Me sumo a las manifestaciones de pesar que ha producido la noticia del fallecimiento de Raúl Ruiz y quiero aportar a su memoria un pequeño recuerdo personal, pues tuve la satisfacción de mantener con él una larga amistad.
Junto con Federico de Cárdenas lo conocí en febrero de 1967, durante el Festival de Cine Latinoamericano de Viña del Mar que tanta resonancia tuviera en el surgimiento de lo que se llamó el Nuevo Cine de América Latina. En esa ocasión las pláticas cinéfilas se combinaron ya con los proyectos de realización que Raúl tenía en mente. A fines de 1969 volví a verlo en la misma ciudad, con ocasión de esa edición histórica del Festival en la que La hora de los hornos, Lucía, Memorias del subdesarrollo y los documentales de Santiago Álvarez produjeron una verdadera conmoción. En esa misma edición vimos su primer largo terminado, Tres tristes tigres, totalmente marginal y heterodoxo si se la compara con esas obras canónicas del cine latinoamericano emergente a las que cabe agregar, El chacal de Nahueltoro, estrenada también en ese Festival.
A comienzos de 1970 vino a Lima recién casado con Valeria Sarmiento, editora y más adelante también realizadora. El viaje a Lima fue un viaje de luna de miel, pero debe haber sido la luna de miel más curiosa, o de las más curiosas, que se hayan realizado nunca. Raúl y la Valeria se dedicaron intensamente a ver películas (muchas de ellas en la sala de redacción de Hablemos de Cine, donde contábamos con un proyector de 16 mm.), especialmente clásicos de la Cinemateca Universitaria, que nos prestaba Miguel Reynel en copias fílmicas. (el betamax o el VHS aún no existían). Hicieron muchas amistades en Lima que Raúl nunca olvidó. Cada vez que nos vimos posteriormente en Paris o en algún festival pasábamos revistas a todos, “los buenos y los malos”, como decía Raúl. En Lima todos pudieron comprobar la ya legendaria capacidad libatoria de Raúl, a quien no obstante jamás vi perder la ecuanimidad y la corrección. Prácticamente todo el grupo de Hablemos de Cine, dedicado a la vida de la revista sin los apuros laborales que hoy se confrontan (con la excepción de Federico que se encontraba en Paris y que, abstemio como es, tampoco hubiera cedido a esa tentación) se rindió tanto a la invitación al trago como al poder persuasivo del amigo chileno en torno a las posibilidades creativas del cine. Esa fue una visita realmente inolvidable que duró al menos cuatro semanas y que, al menos que yo sepa, no se repitió nunca más en Lima con otro cineasta. Raúl hizo amigos entre cineastas y críticos, poetas, narradores y músicos, en una época en la que Jorge Edwards, con el que en compañía de Raúl comimos cebiche en uno de esos guariques de Lima que deben haber ya desaparecido, ejercía el cargo de agregado cultural de la Embajada de Chile en Lima.
Lo vi luego en Santiago unos pocos días antes del golpe militar que, por 48 horas, casi me coge en plena capital chilena. Almorzando con él y con Darío Pulgar, su productor, en un comedor con vista a la Plaza de la Moneda, comentaba y, como era su costumbre, ironizaba sobre la precaria situación política de su país. “Lo que hay aquí no es marxismo-leninismo, sino marchismo-leninismo” decía, aludiendo a la proliferación de marchas políticas.
Más adelante, coincidí con él en Paris en varias ocasiones, invitándome a almorzar o a comer en su departamento o fuera. Pese al intenso ritmo de su trabajo, nunca lo ví apurado o inquieto. Más bien, siempre mantuvo ese aire tranquilo y ese tono reposado en el hablar. Quien no lo conocía, difícilmente hubiese podido pensar que alguien como él tuviese una actividad como la que prodigó por varias décadas.
