viernes, 9 de diciembre de 2011

Amanecer, parte 1 y Rito diabólico



El mito del vampirismo es asaltado desde la templanza y desde la lujuria.

Desde la templanza en “Amanecer parte 1”, que continúa la historia de “Crepúsculo”. Aquí, el vampiro tiene los colmillos romos y los apetitos saciados; se casa en un rito que hubiera escarapelado a cualquier noble descendiente de Drácula; parte en una luna de miel que más parece de sacarina y en un momento de antología –antología del ridículo- asiste a una ingestión de sangre contenida en el vaso que luce como el de la gaseosa de complemento de alguna “cajita feliz” llegada por “delivery”.



Es inexplicable el éxito de esta insípida, anémica, desganada, impersonal, lánguida y mal actuada franquicia. Bueno, sí hay una explicación: el poder arrollador del marketing.

Vampirismo abordado desde la lujuria y el exceso en “Rito diabólico”, que es el equívoco título que se le ha puesto a “Sed”, el noveno largometraje del sud-coreano Park Chan-wook, uno de los nombres más importantes del cine de su país y realizador de la famosa trilogía de la venganza, compuesta por “Simpatía por el señor Venganza”; “Old Boy” –estrenada en el Perú-, y “Lady Venganza”.

“Rito diabólico” es un filme de vampiros pero conducido al paroxismo. Es resultado de mezclar la extravagante historia de un sacerdote católico que se transforma en vampiro con una libérrima adaptación de “Thérèse Raquin”, la novela de Émile Zola. La primera hora de proyección es pródiga en ideas y en hallazgos visuales. El vampirismo es una contaminación y afecta hasta a un elegido del Señor, como el sacerdote que encarna Song Kang-Ho. Pero atacado por el mal, sólo se le abren las puertas del crimen. El cura, al que algunos creen taumaturgo, es en realidad un ser de la noche que necesita sangre fresca para alimentarse y al que le angustia la inmortalidad. En la fabulación perversa de la película, el vampiro es el ser sacrílego que profana uno de los insumos simbólicos de la eucaristía.

Este personaje mesiánico pero también criminal inicia una relación pasional con una mujer maltratada y la trama vampírica se abre entonces a una historia de amor exaltado que no excluye el crimen. Así, lo gótico da paso a lo romántico, al erotismo criminal, al gran guiñol, al melodrama, a la reflexión moral, al desborde violento, a lo grotesco, al desequilibrio.

Park Chan-wook se complace filmando la descomposición y el laberinto. Buena parte de la acción transcurre en los ambientes de la casa de la familia Ra o en los recovecos nocturnos de la ciudad. En los detalles de lo cotidiano y el registro de la más morosa normalidad, el realizador descubre la monstruosidad de lo ordinario que condena a la joven amante a la humillación y la esclavitud. Todo es sofocante, claustrofóbico y esperpéntico en esa casa de la que la muchacha debe escapar apurando sus pies desnudos y frágiles, que Park Chan-wook filma con delectación, casi con fetichismo.

Pero la película no se sostiene en su segunda hora de proyección, que resultada alargada, reiterativa, enfática, subrayada, hiperbólica, folletinesca. La potencia formidable del primer encuentro sexual de la pareja y sus iniciales experiencias como amantes malditos o el nocturno lirismo de los saltos fantásticos del vampiro quedan, en el conjunto, como momentos sueltos, desgajados, alucinantes, hechizados.

Ricardo Bedoya

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