jueves, 25 de agosto de 2011

Amador



Fernando León de Aranoa es un director interesado en rastrear los costados íntimos de la marginalidad y de la exclusión social. Sus películas, “Barrio”, “Los lunes al sol”, “Princesas”, entre otras, se presentan como crónicas realistas, ceñidas a la descripción de un medio, un ambiente, un lugar, con personajes netos, tipificados por su función laboral o su desempeño en la vida cotidiana, que enfrentan situaciones de desamparo. En la exposición, León de Aranoa da cuenta del trasfondo documental de la acción pero ciñéndose a la descripción de la subjetividad más bien conmovida de los personajes, aportando una mirada de talante humanista, a veces indignada por las circunstancias de la marginación pero comprensiva con las razones de sus protagonistas.

En “Amador”, sigue la travesía de Marcela (Magaly Solier), inmigrante peruana en España que consigue un trabajo veraniego que le exige cuidar de Amador (Celso Bugallo), un anciano que yace en cama. Una relación particular se establece entre los dos solitarios: la mujer que trata de sobrevivir en un medio extraño y el viejo que pasa sus últimos días haciendo rompecabezas y escuchando los ruidos de las presencias habituales de los que transitan por la calle. De pronto algo ocurre y Marcela decide simular una situación que le permita mantener su trabajo y seguir ganando el dinero que requiere.

Los mejores momentos de “Amador” transcurren en silencio. En la parte central de la película, León de Aranoa retrasa el avance del relato, lo estanca por momentos, reduce la trama a lo elemental y prefiere registrar, a veces de modo más bien moroso, acciones mínimas. La cámara observa los recorridos de Magaly Solier, la filma de perfil o caminando por el departamento, construyendo un simulacro de normalidad, soportando la curiosidad e intromisiones del vecino, sobrecogida por indicios extraños, de acentos “fantásticos”. La expresividad de Solier se concentra en la mirada, en el gesto, en la pose.

En esos recorridos, los espacios del departamento se potencian y entonces se esboza lo que la película pudo haber sido: el drama -entre grotesco y patético, entre Polanski y Berlanga- de una mujer que construye una trampa en un mundo culturalmente ajeno, en el interior de un departamento que se vuelve jaula, acechada por un mobiliario que le resulta inmanejable y acosada hasta por los olores de la descomposición orgánica. La necesidad de sobrevivir la lleva a la asfixia. Pero la película renuncia a cualquier exceso, aspereza o radicalidad y prefiere apuntar la bonhomía de la fábula. Lo que explica el filón aforístico, alusivo y metafórico de la película, consus referencias al olor de las flores, a la vida como puzzle o a las sirenas y la muerte.

Los diálogos entre Celso Bugallo y Magaly Solier son sueltos y fluidos por la solvencia de los actores, pero lucen una sobrecarga simbólica evidente. Tratan de explicarlo todo, los misterios de la vida y la muerte próxima, la soledad y el abandono, entre otros temas, por las vías de la metáfora a veces subrayada y solemne. Lo que se encuentra también en las intervenciones no menos explicativas, pero en clave humorística, de la prostituta y del sacerdote. El costado didáctico, ejemplarizador y casi redentor del desenlace de “Amador” le resta puntos al resultado final.

Ricardo Bedoya

1 comentario:

Adalberto Fonkén dijo...

Una dificil prueba para Magaly Solier, que no es actriz profesional. En este caso boliviana porque Amador se acuerda que ella no conoce el mar