martes, 3 de abril de 2012

Otra vez el documental. Respuesta a Emilio Bustamante

Por haber estado de viaje, no he podido responder al texto en el que Emilio Bustamante hace referencias a lo que yo escribí como respuesta a un artículo de Mauricio Godoy en el blog Hablando de documental. Yo esperaba que fuese el mismo Mauricio quien respondiera a lo que escribí, pero no lo hizo. Me alegra que Emilio retome el debate, pues no es común -lamentablemente- debatir en nuestro medio con alguien que tenga el nivel conceptual y la claridad para escribir que tiene Emilio.

Estoy de acuerdo con muchas de las afirmaciones de Emilio e incluso dije - y Emilio lo cita- que formulaba algunos juicios "de manera gruesa". Yo esperaba que una respuesta de Mauricio me permitiera matizar, puntualizar o desarrollar algunos de los juicios, de carácter polémico, lo sé, expresados en esos textos. No dudo de que, desde el espacio de la crítica, la programación alternativa, los blogs, etc., se puede aportar en mayor medida al conocimiento del documental, como no dudo de que el hipérgénero está experimentando una de las etapas más creativas de su historia - y, además, en un volumen de producción superior- ni tampoco que ese crecimiento expresivo se manifiesta de manera muy clara en varios países de América Latina. Incluso, y ya que mencioné listas de preferencia, yo incluyo varios documentales entre mis mejores películas latinoamericanas de la primera década del siglo - "Intimidades de Shakespeare y Víctor Hugo", "La mirada en la historia", "Santiago", "Juego de escena"-, y no tengo el menor reparo en admitirlo.

Sin embargo, creo que en la apreciación de Emilio, puesto en el lugar del abogado defensor, se incurre en una sobrevaloración histórica del documental. El cine nació a- genérico, aunque es verdad que los "insumos" empleados por los Lumiere provenían principalmente de lo "real", entendido como lo pre-existente, lo no elaborado en función de la filmación. Pero, eso, como se sabe hoy con mayor claridad que antes, sólo hasta cierto punto, pues en varios de sus vistas iniciales hay preparación de las escenas, dirección de actores y las tomas se repetían, como ocurrió en el rodaje de "La salida de los obreros de la fábrica". Más que los Lumiere, van a ser las compañías Gaumont y Pathé las que establecen algunas de las convenciones básicas de lo que se va a entender como documental y ficción, y no es ninguna imposición de los estudios la que hace que la ficción se instale progresivamente como el modelo de representación dominante en las pantallas, pues la respuesta del público fue decisiva en el curso que el cine toma desde fines del siglo XIX.

De allí que la industria - especialmente la industria por antonomasia, la norteamericana, pero también todas las otras, sin excepción- se edifiquen a partir de los géneros ficcionales. El propio lenguaje visual (y, luego, audiovisual), el que se establece como "lenguaje cinematográfico" proviene básicamente de las elaboraciones visuales y narrativas de la ficción. Por eso, no es un asunto de gusto o de preferencia decir que hay una supremacía estética en el campo de los relatos cinematográficos. Es, ni más ni menos, la comprobación de un hecho histórico. El documental, en efecto, ha estado marginado por la industria y no ha tenido las posibilidades de competir de igual a igual, ni siquiera en la Unión Soviética de los años 20. El caso de documentalistas trashumantes como Flaherty, Joris Ivens, Grierson, la misma Leni Riefensthal después de la caída del nazismo, da cuenta un poco dramáticamente de la situación ex-céntrica de los realizadores del género. En esas condiciones mal se puede especular sobre un asunto de gustos o preferencias, pues el cine estuvo destinado básicamente a la ficción, sea en función del puro espectáculo o de la expresión personal (y a veces la combinación de ambos).

El impulso de los nuevos cines de fines de los 50 y comienzos de los 60, a los que se suman los aportes del cine directo norteamericano y del cinema verité francés, si bien modifican parcialmente el panorama, no lo cambian sustancialmente, y el cine de expresión personal, aunque nutrido en parte de la influencia documental, va a seguir asentado en el campo de la ficción. Y eso ha continuado y continúa, pese a los avances en el terreno documental y en las expresiones fronterizas que también se extienden y de manera muy promisoria. Voy a esquematizar un poco para decirlo de manera clara. Por un Frederick Wiseman hay varios Lynch, Tarantino, James Gray, Jim Jarmusch. Por un Raymond Depardon hay varios Assayas, Garrel, Desplechin, Audiard. Por un Rithy Pahn hay varios Tsai Ming-Lian, Raya Martin, Lav Diaz, Zhang Yimou, Wong Kar-wai. Es decir, el campo de la expresión personal sigue dominando en el cine de ficción.

