Escribí una nota en este blog (“Contumacia”), llamando la atención una vez más sobre la inconsistencia de unas frases, sin manifestar ninguna discrepancia sobre asuntos de fondo.
Escribí luego tres textos en los que ampliaba y desarrollaba con amplitud las razones expuestas en esa primera nota en torno a los equívocos y malentendidos derivados de esas frases. Qué decepción! Sobre esos textos no hubo ninguna respuesta, como que las explicaciones no importan o son inútiles, como que la racionalidad no cuenta. Lo que quedó es la alusión crítica que hice, la mención a quien profirió las frases que motivaron mis objeciones, como si yo hubiera lanzado un insulto, y a partir de ahí viene una seguidilla de respuestas que van desviando por completo los temas de las explicaciones que formulé hacia triquiñuelas y referencias personales. Debí quedarme en esos cuatro textos y allí cerrar mi intervención a la vista de lo que vino luego.
Reconozco que entré en un juego inútil y que he "pisado el palito" (para los amigos extranjeros: caer en una trampa) que en parte yo mismo he contribuido a poner en el camino al responder innecesariamente asuntos menudos o cargos idiotas. Creo que lo que se ha producido en estas últimas semanas es la negación del debate a pesar de que he tratado, igual que hace meses en otro intercambio finalmente absurdo y estéril con el responsable de otro blog, de invocar el mayor número de razones para exponer mis criterios o para argumentar en contra no de argumentos, sino de cargos, de respuestas esquivas o insidiosas, porque lamentablemente no hay criterios mínimamente sólidos que uno pueda contraponer. Siento que me he desgañitado para nada, pues todo lo que pueda decir es interpretado por algunos como motivado por la intolerancia, la inquina, el afán censor o de exclusión o vaya saber uno qué más. Por cierto, no voy a dejar de expresar lo que opino cada vez que se presente la ocasión, pero me cuidaré de no incurrir en escaramuzas improductivas.
Una vez más diré que el debate me parece indispensable en una sociedad democrática, en que los consensos y los disensos son necesarios y saludables, pero la experiencia reciente me hace ver nuevamente que eso no es posible con cualquier interlocutor y menos en esta suerte de "territorio comanche" que son los blogs, donde los anónimos pueden operar a modo de francotiradores y todo puede derivar en un pandemónium. En contra de la recomendación de amigos más sensatos que yo, he seguido en un intercambio, respondiendo todo de inmediato, incluidos anónimos y sin revisar lo escrito, un intercambio en el que me sentía cada vez más provocado y más violentadas mis defensas racionales, aún cuando hace un buen rato era consciente de la inutilidad de lo que había escrito, cada vez más tergiversado y manipulado de la manera más necia en respuestas y “comments”. No siempre es prudente responder de inmediato, más aún si es que mantengo, como me ocurre, la vehemencia de hace 40 y más años.
En esas circunstancias he ido haciendo cargos personales que no hubiera querido hacer y que, soy el primero en deplorarlo, deberían estar fuera del debate intelectual. No es ese el debate al que aspiro y por el que, incluso, estaría dispuesto a pagar, como ya lo he expresado. Que me sirva, pues, de experiencia. Nunca se termina de aprender.
Frente a todo el mal sabor de ese pantano en el que me metí (no digo que me metieron, no me hago la víctima de nada), me queda la satisfacción de comprobar la ecuanimidad y la categoría intelectual de José Carlos Cabrejo y Rodrigo Bedoya, a quienes nunca hubiera querido involucrar ni tampoco a la revista “Ventana indiscreta”, en una controversia que inicié de manera personal y que debió seguir otro derrotero. José Carlos y Rodrigo me restituyen la confianza en esa reserva ética que, afortunadamente, no ha desaparecido en un espacio plagado de intolerancias, mezquindades y miserias morales, cuando no de simples necedades, de juicios improvisados, de argumentos inconsistentes y caricaturescos que incluso quieren pasar por discrepancias serias.
Siempre me dijeron que debía saber escoger a los amigos. Creo que también hay que saber escoger, no a los enemigos que uno no suele escoger, sino a los contendientes. Yo me equivoqué otra vez y por eso invito ahora a Eduardo Maldonado o a otro interlocutor de su nivel para que podamos debatir (incluso con pasión, por qué no, ese es el debate cinéfilo) sobre los temas que atañen al cine peruano y al de otras partes, sobre la crítica, la formación de los gustos e identificaciones en los públicos, sobre las industrias y no industrias fílmicas, sobre las leyes de promoción, sobre las vanguardias y los independientes y sobre tantos otros temas que un espacio como el de los blogs debería permitir airear de la forma más amplia y razonada posible, sin que eso limite la broma, la ironía o el juego verbal. Que venga, por fin, el debate!
