Continuando con este debate interesantísimo, en donde ciertamente existe dureza respecto de las ideas del otro, pero en modo alguno beligerancia sobre las personas (que no se confundan los lectores) y muy al margen de las provocaciones que caracterizan el estilo de Ricardo Bedoya, creo prudente formular algunos apuntes adicionales (quizá finales, en lo que a mi respecta) sobre el “cine ansiolítico”, que Chacho León rotula ahora como “cine festivalero”. Parece que todos queremos atribuirnos la partida de nacimiento (o de defunción) de la criatura fílmica.
En tal sentido, quisiera comenzar citando a Ricardo: “…la grandeza del cine es la posibilidad de comunicar con el espectador. El gran cine de géneros es prueba patente de ello. Pero, ¿hay una sola modalidad de cine?”. Yo respondería que no –parafraseando al mismo Bedoya-. Que existen varias formas de hacer cine. Y también varias formas de ser populista. O formulario. Se puede ser formulario del cine de géneros; como también se puede ser formulario del “cine festivalero”. Desde la dirección, desde la crítica, desde la producción. En cualquiera de los casos, no se estaría tomando la distancia crítica necesaria respecto de los acontecimientos y se estaría jugando con los sentimientos de la gente.
Ahora bien, si eso que llamo cine “formulario”, dependiente de los estilos minimalistas, no es un cine reconocible en virtud de sus pocos personajes, su ritmo dilatado o la suspensión dramática; que algunos directores instrumentalizan con fines alimenticios o de promoción artística, entonces de qué estamos hablando. Quien esto escribe, mentando o parafraseando a Ciment, ha sugerido esta idea para el debate. Y no quiero soslayar este aspecto que el crítico francés sí alcanzó a mencionar después de mi intervención en la conferencia del CCPUC. Intervención que siguió a la de Bedoya, quien cuestionó la argumentación del francés sobre la insustentabilidad de un cine latinoamericano exclusivamente genérico, o popular, o total, o realista mágico, así como las imprecisiones al juzgar la obra de Lisandro Alonso.
En lo que a mí toca, más o menos señalé lo siguiente: que si “las grandes novelas ejercen un poder hipnótico en el lector desde sus primeras páginas, lo mismo podría decirse del gran cine y de sus espectadores. Sin embargo, a tenor de la caracterización formulada (por Ciment) en torno al cine de bases minimalistas, podría decirse que éste no ejerce un efecto hipnótico sino más bien ansiolítico y hasta inductor del sueño. Entonces ¿Cuál debía ser la actitud de la crítica al respecto”. Luego siguieron las polémicas respuestas, que Ricardo y Chacho han cuestionado.
El crítico argentino Diego Lerer, en el prólogo del libro de mi amiga Lorena Cancela, Los adulterios de la escucha: Entrevistas con el “otro cine”, se pregunta, mentando a su vez al crítico e investigador español Alberto Elena “…¿Ese “cine periférico” de naturalezas muertas, seres primarios y hábitos olvidados, tan admirado en el Primer Mundo, es un inmenso reservorio de creatividad? ¿O se trata simplemente de una exhibición de lejanos fantasmas para aplacar mentes culposas de circular entre laptops, autopistas y teléfonos celulares?” Lerer no tiene respuestas concluyentes. Yo tampoco. Pero las respuestas concluyentes dependerían de los siguientes asuntos, en cualquier caso: si se filma pensando exclusivamente en los espectadores de los Festivales de Europa; o comprendiendo la naturaleza de los filmes como meros artefactos contemplativos, políticamente correctos, sin ninguna ligazón autoral, con la actitud dominada por el espíritu mercantilista, que bloquea la comunicación y el diálogo armónico con las generaciones presentes. En cualquiera de esos supuestos el “otro cine” se vuelve “festivalero”, “ansiolítico”. Sin posibilidad alguna de ser un cine de resistencia, como dice Chacho, en el sentido menos demagógico de la palabra.
