sábado, 29 de agosto de 2009

Enemigos públicos, otra vez


En una de las secuencias finales de “Enemigos públicos”, de Michael Mann, vemos una imagen de John Dillinger (Johnny Depp) contemplando sobre una pantalla de cine a Clark Gable, el gánster que marcha impetuoso hacia su ejecución en “Manhattan Melodrama”, una película de 1934. Fue la última cinta que vio Dillinger, acribillado por la policía cuando aún tenía grabadas en la retina las imágenes satinadas de ese “melodrama de Manhattan” filmado en el mullido estilo de la Metro Goldwyn Mayer de inicios de los años treinta.

¿Por qué se emociona el personaje de John Dillinger ante esas imágenes? Sin duda porque ve en el gánster interpretado por Gable al reflejo idealizado y hollywoodense de sí mismo: el hombre guapo, rico, amado y glamoroso que construye una mitología a pesar de ser un réprobo, perseguido y criminal como él. Encarnación de la doble moral de un sistema que celebra en privado, y en la oscuridad de una sala de cine, las acciones que reprueba en la calle, condenándolas en los medios de comunicación y en los tribunales de justicia.

¿Qué causa nostalgia y humedece los ojos del actor Johnny Depp en esa escena? Tal vez la imposibilidad de ser el mítico y poderoso Gable, estrella insuperable, producto de un sistema de producción hollywoodense que no existe más. Como tampoco existen los grandes personajes de gánsteres del cine clásico, esos jovenzuelos atorrantes y matones de barrio que ascendían al Olimpo del delito arrimándose al costado perverso del sueño americano. Si en los viejos filmes de Warner las trayectorias de Cagney, George Raft, Paul Muni, Edward G. Robinson o Humphrey Bogart eran historias de imparable ascenso y los filmes de gánsteres eran biografías de leyendas en construcción, en “Enemigos públicos” vemos al mito disolviéndose.

Michael Mann narra los últimos tiempos de John Dillinger, así como antes el western moderno mostró, con similar acentuación estilística, los momentos finales de Billy the Kid (llorado por Sam Peckinpah) o de Jesse James (por Andrew Dominik). En “Enemigos públicos”, el agente Melvin Purvis (Christian Bale) rastrea los pasos de Dillinger como antes Pat Garret o el cobarde Bob Ford se convirtieron en sombras de los legendarios villanos del Oeste. Pero no es la eficacia de los cazadores la que produce los resultados, sino el ocaso de la leyenda. La muerte de los “enemigos públicos” está anunciada de antemano porque en las películas son ya personajes anacrónicos.

El romanticismo del “fuera de ley” marcado por el destino pero respetuoso de códigos de lealtad extemporáneos, se reconoce en el llanto de Dillinger luego de la captura de Billie (Marion Cotillard). Una emoción que no significa nada para los modales de los G-Men impulsados por un Edgar Hoover de afanes fascistas y ambiciones de magnate corporativo. Así como tampoco tiene sentido el terco individualismo de Dillinger, empeñado en seguir asaltando bancos en el nuevo mundo de los clanes criminales dedicados a la explotación del juego clandestino. El Dillinger de “Enemigos públicos” muere porque ya no es funcional ni se ajusta a los tiempos.

Pero a diferencia de otras elegías, que prefieren la contemplación morosa y lánguida o la acumulación de crepúsculos, “Enemigos públicos” filma el tramo final de la trayectoria del gánster en tiempo presente, con acentuación hiperrealista, multiplicando los destellos luminosos y la agitación audiovisual. Mann usa las técnicas más sofisticadas –cámaras de alta definición digital que dan una imagen de gran belleza plástica y profundidad de campo, sobre todo en esos planos de perspectivas forzadas, agudas, en las que un hombre armado acecha a su próxima víctima- para recrear un personaje que está en el centro del imaginario cinematográfico, como que fue encarnado por Lawrence Tierney y por Warren Oates en notables películas de serie B de Max Nosseck y John Milius. Pero para recrearlo sin complacencia en la nostalgia ni en la ambientación de los años 30.

“Enemigos públicos” es una cinta de estilización visual extrema, que apela a los sentidos, apuesta por la celebración de las texturas materiales y trabaja de modo virtuoso la saturación de ciertos tonos al interior de un diseño bicromático, porque esta es una película en blanco y negro pero filmada en color.

Más que por una historia tensa, armada y fuerte (que no la tiene) o de personajes complejos (que no lo son), “Enemigos públicos” fascina con los fogonazos de las metralletas que iluminan las noches y con las persecuciones entre bosques espectrales, logrando una distinción visual que parece un lujo en el adocenado panorama del Hollywood de hoy. Como si ante la imposibilidad de recrear el dinamismo casi documental de los viejos filmes de gansters de la Warner, o la áspera y casi sucia sequedad de la serie B -ya desaparecida-, o de impostar el réquiem viscontiano que intentó Coppola para retratar la saga de los Corleone, Mann optara por la economía audiovisual del relampagueo súbito, del resplandor de las luces intensas en plena refriega, del sonido brusco de las balas, de los movimientos de la cámara en mano que resultan abstractos en su cualidad casi fantasmal.
"Enemigos públicos" es el ejemplo cabal de lo interesante que puede ser un filme “mainstream” cuando lo dirige un cineasta de talento o un estilista como Mann, interesado en apoderarse de los códigos de una rica pero casi extinta vertiente (el filme de gánsteres) de un gran género popular (el cine criminal).

Ricardo Bedoya

3 comentarios:

Fernando dijo...

Hola Ricardo, si deseas publicas este comentario.

Resuelve mi duda, cual es correcto: filmes de gánsteres (tercer párrafo, penúltima línea), filmes de gansters (último párrafo, séptima línea) o filme de gansters (último párrafo, penúltima línea).

Luego le doy otra lectura.

ricardo bedoya dijo...

Hola Fernando

El DRAE consigna "gánster", que define como "Miembro de una banda organizada de malhechores que actúa en las grandes ciudades".

Si esa es la norma aceptada, habrá que usarla. Ajusto el texto y gracias por la observación.

Fernando dijo...

Ricardo lo que yo manifestaba era si la grafía era la correcta o no, pues veo que si dices ...los filmes de gánsteres...(tercer párrafo, penúltima línea), por qué luego escribes ...los viejos filmes de gansters de la Warner... (último párrafo, séptima línea) si es plural al igual que el primero y "gánster" está castellanizado; en todo caso mejor era "gangsters" y en cursivas ya que esta palabra anglosajona nos remite inmediatamente a un tipo de cine e intuyo que al tener la próximidad de otra palabra muy ligada al cine, como que no es "estético" decir ...los viejos filmes de gánsteres de la Warner...

En cuanto a la película algunas cosas rescatables y recordables: el discurrir de las balas punzantes con esa luz amarilla que sobrecoge y emociona, el buen uso que se hace de las cámaras digitales en la totalidad de la película y en especial en la escena de persecución y asesinato de "Baby Face Nelson" por ese bosque fantasmal...