Quiero contar dos anécdotas, de las muchas que hay, de esa capacidad creativa de Raúl. Como de costumbre, siempre le preguntaba qué estaba filmando. En una ocasión me dijo que estaba haciendo un documental sobre plantas de energía atómica (creo que para el Institute Nationale Audiovisuelle, de Francia, para el que hizo varias películas, todas personalísimas) y, con los descartes, un thriller. Al mostrarme sorprendido me explicó que “si encuadras a un científico en plano frontal resulta muy creíble lo que dice, pero si el plano es de espaldas, ya no lo es tanto o simplemente deja de serlo”. O también, “si haces un travelling por el pasillo de una planta de energía se siente como un simple recorrido, pero si le agregas, por ejemplo, música de Bernard Herrman, el efecto cambia por completo”.
La segunda anécdota: cuando le faltaba pocos meses para filmar uno de sus proyectos más complejos, El tiempo recobrado, sobre En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust, y siempre dispuesto a compartir dos o tres copas de vino con los amigos, hice un comentario, dando por hecho de que todo su esfuerzo estaría dedicado a la preparación de esa película. Una vez más me sorprendió al decirme que antes de la filmación de El tiempo recobrado, iba a rodar otro largo, cosa que por cierto hizo.
La última vez que lo encontré fue en el Festival de Guadalajara en marzo del 2010. Se le veía ya algo avejentado y adelgazado. Más adelante nos enteramos de su enfermedad y, después, de la aparente superación de la misma. Pero, como siempre, el organismo puede fallar y el hígado es un órgano muy sensible. Sin embargo, con enfermedad y todo, Raúl siguió filmando. Allí está Los misterios de Lisboa, de seis horas en la versión completa, y una de sus mejores películas. Hizo luego una última película en Chile, que se está editando, y estaba a punto de iniciar otra con John Malkovich, cuando la muerte lo sorprendió.
Por eso, la idea del viaje interminable como título de este reseña no estaba pensada en función de lo que viene (o no viene) después de la muerte, sino en ese recorrido inagotable que Raúl hizo a lo largo de más de 40 años por los caminos del cine y por todos sus vericuetos, esos que supo atravesar como el que por primera vez se interna en ellos, pues cada película era para el realizador chileno una suerte de “volver a empezar”. Si hay autores a los que se reconoce por el mantenimiento de un patrón estilístico, a Ruiz se le reconoce por esa extraordinaria versatilidad y ello sin necesidad de explorar toda la gama de géneros y motivos, pues hay sin duda recurrencias y motivos que se repiten, pero nunca de la misma forma o, incluso, de forma parecida. Fue un experimentador en el mejor sentido de la palabra y asumió los riesgos. No todo lo que hizo tuvo el mismo nivel y creo que, aunque Raúl no hubiera estado de acuerdo porque podía sustentar al dedillo cada uno de sus films, hubo proyectos insatisfactorios. Pero al lado de ellos, otros muchos alcanzaron un nivel creativo que lo ha convertido, y con justicia, en uno de los realizadores más valiosos del cine de autor contemporáneo.
Un último comentario: después de haber logrado tantos reconocimientos y de haber dirigido a actores de la talla de Malkovich, Catherine Deneuve, Marcello Mastroianni, Michel Piccoli, Isabelle Huppert y otros, Raúl siguió siendo hasta el final el amigo de todos sus amigos. Volver a encontrarse con él era como reencontrar al compañero del colegio o al viejo amigo del barrio, con el uno podía gastarse las mismas bromas de siempre y con el que se podía pasar de una reflexión sesuda a un chiste cualquiera. Era como seguir viendo a ese joven candidato a cineasta con quien compartimos encuentros en algún bar de Santiago o en el comedor del Hotel O’Higgins de Viña del Mar en 1967.
Ya no podrá venir a Lima con una retrospectiva de sus películas, como desde hace mucho queríamos. Pero podremos seguir viéndolas y descubrir tantas otras de las más de cien que hizo y que apenas si se conocen. Vaya ahora nuestro sentimiento de pesar y solidaridad emocional con su mujer y compañera de siempre, Valeria, y con los amigos chilenos que en las buenas y las malas estuvieron cerca de él, física o afectivamente.