Está bien, entonces, que se defienda y se promueva el género documental en sus líneas más valiosas y creativas (desde el cine-diario de Mekas hasta el uso del found footage, entre otros), pero cuestionar un hecho que considero evidente, más allá de que hayan obras desconocidas, perdidas o poco valoradas (también las hay, y no son pocas, en la ficción), me parece un error de apreciación histórica. Es posible que la institucionalidad crítica, los historiadores del cine, los programadores de festivales y la propia mayoría de realizadores, puedan no haberle dado al documental el peso que Emilio considera le debían haber dado, pero de allí a querer relativizar el peso que la ficción ha tenido y la marcada preferencia por la ficción en el campo del llamado “cine de autor”, es simplemente no aceptar los hechos (no ideales ni necesariamente deseables) que la historia del cine hasta hoy presenta, aún cuando es innegable, para decirlo una vez más, que el documental vive en estos años un periodo de relativo auge creativo, aunque siempre lamentablemente muy empujado a la periferia por la industria en casi todas partes.

Isaac León Frías

3 comentarios:

Emilio Bustamante dijo...

A mí también me alegra debatir con Isaac León, a quien aprecio como crítico, docente y amigo.

En su respuesta Chacho dice que incurro en una “sobrevaloración histórica del documental”; sin embargo yo no he afirmado que exista superioridad estética del documental sobre la ficción; Chacho, en cambio, asegura que existe superioridad estética de la ficción sobre el documental, y asegura que ello es un hecho histórico. ¿No será que él incurre en una infravaloración del documental?

Chacho sostiene que el “lenguaje cinematográfico” proviene básicamente de las elaboraciones visuales y narrativas de la ficción y que por ello “no es un asunto de gusto o de preferencia decir que hay una supremacía estética en el campo de los relatos cinematográficos” sino que es “la comprobación de un hecho histórico”. Creo que tal razonamiento no es correcto. Que el “lenguaje cinematográfico” (o “modo de representación institucional” como lo llama Noël Burch) provenga básicamente de la ficción no implica una supremacía estética de la ficción, pues las convenciones del lenguaje pueden ser empleadas bien o mal, creativamente o no, tanto por la ficción como por el documental. Asimismo, que la industria cinematográfica se edifique a partir de los géneros de ficción tampoco implica una superioridad estética de la ficción, simplemente implica que la ficción es más rentable que el documental.

Es verdad que la apuesta de la industria por la ficción impidió la competencia de igual a igual por parte del documental, pero fundamentalmente en términos de volumen de producción, distribución y consumo; no necesariamente de innovación y calidad estética. Chacho confunde calidad con cantidad. Que la industria haya privilegiado a la ficción, que el documental haya ocupado un lugar marginal al gran circuito industrial, que se haya realizado y exhibido más películas de ficción que documentales, no significa necesariamente que la ficción tenga logros estéticos mayores que el documental.

Chacho reconoce la influencia del documental en el cine moderno de ficción, pero afirma que el cine de expresión personal se halla asentado más en el cine de ficción que en el documental, y esquematiza: “Por un Frederick Wiseman hay varios Lynch, Tarantino, James Gray, Jim Jarmusch. Por un Raymond Depardon hay varios Assayas, Garrel, Desplechin, Audiard. Por un Rithy Pahn hay varios Tsai Ming-Lian, Raya Martin, Lav Diaz, Zhang Yimou, Wong Kar-wai. Es decir, el campo de la expresión personal sigue dominando en el cine de ficción.”

En realidad, lo que domina en el cine de ficción no es la expresión personal sino la producción industrial impersonal, por cada Jim Jarmush hay varios Michael Bay. Una vez más, Chacho confunde cantidad con calidad. El párrafo citado me recuerda a la famosa frase de Peter Greenaway: “Bill Viola vale por diez Scorseses”. Greenaway quería sugerir que Viola era mucho más innovador que la gran mayoría de autores cinematográficos que trabajaban dentro de la industria. No suscribo la frase de Greenaway, pero temo que tanto él como Chacho se van a los extremos. Obviamente, para Greenaway y muchos otros cineastas más experimentales que él, la superioridad estética de la ficción sobre el documental o sobre el cine experimental no es una verdad evidente ni históricamente demostrada.

