Como se sabe, desde hace más de un año en que se replanteó en el Congreso el tema de la ley de cine con una propuesta del congresista Peralta, se han sucedido varias otras propuestas, se ha producido una división entre la APCP (Asociación de Productores Cinematográficos del Perú) y la UCP (Unión de Cineastas Peruanos), esta última creada a consecuencia del apoyo brindado por la APCP y el CONACINE a un segundo proyecto presentado por los congresistas Raffo y Luciana León. No es el caso resumir ahora el curso de los acontecimientos y remito, para que se tenga mayor información, a los últimos pronunciamientos de las dos asociaciones que se han publicado en este blog, así como a las comunicaciones de Francisco Lombardi y Christian Wiener, también difundidas en Páginas del Diario de Satán.
El hecho es que en estos momentos hay dos proyectos de ley de cine: uno, el de Raffo, León y ahora Peralta, respaldado por la APCP, y el otro del congresista Werner Cabrera, respaldado por la UCP. Ya expresé hace algunos meses en este mismo blog mis reservas al proyecto que apoya la APCP y lo he hecho recientemente con el nuevo proyecto al que se ha sumado Peralta. Sin embargo, y aún considerando que, sobre el papel, el proyecto de Cabrera es más abarcador y menos ligado a los intereses de los sectores cinematográficos asociados a la exhibición y a la distribución (intereses muy poco confiables para la existencia de un cine peruano) tengo también reparos que hacerle.
Aclaro que no estoy en contra, ni mucho menos, de las aspiraciones a una nueva ley de cine que permita ampliar la cobertura de los premios y que se aboque a otras funciones de apoyo a la difusión de las películas así como a la extensión cultural del cine. Creo que esas aspiraciones son legítimas y me identifico plenamente con ellas. Lo que no veo muy factible es el mecanismo que, en los dos proyectos, se contempla como condición sine qua non para la existencia de la ley: la supresión del impuesto municipal y la entrega del 3.5% o del 5% (del 10% del precio de cada entrada que constituye el impuesto) al CONACINE.
No me parece muy factible porque ya se han manifestado reacciones de los sectores afectados (los municipios) y no creo que ninguna ley que afecte esos intereses vaya a ser aprobada por el Congreso ni ratificada por el Ejecutivo. No le veo, entonces, viabilidad a los proyectos de ley porque basta con que se retire la fuente de los posibles ingresos para que todo se desmorone.
Es verdad que existe una comprensible ansiedad entre los cineastas para aumentar el monto destinado a los proyectos de largometraje. ¿Por qué premiar cinco y no diez o doce? Sí, eso es perfectamente comprensible y yo mismo lo he sentido hace poco que me ha tocado ser miembro de un jurado. ¿Por qué no poder superar ese número tan limitado cuando hay otros proyectos premiables? No obstante, hay que considerar, y no se está considerando en el debate, que tenemos un mercado muy pequeño y mucho más reducido que el de hace 30 años donde una película peruana podía acercarse al millón de espectadores. Ahora tener 300,000 se considera un éxito.
Es decir, no existe el espacio para aumentar de manera considerable el volumen de la producción pensada en función de las salas de cine, a no ser que se mande las películas al abismo como ha ocurrido recientemente con Paraíso e Illary, que se han estrenado de la peor forma, sin ninguna promoción y ante el casi general desconocimiento del público potencial. Este es un asunto muy grave que no sólo afecta seriamente a esas películas, sino que compromete a todo el cine peruano y a cualquier proyecto de ley.
Me parece que lo razonable en las circunstancias actuales (más adelante habría que reconsiderarlo, desde luego) sería mantener la ley vigente, que no es que sea la ideal y ni siquiera creo que es buena, porque su alcance es muy limitado, pero está funcionando como apoyo a la producción y podría mejorarse. Por lo pronto, la ley establece que se puede premiar hasta seis largos al año. Más factible que los proyectos en el Congreso, sería aprobar un cambio que amplíe ese número hasta 8 o 10 y que incremente, eventualmente, el fondo para la producción, sin tener que recurrir a la eliminación de un impuesto que el poder municipal, sin duda creciente y más aún en este periodo pre-electoral, no creo que vaya a permitir.