Creo prudente, también, hacer otra cita al libro de Lorena Cancela. En su charla con Lisandro Alonso, consignada en las páginas 102 a 104, a la pregunta “¿Cómo ves el cine argentino?” Alonso responde:
“Hay películas como Silvia Prieto (1999, Martín Rejtman), Mundo grúa (1999, Pablo Trapero) y Tan de repente (2002, Diego Lerman), que me gustaron; eso fue unos años atrás. Después hay otras películas que quizás no me gustaron tanto pero que fueron hechas con el estímulo de hacer una película como se quiere, sin medir coproducciones, intereses económicos, si van a entrar en este festival o no…intereses que hoy por hoy todo el mundo mide (yo también lo hago) y no creo que nadie en el cine argentino sea sordo respecto a eso, aunque se perdió mucho la espontaneidad, el disfrute...”.
La autora pregunta: “Lo que yo observo del cine argentino contemporáneo es como la creación –incluso explotación- de un molde, llamémosle “for export” que toma todo lo que esas primeras películas que nombraste era innovador, pero lo transforma en fórmula más complaciente que busca agradar….”.
Responde Lisandro Alonso: “Eso es falta de ingenio, y yo creo que hay que buscar….Claro que si vas a la fácil, hacés una película en 16 mm, con un grano enorme, cámara en mano, con cinco que piden un peso para la cerveza, va a salir eso. Pero no creo que la reacción contra eso (que dicen que ya pasó de moda o que no tiene valor) sea hacer películas con uno o dos actores profesionales….Pienso en las películas que venden como nuevo cine argentino y que son de una mediocridad… No corren ni un solo riesgo estético ni cinematográfico. Y ni siquiera alcanzan la taquilla que quieren tener, se quedan en medio y eso es lo que está causando cierta muerte.
Porque si vos hacés una película marginal, con amigos o sin amigos, pero que apunta a algo, a una idea que vos tenés, que es honesta, me parece que es lo mejor que te puede pasar. Si después te tiran tomates es algo que podés aguantar o no. Y hoy lo que se producen son híbridos: películas que no tiene sabor ni a azúcar ni a sal. Y eso lo ve la gente que desde Europa quiere financiar cuando piensa: “Con esto no llevo gente a los cines ni gano premios en festivales, ni recupero la plata”. Es como que se están aburguesando los mismos directores y la misma gente: ven el negocio, cobran buena plata, no les interesa la película que hacen, no se busca seguir buscando…. Por ejemplo la de ir a provincias y filmar cómo vive la gente y tratar de hacer la postal de la pobreza no va. Cada vez sale más gente afuera: se van a San Luis, se van a Corrientes, se van a Salta.”
Sigue diciendo: “….El cine para mí es riesgo y el día que no sea más riesgo viviré de otra cosa, no quiero vivir toda mi vida haciendo películas. No quiero vivir del cine….Conozco directores que hicieron películas geniales y otras que mejor no hablemos. Creo que está bueno decir: no tengo nada más bueno que decir, no se me ocurre nada más honesto que decir. Leonardo Favio, que es el mejor director de cine argentino, puede estar años sin filmar hasta que consigue dinero, y eso me parece bueno. Yo siento que él hace películas cuando tiene ganas, que no hace películas para vivir. Capaz que para vivir canta un par de temas en algún lugar, pero tiene el cine no como un lugar del cual tiene que mantener su productora, su familia o su auto. Aunque de esos hay un montón aquí: directores cuyas películas son un fracaso tras otro, pero le siguen sacando plata al Estado y no suman nada ¿Por qué esa plata no se la dan a los estudiantes? Sí, se pueden equivocar, o no, pero van a intentar otra cosa, están menos acartonados….”
Lisandro Alonso en sus propias palabras. Y su descripción del “cine formulario”, alias el “cine ansiolítico”.
