Federico de Cárdenas nos envía su balance del reciente Festival de Cine Independiente de Buenos Aires. Es una versión ampliada del texto aparecido en el diario La República el domingo 29 de abril.
La XIV edición del Festival de Cine Independiente de Buenos Aires (Bafici) fue una demostración del conocido dicho “no hay quinto malo” para Sergio Wolf -su director por cinco años- y su equipo de colaboradores, que mantienen una vitrina con lo mejor del cine mundial.
Se suele comparar a los festivales de cine con cápsulas del tiempo que se mueven con ritmo propio y dejan atrás los ecos de la cotidianidad -un Buenos Aires otoñal y soleado, pendiente del pleito con YPF/Repsol- creando un ambiente único. De otro lado, el Bafici no desmintió su fama de gigantismo: se presentaron casi 300 largos, pero el evento rondó las 440 obras si se agregan cortos y mediometrajes. Tampoco se redujo el número de espectadores, que este año llegó a los 350.000. Lo anterior explica el imán de esta cita anual, que es su capacidad para satisfacer tanto a cinéfilos exigentes como a público en general. Cada quien puede elegir su propio recorrido dentro de la veintena de focos de interés presentados por un festival que, además de un puñado de retrospectivas, ofreció 22 filmes en su selección oficial, 10 en la competencia de cine argentino, 15 en cine del futuro y decenas en secciones tituladas Adolescencias, Música, La Tierra Tiembla, Cine + Cine, Trances, etc. Hay que agregar que, como ocurre en toda muestra importante, el documental estuvo en igualdad con el cine de ficción.
FRANCESES
Francia presentó, en conjunto, la selección más sólida del festival. Las figuras mayores de la vieja Nouvelle Vague se retiran tras largas y apasionantes carreras (aunque Alain Resnais, en el año de sus 90, estará aún presente en Cannes), pero representantes de varias promociones los suceden: Alain Cavalier en Pater continúa su novedosa línea de experimentación alejada del sistema, y tres figuras intermedias logran obras destacables. Nos referimos a Bruno Dumont (Hors Satan), esa suerte de Bresson laico, que retorna a la provincia para mostrarnos a un marginal de extraños poderes y su relación casta con una vejada campesina, resurrección incluida. En lo opuesto, Bertrand Bonnello (L’Apollonide, en la foto) nos muestra el apogeo y decadencia de un prostíbulo de la Belle Êpoque en refinados tableaux decorativos y discutible fondo musical jazístico. Mia Hanson-Love acierta con su sensible Un amor de juventud, retrato de una pasión arrolladora que obtiene un breve segundo tiempo. Dos óperas primas muy atractivas, Tomboy (Céline Sciamma) sobre una chiquilla de 10 años que se hace pasar por niño, y Naná (Valérie Massadian), que protagoniza una niña de cuatro años, permiten el optimismo sobre una cinematografía de gran tradición, cuyo panorama se completó con la muestra dedicada a la obra de Gérard Courant y Duch, magistral documento-confesión obtenido por Rithy Pahn con el principal torturador de los Jemeres Rojos camboyanos, hoy condenado a cadena perpetua.
ARGENTINOS
Ausentes los cuatro grandes del Nuevo Cine por diversas razones (Pablo Trapero reservó Elefante blanco para Cannes, Lucrecia Martel sigue sin abordar el largo desde que abandonó su proyecto de rodar la tira gráfica "El eternauta", Israel Adrián Caetano trabaja para TV y Lisandro Alonso presentó un corto, Carta a Serra, que no pudimos ver) quedaba abundante lugar para los nuevos y menos nuevos. De los primeros, Germania de Maximiliano Schonfeld es una interesante, aunque limitada, visión de una comunidad de descendientes de alemanes en Entre Ríos e Igual si llueve (Fernando Gatti) un esforzado ejercicio minimalista; de las segundas, Cassandra de Inés de Oliveira Cézar nos pareció fallida. En cambio Escuela Normal, primer largo documental de Celina Murga (talentosa autora de las ficciones Ana y los otros y Una semana solos) es una minuciosa mirada sobre los alumnos de una escuela de Paraná. Dejamos La chica del sur (José Luis García), Villegas (Gonzalo Tobal) y La araña vampiro, segundo largo de Gabriel Medina (autor de una excelente ópera prima: Los paranoicos) debido a que son candidatas a integrar la selección para el Festival de Lima. La diversidad y abundancia de la producción argentina siguen siendo excepcionales en el cine de América Latina.
