“La felicidad de vivir” (“Okuribito”, 2008), de Yojiro Takita, está en cartelera, lo que resulta excepcional tratándose de una película japonesa. Es verdad que ganó el Óscar a la mejor película extranjera en el 2009, pero ya ni ese premio garantiza la exhibición de una cinta en el Perú, que tiene una cartelera dominada, asfixiada y colonizada por los “tanques” de la distribución estadounidense. En otros países, “Okuribito” se ha exhibido con títulos como “Despedidas” o “Partidas”, más adecuados que “La felicidad de vivir”. Porque la cinta muestra eso: ceremonias mortuorias que vemos repetirse una y otra vez.
Daigo (el actor Masahiro Motoki), músico que pierde el empleo en una orquesta donde toca el cello, encuentra trabajo en una empresa dedicada a preparar cadáveres antes del funeral. Es un rito codificado que se realiza frente a la familia, con una puesta en escena invariable.
Desde el inicio, la película establece las reglas del juego: vemos a Daigo cumpliendo el rito de lavar, vestir y maquillar el cadáver de una muchacha. La laboriosa ceremonia, que oculta la desnudez del cuerpo a la afligida familia, se ve perturbada por un hallazgo inesperado que gira el tono grave de la situación hacia un humor embarazoso. A partir de ese momento, la preparación de cada cadáver se convierte en una anécdota más o menos colorida que le permite al director Takita describir el aprendizaje de Daigo, que va del asco a la realización personal, pero también el rígido y codificado protocolo de la ceremonia. Lo mejor de la película se encuentra en algunas de esas escenas desconcertantes, con el actor principal apostando a lo burlesco en medio de un escenario luctuoso. Luego de mostrar terror o náusea ante un cuerpo descompuesto o de sobrecogerse ante la muerte de una persona joven, aparece algún costado insólito o divertido del asunto.
Ricardo Bedoya
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