Isaac León Frías
Reconozco que entré en un juego inútil y que he "pisado el palito" (para los amigos extranjeros: caer en una trampa) que en parte yo mismo he contribuido a poner en el camino al responder innecesariamente asuntos menudos o cargos idiotas. Creo que lo que se ha producido en estas últimas semanas es la negación del debate a pesar de que he tratado, igual que hace meses en otro intercambio finalmente absurdo y estéril con el responsable de otro blog, de invocar el mayor número de razones para exponer mis criterios o para argumentar en contra no de argumentos, sino de cargos, de respuestas esquivas o insidiosas, porque lamentablemente no hay criterios mínimamente sólidos que uno pueda contraponer. Siento que me he desgañitado para nada, pues todo lo que pueda decir es interpretado por algunos como motivado por la intolerancia, la inquina, el afán censor o de exclusión o vaya saber uno qué más. Por cierto, no voy a dejar de expresar lo que opino cada vez que se presente la ocasión, pero me cuidaré de no incurrir en escaramuzas improductivas.
Una vez más diré que el debate me parece indispensable en una sociedad democrática, en que los consensos y los disensos son necesarios y saludables, pero la experiencia reciente me hace ver nuevamente que eso no es posible con cualquier interlocutor y menos en esta suerte de "territorio comanche" que son los blogs, donde los anónimos pueden operar a modo de francotiradores y todo puede derivar en un pandemónium. En contra de la recomendación de amigos más sensatos que yo, he seguido en un intercambio, respondiendo todo de inmediato, incluidos anónimos y sin revisar lo escrito, un intercambio en el que me sentía cada vez más provocado y más violentadas mis defensas racionales, aún cuando hace un buen rato era consciente de la inutilidad de lo que había escrito, cada vez más tergiversado y manipulado de la manera más necia en respuestas y “comments”. No siempre es prudente responder de inmediato, más aún si es que mantengo, como me ocurre, la vehemencia de hace 40 y más años.
En esas circunstancias he ido haciendo cargos personales que no hubiera querido hacer y que, soy el primero en deplorarlo, deberían estar fuera del debate intelectual. No es ese el debate al que aspiro y por el que, incluso, estaría dispuesto a pagar, como ya lo he expresado. Que me sirva, pues, de experiencia. Nunca se termina de aprender.
Frente a todo el mal sabor de ese pantano en el que me metí (no digo que me metieron, no me hago la víctima de nada), me queda la satisfacción de comprobar la ecuanimidad y la categoría intelectual de José Carlos Cabrejo y Rodrigo Bedoya, a quienes nunca hubiera querido involucrar ni tampoco a la revista “Ventana indiscreta”, en una controversia que inicié de manera personal y que debió seguir otro derrotero. José Carlos y Rodrigo me restituyen la confianza en esa reserva ética que, afortunadamente, no ha desaparecido en un espacio plagado de intolerancias, mezquindades y miserias morales, cuando no de simples necedades, de juicios improvisados, de argumentos inconsistentes y caricaturescos que incluso quieren pasar por discrepancias serias.
Siempre me dijeron que debía saber escoger a los amigos. Creo que también hay que saber escoger, no a los enemigos que uno no suele escoger, sino a los contendientes. Yo me equivoqué otra vez y por eso invito ahora a Eduardo Maldonado o a otro interlocutor de su nivel para que podamos debatir (incluso con pasión, por qué no, ese es el debate cinéfilo) sobre los temas que atañen al cine peruano y al de otras partes, sobre la crítica, la formación de los gustos e identificaciones en los públicos, sobre las industrias y no industrias fílmicas, sobre las leyes de promoción, sobre las vanguardias y los independientes y sobre tantos otros temas que un espacio como el de los blogs debería permitir airear de la forma más amplia y razonada posible, sin que eso limite la broma, la ironía o el juego verbal. Que venga, por fin, el debate!
Isaac León Frías
7 comentarios:
Muy bien. Autocrítico y firme.
Qué siga el debate pero sin insultos
Dicen, león, que te metes con párvulos. Pero esos párvulos son unos viejonazos de más de 30 que bien podrían tener argumentos para discutir.
Sí, pues, y no los tienen.
Toda esta cantaleta tenía que culminar ya hace rato. Sorprende que un crítico del nivel de León se rebaje a intercambios con un grupete de histéricos que NUNCA buscó rebatir argumentos. Mejor dicho, no tenía con qué hacerlo...
¿Es necesario polemizar? Qué bueno Chacho que reconozcas que entraste solito en un juego esteril en el que quedaste muy mal parado. Te digo que luego de la mención que se hizo a tu libro fuí a la bilioteca, lo saqué y comprobe con mis propios ojos que todo era cierto. Tus textos -por lo menos- dejan mucho que desear. Que si hubo plagio por parte de Pimentel quedará en el olvido pero tu libro es una triste realidad. Ojala pronto podamos tener un nuevo libro que este al nivel de buen critico que eres. Olvida ya este bochornoso asunto y produce nuevo material. Saludos Chacho.
¿El anónimo de las 23:28 no será un amigo de Pimentel, o él mismo?
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