miércoles, 10 de agosto de 2011

Festival de Lima: Un mundo misterioso




En “Un mundo misterioso”, Boris, el personaje principal, se queda sin piso. Su chica le dice que deben separarse por un tiempo. La primera secuencia es notable. La pareja, desnuda y en la cama, empieza a hablar de pronto de esa ruptura temporal. Lo cotidiano gira a lo dramático pero nada lo es de verdad porque la sorpresa tiene un costado irresistible y cómico.

En la siguiente hora y media o más, la película, como Boris (el actor Esteban Bigliardi es más “deadpan” y sonambúlico que un personaje de Kaurismaki), se mueve en el vacío a presión del que sabe que algo debe hacer pero no sabe qué. Deambula, cambia de escenarios, encuentra a personajes insólitos –como esos lunáticos que cuentan historias absurdas en el primer Godard- se mueve por los márgenes, diluye la trama inicial, holgazanea, se contradice, avanza con las mismas dificultades y contratiempos que le impone el viaje auto rumano. La película se mueve como ese best seller que lee Boris y que define un librero: conforme avanza se imponen los detalles accesorios, las anotaciones al pie, y la historia del inicio se extravía. Al final no pasa nada, dice. Y otro agrega: “¿y por qué tienen que pasar cosas?”

“Un mundo misterioso” no cuenta el extravío de un personaje. El extravío es su modo de ser. Por eso, cambia de tono abruptamente, dilata las escenas de un modo inesperado –la noche de Año Nuevo-, provoca la risa en las circunstancias más patéticas, presenta a personajes secundarios que están allí para apostar al humor de lo repetitivo y salir del juego.

En “El custodio”, Rodrigo Moreno hacía un ejercicio de contención cerebral, regulado y con una explosión final calculada, no por fría menos dramática. En “Un mundo misterioso” le importa muy poco trabajar con alguna sorpresa detonante. Se limita a sumar incertidumbres.

El plano final, que remite de modo directo a “La mamá y la puta”, de Jean Eustache, cierra la película con un tono de lamento impávido. La felicidad ya no está, dice la canción y el disco de 33 RPM acaba al mismo tiempo que la película.

Ricardo Bedoya

1 comentario:

Anónimo dijo...

La Puta es una película entrañable. La oscuridad de sus personajes y sus pulsiones resultan sugerentes y perturbadoras. La sutileza del sonido, su inteligencia para la descripción emocional, el hieratismo de las actuaciones, la ambiguedad moral... todos ingredientes de un cóctel explosivo... ciertamente imperfecto, pero sin lugar a dudas un director para no olvidar.
RBC