lunes, 1 de agosto de 2011

Lima Independiente 2011

John Campos Gómez entrega su balance del Festival Lima Independiente 2011


A contramano del festival que organiza la Universidad Católica -que desdeña la producción que se realiza en digital para su competencia oficial- nació esta muestra -que tuvo entrada gratuita- con la idea de impulsar a los nuevos directores locales. A continuación, una crónica/balance de esta primera edición.


Dícese que todo cine hecho en el Perú es independiente. Media mentira más que media verdad. Es cierto, como se sabe sin consultar, que en el Perú no existe industria de cine; sin embargo, esa realidad no niega la existencia de producciones nada modestas, imposibles de realizarse si centenas de miles de dólares no se ponen antes sobre la mesa de negociación. Esa necesidad revela a tales proyectos como dependientes, sea de la subvención estatal (vía concurso), de cualquier fondo internacional o de ambos en pos de costear los varios criterios que exige el presupuesto. Fuera de debate quedan las cuestiones estéticas, que para nada fallan a favor o en contra sobre si un film es independiente o no, principal problema de orientación para quienes consideran que el rótulo “independiente” se debe a la desobediencia de las formas clásicas de narración. Bajo esa lógica confusa, La ciénaga sería más independiente que Historias extraordinarias, y no es así. Ergo, dicho postulado se presenta endeble, reduccionista casi por antojo, por otro lado, quienes arguyen lo contrario tampoco atinan. Ambos vientos soplan demagogia y eso obnubila el debate.


No obstante, el cine independiente limeño sí existe y viene arreciando. Independiente por los míseros presupuestos que maneja -inferiores a la remuneración mínima vital- y no por alguna tendencia snob que haga válido el calificativo. Y es que el guerrillero modo de producción es el único criterio que emparenta estas películas estimuladas por Polvos azules y la sencillez de una handycam. Por aquí los tiempos cambiaron, sino cómo explicamos que varios limeños clasemedieros prefieran exteriorizar sus pasiones a través de la cámara como otrora lo hicieran con las guitarras eléctricas. Durante este cambio climático nace, pertinente, el Festival Lima Independiente. Esta nueva trinchera del cine digital, que ofreció libre ingreso a todas sus funciones, hace oposición al festival organizado por la Universidad Católica, el Festival de Cine de Lima, que desdeña el video, impidiéndole el paso a la competencia oficial, sea cual fuese su procedencia o calidad. Por tanto, no sólo el grueso de cine peruano último hecho en ese formato, no califica para el señorial evento sino cualquier obra maestra que no haya pasado antes por un laboratorio. Por fortuna, el panorama actual de Lima ofrece al cinéfilo criollo, uno de los más apasionados de Sudamérica -si no del mundo-, una oferta ampliada a la de ayer. Y entre esa variedad, es más factible que encuentre el gusto. Pero más importante que lustrar la alfombra para el paso del cine independiente hecho en Perú, el festival sirvió como puesta al día del digital sudamericano, sobresaliendo nítidamente la producción chilena, que con Piotr, una mala traducción, de Martín Seeger; Manuel de Ribera, de Christopher Murray y Pablo Carrera; Perro muerto, de Camilo Becerra; y Tres semanas después, de José Luis Torres Leiva; confirmó su buen estado. Un placer ver que lo leído era cierto.


De otro lado, es menester nuestro reflexionar acerca del estado actual de las películas limeñas que compitieron sin éxito. Como en todo festival, las decisiones del jurado son inapelables; en cambio, las opiniones siguientes, de las más discutibles. Aunque duele admitirlo, los cineastas independientes de Perú no dan la talla en esta Segunda División, donde participan mas no compiten, especialmente Rafael Arévalo y Fernando Montenegro, quienes auscultan marginales románticos en relatos más estrafalarios que sórdidos, coqueteando con el fantástico, empero dejándose arrastrar por la solemnidad -y vanidad- del creador absoluto. Los lúbricos contextos que esbozan sus premisas quedan relegados a telones de fondo, pues los parlamentos, devenidos versos de impostado verismo, hacen el papel de la acción misma. Son, pues, películas habladas, donde el silencio pareciera estar prohibido, pues si los personaje callan, la música vocaliza por ellos.