Finalmente, para quienes solicitan identificación de películas y directores debo ser muy personal. Durante los últimos seis años he sido un asistente consecutivo del Buenos Aires Festival Internacional de Cine Independiente –BAFICI. Este año, en condición de jurado de la Competencia Argentina, me tocó ver una representación muy baja. Casi casi cine formulario al cien por ciento. Calzando con esa viva descripción de Alonso, puedo decir que existen cuatro ejemplos palmarios de cine formulario minimalista que me tocaron ver en ese tiempo: El Amarillo de Sergio Maza, Criada de Matías Herrera Córdova, La León de Santiago Otheguy y El viaje de Avelino de Francis Estrada. Pero esta referencia podría extenderse, también por ejemplo, al cine programático de Pablo Fendrik, a las fórmulas de Gustavo Fontán, a la correspondencia identificable en El Otro de Ariel Rotter y El Custodio de Rodrigo Moreno, etc.
En tal sentido, quisiera comenzar citando a Ricardo: “…la grandeza del cine es la posibilidad de comunicar con el espectador. El gran cine de géneros es prueba patente de ello. Pero, ¿hay una sola modalidad de cine?”. Yo respondería que no –parafraseando al mismo Bedoya-. Que existen varias formas de hacer cine. Y también varias formas de ser populista. O formulario. Se puede ser formulario del cine de géneros; como también se puede ser formulario del “cine festivalero”. Desde la dirección, desde la crítica, desde la producción. En cualquiera de los casos, no se estaría tomando la distancia crítica necesaria respecto de los acontecimientos y se estaría jugando con los sentimientos de la gente.
Ahora bien, si eso que llamo cine “formulario”, dependiente de los estilos minimalistas, no es un cine reconocible en virtud de sus pocos personajes, su ritmo dilatado o la suspensión dramática; que algunos directores instrumentalizan con fines alimenticios o de promoción artística, entonces de qué estamos hablando. Quien esto escribe, mentando o parafraseando a Ciment, ha sugerido esta idea para el debate. Y no quiero soslayar este aspecto que el crítico francés sí alcanzó a mencionar después de mi intervención en la conferencia del CCPUC. Intervención que siguió a la de Bedoya, quien cuestionó la argumentación del francés sobre la insustentabilidad de un cine latinoamericano exclusivamente genérico, o popular, o total, o realista mágico, así como las imprecisiones al juzgar la obra de Lisandro Alonso.
En lo que a mí toca, más o menos señalé lo siguiente: que si “las grandes novelas ejercen un poder hipnótico en el lector desde sus primeras páginas, lo mismo podría decirse del gran cine y de sus espectadores. Sin embargo, a tenor de la caracterización formulada (por Ciment) en torno al cine de bases minimalistas, podría decirse que éste no ejerce un efecto hipnótico sino más bien ansiolítico y hasta inductor del sueño. Entonces ¿Cuál debía ser la actitud de la crítica al respecto”. Luego siguieron las polémicas respuestas, que Ricardo y Chacho han cuestionado.
El crítico argentino Diego Lerer, en el prólogo del libro de mi amiga Lorena Cancela, Los adulterios de la escucha: Entrevistas con el “otro cine”, se pregunta, mentando a su vez al crítico e investigador español Alberto Elena “…¿Ese “cine periférico” de naturalezas muertas, seres primarios y hábitos olvidados, tan admirado en el Primer Mundo, es un inmenso reservorio de creatividad? ¿O se trata simplemente de una exhibición de lejanos fantasmas para aplacar mentes culposas de circular entre laptops, autopistas y teléfonos celulares?” Lerer no tiene respuestas concluyentes. Yo tampoco. Pero las respuestas concluyentes dependerían de los siguientes asuntos, en cualquier caso: si se filma pensando exclusivamente en los espectadores de los Festivales de Europa; o comprendiendo la naturaleza de los filmes como meros artefactos contemplativos, políticamente correctos, sin ninguna ligazón autoral, con la actitud dominada por el espíritu mercantilista, que bloquea la comunicación y el diálogo armónico con las generaciones presentes. En cualquiera de esos supuestos el “otro cine” se vuelve “festivalero”, “ansiolítico”. Sin posibilidad alguna de ser un cine de resistencia, como dice Chacho, en el sentido menos demagógico de la palabra.
