jueves, 2 de agosto de 2007

Paréntesis en el Festival: Recuerdo de dos maestros


Mónica Delgado, José Carlos Cabrejo, Oscar Contreras envían textos breves hablando de su relación con una película o con la obra de Ingmar Bergman. A su turno, José Luis Ricse escribe algunas consideraciones sobre Zabriskie Point, de Michelangelo Antonioni.

El Bergman que me gusta: La pasión de Ana (1969)
En La pasión de Ana Bergman vuelve a los motivos de, en ese entonces, sus películas más recientes (La hora del lobo o Vergüenza), aunque formalmente sea otro tipo de experiencia dentro de su filmografía. Un narrador en tercera persona nos acerca a cuatro personajes, quienes a la vez irrumpen en el relato como actores para revelar detalles y sensibilidades de sus propias interpretaciones. Este recurso nos da la idea de búsqueda y de ensayo, de auscultar interioridades y distanciarse así de lo representado: otra manera en contra de la pasión.

En este filme de 1969, la pasión es una emoción ausente. Estamos en una isla pero poco se disfruta del mar en ella. Es tiempo de luto, de esconder las pérdidas, de hallar animales asesinados en medio del campo, de relatos de expiación a media tarde. Estamos en el centro de una isla en invierno, conociendo parte de la vida de Andreas (Max von Sydow), un escritor ermitaño que está a punto de conocer a la viuda Ana Fromm (Liv Ullman), tan atormentada como él, pues perdió en un accidente a su marido y a su hijo, y con ella tratará de llevar una relación en paz y por ello seca, taciturna, desesperanzada. La pareja que encarna Bibi Anderson y Erland Josephson tampoco es la antítesis de los protagonistas, sino que también se desenvuelven en el cinismo y el hartazgo.

Y como siempre suele suceder en el cine de Bergman, la fuerza de los monólogos es lo que nos transporta al imaginario de la culpa, el temor y la soledad. La pasión de Ana es uno de los filmes del sueco que conservo con más detalle, ya sea por el rostro de Max von Sydow al salvar al cachorro del ahorcamiento; por el sueño en blanco y negro de Liv Ullman, donde corre en medio del bosque que se incendia para encontrar al final del tramo a su marido y al niño muertos; por aquel final magistral que revela y afirma una identidad, que oscila, que duda y que sigue solitaria.

Mónica Delgado

Misterios y fusiones en Bergman
¿Qué puedo decir de Bergman en pocas líneas? Pues apenas acercarme a sólo algunos de los rasgos que hicieron de su cine una obra sin parangón en la historia del séptimo arte. La filmografía del sueco es precisamente grandiosa porque está surcada por infinidad de aristas y dimensiones.

Uno de los aspectos más fascinantes de varias de sus películas es que no son filmes de un solo visionado. Nos magnetizan y se hacen más ricas a medida que volvemos a ellas, una y otra vez. Los encuadres de Bergman muchas veces están marcados por un misterio sereno y cautivante, que no podemos resolver en un inicio: ¿por qué el protagonista de La Pasión de Ana termina encogido en posición fetal y en seguida escuchamos un disparo? ¿Hacia el final de El Manantial de la Doncella, el padre vengador termina siendo perdonado por Dios, purificado por el agua que encuentra? ¿Qué es lo que nos quieren comunicar algunas de las imágenes que representan cintas de celuloide en Persona?

Por otro lado, las ya citadas La pasión de Ana o Persona también exhiben las propuestas estéticas más radicales de Bergman, sea a través de las imágenes intercaladas en la ficción que muestran a los actores reflexionando sobre sus propios personajes; o del propio Bergman reflejándose en su filme dirigiendo una película, a pesar que no hizo en ambos casos relatos cinematográficos que puedan ser definidos como documentales. Él fue uno de los exponentes más brillantes de la mixtura de lo “imaginario” y lo “real”.

Pero además, Bergman fue genial en la apropiación del lenguaje audiovisual como tal. Cintas como Gritos y susurros y Escenas de la vida conyugal son sólo dos ejemplos, al interior de su obra, de cómo creó algunos primeros planos memorables, con actores que emotivamente comunicaban mucho sin tener que gestualizar demasiado. Y podríamos decir más sobre el uso del color, de la escenografía y del tiempo en su cine. Y podríamos seguir explayándonos sobre su acercamiento a la humanidad crepuscular en Fresas Salvajes o a los recuerdos de niñez en Fanny y Alexander, o sobre su visión existencialista y alegórica en El séptimo sello. O sobre otras de las tantas películas brillantes que realizó. La muerte de Bergman, más que un punto final, será un punto de regreso: un nuevo acercamiento a su cine para disfrutar, una vez más, ese arte maravilloso con el que renovó las imágenes en movimiento.

José Carlos Cabrejo

Mi aproximación al cine de Ingmar Bergman ha sido discontínua en el tiempo y para nada integral. Reconozco en él a un maestro atormentado por sus recuerdos y sus fantasmas infantiles, que hizo del arte del cine un vehículo de expresión personal. Bergman fue un genio del arte dramático y de la puesta en escena, que escrutaba en las honduras más oscuras y tormentosas de sus personajes; síntesis de una humanidad reprimida; sancionada por un Dios severo; incomunicada y sin respuestas; lanzada al mundo para labrarse un camino lleno de pesimismo y de angustia. Quizá, por una cuestión temperamental siempre preferiré Fanny & Alexander, ese testamento fílmico tan sencillo y sabio -en su versión extensa y siempre en la antigua Filmoteca de Lima- que es una evocación de Estocolmo de principios de Siglo XX y de su propia infancia gozosa y reprimida a la vez. En orden preferencial, estas son las cintas de Ingmar Bergman que estimo más:

1.
Fanny & Alexander
2. Persona
3. Las fresas salvajes
4. Gritos y susurros
5. Sarabanda


Óscar Contreras Morales

Zabriskie Point y Antonioni (1970)
En su undécimo film Antonioni nos brinda un cuadro existencialista sobre el inconformismo juvenil frente a las contradicciones y normas opresivas del sistema, donde la pareja protagonista (Daria y Mark) pretende aislarse de un contexto adverso y asfixiante. Duramente criticada en su época y con un rodaje accidentado, Zabriskie Point recupera para el presente ese mensaje vitalista y critico, enfocado como un manifiesto contra el individualismo de este mundo globalizado. Quedan para la posteridad escenas como la abusiva represión contra los manifestantes, la utopía de la comunión humana poéticamente encarnada por las parejas teniendo el sexo en la aridez del desierto o el explosivo final enfatizado por los contundentes acordes de la banda Pink Floyd. Obra realizada con suma ambición, que quizá clasifique unos peldaños por debajo de sus predecesoras, pero que mantiene ese estilo complejo y profundo, donde predomina la búsqueda por la interioridad del hombre y su entorno.

José Luis Ricse

1 comentario:

Anónimo dijo...

De Bergman se conoce bien su obra. Pero de Antonioni casi nada. que pasen ciclos de sus películas.