De ambas, la más deficitaria es Objetos, de Arévalo, deudora morosa del cine silente. Para este “pentametraje”, el director de Kasa Okupada, bizarro relato de un aquelarre entre brujas teen, deriva su fetichismo hacia cuatro objetos de índole andina (quena, Tumi, kero y ekeko), que acarrean delirios y desvaríos a quienes los explotan. Como su obra lo demuestra, Arévalo se encuentra atorado en el anacrónico limbo de transición del cine silente al sonoro. Inicialmente con eficacia, barajó su ya demostrado insuficiente talento para la dirección de actores al omitir el sonido directo durante la grabación de su ópera prima Alienados, el cual subsanó con el doblaje de las interpretaciones aparentemente mudas, logrando una realidad sombría dominada por telépatas. Por su parte, la silente Kasa Okupada también salió airosa mediante el uso de carteles, no obstante, en adelante, arrastraría ese estilo a sus posteriores películas “sonoras”, que resultaron de las más ingenuas del cine peruano último. Rafo nunca advirtió que la mudanza de estilo precisaba un cambio de condiciones: no pudo aprender, pues antes no desaprendió. El mismo autor considera a Objetos su obra mejor lograda. Difícil suscribir aquella declaración sobre una película que recurre constantemente a planos cerrados y contraplanos como recurso de dinámica narrativa. A esa muletilla le agregamos diálogos en tono declamatorio, actuaciones al nivel de sketch parroquial, y un redundante énfasis musical en cada momento de transición que estorba cualquier chance de pensar las imágenes. Sin más, el cine mudo apresurado a parlotear sin habérsele enseñado a vocalizar primero. Grandísima decepción.


El caso de Fernando Montenegro con Cada viernes sangre es menos discutido y por eso más interesante de debatir. Y es que el también dramaturgo ha sido acariciado por mimosos adjetivos en los que no hemos encontrado mediano sustento. Cierto, su cine ha evolucionado, lo cual es meritorio, pero no tanto si el antecedente inmediato es Encierro, “ejercicio de estilo” que revolotea todas las pretensiones del suspense y el horror sin mayor acierto. La pesquisa paranormal de fotografiar un fantasma jamás hiela mis adentros, ni los inmuta, más bien pide que algo más inquietante debería estar detrás de tan absurda quimera. Así, el conflicto degenera a farsa, impresión reforzada por los diálogos recitados con la solemnidad de que la verdad está saliendo de aquellas bocas. Pero la farsa cae, porque el clímax pretende resquebrajarnos, la cámara se agita y óiganse gritos que van y vienen. Montenegro se esfuerza, sus actores más, pero la falta de oficio queda en manifiesto. De remate, el final rompe con toda presunción de parodia: la cazafantasmas es sentenciado por la opinión pública como charlatana. Es una perdedora más. Culpables son las ambiciones desmedidas que nos terminan juzgando, y mal, pues. Encierro es, nada más, una anécdota.Con los ojos en un pasado muy lejano, Montenegro considera al cine como el arte que permite el lucimiento y manipulación estética de la imagen, cualidad inubicable en el teatro, dice. A estas alturas, dudo que el cine precise de estetas o preciosistas que apliquen los criterios pictóricos en la composición de los planos, como sí lo admitiera “la mística de la imagen” estudiada por los pioneros de la teoría cinematográfica, insistentes en que los atributos de la cámara se empleen con el objeto de plastificar el plano en pos de desviar lo más posible lo captado de su naturaleza. Postulado cojo que invalidaba cualquier otro modo de representación. De otro lado, los cánones de la semiótica y el estructuralismo tampoco tienen nada qué decir ante las vanidades visuales de Cada viernes sangre. Sin embargo, Montenegro sobresale en la construcción de personajes y en la dirección de actores. Como hace rato no se ve en el cine peruano, los personajes orientan las acciones y no es un contexto opresor el que las condiciona: maleantes de pacotilla que intrincan sus ambiciones con sentimientos. Más que el asalto mismo, la película se interesa por el proceso, que tropieza con ingenuos impases entre los camaradas. Ante tantos escollos, el filme trastabilla hacia el inevitable anticlímax. En tanto, el apego de Montenegro al teatro lo induce a preponderar el diálogo en la acción dramática, por tanto, la película habla más de lo que debiera, importando más lo que se dice que lo que se hace. Si hablas por demás, algunas tonterías dejarás escuchar. Cada escena es un duelo interpretativo entre los actores que la protagonizan, lo cual resulta contraproducente en el balance, desgasta el más meritorio de sus valores. Cada viernes sangre se anula a sí misma. Tras su tercer largo, el cine de Montenegro arroja horror al vacío: prescinde de silencios y reniega de la facultad natural de la cámara para recoger la realidad, por eso le imprime atavíos que la retrucan. Entiéndase que la dirección de arte no legitima ni desestima cineastas. Pese a su veteranía, Augusto Tamayo acusa la misma confusión.