De hecho, por la vía de IBERMEDIA, de otros subsidios europeos, co-producciones, etc., las películas peruanas están encontrando un márgen creciente de respaldo financiero. La ley de mecenazgo que, por lo visto, tiene visos de aprobación, podría constituir asimismo otra importante fuente de apoyo a la producción. De cualquier manera, no creo que convenga alentar un alto volumen de producción, como el que sugería Juan José Beteta, porque eso en vez de favorecer el crecimiento del cine peruano lo que puede hacer es provocar serios problemas para la exhibición, saturación de títulos, estímulo a los proyectos aparentemente más rentables (tipo Motor y motivo o La gran sangre) y finalmente una cierta asfixia derivada de la misma estrechez de nuestro mercado.
Es una ilusión pensar en una industria cinematográfica propiamente dicha en las condiciones actuales y ni siquiera proyectada a mediano plazo. No es iluso, en cambio, proponerse una producción, en primera instancia, para las salas comerciales que pueda tener una cierta continuidad, que cree y aumente plazas de trabajo y niveles de profesionalización y que alcance rangos de calidad estimables, no sólo en Lima, sino en el resto del país. Aparte, por cierto, de lo que se pueda hacer en los márgenes, es decir, fuera de los apoyos del CONACINE.
No todo tiene por qué pasar por los canales de los concursos, aunque es verdad que ganar un premio en ellos puede facilitar la apertura de coproducciones y beneficios o partidas europeas. Pero si se piensa en la instancia estatal como el único instrumento que pueda fomentar el sueño de una industria, hay que considerar que las leyes pueden ser eliminadas, directa o indirectamente, como sucedió en el Perú con la 19327 en 1992 o con los beneficios que recibía la producción brasileña antes de que el gobierno de Collor de Melo los eliminara y se tirara de un plumazo un volumen de películas que rozaba la centena. Sin leyes que favorezcan la producción, no hay posibilidad de tener una continuidad ni siquiera en ese inmenso país que es Brasil.
Por eso, considero que es mejor reforzar lo que ya se tiene ganado, por más incierta o insegura que esa ganancia pueda ser a futuro, pues la posibilidad de existencia de una producción continua no es sólo un asunto de leyes de apoyo o de ayudas extranjeras. Pero, por ahora, no hay otras vías confiables.
Otra cosa es la educación cinematográfica, la difusión cultural, la existencia de una Cinemateca Nacional y la conservación del cine peruano. Todo eso me parece de alta necesidad, pero no creo que deba estar ligado a un órgano como el CONACINE que existe para apoyar la producción, la distribución o la presentación de películas en festivales o muestras. Son rubros distintos. Lo que corresponde a la educación y cultura requiere una ley puntual y pertenece a otro espacio (el INC o el Ministerio de Cultura) y no el de un órgano sobre el que se cierne la presión, la ansiedad y la impaciencia de los cineastas para conseguir dinero en función de sus proyectos y a los que, aún cuando les pueda interesar, inevitablemente van a postergar los requerimientos culturales, incluso si en ellos se juega la conservación y la posibilidad de existencia futura de las películas que están intentando sacar adelante.
Isaac León Frías
El hecho es que en estos momentos hay dos proyectos de ley de cine: uno, el de Raffo, León y ahora Peralta, respaldado por la APCP, y el otro del congresista Werner Cabrera, respaldado por la UCP. Ya expresé hace algunos meses en este mismo blog mis reservas al proyecto que apoya la APCP y lo he hecho recientemente con el nuevo proyecto al que se ha sumado Peralta. Sin embargo, y aún considerando que, sobre el papel, el proyecto de Cabrera es más abarcador y menos ligado a los intereses de los sectores cinematográficos asociados a la exhibición y a la distribución (intereses muy poco confiables para la existencia de un cine peruano) tengo también reparos que hacerle.
Aclaro que no estoy en contra, ni mucho menos, de las aspiraciones a una nueva ley de cine que permita ampliar la cobertura de los premios y que se aboque a otras funciones de apoyo a la difusión de las películas así como a la extensión cultural del cine. Creo que esas aspiraciones son legítimas y me identifico plenamente con ellas. Lo que no veo muy factible es el mecanismo que, en los dos proyectos, se contempla como condición sine qua non para la existencia de la ley: la supresión del impuesto municipal y la entrega del 3.5% o del 5% (del 10% del precio de cada entrada que constituye el impuesto) al CONACINE.
No me parece muy factible porque ya se han manifestado reacciones de los sectores afectados (los municipios) y no creo que ninguna ley que afecte esos intereses vaya a ser aprobada por el Congreso ni ratificada por el Ejecutivo. No le veo, entonces, viabilidad a los proyectos de ley porque basta con que se retire la fuente de los posibles ingresos para que todo se desmorone.
