En “La civilización del espectáculo”, Mario Vargas Llosa lamenta que el cine haya perdido a sus grandes creadores. Ya no existen las grandes personalidades de otrora, como Orson Welles o Luchino Visconti, dice. En estos tiempos de frivolización se exalta como crédito artístico a Woody Allen, ese cineasta menor que equivale a aquellos creadores de mundos fílmicos ricos y complejos lo que Andy Warhol a Van Gogh en el terreno de la pintura. Tal es la opinión del autor de “Conversación en la Catedral”.
No voy a comparar aquí los méritos de esos directores, ni preguntarme si el cine de hoy ha perdido las profundidades y sutilezas del pasado como consecuencia de la irrupción de la “civilización del espectáculo” ni, mucho menos, sumarme a la irritación de los admiradores de Allen, ninguneado por la proclama del Nobel.
Pero sí quiero formular algunas preguntas acerca del lugar desde el que Vargas Llosa observa al cine actual porque lo que yo puedo ver en el panorama fílmico de estos tiempos es algo distinto.
Pero antes de las preguntas, vayan unas precisiones.
Me resisto a pensar que un observador tan informado y cosmopolita como Vargas Llosa juzgue el panorama del cine actual únicamente teniendo como orientación las programaciones de las multisalas. No hay que ser muy zahorí para concluir que en esas pantallas se impone lo más ramplón que ofrece un mercado que no admite regulación alguna ni conoce la noción de diversidad cultural. Ahí se ejerce la hegemonía de una industria que maneja el mercado planetario.
Eso es así, en efecto. Pero no olvidemos que fue justamente Vargas Llosa el que criticó las estrategias planteadas por los estados europeos para combatir la presencia incontrolable en las pantallas del mundo entero de los “tanques” del Hollywood más banal. Su oposición a la aplicación de los mecanismos de la “excepción cultural”, traducidos en cuotas de pantalla y en regímenes de promoción al cine de sus países o de la unión europea, se ventiló en artículos y debates durante la década pasada.
Pero el lamento del Vargas Llosa tiene que ver más bien con el deterioro del “cine de autor”. Y en este campo, para el Nobel, los pontífices del cine entendido como fenómeno de alta cultura, los personajes como Bergman, Fellini o Visconti, desaparecieron para dejar la posta al mínimo y pintoresco Woody Allen.
¿Cuál es la posición del observador fílmico Vargas Llosa? ¿Dónde ha ubicado la atalaya que le conduce a esa constatación? ¿Qué territorios del cine actual ha considerado para emitir el diagnóstico? ¿Habrá tenido en cuenta únicamente el flujo de películas que se programan en las multisalas de las ciudades del mundo, más bien escasas en las novedades de los autores? ¿Estará juzgando al cine internacional como un bloque homogéneo sin prestar atención a las singularidades y diferencias?
¿Habrá echado un vistazo a lo que ofrecen los circuitos del “cine de autor” actual? ¿Y si lo hizo, cuál de ellos habrá tenido en cuenta? ¿Habrá considerando el cine de hoy a partir de lo que exhiben los grandes festivales vidriera tipo Cannes o los de estilo boutique especializada en el estilo de Locarno o de Rotterdam? ¿Habrá prestado atención a las películas del “cine ampliado” que se exhibe en salas de exposiciones, museos, y las correspondencias filmadas que intercambian algunos cineastas del mundo? ¿Habrá visto las imágenes del cine que circulan por las redes y se transforman y enriquecen en sus cruces con los mundos de la publicidad, de la informática, de las artes plásticas, entre otras? ¿Conocerá las películas de Hou Hsiao-Hsien, Manoel de Oliveira, Edward Yang, Michael Haneke, Lee Chang-dong, Hong Sang-soo, Bruno Dumont, Naomi Kawase, Jia Zhanke, Pedro Costa, David Lynch, Wang Bing, Im Kwon-taek, Quentin Tarantino, Wong Kar-wai, Eduardo Coutinho, Chris. Marker, David Cronenberg, Béla Tarr, Abbas Kiarostami, Raymond Depardon, Jean-Luc y Pierre Dardenne, Olivier Assayas, Joao Canijo, Annaud Desplechin, Marco Bellocchio, algunos de los creadores más importantes del cine de los últimos años?
¿Es, en verdad, Woody Allen el faro creador que ilumina el panorama del cine actual? ¿Y si es así, cómo se puede acreditar o medir esa importancia? ¿Será, tal vez, por su grado de influencia en las obras de los más jóvenes? ¿Acaso la impronta de Allen está más vigente en los “nuevos cines” que las de Aki Kaurismaki, David Lynch, Béla Tarr, Tarantino, David Fincher e incluso Carlos Reygadas? ¿No estará pensando Vargas Llosa en el Woody Allen de “Annie Hall” o “Manhattan”, es decir, en el cineasta de hace más de tres décadas?
La afirmación de Vargas Llosa no se sostiene porque ignora la diversidad del cine actual, el que existe más allá de las “multisalas” y se resiste a ser arrasado por la banalidad y el entretenimiento sin más. Una diversidad que, por cierto, es estimulada y protegida por políticas estatales, por subsidios a la creación, por regímenes de “excepción cultural”.
