miércoles, 3 de septiembre de 2008

Balance del Festival 2008



Tal vez ya de modo extemporáneo, publico este balance del Festival de Cine de Lima 2008 para mantener la tradición de dar cuenta de lo visto y porque algunos lectores lo han pedido.

En términos generales, el Festival lució más pequeño y compacto, con menos películas para ver en las secciones competitivas. A pesar de eso, el saldo es positivo si consideramos el interés parejo de las cintas presentadas y la eficiencia de la organización general aunque subsistan los problemas y carencias mencionada muchas veces en este blog y que podrían subsanarse en beneficio del evento cultural más importante de la ciudad.

Lo bueno del Festival 2008:

-El nivel de la competencia documental, con una gran película como la brasileña Juego de escena y títulos notables como Intimidades de Shakespeare y Víctor Hugo y Tigre de papel.

-El parejo nivel de la competencia de películas de ficción, sin picos excepcionales, es verdad, pero sin mayores bochornos, como en años anteriores.

-La muestra dedicada a Leonardo Favio que permitió conocer a un cineasta esencial, aunque la retrospectiva pudo haber sido más rica y preparada con mayor cuidado.

-La revisión a la filmografía de Nikita Mijalkov, que dejó en evidencia un problema serio: en las pantallas de los multicines como Cineplanet (concebidas para la proyección en formato panorámico) no se ueden pasar cintas con el tradicional formato 1:1.33 porque los actores aparecen sin cabeza.

-El ciclo de filmes alemanes en general, en el que destacó El gran silencio y Berlin Alexanderplatz, obra maestra de Fassbinder, proyectada por el Instituto Goethe.

-En la ciudad de Sylvia, del español José Luis Guerín, verdadera "presentación imprescindible", y una de las tres mejores películas de producción reciente vistas en todo el festival. Las otras fueron Juego de escena, del brasileño Eduardo Coutinho, y Flandres, del francés Bruno Dumont.

-La organización general del Festival.

-La presentación de varios libros de cine.

-El catálogo -más allá de algunos errores como atribuir el carácter de ópera prima a Tropa de élite y alguna otra- y la memoria del Festival del año pasado.

Lo malo:

-La eliminación de la sección "opera prima", que abría el Festival a otros horizontes y descubrimientos.

-La oscura, opaca, proyección de la sala 6 de Cineplanet Alcázar, que destrozó la fotografía de los filmes mostradas allí.

-El alto costo de las entradas, que aleja del Festival a los más jóvenes y a los estudiantes con menos recursos.

-La ausencia del tradicional Seminario que siempre fue un atractivo espacio de reflexión sobre temas diversos del cine.

-Desaprovechar la presencia de José Luis Guerín para exhibir Unas fotos en la ciudad de Sylvia, complemento de En la ciudad de Sylvia.

-Desperdiciar la nueva sección "Secretos y tesoros de Latinoamérica", convirtiéndola en un cajón de sastre, conformada por películas programadas sin un criterio reconocible, ni orden ni concierto.

Lo que se debe procurar:

-Crear una sección fija, competitiva o informativa, destinada al cine latinoamericano experimental, de búsqueda, hecho en otros soportes y distintas formas de producción. Sección que podría asimilar a las "primeras obras" de la sección cancelada y "descargar" la competencia de algunas películas de estilos radicales y diferenciados que las aleja de un sector del público de gusto más tradicional que sólo asiste a la competencia oficial.

- Obtener algún tipo de patrocinio que permita reducir el precio de las entradas en algunas funciones o algunas salas. O acaso establecer una cuota de boletos a precios asequibles para estudiantes, "adquiridos" por una o más empresas a la que se reconozca y promueva por su gesto. Cineplanet, claro, no debería ser ajena a ello.

-Organizar retrospectivas completas, o revisiones temáticas, bien investigadas, acompañadas de otro tipo de materiales (exposiciones, exhibiciones). Es decir, lo que hubiera podido ser el ciclo Leonardo Favio de haberse preparado con el suficiente cuidado y anticipación.


Mis películas preferidas en las competencias de ficción y documental fueron:

-Juego de escena, de Eduardo Coutinho. Fascinante retrato de un grupo de mujeres que cuentan episodios de su vida siendo replicadas luego por actrices que repiten esos mismos relatos. Mientras se suceden las protagonistas "reales" y sus intérpretes, las fronteras entre la verdad y la simulación, lo auténtico y lo artificial, se vuelven porosas primero para desaparecer luego.

