“El desafío: Frost contra Nixon” es una sorpresa, sobre todo tratándose de una cinta dirigida por Ron Howard, uno de los realizadores más impersonales, opacos y sosos de Hollywood, dependiente como pocos de la calidad del guión que traiga entre manos. Y aquí le toca un guión bien estructurado, interesante y propicio para dirigir, en papeles de lucimiento, a dos actores que dan lo mejor que tienen: Frank Langella y Michael Sheen. Ellos son sustento de un duelo dramático expuesto con limpieza, claridad y sutileza, elemento infrecuente en el cine de Howard. Por cierto, le debe mucho al trabajo de Peter Morgan, adaptador de su propia pieza teatral.
El enfrentamiento del periodista británico David Frost y el ex presidente Richard Nixon no es el encuentro de dos seres reales, verificables en la historia y en las grabaciones de las entrevistas que mantuvieron. Nada de eso. Es el choque matizado de dos personajes de ficción concebidos de acuerdo a pautas dramáticas que los revelan de a pocos como antagónicos y afines a la vez. El proceso de esa revelación es lo que da interés a “El desafío: Frost contra Nixon”.
El enfrentamiento del periodista británico David Frost y el ex presidente Richard Nixon no es el encuentro de dos seres reales, verificables en la historia y en las grabaciones de las entrevistas que mantuvieron. Nada de eso. Es el choque matizado de dos personajes de ficción concebidos de acuerdo a pautas dramáticas que los revelan de a pocos como antagónicos y afines a la vez. El proceso de esa revelación es lo que da interés a “El desafío: Frost contra Nixon”.
Frost es frívolo, brillante, exhibicionista, ambicioso, obsesionado por los índices de audiencia televisiva. Michael Sheen, el actor que hizo de Tony Blair en “La reina”, está formidable como Frost. Nixon es un hombre humillado, rencoroso, inteligente, profundamente conservador, inescrupuloso. Por un lado, vemos el glamour del presentador cosmopolita y, por el otro, los oscuros modales de un dinosaurio de la política norteamericana.
En el trayecto, ellos se enfrentan, se cotejan, se estudian, aprender a conocerse y a respetarse. La secuencia de la llamada telefónica nocturna del presidente a su entrevistador -acaso imaginada, soñada o denegada por la conciencia- le da a la cinta un relieve especial enfrentando lo que ellos tienen en común: su enfermiza necesidad de ser aprobados por esas masas (el "público"; los electores) que los construyeron como figuras públicas.
Lo mejor de “Frost/Nixon” es su resistencia a seguir el camino más fácil, el de la descalificación moral, la caricatura o el simplismo ideológico.
Al acabar la película, el personaje de Frost, incapaz de abandonar su frivolidad, será capaz de recordar ese momento de coraje en su vida que fue la preparación de la última entrevista. A su turno, el personaje de Nixon, víctima de su leyenda negra, se humaniza por el acoso del periodista y por su propia fragilidad y decadencia personal. Se quiebra en un momento de verdad y Ron Howard filma ese instante sin cargar las tintas, sin subrayar los efectos, con tranquila serenidad.
Ricardo Bedoya
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