Creo prudente, también, hacer otra cita al libro de Lorena Cancela. En su charla con Lisandro Alonso, consignada en las páginas 102 a 104, a la pregunta “¿Cómo ves el cine argentino?” Alonso responde:
“Hay películas como Silvia Prieto (1999, Martín Rejtman), Mundo grúa (1999, Pablo Trapero) y Tan de repente (2002, Diego Lerman), que me gustaron; eso fue unos años atrás. Después hay otras películas que quizás no me gustaron tanto pero que fueron hechas con el estímulo de hacer una película como se quiere, sin medir coproducciones, intereses económicos, si van a entrar en este festival o no…intereses que hoy por hoy todo el mundo mide (yo también lo hago) y no creo que nadie en el cine argentino sea sordo respecto a eso, aunque se perdió mucho la espontaneidad, el disfrute...”.
La autora pregunta: “Lo que yo observo del cine argentino contemporáneo es como la creación –incluso explotación- de un molde, llamémosle “for export” que toma todo lo que esas primeras películas que nombraste era innovador, pero lo transforma en fórmula más complaciente que busca agradar….”.
Responde Lisandro Alonso: “Eso es falta de ingenio, y yo creo que hay que buscar….Claro que si vas a la fácil, hacés una película en 16 mm, con un grano enorme, cámara en mano, con cinco que piden un peso para la cerveza, va a salir eso. Pero no creo que la reacción contra eso (que dicen que ya pasó de moda o que no tiene valor) sea hacer películas con uno o dos actores profesionales….Pienso en las películas que venden como nuevo cine argentino y que son de una mediocridad… No corren ni un solo riesgo estético ni cinematográfico. Y ni siquiera alcanzan la taquilla que quieren tener, se quedan en medio y eso es lo que está causando cierta muerte.
Porque si vos hacés una película marginal, con amigos o sin amigos, pero que apunta a algo, a una idea que vos tenés, que es honesta, me parece que es lo mejor que te puede pasar. Si después te tiran tomates es algo que podés aguantar o no. Y hoy lo que se producen son híbridos: películas que no tiene sabor ni a azúcar ni a sal. Y eso lo ve la gente que desde Europa quiere financiar cuando piensa: “Con esto no llevo gente a los cines ni gano premios en festivales, ni recupero la plata”. Es como que se están aburguesando los mismos directores y la misma gente: ven el negocio, cobran buena plata, no les interesa la película que hacen, no se busca seguir buscando…. Por ejemplo la de ir a provincias y filmar cómo vive la gente y tratar de hacer la postal de la pobreza no va. Cada vez sale más gente afuera: se van a San Luis, se van a Corrientes, se van a Salta.”
Sigue diciendo: “….El cine para mí es riesgo y el día que no sea más riesgo viviré de otra cosa, no quiero vivir toda mi vida haciendo películas. No quiero vivir del cine….Conozco directores que hicieron películas geniales y otras que mejor no hablemos. Creo que está bueno decir: no tengo nada más bueno que decir, no se me ocurre nada más honesto que decir. Leonardo Favio, que es el mejor director de cine argentino, puede estar años sin filmar hasta que consigue dinero, y eso me parece bueno. Yo siento que él hace películas cuando tiene ganas, que no hace películas para vivir. Capaz que para vivir canta un par de temas en algún lugar, pero tiene el cine no como un lugar del cual tiene que mantener su productora, su familia o su auto. Aunque de esos hay un montón aquí: directores cuyas películas son un fracaso tras otro, pero le siguen sacando plata al Estado y no suman nada ¿Por qué esa plata no se la dan a los estudiantes? Sí, se pueden equivocar, o no, pero van a intentar otra cosa, están menos acartonados….”
Lisandro Alonso en sus propias palabras. Y su descripción del “cine formulario”, alias el “cine ansiolítico”.
Finalmente, para quienes solicitan identificación de películas y directores debo ser muy personal. Durante los últimos seis años he sido un asistente consecutivo del Buenos Aires Festival Internacional de Cine Independiente –BAFICI. Este año, en condición de jurado de la Competencia Argentina, me tocó ver una representación muy baja. Casi casi cine formulario al cien por ciento. Calzando con esa viva descripción de Alonso, puedo decir que existen cuatro ejemplos palmarios de cine formulario minimalista que me tocaron ver en ese tiempo: El Amarillo de Sergio Maza, Criada de Matías Herrera Córdova, La León de Santiago Otheguy y El viaje de Avelino de Francis Estrada. Pero esta referencia podría extenderse, también por ejemplo, al cine programático de Pablo Fendrik, a las fórmulas de Gustavo Fontán, a la correspondencia identificable en El Otro de Ariel Rotter y El Custodio de Rodrigo Moreno, etc.