Como en las grandes películas sobre el "mundo como escenario" y el "escenario como mundo" (The Band Wagon, de Minnelli; La carroza de Oro, de Jean Renoir; Juego mortal o Five Fingers, de Joseph L. Mankiewicz; Lola Montes, de Max Ophuls), es imposible discernir donde acaba la verdad y empieza la simulación; donde acaba la vida y comienza la ilusión. En esta película de Coutinho, uno de los mejores realizadores latinoamericanos de hoy, la actuación es un juego de espejos entre la verdad y la falsedad; es una perfecta "imitación de la vida".

-Liverpool, de Lisandro Alonso. El viejo y gran asunto del "regreso a casa" narrado en el estilo silencioso, escueto, desdramatizado, elíptico en los momentos clave, del argentino Alonso, director de La libertad y Los muertos, que se limita a apuntar situaciones y no a subrayar sentimientos. La llegada a casa del viajero alude y homenajea la situación inicial de The Lusty Men (1952), la gran película de Nicholas Ray, con la que comparte el mismo espíritu de sosegado desencanto. La segunda mitad de la película da un giro audaz, que saca de la ficción al protagonista del filme para centrarse en personajes mínimos y excéntricos que van creando una situación creciente de tensión emocional a pesar del estilo despojado.

-Intimidades de Shakespeare y Víctor Hugo, de Yulene Olaizola. Seguida por una cámara digital, la abuela de la directora cuenta la historia de un inquilino misterioso que habitó en su casa y mantuvo amistad con ella. Relato de misterio pero también de amor, un amor decepcionado que culmina en la sospecha de una conducta criminal que acaso tiene visos de realidad o, tal vez, la consistencia de un cuento de despecho y frustración. Ya fue comentada en este blog.

-Leonera, de Pablo Trapero. El director de Mundo Grúa y El bonaerense acompaña a su personaje principal en una trayectoria de reclusión y rebeldía. Los tópicos del filme carcelario son limados, rebajados, enfriados de cualquier exceso o truculencia por Trapero, que retrata a una mujer en el trance de construir su pequeño espacio de supervivencia -que incluye el amor con otra reclusa y el aprendizaje de la maternidad- en un entorno hostil. Notable actuación de Martina Gusmán. También fue comentada antes en el blog.

-Un Tigre de papel, de Luis Ospina, construye, bajo la apariencia de una biografía documental, a un personaje imaginario, ubicuo e increíble, que es a la vez un tipo humano reconocible y la encarnación de casi medio siglo de la historia de Colombia. Es una fábula política y un cuento moral disfrazado de "falso documental".

-La mujer sin cabeza, de Lucrecia Martel, es el encuentro imposible de Muerte de un ciclista, de Juan Antonio Bardem, con La invasión de los usurpadores de cuerpos, en la versión de Don Siegel, que es la mejor. Es decir, el cruce entre el drama cerebral, interior, frío pero intenso, reconcentrado, en la línea del Antonioni de El eclipse o El desierto rojo, pero también el de Blow Up, abierto a sentidos opacos, encontrados, contradictorios, y la fábula fantástica sobre una mujer que descubre, de golpe y porrazo, que es "otra" y que su entorno, su familia cercana, sus amigos, sus vínculos inmediatos -esos cuerpos usurpados- han sido contaminados por alguna extraña forma de inhumanidad, de anestesia emocional, de indiferencia, de apatía afectiva. O que quizás ha ocurrido lo contrario: ella se ha convertido en un cuerpo usurpado y es incapaz ya de comprender el sentido mismo de lo que se conoce como "normalidad".

La actuación sobresaliente de María Onetto marca la paradoja central y la incertidumbre que domina la película: ¿el accidente de la carretera ha extraído del mundo a la mujer sin cabeza o le ha abierto los ojos a una mirada distinta? ¿es una burguesa asustada o una conciencia crítica de la hipocresía de su medio social? ¿se ha convertido en fantasma o en testigo del comportamiento espectral de los otros?
En formato panorámico para aprovechar la composición en los bordes del encuadre, provocando una sensación de descentramiento, descolocación y fuga del punto central o de equilibrio de la protagonista, La mujer sin cabeza trabaja con seguridad el foco selectivo, la sucesión de enfoques y desenfoques, la nitidez y la indefinición coexistiendo en la misma imagen. De eso trata la película, de una mujer que acaso padece de aturdimiento o acaso de lucidez extrema.