Isaac León Frías
Junto con Federico de Cárdenas lo conocí en febrero de 1967, durante el Festival de Cine Latinoamericano de Viña del Mar que tanta resonancia tuviera en el surgimiento de lo que se llamó el Nuevo Cine de América Latina. En esa ocasión las pláticas cinéfilas se combinaron ya con los proyectos de realización que Raúl tenía en mente. A fines de 1969 volví a verlo en la misma ciudad, con ocasión de esa edición histórica del Festival en la que La hora de los hornos, Lucía, Memorias del subdesarrollo y los documentales de Santiago Álvarez produjeron una verdadera conmoción. En esa misma edición vimos su primer largo terminado, Tres tristes tigres, totalmente marginal y heterodoxo si se la compara con esas obras canónicas del cine latinoamericano emergente a las que cabe agregar, El chacal de Nahueltoro, estrenada también en ese Festival.
A comienzos de 1970 vino a Lima recién casado con Valeria Sarmiento, editora y más adelante también realizadora. El viaje a Lima fue un viaje de luna de miel, pero debe haber sido la luna de miel más curiosa, o de las más curiosas, que se hayan realizado nunca. Raúl y la Valeria se dedicaron intensamente a ver películas (muchas de ellas en la sala de redacción de Hablemos de Cine, donde contábamos con un proyector de 16 mm.), especialmente clásicos de la Cinemateca Universitaria, que nos prestaba Miguel Reynel en copias fílmicas. (el betamax o el VHS aún no existían). Hicieron muchas amistades en Lima que Raúl nunca olvidó. Cada vez que nos vimos posteriormente en Paris o en algún festival pasábamos revistas a todos, “los buenos y los malos”, como decía Raúl. En Lima todos pudieron comprobar la ya legendaria capacidad libatoria de Raúl, a quien no obstante jamás vi perder la ecuanimidad y la corrección. Prácticamente todo el grupo de Hablemos de Cine, dedicado a la vida de la revista sin los apuros laborales que hoy se confrontan (con la excepción de Federico que se encontraba en Paris y que, abstemio como es, tampoco hubiera cedido a esa tentación) se rindió tanto a la invitación al trago como al poder persuasivo del amigo chileno en torno a las posibilidades creativas del cine. Esa fue una visita realmente inolvidable que duró al menos cuatro semanas y que, al menos que yo sepa, no se repitió nunca más en Lima con otro cineasta. Raúl hizo amigos entre cineastas y críticos, poetas, narradores y músicos, en una época en la que Jorge Edwards, con el que en compañía de Raúl comimos cebiche en uno de esos guariques de Lima que deben haber ya desaparecido, ejercía el cargo de agregado cultural de la Embajada de Chile en Lima.
Lo vi luego en Santiago unos pocos días antes del golpe militar que, por 48 horas, casi me coge en plena capital chilena. Almorzando con él y con Darío Pulgar, su productor, en un comedor con vista a la Plaza de la Moneda, comentaba y, como era su costumbre, ironizaba sobre la precaria situación política de su país. “Lo que hay aquí no es marxismo-leninismo, sino marchismo-leninismo” decía, aludiendo a la proliferación de marchas políticas.
Más adelante, coincidí con él en Paris en varias ocasiones, invitándome a almorzar o a comer en su departamento o fuera. Pese al intenso ritmo de su trabajo, nunca lo ví apurado o inquieto. Más bien, siempre mantuvo ese aire tranquilo y ese tono reposado en el hablar. Quien no lo conocía, difícilmente hubiese podido pensar que alguien como él tuviese una actividad como la que prodigó por varias décadas.