En cualquier caso, se trata de referencias opinables. Y que bueno, malo o regular, este no es el único cine que, hoy por hoy, puede dar que hablar, aunque el gran público le sea esquivo. Creo que es importante distinguir el grano de la paja. No todo el cine de bases minimalistas es bueno, per se. Como tampoco existe una incondicionalidad de mi parte hacia el cine popular, populista o populoso. Solo hacia el buen cine. Al fin y al cabo todos los cinéfilos tenemos la mirada de la mosca: no vemos el mundo tal como es, lo vemos tal como somos.
Oscar Contreras
6 comentarios:
No se entiende
Me gustaron las citas... es verdad lo de lo formulario del "nuevo" cine argentino, yo estuve estudiando en la Universidad del Cine (donde estudiaron Alonso y Trapero) y sin lugar a dudas se siente la falta de riesgo y amor hacia la obra... se respiran aires de infertilidad artística.
Sobre lo que dijo Isaac León, me parece de una tremenda ingenuidad que a estas alturas del partido considerar como "cine de resisitencia" al conocidísimo cine festivalero. Primicia: hay fórmulas tanto en Hollywood como en Cannes, Berlinale, Venecia, etc. (y faltan incluír los fondos).
Ah y por cierto, ver una película argentina durante el Bafici es una gran patinada. Mi más sentidas condolencias por haber tenido que soportar esa selección como jurado.
Respuesta a Juan Daniel Fernández:
No he dicho que todo el cine que se exhibe en festivales sea "de
resistencia", sino que las películas que hoy marcan la pauta
alternativa a la gran producción en
América Latina pasan en su mayoría
por los festivales y ese se convierte por tanto en su espacio de lanzamiento y legitimación cultural. Muchas de ellas son películas "sin público", como las
de Lisandro Alonso. ¿Por qué son
un cine de resistencia? Porque se internan en territorios expresivos ajenos a los patrones al uso y en
algunos casos, como el de Alonso,
logran resultados sobresalientes.
Se me escapó en mi respuesta decir
que El asaltante de Pablo Fendrik
es una experiencia muy distinta a El custodio y El otro, moduladas sobre la escasa movilidad. El asaltante es una película hecha con cámara en mano permanente, con
un ritmo tenso y nervioso y con
mucho movimiento interno. Salvo la sencillez de la anécdota y las
características de la producción,
no tiene en común con las otras (no
pasa, entonces, por el diagnóstico
de "ansiolítico") ni es un trabajo
"formulario".
Responde, Contreras, TU PUEDES!!!
"Las grandes novelas ejercen un poder hipnótico en el lector desde sus primeras páginas, lo mismo podría decirse del gran cine y de sus espectadores."
Sí, claro, Finnegans Wake es hipnotizante y el catálogo de la ferretería de La Vida Instrucciones de Uso* no se puede dejar de leer.
Si se trata de establecer una discusión aunque sea medianamente seria respecto del cine y sus posibles clasificaciones, debería empezarse por dejar de lado generalizaciones no sólo burdas sino también equivocadas, superficiales y tramposas como las que cito.
Si seguimos ese camino del populismo militante tendremos que concluir que Daddy Yankee está entre la música más excelsa de la historia de la humanidad, si al final vende 100 veces más que Shostakovich y ejerce un "poder hipnótico" sobre la gente que salta en sus conciertos desde el primer bum bum.
* para el que no lo sepa (y sospecho que al autor de esta nota no lo sabe pues su imagen de la literatura es tan pedestre como la del falso melómano que cree que la música dodecafónica no es música) se trata de dos libros de "difícil" lectura, lo que no les resta un ápice a sus méritos.
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