-Los bastardos, de Amat Escalante, muestra a un director que emplea con maestría la composición horizontal del encuadre y sabe mantener el tiempo y la fluencia de las situaciones, incluso las más terribles e insoportables. Al mismo tiempo, juega a la exasperación, la provocación y la irritación con un afán que roza el narcisismo de "niño terrible", émulo de Funny Games, dispuesto a exponer suplicios con la cámara fija y en Cinemascope, como una suerte de Haneke en clave impasible y formato anamórfico. Los veinte minutos iniciales, que narran el enganche de los trabajadores mexicanos y su faena con el paisaje de la gran ciudad al fondo, son formidables. El final, en cambio, es débil y apresurado, a diferencia del de Sangre, su anterior película, que levantaba vuelo en sus insólitos minutos finales.
Aunque no estuvo en competencia, uno de los puntos más altos del Festival fue En la ciudad de Sylvia, de José Luis Guerín.

¿Qué es En la ciudad de Sylvia?

Es una película singular que se ofrece como un cuaderno de notas sueltas, apuntes al paso y anotaciones impresionistas, pero también como un libro de bocetos, un paseo por Estrasburgo, el registro de la experiencia de un paseante que es, al mismo tiempo, la trayectoria de un ansioso, la memoria de un romántico, la obsesión de un enamorado, la mirada de un esteta, la contemplación de un amante de las mujeres bellas, la evocación de muchos rostros vistos y de películas admiradas, o acaso soñadas; tal vez imaginadas: desde El año pasado en Marienbad hasta Vértigo; desde Cuatro noches de un soñador hasta La jetée.

El protagonista de En la ciudad de Sylvia quiere recuperar un recuerdo o sólo un rostro entrevisto hace seis años. En realidad, tal vez ni siquiera es eso. Quiere dar significado a un significante que lo obsesiona y lo posee. Sylvia es ese significante. ¿Señuelo romántico, cifra mágica, ideal de la belleza femenina?

El protagonista traza signos esquivos, pasajeros, conformados por la barbilla de una mujer, el mentón de otra, una mirada furtiva, un rostro en escorzo, unas espaldas firmes, el cabello que levanta el viento, un caminar presuroso, gestos, posturas. La imprecisa evocación del ideal.

Guerín registra presencias femeninas como si filmara vestigios en trance de desaparecer. El cineasta de Tren de sombras, Innisfree y En construcción, tan sensible al tiempo que pasa, a los cambios que trae, al devenir de todas las cosas, a las huellas que deja en la memoria, filma gestos, movimientos rápidos, el talante formidable de tantas mujeres que sabe esplendorosas pero que quedarán desvanecidas al cabo de un tiempo breve, más o menos acotado, como la memoria del protagonista que busca a una Sylvia que no sabe si conoció hace tiempo en Estrasburgo o acaso vio el año pasado en Marienbad.

En la ciudad de Sylvia es una película radical porque da forma a la naturaleza esencial del cine: captura imágenes firmes y seductoras que en realidad son presencias evanescentes, como el resplandor que deja el paso del tren de sombras.

Una decepción: La sangre brota, de Pablo Fendrik, un cineasta que filma con recetario. Y no porque La sangre brota se parezca en su tratamiento a El asaltante, su anterior filme, sino porque sus películas resultan la ilustración de un procedimiento elegido de antemano y ejecutado con inflexible dogmatismo.

Aquí parece decir: ahora filmo todo con la cámara en mano de seguimiento, como los Dardenne, pero más cerca de los personajes, que son presas del encuadre; y ahora lo hago con lentes de focales largas para escarbar en la piel de los actores y hacer primerísimos planos teniendo nítidas sólo sus pecas o arrugas y todo lo demás en un desvaído y cosmético fuera de foco. La sangre brota opta por esa alternativa, la de asumir el punto de vista del dermatólogo y escarbar en la epidermis de los actores como si allí se concentrara el interés dramático de la acción.

Ricardo Bedoya

7 comentarios:

Anónimo dijo...

¿No te gustó Lake Tahoe?

Adalberto Fonkén dijo...

A mi me gustó Leonera. Creo que tiene un punto de vista original. Ojala re-programen otros filmes

Anónimo dijo...

Ya pe, se chupa hablar de DIOSES?

Páginas del diario de Satán dijo...

Y dale con Dioses. ¿Y por qué no El acuarelista?

En este blog, desde que existe, se han comentado todas las películas estrenadas. ¿Por qué no se diría nada sobre las que se exhiban en los próximos meses?

Será en el momento de su estreno.

Anónimo dijo...

y que dice del libro de Pimentel?

Anónimo dijo...

Tony Manero es una buena película y no hablas de ella, aunque me dijeron que no te gustó. ¿Por qué?

Anónimo dijo...

Ya pe, aunque sea El Acuarelista, pero algo sobre esta peli o sobre LA PELICULA MAS ESPERADA DE TODOS LOS TIEMPOS....pero alguito pe, pa la gente, pa tener algo q hablar el dormingo...o quizá, no desea heriri coranzoncitos?