ASIÁTICOS
Aunque el Bafici sigue siendo un lugar único para disfrutar de lo último de los cines de China, Japón, Taiwán, Corea del Sur y países como Singapur o Filipinas, tuvimos la impresión de que este año la selección procedente de esta área geográfica fue menos rica que en otros. Esto no quiere decir que no hubiera lugar para descubrimientos, como la obra del taiwanés Wei Te-Sheng, cuyas tres películas fueron programadas. Cineasta de gran eclecticismo, rodó Acerca de Julio en 1999, centrada en la relación de un adolescente y una panda de gángsters; luego la desigual y efectista Cape 7 (la segunda película más vista en la isla) para que le dejaran hacer Guerreros del arco iris (2011), superproducción que narra con aliento épico y gran sentido del paisaje una sublevación de tribus contra los ocupantes nipones en 1930. No vimos El día en que él llegó, penúltimo filme del coreano Hong San-soo, pero Para Ellen, de su compatriota So Yong Kim -realizadora que trabaja en EEUU- y que dirige a Paul Dano como un rockero en ruptura de matrimonio y asunción de paternidad con su pequeña hija, tenía gran interés. Hubo consenso en que Buenas noches España del filipino Raya Martin estaba muy por debajo de otras cintas suyas y lo mismo ocurrió con La mujer en el tanque séptico del también filipino Marlon Rivera.
RUMANOS
Han tomado el lugar que por años ocupó el cine iraní (asfixiado finalmente por los ayatolas) y del cual pudimos ver la magistral Esto no es un filme, lección de talento y rabia de un Jafar Panahi encerrado en su piso de Teherán, sometido a un proceso inicuo y prohibido de rodar por 20 años. La muestra rumana incluyó tres películas, de las cuales pudimos ver dos: la muy lograda Todo en familia (Radu Jude), que sigue el principio de acumular tensiones hasta el estallido con un grupo de magníficos intérpretes, y la interesante Las mejores intenciones (Adrian Sitaru). La demanda por películas rumanas en los festivales “grandes” (Cannes, Venecia, Berlín) puede explicar esta sequía.
PORTUGUESES
Portugal permitió el descubrimiento de dos grandes cineastas: Joao Canijo, cuya retrospectiva fue uno de los hechos mayores del festival, y Tabú de Miguel Gómez. El primero, nacido en 1958, cuenta con una obra abundante que en su última etapa ha llegado a la madurez en su empleo del melodrama y las historias familiares paralelas en un contexto de fatalidad y violencia (Mal nacida y sobre todo la apasionante Sangre de mi sangre), con una incursión notable en el documental (Fantasía lusitana) que recupera los fastos y miserias del Portugal salazarista en los años de la Segunda Guerra Mundial. El segundo, ya premiado en el Bafici por Aquel querido mes de agosto (2009), cuenta en Tabú una historia en blanco y negro y dos partes que se inicia en los arquetipos de Murnau-Flaherty para hacer un recorrido poético por la historia del cine a través de un triángulo de amor imposible que se ambienta en el Portugal de la guerra colonial en África de los años 60 y recupera el aliento del melodrama, del mejor cine de aventuras y la narrativa del cine silente.
INDEPENDIENTES USA
La producción que se hace fuera de Hollywood rara vez llega a nuestra cartelera comercial, pero sigue teniendo una vitalidad estupenda. Así quedó en claro con Country boy de Ian Clark, que describe las escapadas de tres amigos en un perdido pueblo de EEUU y con La señal internacional de la asfixia de Zack Weintraub que -rodado en un Buenos Aires poco reconocible- recuerda mucho a Bummer summer (2009) su ópera prima en blanco y negro, aquí mostrando los cruces y dudas de un guionista en búsqueda de historia. Y también en los personalísimos documentales de Ross McElwee, de quien se pudo ver Sherman’s march (1986) y Photographic memory (2011), que combinan de modo inextricable autobiografía y ficción. En una línea más convencional, Jonathan Demne logra en Neil Young journeys un buen retrato del cantautor canadiense.
FINAL
La abundante oferta del Bafici no impidió la exploración de la Feria del Libro, inaugurada en esos días y que es una de las más amplias y concurridas del continente. Tampoco breves excursiones por la cartelera comercial bonaerense en la que vimos en 3D las logradas Pina (Wenders) y La caverna de los sueños olvidados (Herzog); también la muy menor Un dios salvaje (último Polanski), que acaso no lleguen nunca al desierto limeño. Desde luego, no está aquí todo lo que ofreció el Bafici -esperamos hablar de la deliciosa Las canciones (Eduardo Coutinho) y otras con ocasión del Festival de Lima- pero creemos que este sumario recorrido explica por sí mismo por qué sigue siendo una cita anual ineludible.
Federico de Cárdenas
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