Es verdad que existe una comprensible ansiedad entre los cineastas para aumentar el monto destinado a los proyectos de largometraje. ¿Por qué premiar cinco y no diez o doce? Sí, eso es perfectamente comprensible y yo mismo lo he sentido hace poco que me ha tocado ser miembro de un jurado. ¿Por qué no poder superar ese número tan limitado cuando hay otros proyectos premiables? No obstante, hay que considerar, y no se está considerando en el debate, que tenemos un mercado muy pequeño y mucho más reducido que el de hace 30 años donde una película peruana podía acercarse al millón de espectadores. Ahora tener 300,000 se considera un éxito.
Es decir, no existe el espacio para aumentar de manera considerable el volumen de la producción pensada en función de las salas de cine, a no ser que se mande las películas al abismo como ha ocurrido recientemente con Paraíso e Illary, que se han estrenado de la peor forma, sin ninguna promoción y ante el casi general desconocimiento del público potencial. Este es un asunto muy grave que no sólo afecta seriamente a esas películas, sino que compromete a todo el cine peruano y a cualquier proyecto de ley.
Me parece que lo razonable en las circunstancias actuales (más adelante habría que reconsiderarlo, desde luego) sería mantener la ley vigente, que no es que sea la ideal y ni siquiera creo que es buena, porque su alcance es muy limitado, pero está funcionando como apoyo a la producción y podría mejorarse. Por lo pronto, la ley establece que se puede premiar hasta seis largos al año. Más factible que los proyectos en el Congreso, sería aprobar un cambio que amplíe ese número hasta 8 o 10 y que incremente, eventualmente, el fondo para la producción, sin tener que recurrir a la eliminación de un impuesto que el poder municipal, sin duda creciente y más aún en este periodo pre-electoral, no creo que vaya a permitir.
De hecho, por la vía de IBERMEDIA, de otros subsidios europeos, co-producciones, etc., las películas peruanas están encontrando un márgen creciente de respaldo financiero. La ley de mecenazgo que, por lo visto, tiene visos de aprobación, podría constituir asimismo otra importante fuente de apoyo a la producción. De cualquier manera, no creo que convenga alentar un alto volumen de producción, como el que sugería Juan José Beteta, porque eso en vez de favorecer el crecimiento del cine peruano lo que puede hacer es provocar serios problemas para la exhibición, saturación de títulos, estímulo a los proyectos aparentemente más rentables (tipo Motor y motivo o La gran sangre) y finalmente una cierta asfixia derivada de la misma estrechez de nuestro mercado.
Es una ilusión pensar en una industria cinematográfica propiamente dicha en las condiciones actuales y ni siquiera proyectada a mediano plazo. No es iluso, en cambio, proponerse una producción, en primera instancia, para las salas comerciales que pueda tener una cierta continuidad, que cree y aumente plazas de trabajo y niveles de profesionalización y que alcance rangos de calidad estimables, no sólo en Lima, sino en el resto del país. Aparte, por cierto, de lo que se pueda hacer en los márgenes, es decir, fuera de los apoyos del CONACINE.
No todo tiene por qué pasar por los canales de los concursos, aunque es verdad que ganar un premio en ellos puede facilitar la apertura de coproducciones y beneficios o partidas europeas. Pero si se piensa en la instancia estatal como el único instrumento que pueda fomentar el sueño de una industria, hay que considerar que las leyes pueden ser eliminadas, directa o indirectamente, como sucedió en el Perú con la 19327 en 1992 o con los beneficios que recibía la producción brasileña antes de que el gobierno de Collor de Melo los eliminara y se tirara de un plumazo un volumen de películas que rozaba la centena. Sin leyes que favorezcan la producción, no hay posibilidad de tener una continuidad ni siquiera en ese inmenso país que es Brasil.
Por eso, considero que es mejor reforzar lo que ya se tiene ganado, por más incierta o insegura que esa ganancia pueda ser a futuro, pues la posibilidad de existencia de una producción continua no es sólo un asunto de leyes de apoyo o de ayudas extranjeras. Pero, por ahora, no hay otras vías confiables.