Su atalaya fílmica pareciera estar ubicada –aunque resulte paradójico- en el corazón de la “civilización del espectáculo” y desde ahí el panorama se ve recortado, impreciso, parcial. El espejismo que nos vende esa civilización es que la esencia de lo fílmico se resume en los nombres de Michael Bay, Peter Berg o Jonathan Liesbeman, ejecutantes de los explosivos blockbusters de cada verano. En ese horizonte, el nombre de Woody Allen luce, sin duda, como una luminaria inalcanzable. Y esa es la única luminaria que parece distinguir el gran novelista.
El cine ya no es lo que era hasta hace unos años, es verdad. Antes era sólido y centrado, incluso previsible en sus clasificaciones, vertientes y diferencias genéricas. Se le encontraba en las inmensas salas públicas y nada más que en ellas. Ahora se ha multiplicado, migrado, fusionado y fragmentado. Se le encuentra en las grandes pantallas, en los museos, en las performances, en écranes colocados al aire libre, en soportes más grandes o más pequeños, fijos o móviles. Se produce en el centro y en los márgenes.
Pero nada de eso es causa de lamento o de nostalgia. Por el contrario, es de celebrar que nunca como ahora exista tal multiplicidad de imágenes, miradas, estilos, formatos, escrituras, modos de representar.
Ricardo Bedoya
5 comentarios:
la programaciòn sobre musica clasica no figura en la pagina web de la filmoteca, ni siquiera en su programaciòn habitual. se han estancado en marzo, y solo han puesto las peliculas donde se cobran entradas.
Estoy de acuerdo que,en lo que se refiere al cine dentro de "La civilización del espectáculo", Vargas Llosa no ha dado un ejemplo feliz. Parecería que no está actualizado, algo imperdonable para un escritor y pensador de su talla. Pero si bien es incorrecto que se saquen conclusiones respecto a la calidad del cine actual comparando simplemente lo que se ofrece en las salas comerciales pues hay una vasto pero fragmentado circuito de cine de autor como muy bien lo detalla Ricardo Bedoya; debemos decir que ese circuito cada vez pasa más lejos para los aficionados que se interesan honestamente por él. Los cine clubes ya no existen, los que existían hasta hace poco tenían una proyección y un servicio para llorar. Quedan solamente algunos centros culturales de las Universidades como la de La Católica que, sin embargo, cada año que pasa ofrece cada vez menos retrospectivas y ciclos de cine.Estamos retrocediendo entonces.
Buen post, es lamentable que el Nóbel de un punto de vista sobre el cine actual partiendo de un desconocimiento absoluto del mismo. Simbólicamente podría decir que ya está "viejo".
Pero el cine se ve cada vez menos en las salas y mucho más en la pantalla de televisión y en la computadora, amigo Gustavo. La sala ya no puede ser el único rasero en el que medir la presencia del cine. En efecto, los cine-clubes e incluso las salas de arte cuentan cada vez menos, pero se han ido abriendo otros espacios.
No se puede evaluar el significadoi del cine en estos tiempos dejando de lado esos espacios.
Acabo de leer el ensayo de don Mario. En realidad, me parece un libro sin pulir, una colección de escritos dispersos sin una estructura que los unifique. Tengo la sospecha de que su autor no le ha dedicado suficiente tiempo para elaborarlo y corregirlo, incluso detecto un par de fallas sintácticas clamorosas. Pero, con todo, me parece un libro necesario y pertinente en sus planteamientos, más allá de la cuestionabilidad de los detalles. Con relación a W. Allen, insisto en mi comentario pasado: el desatino del ejemplo no descalifica la tesis principal, que me parece consistente. La analogía con Warhol también me parece desafortunada: el cine de Allen no es respecto del de Bergman o Dreyer una iconoclastia, una parodia o un reciclado. El análisis de Ricardo es agudo. Por mi parte, creo que don Mario toma en cuenta el cine que consume el gran público: el espléndido cine de Kawase, Hanecke, Oliveira y Kiarostami, no tiene en la sensibilidad de nuestro tiempo, por desgracia, el peso que tuvo la obra de Rosellini y Truffaut, por citar unos casos, en su tiempo. En esa línea, la referencia al director de "Annie Hall" agrava su desacierto, pues tampoco Allen es una presencia preponderante, ni siquiera cuantitativamente, en los gustos y la recepción masiva de estos años. Y esto es lo que, en el fondo, don Mario intenta proponer. El cine degradado de su condición de una experiencia artística y humana, a una vivencia sensorial olvidable. Yo mismo esperando en la ventanilla de un multicine en Cajamarca, escuchaba a la gente que se acercaba: "¿qué hay en 3-D? ¿qué hay de terror?" La gente común, desdichadamente, ya no acude a ver historias o actuaciones, sino solo efectos especiales. Llegará pronto un día en que preguntarán simplemente cosas como: "¿cuál es la sala de sillas giratorias? ¿en qué peli arrojan agua a la cara?" o cosas por el estilo.
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