Con esta nota de Natalia Ames empezamos a dar cuenta del Festival Internacional de Cine Independiente de Buenos Aires, BAFICI, que empezó el martes 8. Natalia, junto con Mónica Delgado e Isaac León Frías (que es jurado de la FIPRESCI), están participando del Festival. Han prometido mandar sus impresiones.
El BAFICI arrancó este año con la película Jogo de Cena, de Eduardo Coutinho. Si bien la película ya ha sido comentada en este blog (ver crítica de Lorena Cancela), vale la pena volver a ella para resaltar la reflexión que Cotinho hace sobre el cine, la ficción, el documental y la actuación en general a través de este retrato de diversas mujeres que cuentan sus historias frente a una cámara, teniendo por única locación el teatro Glauber Rocha. El juego con famosas actrices que interpretan las narraciones de las mujeres ofrece numerosos guiños al espectador, quien activamente participa elaborando las historias en su mente (haciéndonos sentir que el filme trasciende la sala de teatro) y tratando de descubrir qué es “ficción” y qué es “verdad”. El quehacer del documentalista, que interpela y es interpelado por la realidad, se ve cuestionado al mismo tiempo que la labor actoral, en lo que constituye un desafío para las actrices que tienen dificultades para lidiar con la “verosimilitud”. Esperamos con ansias la clase maestra de Coutinho en el tercer día del festival, donde hablará sobre la realización del filme y sobre otros momentos de su trayectoria.
Después de un día calmado (el martes solo se proyectó la película inaugural), el miércoles empezaron las carreras. Correr para conseguir entradas, para ir de una sede a otra y para intercambiar comentarios sobre las películas de la programación. Por suerte los consejos fueron muy buenos y el programa del día incluyó cuatro películas que se cuentan entre lo mejorcito del festival: La question humaine, de Nicolas Klotz; En la ciudad de Sylvia, de José Luis Guerín; Elle s’appelle Sabine, de Sandrine Bonnaire, y Retour en Normandie, de Nicolas Philibert.
Todas en francés, todas con temáticas muy diferentes, todas de buen nivel. Mientras que la primera es un intenso drama que explora, al inicio, las miserias personales al interior del mundo de las grandes empresas, para luego derivarse –quizás extendiéndose en demasía – a la crisis moral de la historia reciente de la humanidad, la segunda cuenta una historia mucho más simple pero no por ello menos atractiva. La persecución de un joven que busca un nombre, una imagen, un recuerdo, muestra imágenes cotidianas con la frescura seudo-documental que Guerín sabe conseguir tan bien. Los soberbios juegos de miradas reemplazan el diálogo en este filme hecho para disfrutar del vicio de observar atentamente.
La aventura en la dirección de la actriz Sandrine Bonnaire resulta ser un documental que toca profundamente al espectador sin ser sensiblero, tratando el duro tema del autismo de la hermana de la realizadora. El sentimiento de culpa y las preguntas sin respuesta ofrecen una sensación de frustración que, lejos de conciliar, demanda más apoyo e investigación en lo que se refiere a la discapacidad mental desde una perspectiva personal y auténtica.
(A Philibert lo dejamos para un siguiente recuento, en el que incluiremos la clase maestra de Coutinho y otras experiencias festivaleras)
Natalia Ames
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