Otra cosa es la educación cinematográfica, la difusión cultural, la existencia de una Cinemateca Nacional y la conservación del cine peruano. Todo eso me parece de alta necesidad, pero no creo que deba estar ligado a un órgano como el CONACINE que existe para apoyar la producción, la distribución o la presentación de películas en festivales o muestras. Son rubros distintos. Lo que corresponde a la educación y cultura requiere una ley puntual y pertenece a otro espacio (el INC o el Ministerio de Cultura) y no el de un órgano sobre el que se cierne la presión, la ansiedad y la impaciencia de los cineastas para conseguir dinero en función de sus proyectos y a los que, aún cuando les pueda interesar, inevitablemente van a postergar los requerimientos culturales, incluso si en ellos se juega la conservación y la posibilidad de existencia futura de las películas que están intentando sacar adelante.
Isaac León Frías
20 comentarios:
ACTUAL PANORAMA DEL CINE REGIONAL
http://retabloayacuchano.blogspot.com/2010/05/ocaso-del-cine-regional.html
Lo mejor que le he leido en años señor Isaac León Frías. Estoy de acuerdo con su planteamiento.
Bien Chacho. Así deberías escribir sobre cine también y no rebajarte a pelear con despistados mentales.
Hola Chacho,
Sólo una precisión. La idea de aumentar el financiamiento para tener una mayor cantidad de producción nacional no era una propuesta aislada, sino parte de una concepción integral, de una política cultural de desarrollo industrial del cine y el audiovisual. Obviamente, supone también incentivos para la construcción de nuevas salas de exhibición; sobre la base tanto de la voluntad en tal sentido, expresada por los propios exhibidores, como por la realidad de una demanda potencial de público tanto por nuevas salas como por la producción regional. Esto poco tiene que ver con el debate, legítimo y necesario, sobre los dos proyectos de ley a que te refieres en tu artículo. Saludos. JJB.
Beteta cree que su demagogia de tres soles cincuenta alimenta a los incautos de la verdadera intención mercantilista de los lobbies congresistas... Otra cosa, no sabía que la cinematografía no era audiovisual. Sinencuentro en su máxima expresión onanista.
Bedoya, trata de no caer en la tentación de la mordaza. No es una ofensa contra Beteta, es mi opinión. Eres un mal tipo... lo sabías. No por que no publiques lo que escribí sino porque no hay que tocarse entre blogs. Por mí puedes ahogarte en la mierda que tanto defiendes. (21.37) Salomón
Publico los dos comentarios anteriores, con las disculpas del caso para los lectores, sólo para retratar a uno de esos energúmenos que pululan en la blogósfera y que no pueden opinar sobre ningún asunto sin encontrar en los otros intenciones subalternas.
Ahí están, anónimo Salomón, sus opiniones impresas. Son un gran aporte al debate intelectual. Sienta orgullo de ellas, de su penetrante inteligencia y de su lucidez.
Sólo le pido una cosa: no vuelva a escribir a este blog. Ni siquiera lo lea. Aquí escriben las malas personas, no los inmaculados como usted.
Le creo al tal Salomón. Muchas veces dejas adrede estimado Ricky aquellos comentarios que son provocativos para despuès que la persona te reescriba, lo mandes a la hoguera publicando ambas situaciones. Eso, no me parece de hombres serios sino de decadentes mentales. El problema eres tù y no el tal Salomòn. Y eso de no volver a leer o escribir es una discriminaciòn de la puta madre.
No estoy de acuerdo con lo que señalas estimado Ricardo. Tienes por costumbre dejar "en salmuera" algunos comentarios para luego publicarlos y dejar mal al que dio su opiniòn. Esta actitud no habla mal del tal Salomón sino de tus formas turbias de proceder. No pasaste por tu propio embudo y te quedaste atracado. Y eso de "no vuelvas a leer ni escribir en este blog" es clara demostración de intolerancia y de discriminaciòn que nadie debería permitirla. Así te pongas a rezar 1000 padres nuestros y 1000 aves marías, no tienes perdón, compadre. A ver si tienes cojones, publicas y debatimos al respecto.
No pasa nada con su planteamiento Sr. León. Y por cierto, como dice Rosa Maria Palacios, la ley de mecenazgo es un disparate... Como dijé, no pasa nada...
Mal Bedoya, el que parece embarrado eres tu y no Salomón. La ironía imperfecta. Lamentable. Justo en la época del mundial y muestras un tufillo discriminador repugnante.
Bedoya: ¿donde queda la libertad de opinión, de pensamiento y de publicación? Si vas a votar a una persona con quien discrepas entonces tómate un cohete al planeta marte. El maestro enseñándole los dientes al alumno.
Los dos ultimos anónimos son lo que son: Anónimos... Para que hacer higado.
