El Festival acabó y cabe preguntarse, como lo hicimos en el post inicial de esta serie, sobre lo que piensa de sí mismo y cómo se ve en el futuro ahora que tiene 11 años.
Los Festivales suelen ser dos cosas fundamentales: espacios donde se toma la temperatura y se mide la presión a la parcela de cine elegido para participar y competir; y mercados, donde se hacen negocios comprando y vendiendo películas.
El mercado cinematográfico peruano es pequeño en términos numéricos; insignificante en materia de inversiones; raquítico en oferta y demanda; vampirizado por el oligopolio norteamericano; encanallado por blockbusters cada vez más estúpidos; ignorante de todo aquello que hace avanzar al cine de hoy; poblado por un público al que sólo se le ofrece un modelo bastardo de cine haciéndosele creer que es el único existente o el único valioso; boyante en cadenas de salas, hipotecadas al dominio de la distribución norteamericana, que se abren aquí y allá para multiplicar lo mismo y lo nulo.
Teniendo en cuenta esa realidad, es difícil que el Festival de Lima pueda convertirse en un mercado de filmes. Los productores no vendrán a Lima para vender películas para su exhibición en Perú, Bolivia, Chile, Ecuador, Colombia, Venezuela, que tienen mercados cinematográficos tan distorsionados y agobiados por las Majors como el nuestro. En otras palabras, el Festival de Lima no será, al menos en los próximos años, un mercado de negocios.
Es cierto que el Centro Cultural hace bien adquiriendo para su exhibición algunos filmes. Es parte de su trabajo de promoción cultural y de su imagen como institución. Pero eso no cambia el estado de las cosas, que son complejas y que exceden a la voluntad del CC.
¿Qué queda entonces?
Queda la posibilidad de trabajar la imagen de un Festival riguroso en sus elecciones, abierto y equilibrado, exigente.
No estaría mal que el Festival se vea en el futuro como una organización pequeña pero prestigiosa, donde los mejores realizadores traigan sus primeras películas para ser descubiertas y las siguientes para ser confirmadas.
El sábado, una conversación con el delegado de la Semana de la Crítica del Festival de Cannes reveló el modo en que se decide incluir una película en la selección. El comité ve los títulos en conjunto; si eso no es posible, se encarga la evaluación a uno de ellos y luego otros contrastan su opinión, sobre todo si es negativa. Se discute sobre los valores y méritos de cada película y se llega a un acuerdo colectivo de programación.
¿Se obrará así aquí?
¿Qué razones y argumentos fueron los decisivos para diseñar la selección de películas de ficción de este año e incluir cintas como Suspiros del corazón y Fiestapatria, por no mencionar alguna cubana, otra boliviana, etc?
Sé que a los directivos del Festival les molestan profundamente las críticas. Las toman, casi, como agravios personales o manifestaciones de mala fe.
Los Festivales suelen ser dos cosas fundamentales: espacios donde se toma la temperatura y se mide la presión a la parcela de cine elegido para participar y competir; y mercados, donde se hacen negocios comprando y vendiendo películas.
El mercado cinematográfico peruano es pequeño en términos numéricos; insignificante en materia de inversiones; raquítico en oferta y demanda; vampirizado por el oligopolio norteamericano; encanallado por blockbusters cada vez más estúpidos; ignorante de todo aquello que hace avanzar al cine de hoy; poblado por un público al que sólo se le ofrece un modelo bastardo de cine haciéndosele creer que es el único existente o el único valioso; boyante en cadenas de salas, hipotecadas al dominio de la distribución norteamericana, que se abren aquí y allá para multiplicar lo mismo y lo nulo.
Teniendo en cuenta esa realidad, es difícil que el Festival de Lima pueda convertirse en un mercado de filmes. Los productores no vendrán a Lima para vender películas para su exhibición en Perú, Bolivia, Chile, Ecuador, Colombia, Venezuela, que tienen mercados cinematográficos tan distorsionados y agobiados por las Majors como el nuestro. En otras palabras, el Festival de Lima no será, al menos en los próximos años, un mercado de negocios.
Es cierto que el Centro Cultural hace bien adquiriendo para su exhibición algunos filmes. Es parte de su trabajo de promoción cultural y de su imagen como institución. Pero eso no cambia el estado de las cosas, que son complejas y que exceden a la voluntad del CC.
¿Qué queda entonces?
Queda la posibilidad de trabajar la imagen de un Festival riguroso en sus elecciones, abierto y equilibrado, exigente.
No estaría mal que el Festival se vea en el futuro como una organización pequeña pero prestigiosa, donde los mejores realizadores traigan sus primeras películas para ser descubiertas y las siguientes para ser confirmadas.
El sábado, una conversación con el delegado de la Semana de la Crítica del Festival de Cannes reveló el modo en que se decide incluir una película en la selección. El comité ve los títulos en conjunto; si eso no es posible, se encarga la evaluación a uno de ellos y luego otros contrastan su opinión, sobre todo si es negativa. Se discute sobre los valores y méritos de cada película y se llega a un acuerdo colectivo de programación.