Quiero contar dos anécdotas, de las muchas que hay, de esa capacidad creativa de Raúl. Como de costumbre, siempre le preguntaba qué estaba filmando. En una ocasión me dijo que estaba haciendo un documental sobre plantas de energía atómica (creo que para el Institute Nationale Audiovisuelle, de Francia, para el que hizo varias películas, todas personalísimas) y, con los descartes, un thriller. Al mostrarme sorprendido me explicó que “si encuadras a un científico en plano frontal resulta muy creíble lo que dice, pero si el plano es de espaldas, ya no lo es tanto o simplemente deja de serlo”. O también, “si haces un travelling por el pasillo de una planta de energía se siente como un simple recorrido, pero si le agregas, por ejemplo, música de Bernard Herrman, el efecto cambia por completo”.
La segunda anécdota: cuando le faltaba pocos meses para filmar uno de sus proyectos más complejos, El tiempo recobrado, sobre En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust, y siempre dispuesto a compartir dos o tres copas de vino con los amigos, hice un comentario, dando por hecho de que todo su esfuerzo estaría dedicado a la preparación de esa película. Una vez más me sorprendió al decirme que antes de la filmación de El tiempo recobrado, iba a rodar otro largo, cosa que por cierto hizo.
La última vez que lo encontré fue en el Festival de Guadalajara en marzo del 2010. Se le veía ya algo avejentado y adelgazado. Más adelante nos enteramos de su enfermedad y, después, de la aparente superación de la misma. Pero, como siempre, el organismo puede fallar y el hígado es un órgano muy sensible. Sin embargo, con enfermedad y todo, Raúl siguió filmando. Allí está Los misterios de Lisboa, de seis horas en la versión completa, y una de sus mejores películas. Hizo luego una última película en Chile, que se está editando, y estaba a punto de iniciar otra con John Malkovich, cuando la muerte lo sorprendió.
Por eso, la idea del viaje interminable como título de este reseña no estaba pensada en función de lo que viene (o no viene) después de la muerte, sino en ese recorrido inagotable que Raúl hizo a lo largo de más de 40 años por los caminos del cine y por todos sus vericuetos, esos que supo atravesar como el que por primera vez se interna en ellos, pues cada película era para el realizador chileno una suerte de “volver a empezar”. Si hay autores a los que se reconoce por el mantenimiento de un patrón estilístico, a Ruiz se le reconoce por esa extraordinaria versatilidad y ello sin necesidad de explorar toda la gama de géneros y motivos, pues hay sin duda recurrencias y motivos que se repiten, pero nunca de la misma forma o, incluso, de forma parecida. Fue un experimentador en el mejor sentido de la palabra y asumió los riesgos. No todo lo que hizo tuvo el mismo nivel y creo que, aunque Raúl no hubiera estado de acuerdo porque podía sustentar al dedillo cada uno de sus films, hubo proyectos insatisfactorios. Pero al lado de ellos, otros muchos alcanzaron un nivel creativo que lo ha convertido, y con justicia, en uno de los realizadores más valiosos del cine de autor contemporáneo.
Un último comentario: después de haber logrado tantos reconocimientos y de haber dirigido a actores de la talla de Malkovich, Catherine Deneuve, Marcello Mastroianni, Michel Piccoli, Isabelle Huppert y otros, Raúl siguió siendo hasta el final el amigo de todos sus amigos. Volver a encontrarse con él era como reencontrar al compañero del colegio o al viejo amigo del barrio, con el uno podía gastarse las mismas bromas de siempre y con el que se podía pasar de una reflexión sesuda a un chiste cualquiera. Era como seguir viendo a ese joven candidato a cineasta con quien compartimos encuentros en algún bar de Santiago o en el comedor del Hotel O’Higgins de Viña del Mar en 1967.
Ya no podrá venir a Lima con una retrospectiva de sus películas, como desde hace mucho queríamos. Pero podremos seguir viéndolas y descubrir tantas otras de las más de cien que hizo y que apenas si se conocen. Vaya ahora nuestro sentimiento de pesar y solidaridad emocional con su mujer y compañera de siempre, Valeria, y con los amigos chilenos que en las buenas y las malas estuvieron cerca de él, física o afectivamente.