Caso contrario el del tándem de naturalistas Eduardo Quispe-Jim Marcelo, los mismos de la serie numérica 1, 2, 3 y, ahora, 4, film rezongón de cualquier atisbo de academicismo, que se embebe de sus predecesoras. Sin dudas, es la película más compleja del dúo, por ende, la más expuesta a los yerros del pasado; no obstante, 3 es la que mejor sustenta su retórica. En aquel film, ambos directores, formados en la artes plásticas, internan por la noche a sus ‘personajes’ (muchachos cualesquiera fungiendo el papel de ellos mismos) en un parque exuberante en sombras para que discutan a su antojo. Echada la máquina a andar, lo circunstancial y los imponderables potenciarían un guión que se reescribió durante cada segundo que la cámara estuvo encendida. Por su parte, en 4, las voluntarias imperfecciones técnicas -imagen y audio percudidos, análogos al contexto caótico de Lima, que protagonizaron 1 y 2- se aplican en interiores. Quispe y Marcelo ofrecen trozos de realidad sin maquillaje, sin embargo, lo incumplen al deteriorarlos en post-producción. Incongruentemente, motivados por conductas trasgresoras y no por algún postulado coherente, contradicen su propuesta al insertar rechinos y zumbidos ajenos al ambiente. Por otro lado, en lo que respecta al discurso de la obra, convengamos que la incomunicación no refiere a la imposibilidad de interacción sino a la interacción infructuosa. Ellos así también lo entienden, demostrándolo en 3, sin embargo, en 4 ensayan otras posibilidades del mismo fenómeno: la distancia como obstáculo y las diversas formas de alienación que disocian el grupo. La presencia de Quispe como protagonista hace hablar a la obra suya en primera persona.


Literalmente, la película peruana más personal que mi registro alcance es la última en discusión, única de las independientes con recorrido festivalero: Reminiscencias, de Juan Daniel Fernández, biopic found footage que pudo verse en el BAFICI 2011 dentro de la escondida sección Flashback. Junto a 3, consideramos a ésta la más lograda del lote digital. A lo Jonas Mekas, cuando regresó cámara en mano a su natal Lituania para hacer sus películas-diario, Fernández vuelve hacia sí mismo en búsqueda de algunos recuerdos perdidos, recuerdos que se hallaban comprimidos en la videoteca familiar, estantería que almacena su vida entera. Inédito es que la etapa de montaje fungiera de tratamiento neurológico para la amnesia del autor; fue allí cuando reconstruyó las memorias según el vago recuerdo de lo que era. Por tanto, Reminiscencias atesta su “yo” reordenado; sin dudas, otro “yo” al que era; asimismo, otro “yo” al representado en el cúmulo de fragmentos grabados. Estrictamente, un nacer de nuevo.El estreno de este experimental filme autobiográfico significó un parto público. Expuesto, Fernández se (re)presenta, como Shosanna Dreyfus, a través del écran, no llamando a la muerte sino a la obra. Así, le hace reverencia al cine que lo adoptó.


Aunque con errores de principiante, el Festival Lima Independiente ya existe. Dependerá su continuación de la actividad de los románticos de la cámara, que parecen diseminar una onda viral muy contagiosa. De igual manera, de la cohesión y el compromiso del grupo de organizadores –en los que me incluyo- que hicieron posible lo que parecía una broma. A partir de la fecha, el cine peruano escribe las primeras páginas de un nuevo capítulo, que sea auspicioso o lamentable lo dirán las películas de mañana.

