viernes, 12 de agosto de 2011

Un asesino dentro de mí

“Un asesino dentro de mí” adapta una novela de Jim Thompson que ya había sido llevada al cine por Burt Kennedy y que, entre nosotros, inspiró la trama de “Bajo la piel”, la mejor película de Lombardi, sobre un guión complejo y sin fisuras de Augusto Cabada.

El director Winterbottom ambienta la acción en los años cincuenta en un pueblo del oeste de Texas. Ahí vive y trabaja Lou Ford (Casey Affleck), asistente de un sheriff alcohólico y desengañado de todo. Ford tiene cara de niño, expresión apacible, voz dulce, modales suaves, talento de pianista, afición por la lectura y la ópera, amigos poderosos y corruptos, pasado turbulento, memorias desgarradoras de su infancia, pasión por el sexo violento y una escalofriante incapacidad para distinguir el bien del mal. Affleck, notable ya en “El asesinato de Jesse James por el cobarde Bob Ford”, aporta aquí el paradójico tono de la película: juega a ser intensa y chocante, pero a la vez relajada y cínica. El británico Winterbottom se acerca a la mitología plebeya y “pulp”, tan norteamericana, del polvo y el calor enmarcando los crímenes pasionales y de lucro en un recóndito pueblo texano, con una mirada de arqueólogo, de moralista y de satírico.

Así, recrea a la perfección la arquitectura y los espacios de ese mundo rural de los cincuenta así como la sórdida y sofocante atmósfera que domina en ellos. Todo está podrido ahí, empezando por la trama de lealtades que une a las autoridades con el ricachón mandamás. Pero esa podredumbre tiene un encanto particular, el que sustentó el costado deletéreo y fotogénico del viejo cine criminal, más fascinante cuanto más sórdido y renegrido. La secuencia de la brutal golpiza al personaje de Jessica Alba informa de las tensiones contradictorias que dan cuerpo a esta película. El gráfico detalle de cada golpe parece denotar indignación o acaso repulsión, pero lo que se filtra es más bien una mirada fascinada por la posibilidad de poner hoy en imágenes netas aquellas fantasías extremas de crueldad que el cine clásico reprimió a causa de la censura. La violencia que ejerce Affleck, impulsado por el asesino que lleva dentro de sí, hipertrofia hasta lo grotesco el deseo criminal de tantos personajes del “cine negro” clásico. Es la revancha misógina contra la “mujer fatal”, la mantis religiosa, la que esclaviza al hombre con sus letales encantos. Ante eso, Winterbottom condena, exalta o sonríe. O acaso hace todo ello a la vez.


La película falla cuando intenta penetrar en la expresión beatífica del personaje principal y dar claves de su pasado. Las imágenes de la infancia son intrusiones innecesarias y de manual: Freud para principiantes. Otra debilidad. Pese a su presencia siempre agradecible, Jessica Alba luce fuera de lugar: carece de peso, densidad, ambigüedad, capacidad para torcer un destino.


Ricardo Bedoya

1 comentario:

Carmen dijo...

Tuve la suerte de verla en uno de los pocos cines que la estrenaron y gracias a que no hay censura "The Killer inside me" exaltó durante casi los 120 minutos de su proyección, mi fascinacion por el cine negro.