Isaac León Frías
14 comentarios:
Un texto muy entrañable Chacho; a diferencia de otros ¿blogs? de cine que creen que pegando links y videos de youtube ya están "homenajeando" a un cineasta tan importante como Ruiz.
Me acuerdo muy bien, Chacho, haberte escuchado en las reuniones nocturnas de la revista -así como en los viajes- esos recuerdos y ausencias sobre Raúl Ruiz. Gran amigo de Federico de Cárdenas.... Sobre todo de la famosa luna de miel de 1970 en Lima, Perú y el histórico Festival de Cine de Viña del Mar de 1969 ... A Raoul Ruiz lo vi hace años en el BAFICI en un encuentro con el público compartiendo la mesa con Sergio Wolf y Edgardo Cozarinsky... y también lo vi conversando animadamente con Fico...No me atreví a tercear. Pero sí a ver PALOMITA BLANCA en el Hoytts que me pareció absolutamente avanzada para el lugar y el tiempo en el que se hizo....Me acuerdo también que en un Festival de Cine Europeo (o quizá una de las muestras itinerantes de la Embajada de Francia, no recuerdo bien) llegó la copia de EL TIEMPO RECOBRADO, la personalísima y lograda aproximación de Ruiz al mundo de Proust...que Vargas Llosa pidió ver en una sesión privada para él y sus amigos en la Filmoteca de Lima... Chacho, me parece oportuno, amigable y hasta docente el que hayas compartido con el público estos recuerdos sobre tan interesante como inabarcable realizador.
Un abrazo
Oscar
Con la particularidad de que esos links o entrevistas pichicateras (aj, ay fo) dan un panorama íntegro de lo que pensaba el autor chileno ¿no? Eso es tan respetable como escribir que tal o cual cineasta o escritor que murió fue mi pata y lo quise bastante.
Muy sentida la evocación que el profesor León hace del fallecido cineasta Ruiz.
"aj, ay fo"? la única persona que conozco que hace esos ademanes supuestamente imitando a otras personas es curiosamente mario castro.
"llegó la copia de EL TIEMPO RECOBRADO, la personalísima y lograda aproximación de Ruiz al mundo de Proust...que Vargas Llosa pidió ver en una sesión privada para él y sus amigos en la Filmoteca de Lima..."... Perdón, pero la Filmoteca de Lima no era de todos? Cualquiera podía pedir funciones privadas para sus amigos?
¡Qué maravilla! Me parece una atención al público realmente esmerada. Yo también quisiera que la Filmoteca de Lima me diera una función privada para mí y mis amigos ¿Alguien me puede decir quién es el que programa estas funciones privadas?
La Filmoteca era, que yo sepa, una institución privada, de un patronato privado y podia mostrar peliculas aquien le diera la gana
O sea que, quines manejaban la Filmoteca en aquel entonces hacían con ella lo que se les daba la reverenda gana? Excelente.
Ojala les diera la gana de mostrar las peliculas a todos, pero... Cuando se trata de hacer lo que les da la gana esperar algo mas abarcador molesta a los anonimos. En fin, por lo menos podriamos estar de acuerdo en que seria lindo que el Peru tuviera una filmoteca que no dependiera de lo que le da la gana a quien la dirige. Algun dia sera...