John Campos Gómez
Publicado originalmente en Otros cines.com

6 comentarios:

isaac leon frias dijo...

La independencia, John, no se mide por el número de puertas que se tocan para financiar una película, sino por la autonomía que tiene el realizador para abordar su película. Ese es el criterio que explica la independencia y para eso se pueden seguir las formas clásicas de narración o no seguirlas. Respetar o no las formas clásicas no tiene nada que ver con la independiencia. Casi todas las películas que se hacen en América Latina (excepción hecha de la producción fílmica de Televisa y otras empresas mexicanas; de O Globo y algunas empresas brasileñas; de Aries y alguna otra argentina; y la de Cuba) es independiente, en la medida en que el realizador escoge su propuesta y la realiza con lo que tiene o puede. Algunas requieren mayores presupuestos, otras menos. Algunas apuntan al circuito comercial y otras no. Son modalidades distintas, más o menos profesionales, más o menos económicas, más o menos radicales expresivamente, pero todas independientes, aunque recurran a todos los fondos de financiación posibles, siempre y cuando esos fondos no se inmiscuyan en los proyectos, lo que hasta donde yo sé no existe, aunque puedan haber a veces algunos condicionamientos.

John dijo...

Chacho, eso sería independencia como virtud del hombre, de ser libre para elegir. Nadie discute eso. Estás centrándote en la naturaleza y alcance de la palabra "independiente" como sinónimo de "libertad", distrayéndote del término compuesto "cine independiente", que aborda otro significado menos complejo. Según esa lógica, y siendo bruscos, Cameron es "indie" porque filma lo que quiere.
De gustar, seguimos.

Alonso Izaguirre dijo...

Buen texto John, y qué esclarecedor el concepto de independencia aquí, en nuestro contexto. Bien dicho!

Anónimo dijo...

Si ya salió en su blog, para que volver a publicarlo, Bedoya? No es tan bueno ni está muy bien escrito.

Manuel Siles dijo...

Buen articulo John, y muy necesario, sobre todo ahora que se empieza a hablar mas seguido de este tipo de cine y a veces pareciera que todo fuera igual (e igual de bueno). Es importante ver que hay capacidad para criticas serias al margen de compromisos previos o amigismos y que se pueede señalar con asrgumentos puntos flacos o virtudes. Me parece (aunque tal vez exagero)que hasta tu texto y el de Carlos Zevallos sobre "4" habia como una reticencia a lo que no fueran alabanzas.

isaac leon frias dijo...

Eso de que lo que es cine independiente allá no es independiente aquí no es cierto, John. Naturalmente, hay contextos y raseros que se deben matizar, pero la independencia en el cine se asocia a la "no atadura" a las grandes empresas privadas o estatales, porque si no, si llevamos el término independiente al máximo de sus consecuencias, no existe el cine independiente en ninguna parte del mundo. Entonces, que se diga que el cine independiente es aquí sólo el que se hace sin pensar en la exhibición comercial me parece un argumento absolutamente demagógico y deleznable.
Tan independientes son las películas de Quispe o Montenegro como El último guerrero chanka o Coliseo.Independientes en términos de producción y de libertad del realizador para tratarlas según su criterio. Las prouestas estéticas son distintas, por cierto, y los resultados expresivos, también, así como el destinatario. Hay que utilizar bien los términos y no hacer de la idea de independencia un argumento de superioridad ética o estética, que no lo es. Este es un debate que se inicia en los años 20, John, no aquí por supuesto, y ya está siendo bastante dejado de lado en casi todas partes por los especialistas más serios, y si sigue usando (lo de "indie", por ejemplo) es más por una cuestión de marketing y de etiqueta. No me extraña que en la pobreza conceptual de nuestro medio se enarbole una bandera tan raída y desgastada. No deja de llamarme la atención, sin embargo, que lo hagas tú, y creo que es una de las consecuencias de esas amistades nefastas (para decirlo de manera amable)a las que te has acercado. Es cosa tuya, por supuesto, y eso no reduce el aprecio que siento por ti.