lunes, 6 de agosto de 2007

Diario de Festival VIII: Ver Tres tristes tigres, hoy


Ver Tres tristes tigres (1968), de Raúl Ruiz, luego de casi cuatro décadas desde su realización, es una experiencia que descoloca y sorprende. En primer lugar por el amateurismo de la realización y la suma de imperfecciones técnicas de la cinta: el sonido es apenas perceptible. Defecto (o efecto) de origen, propio de una estética que tenía al sonido directo como fetiche y a la impresión de caótico discurrir como palabra de orden. A la luz del cineasta exquisito y formalista que es Ruiz ahora, es difícil imaginar un inicio de carrera tan azaroso, tan marcado por las limitaciones en el acabado técnico del filme.

Pero, por otro lado, esas carencias que nos dejan fuera del detalle de la película y de la minucia del desarrollo de la historia, permiten echarle una mirada desde el exterior y ver Tres tristes tigres como un magma de imágenes captadas con una cámara movediza, cercana a la de la nueva ola neoyorquina de los sesenta –la de Shadows- lanzada a registrar con avidez de documentalista intruso los comportamientos de estos santiaguinos pequeño-burgueses (una especie humana que Ruiz persigue con interés casi de testimonio antropológico) que viven a la deriva y hablan -al menos en los fragmentos audibles- en jerga y acentuación ininteligible, de pequeños negocios, limpios o turbios, lo mismo da, que les permiten sobrevivir.

Porque de eso trata Tres tristes tigres: de una larga deriva urbana, por restaurantes y bares, entre diálogos entrecortados, paisajes brumosos, borracheras y discusiones. Es un mundo que está entre la bohemia y el hastío de pequeños empleados que queman sus pocos recursos y energías en ese trote nocturno, hasta que el cuerpo aguante. Y que rinde tributo a una tradición: la de la tertulia y el culto a la celebración de madrugada.

En el centro de toda esa confusión y vaivenes, de desarrollo entrecortado, de planos cercanos y desaliñados, de ambientes claustrofóbicos y recorridos laberínticos –el estilo del blanco y negro y cierta disposición de los espacios y la arquitectura de los lugares recorridos, casi irrealista, de matices ligeramente expresionistas, evocan el París nos pertenece, de Rivette- aparece la huella del Ruiz experimental, ese que construye sus películas bajo las pautas aleatorias y acumulativas de la canción que abre Tres tristes tigres: "Estaba la rana cantando debajo del agua...".

En el panorama del cine chileno, Tres tristes tigres marcó época. No olvidemos que se filma y se exhibe en los años previos a los de la victoria de la Unidad Popular, que lleva a Salvador Allende a la presidencia de la República. En Chile se hace por entonces un cine que observa la realidad –aunque Ruiz se aleje, como la peste, del neorrealismo- y experimenta con el medio. Junto a Tres tristes tigres, destacan El chacal de Nahueltoro, de Miguel Littin, y Valparaíso mi amor, de Aldo Francia. Se habla del surgimiento de un Nuevo Cine Chileno que se interrumpe el 11 de septiembre de 1973, día del golpe militar. Raúl Ruiz parte entonces a Europa donde radica desde entonces y ha realizado una importante obra cinematográfica.

El Espacio Filmoteca ofrece una copia restaurada hace una década. Bien por la iniciativa de descubrir una cinta que no se veía entre nosotros desde 1969, cuando la trajo el propio Raúl Ruiz, que se encontraba en viaje de luna de miel por el Perú.
Ricardo Bedoya

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me fui porque no entendí nada, aunque es verdad que las imágenes son poderosas y no es una pela cualquiera sino de un director original.