¡Ay chuma! Cometí una infidencia… Chacho, disculpa…. ¿Y ahora? … "Periodismo de investigación"; "La corte del corazón humano"; "Usted es el juez"; "¡Dinero público!"; "¡Mermelada!"; "¡Trasiego!"; “Cada ladrón juzga por su condición”; "¿Qué fruta te gusta?”. Eso sí, lamento decirte –y te adelanto mi querido Chacho- que mis servicios como abogado son muy altos; que no los ofrezco así nomás; y que mi patrocinio configuraría un conflicto de intereses evidente ¿Te das cuenta que la Fundación Edubanco (persona jurídica de Derecho Civil, integrada por un conjunto de empresas benefactoras y ciudadanos), que administrara y gestionara el Museo de Arte y la Filmoteca de Lima, llegó a alquilar fuera de los horarios de función el auditorio y otras instalaciones del Museo de Arte para actividades y galas de embajadas, empresas, premiaciones, cursos y …. hasta para el Festival de Cine de Lima (entonces Encuentro Latinoamericano de Cine organizado por la PUCP)? ¿Te das cuenta que arrogándote funciones que no te correspondían –eras un empleado de la Filmoteca- y pasando por encima del consejo administrador, has discriminado a millones de grupos de amigos? ¿Entiendes que has perpetrado una masacre espiritual?... ¿Y si cobraste entrada? ¿Y si de repente hiciste una conexión clandestina al cableado público para echar a andar el proyector?”… Eres un “genocida” …. El enemigo público número 1….Se ha puesto en evidencia un enjuague. Un capricho tuyo… “Te dio la gana…”…. Traicionaste un juramento… Insisto, no fue mi intención Chacho…. Para que veas que un mequetrefe cinéfilo (como yo) es capaz de poner en evidencia un “cinefilicidio”…. Una dañosidad social…. Has jugado con los sentimientos de la “nación cinéfila”…. Ni el Nobel salva a Vargas Llosa… ¡Imagínate!...¡Meterse como un ladrón por la ventana!...Como si de una universidad privada se tratara. Y ¿Si MVLL se puso a vender sus novelas en la puerta de la sala como si fueran revistas de cine? ¿Te has puesto a pensar en eso? ¿Te gusta el pan con mermelada?…..Los inmorales nos han igualado.
Muy gracioso el comentario del señor Oscar Contreras. Como él pienso que lo mejor es tomar las cosas, en lo posible, con buen humor. Además luce el raro mérito de la originalidad, pues sólo a él se le ha ocurrido hablar de mermelada, dinero público, el ladrón cree que todos son de su condición, etc. ¿Alguien puede pensar que esa exhibición obedeció a un pago subalterno en metálico? ¿Periodismo de investigación? ¡Qué risa! Como sabemos nadie ha investigado ni está investigando nada, sino comentando un dato aparecido en otro coment. Pero volviendo al tema, algo más serios, el señor Contreras, sé de su amabilidad, me lo perdonará, no se pronuncia sobre si sería bueno que tuviéramos una filmoteca en donde los directivos no hicieran lo que les da la gana, sino lo que fuera mejor para la mayoría. Y no tiene por qué opinar al respecto, a menos que creyera que es algo relevante. Con respecto a Mario Vargas llosa (un saludo Mario, si está leyendo esto), nadie lo está criticando a él ni a su premio nobel, de hecho yo he preguntado (recuperemos el humor)si a mí también me pueden hacer una función privada para ir con mis amigos.De otro lado, quien cometió la torpeza de decir que los directivos de la filmoteca podían hacer lo que les da la gana no fue el señor Contreras, ni alguno de los directivos, no puedo creerlo, sino un anónimo y mi respuesta va dirigida a ese coment, porque me resulta imposible pensar que en la filmoteca, por más privada que sea, los directivos decidan considerando lo que les da la gana. Afirmar que podría ser así me parece criticable, así como organizar funciones privadas para los amigos, lo que no guarda ninguna relación con organizar un acto institucional para una embajada o facilitar ya sean sus películas o su local a un festival de cine.
Para las personas que preguntan por sus comentarios no publicados:
No voy a publicar suposiciones sobre quién escribió tal o cual comentario. Si quieren opinar, háganlo, por favor, sobre el tema de fondo.
Sin embargo, hay un anónimo del 24 de agosto de 2011 a las 19:19 que "asume" a Mario Castro como autor de un comentario y fue publicado con normalidad. Es lo que yo pienso también; y de hecho es lo que tú piensas Ricardo, ¿por qué no decirlo?
Además quiero compartir con todos el hecho de haber hecho ese comentario en el blog del mencionado; el cual por supuesto jamás fue publicado.
Saludos y espero que este comment si lo publiques; pues hace referencia exclusivamente a hechos concretos.
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