¿Se obrará así aquí?
¿Qué razones y argumentos fueron los decisivos para diseñar la selección de películas de ficción de este año e incluir cintas como Suspiros del corazón y Fiestapatria, por no mencionar alguna cubana, otra boliviana, etc?
Sé que a los directivos del Festival les molestan profundamente las críticas. Las toman, casi, como agravios personales o manifestaciones de mala fe.
Lástima, pero hay que decirlo una vez más: el talón de Aquiles del Festival está en sus criterios de selección. Ya no es sólo una opinión personal, dicha año tras año. Esta vez la prensa lo ha señalado también.
Pero no estoy de acuerdo con Alberto Servat cuando sugiere eliminar la sección opera prima, integrando las primeras películas de directores en las categorías de ficción o documental y achicando así la competencia general.
No; la mejor manera de restringir el tamaño de la selección es eliminando las malas películas, y dejando una selección que muestre un interés real. Que las mediocridades pasen a exhibiciones especiales, o a funciones sorpresa, como se hizo este año con la inefable Lifting de corazón, de Eliseo Subiela (una sorpresa que provoca dolor de estomago y risa loca a la vez). Aunque es verdad que este Lifting resulta preferible a Suspiros del corazón como representación del cine hispano-argentino.
Se ha dicho que el Festival es elitista. Sí, lo es, como todos los festivales del mundo. A un Festival acuden películas que no se han visto antes –salvo en sus países de origen y en otros festivales- y llegan con la licencia del productor, que muchas veces cobra, y fuerte, por cada proyección. El Festival pacta un número limitado de pases de cada película, entre otras condiciones. Eso limita la difusión de las cintas, que no son bienes de dominio público y no se pueden exhibir de modo masivo e indiscriminado.
Ahora bien, los precios de las entradas restringen la asistencia de sectores que deberían conocer y disfrutar del Festival. Un universitario, por ejemplo, no puede gastar sesenta soles o más para ver cinco películas. Algo tiene que hacerse al respecto.
No vamos a hablar del afiche de esta edición, en parte porque ya lo hicimos, pero también porque el tono de la discusión ha tomado visos de caza de brujas y exposición de quién sabe qué resentimientos. Se cruzan acusaciones de racismo con una facilidad que provoca escalofríos y da que pensar en la intolerancia que a veces se asoma hasta en la defensa de las mejores causas.
La organización del Festival estuvo bien; las películas no fallaron (salvo la baja de Calle Santa Fe, que se apuntaba a ganar varios premios) y los horarios se cumplieron, con algunos retrasos explicables.
El asunto de las acreditaciones de prensa no debería repetirse. Si se quiere poner orden y evitar la inflación de acreditaciones que se haga un reglamento con condiciones claras e indiscutibles para acceder a tal función y tal sala. Y que eso quede claro desde un mes antes del festival. Lo que deben entender los organizadores es que la prensa electrónica –blogs y demás- tienen una influencia e inmediatez inimaginable hace apenas un año.
Las mejores películas que vi en el Festival (en todas las secciones) fueron:
1-Luz silenciosa (México)
2-Santiago (Brasil)
3-La soledad (España)
4-El pequeño teniente (Francia)
5-Hamaca paraguaya (Paraguay)
6-No estoy hecho para ser amado (Francia)
7-Trabajos, se sabe cuando comienzan (Francia)
8-Una novia errante (Argentina)
9-El telón de azúcar (Francia-España-Cuba)
10-Copacabana (Argentina)
11- Qué tan lejos (Ecuador)
12- Olor a caño (Brasil)
13-Forever (Holanda)
14-Sur la trace d'Igor Rizzi (Canadá)
Ricardo Bedoya
10 comentarios:
Gracias por darnos las 14 películas que más le gustaron...Ya sé que películas no verlas nunca!
De nada. Es un placer.
y El violin!!!
Y las peruanas, qué hubo.
Las películas de ficción peruanas serán comentadas en su estreno. Dentro de unos días hablaremos de algunos de los documentales exhibidos.
Entretenido también el informe del Sr. Bedoya. Su lista es interesante y sugerente, aunque estoy en desacuerdo con la inclusión de Una novia errante, ya que me parece un film fallido y la peor decepción de las que pude ver en el festival.
Es tan bueno como dicen el tal Reygadas? Es ya comparable con algun gran maestro como dicen?
Saludos.
Reygadas es director de tres películas, muy personales todas. Con sólo tres películas es difícil ser un gran maestro. Las dos primeras están llenas de desequilibrios y contradicciones, y eso las hace interesantes por más discutibles que puedan ser. Luz silenciosa es más redonda, más armónica, más serena en apariencia -porque está atravesada por la inquietud y el dolor- más plena. Reygadas tiene un enorme talento que irá depurando, conduciendo por caminos que aún están indefinidos. Tal vez sea un gran maestro dentro de unos años.
Y qué le pareció el documental peruano: Alguna Tristeza?
Recuerden que Reygadas es hijo de diplomático...
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