Basta de anónimos insolentes...
Es gracioso -y patético- ver la rapidez con que los anónimos se convierten en fiscales del comportamiento, notarios de la ética bloguera, comisarios editores, censores que se dicen liberales y tolerantes. Anónimos que se dan el tiempo y el esfuerzo para putamadrear a todo el mundo pero que jamás opinan sobre los temas en discusión ni aportan una sola idea interesante.
En este blog no volverán a encontrar un espacio.
Bedoya: Yo me hago cargo de lo que digo y no de lo que dicen otros. Utilizo el Anónimo por que blogger me da esa oportunidad. Mi nombre es José Carlos Silva Malpartida y repito lo que escribí:
Bedoya: ¿donde queda la libertad de opinión, de pensamiento y de publicación? Si vas a votar a una persona con quien discrepas entonces tómate un cohete al planeta marte. El maestro enseñándole los dientes al alumno.
En tu última intervención ya no sacas los dientes sino haces uso de un arma mortal: la amenaza. Amenazar no es gracioso ni patético sino una conducta violentista. Ni fiscal, ni notario y mucho menos censor. Deberías revisar los términos que tu higado graso de dicta. No creo que alguién sea tan estúpido de perder su tiempo en putamadrear a todo el mundo, pero ese sujeto (que te tocó el nervio e incomodó) no está lejos de la verdad cuando señala que es absurdo que no se pueda leer o escribir en tu blog. Yo no soy liberal pero si tolerante y creo que tu también lo deberías ser. No tengo blog, pero muchas veces he dado mi opinión y aportado ideas. Claro, como lo digo anónimamente quedo de lado y soy un traidor. No será al revés estimado Bedoya.
Si quieres (de ahora en adelante) hacer un blog cerrado para que solo opinen tus amigos y aduladores, quedarías como "El perfecto discriminador" y no creo que a uno de los críticos más importantes del Perú le acomode ese mote... digo, si lo sigues siendo.
Estoy de acuerdo con lo señalado por Fernandini.
Hay que guardar la compostura Ricardo.
No te quejes amigo Leon, estas en un blog, en un mundo virtual y pese a quien le pese todo el mundo puede opinar aunque sea escondiendose en el "Anónimo"... es la nueva era, es un nuevo espacio, para bien o para mal. No todo el mundo tiene una cuenta en Google para poner su nombre
Respuesta al señor Silva Malpartida
Lamento que le parezca una amenaza el decir que no publicaré más comentarios que agravien a las personas y no traten los temas de fondo. Cuando León publicó su opinión sobre la ley de cine supongo que esperaba un debate sobre lo que ahí plantea. Nada de nada. A lo más, un puntillazo contra Beteta y Cinencuentro que no quise publicar en un inicio y que me decidí a hacer luego de recibir una procaz protesta del comentarista. Era la protesta de alguien que quería ver publicada su agresión contra un tercero pero que no apartaba nada al asunto de fondo. Incapaz de darse cuenta de algo tan elemental -o de tener un sentido mínimo de la autocrítica-, la emprendía contra los blogs que protegen a otros blogs y atribuía intenciones subalternas a ello.
Ese es el tipo de comentarios que no volveré a publicar. Son las reglas del juego. Las aplicaré en este blog de la misma manera en que se aplican en muchos otros blogs en todo el mundo.
Una última cosa: recomendar o pedir a alguien que no lea un blog que le parece ahogado en mierda -creo que esa fue la expresión que usó- no es señal de intolerancia ni de espíritu censor. Es simplemente desear que esa persona no se contamine ni se ensucie. El hígado no me lo hago yo; se lo hacen esos lectores que "mierdean" y "putamadrean" al leer el blog.
Si soy o no soy el más "importante", estimado señor Silva, la verdad me tiene sin cuidado. No participo en ningún concurso, ni carrera de obstáculos, ni feria y, por eso, no aspiro a ganar ningún título.
No quiero meter más leña al fuego pero no hay agresión a la persona de Bedoya sino al proceder. Tampoco se debe generalizar con las opiniones de todos los anonimos. Hay algunos que sí tocan los temas de fondo y otros que no. Pienso que una grosería suena mal y rompe las formas pero no borra ni desestima el mensaje. Me parece bien que se tome la actitud de no publicar a los que no contribuyan y encima lo hagan de forma soez. El problema es con aquelos que tocan temas difíciles y lo endulzan con palabras subidas de tono.
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