocturna de la pesadilla, la alucinación, el misticismo, el periplo interior.




“Take Shelter” retrata a un hombre que busca proteger a su familia de una catástrofe natural que él cree inminente. Las huellas del desastre las lee en el horizonte, en el cielo, en el campo, en los hechos más triviales del día a día. El estilo de Nichols reconcilia a los cineastas pastorales del cine clásico norteamericano, al Hathaway y al Henry King de los años treinta, con el Terrence Malick de “Badlands”, sin olvidar, claro, a los directores de la inquietud y la perturbación de lo "fantástico".



Todos son indicios y opacidad en estas películas de búsqueda que dejan en el espectador una sensación de desasosiego.




Ricardo Bedoya

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