jueves, 12 de marzo de 2009

Che, el argentino


La presencia fílmica del Che Guevara rozó casi siempre la hagiografía. Sea en los clásicos documentales del Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC), como "Hasta la victoria siempre", de Santiago Álvarez, en “Diarios de motocicleta” de Walter Salles, o en la imagen final de “La hora de los hornos”, de Solanas y Getino, el Che, joven o mayor, guerrillero o funcionario, vivo o muerto, fue una imagen contrita, una figura de Epinal, la efigie santificada para la eternidad.

Sólo una notable película supo dar una dimensión contrastada, cercana y humana del personaje: “Ernesto Che Guevara, Diario de Bolivia”, del suizo Richard Dindo (1994).

Steven Soderbergh pretende ahora hacer la crónica de la trayectoria pública del Che, desde su encuentro con Fidel Castro en México hasta su muerte en Bolivia. La primera cinta del díptico, “Che, el argentino” sigue al personaje hasta la culminación de la campaña de Sierra Maestra. La segunda, “Che, Guerrilla” –que ojalá veamos pronto- ilustra la segunda etapa de su vida pública.

“Che, el argentino” es como un reflejo de las intenciones, estilo y formas de escritura de ese cineasta ecléctico que es Steven Soderbergh, que pasa con facilidad del pequeño filme independiente y personal (“Sexo, mentiras y vídeo”) a la película de género con estrellas (“La gran estafa”); de la recreación de época y la biografía de un personaje célebre (“Kafka”) a la tentativa experimental con tecnologías novedosas ("Bubble").

Producida por capitales españoles para garantizar su independencia, la cinta simula el reportaje periodístico, altera la cronología del relato, inserta secuencias en blanco y negro, aporta en ciertos momentos las texturas del documental y culmina con una larga secuencia de combate en el estilo de las películas de acción bélica de los años cincuenta: un pasaje –tal vez el mejor de la película- filmado con la eficiente artesanía de los directores de Hollywood.

Es decir, reproduce en las dos horas de proyección del filme las técnicas, procedimientos y modos de filmar de un director que se siente a gusto llevando la cámara al hombro él mismo -con el seudónimo de Peter Andrews-, manipulándola en plan de aprendizaje. Es el gesto típico del director de espíritu independiente, incapaz de resistirse ante el desafío que le impone una cámara de alta definición nueva, la Red, de 4000 líneas, puesta en sus manos por su inventor Jim Jannard, para luego lanzarse a preparar una secuencia de acción que le evoca "un filme de John Sturges, con su sentido de la geografía", como ha dicho en una entrevista. Interesante actitud la de Soderbergh, combinando la curiosidad crativa y el oficio seguro del "film director" de Hollywood.

Soderbergh expone fragmentos de la vida del personaje siguiendo el método didáctico de Francesco Rosi en “Salvatore Giuliano”, “El caso Mattei” o "Lucky Luciano", hecho de fracturas temporales que nos propulsan al futuro de la acción, recapitulaciones periodísticas, exposiciones "objetivas" en blanco y negro, recuentos explicativos, escenas que exponen el pensamiento del personaje y momentos que lo muestran en el reposo o la acción cotidiana: el dossier Che Guevara, encarnado con espíritu de camaleón por Benicio del Toro.

Soderbergh admira al personaje aunque lo muestre tomando decisiones tajantes y discutibles u ordenando fusilamientos. Hay cierto laconismo, ausencia de épica, rechazo de cualquier visión exaltante y distancia en un acercamiento que quiere evitar la mitificación. Es preciso ver la otra película del díptico para ofrecer una opinión cabal sobre el filme de Soderbergh. Al final de “Che, el argentino” estamos recién a la mitad de la proyección.

Ricardo Bedoya

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