lunes, 6 de agosto de 2007

Diario de Festival IX: notas sueltas


Un recorrido breve por algunas películas vistas en estos días.

Qué tan lejos
Qué tan lejos, de la ecuatoriana Tania Hermida, es una sorpresa. Está lejos de ser una película notable, pero es cálida, fluida, narrada con seguridad, sin notas falsas, con una dirección de actores impecable y gran sentido del paisaje. Tiene gracia, es entretenida, se comunica con el público de modo abierto, franco y total, sin apelar a la complaciente bonhomía (iba a decir bobería) de El camino de san Diego, ni a la manipulación maniquea de El violín. Luego de Hamaca paraguaya, Qué tan lejos es, hasta ahora, la “primera obra” más atractiva y prometedora.

Cocalero
Cocalero sigue a Evo Morales en la última etapa de su campaña electoral. Es un documental de seguimiento cotidiano, que se aleja de la apología pero también del reportaje periodístico de estilo televisivo y estrictamente informativo. Morales no es, precisamente, un personaje fílmico que derroche carisma, y el director del documental, el argentino Alejandro Landes, se las agencia para desprenderse del protagonismo de Evo y mirar hacia los costados, hacia el entorno inmediato de asesores y asistentes, o hacia el pasado, a los orígenes del liderazgo cocalero en El Chapare. Lo mejor son los momentos de registro documental impremeditado, como la llegada a pie de Evo a una manifestación, o el rechazo de los “cambas” a su presencia en Santa Cruz.

El año pasado vimos la brasileña Entreatos, de Joao Moreira Salles (el director de Santiago), que mostraba a Lula en igual trance de campaña. La cinta descubría a un Lula enérgico, inteligente y malhablado, bastante más atractivo y contradictorio que el plúmbeo y previsible Evo.

XXY (en la foto)
XXY, de la argentina Lucía Puenzo, está teniendo un éxito enorme en todos los lugares donde se estrena. No es para menos: el asunto del hermafroditismo del (de la) protagonista viene con el valor añadido de ciertas escenas de “escándalo”.

Por supuesto, el escándalo no aparece ni como asunto ni como problema en la película, que se desliza más bien hacia la ilustración bien empacada de un “caso humano”. Los quince primeros minutos de la cinta se mueven en una inquietante ambigüedad acerca de la identidad de Alex, la (el) protagonista y su mundo de secretos, silencios, sobreentendidos, tensiones familiares, y violencia hipócrita que la (lo) rodean. Pero la llegada de la familia amiga de los padres, encabezada por el cirujano que es capaz de extirpar del cuerpo todo lo que sobre con el fin de normalizar la vida de su paciente, arrastra la película hacia el debate en el estilo del panel televisivo de Fuego cruzado: ¿deben los padres del hermafrodita decidir el destino de su hijo (hija)? ¿está usted de acuerdo con la intervención quirúrgica temprana o con esperar la voluntad del interesado (a)?

Por supuesto, los asuntos no se formulan así, de esa manera estentórea, sino a través de la oposición y confrontación de los diálogos entre el padre confundido (Ricardo Darín), sensible al asunto por su familiaridad con algunas especies animales que muestran duplicidad sexual (que da origen a las metáforas más obvias entre las muchas vistas en el Festival), y el cirujano que mantiene una conversación canallesca con su hijo, digna del Todd Solondz más altivo y condenatorio de sus personajes.

Lucía Puenzo, hija de Luis Puenzo (el director de La historia oficial), filma con oficio y acierta en varias situaciones, pero la aplasta el peso de la ilustración voluntarista del “expediente humano”.

Ricardo Bedoya

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