Emilio Bustamante dijo...

De otro lado, quizá sea oportuno recordar que los cineastas de la modernidad no solo estuvieron influenciados por el documental, sino que realizaron (y realizan) documentales no inferiores a sus ficciones. ¿O los documentales de Resnais, Agnes Varda y Godard son inferiores a sus ficciones? Es más, ¿no se puede preferir “Histoire (s) du cinema” a “El desprecio”?, ¿o “El mundo de Jacques Demy”” a “Cleo de 5 a 7”?, ¿o “Noche y niebla” a “La guerra ha terminado”? ¿No se pueden preferir a los documentales de Herzog por sobre sus ficciones? Repito, esto de la superioridad de un género sobre otro es cuestión de preferencia o gusto, no evidencia histórica.

Cuando Chacho se refiere a la historia del cine parece que considera que es posible una sola historia del cine, pero ya Godard (entre otros) llamó la atención sobre la falacia de que exista una sola historia del cine. La historia, como bien lo sabe Chacho, no es enteramente objetiva. La historia es también un discurso que se construye y enuncia desde una posición. Chacho prefiere situarse dentro de la institución, y desde esa posición –obviamente- no puede cuestionarla, y asume la historia oficial como la única posible. Pero, así como hay una historia oficial del cine, puede haber varias historias marginales, que no tomen como centro al cine de ficción producido dentro de la industria. Pretender que una mirada sea la única posible o la única válida, no solo es autoritario sino irreal.

Por último, el cuestionamiento a la historia oficial, la institución crítica y el canon debería extenderse a la definición misma de los géneros y formatos. Esas “expresiones fronterizas” a las que alude Chacho no son recientes, y los géneros y formatos no son estables. Él mismo dice que las películas de los Lumiére eran a-genéricas; ahora son vistas como documentales. No eran cortometrajes, pues no existían largos; hoy son cortos. Una película no necesariamente pertenece de una vez y para siempre a un género o a un formato, y es a menudo la institución la que designa el género: una película de ciencia ficción como “The War Game” de Peter Watkins ganó el Oscar a mejor documental en 1967.

Chacho recuerda, además, que algunas de las películas de los Lumiére tenían puesta en escena. En realidad, muchos documentales tienen puesta en escena, si no todos (si entendemos por puesta en escena no solo a la organización de lo profílmico sino también a las elecciones estilísticas o de lenguaje). El documental es, al igual que la ficción, una representación en la que intervienen como insumos la realidad y la creatividad del realizador. Es por ello que Bill Nichols afirma que el documental es también una ficción (aunque diferente a otras).

No hay que dejar de lado, además, el punto de vista pragmático (que desarrolla Rick Altman): la ficción puede ser usada como documental. Cuando en nuestras clases Chacho y yo proyectamos películas o fragmentos de películas como ejemplos del empleo del lenguaje audiovisual, los estamos utilizando en cuanto documentos (“fíjense cómo Brian DePalma mueve la cámara en esta escena”, “observen el estilo de actuación de Cary Grant”). Y eso es posible porque, como decía Godard, “todo filme es un documental de su propia filmación”.

Esta relatividad de géneros y formatos debería ponernos a salvo de fundamentalismos. Yo no sostengo que el documental sea superior a la ficción ni que tenga mayores logros estéticos que la ficción. Por supuesto, tampoco me atrevería a decir que la superioridad artística de la ficción sobre el documental es un hecho histórico y evidente. Lo que sostengo es que la institución cinematográfica ha privilegiado a cierto tipo de películas en desmedro de filmes de otro tipo, negándoles a estos últimos –muchas veces- un lugar en la historia y el reconocimiento de sus logros estéticos. Lo que propongo es cuestionar a la institución, revisar la historia y el canon, poner en entredicho las categorías mismas.

Emilio Bustamante.

Anónimo dijo...

¿Por qué se comentan tan poco los post en los que se debaten temas tan importantes como los que se tratan en el post de Chacho León?
¿No tienen nada que decir los documentalistas? ¿Y los que no lo son?