Esta es una versión, ligeramente ampliada, del comentario aparecido en la edición de El Comercio del día domingo 12 de setiembre de 2010. Por un error de edición, este comentario salió en el diario bajo la firma de Enrique Planas.
Desde los años finales de la Segunda Guerra Mundial, el cine norteamericano se tiñó de oscuro. Los viejos filmes criminales (en sus variantes de policial, suspenso, romance criminal, película de detectives privados, de espías y propaganda política, gánsteres, entre otros) se cargaron con atmósferas densas, crueldades extremas, ambientes deletéreos y agitación entre las sombras. El llamado “film noir” o cine negro, esa coloración transgenérica que oscureció hasta el melodrama, fue resultado de una mirada desencantada y crítica de todos y cada uno de los mitos que articulaban el optimismo de tantos filmes de Hollywood, desde la bondad innata de un John Doe o un Mister Smith, hasta la inevitable y triunfal “segunda oportunidad”, corolario de una “historia de éxito”. No es casual que los principales artífices del ciclo del cine negro fueran extranjeros, sobre todo austríacos o alemanes, como Robert Siodmak, John Brahm, Otto Preminger, Edgar Ulmer, Billy Wilder, Fritz Lang, entre otros.
La visión expresionista del que viene de afuera, del que no participa del “sentido común” de la industria ni se pliega a las sensibilidades dominantes. Eso es lo que impusieron los “extraños en el paraíso” de Hollywood de los años cuarenta, y eso es lo que trae ahora la insólita mirada del alemán Werner Herzog, que tiñe a “Enemigo interno” (“Bad Lieutenant”), un policial norteamericano de hoy, no sólo de una atmósfera renegrida sino de delirio, alucinación, onirismo, mal “trip”, pegajosa resaca, primitivismo animal.
La mirada del reptil. Ese es el punto de vista que elige Herzog para filmar al mundo como pantano y a un personaje viscoso. Desde la primera imagen, la de una serpiente de agua que avanza con dificultad, se marca el territorio y el punto de vista sobre la acción. En Nueva Orleans luego de Katrina, el policía McDonagh (Nicolas Cage) cree estar más allá del bien y del mal. La Magnum 44 que lleva visible al cinto es el signo de su manera de ejercer el oficio en un ambiente estancado, maloliente, de puro deterioro físico. Propenso a todos los excesos, el teniente corrupto vive en un eterno presente, reacciona por instinto, sufre dolores corporales, padece de tics nerviosos, se desliza entre la alucinación, la euforia y la resaca y es un peligroso depredador. Lo domina su cerebro reptiliano.
Si en “Grizzly Man”, Herzog filmó a un hombre que veía a los osos como prójimos, ahora muestra un sujeto que ha mutado hasta mirar como iguana o cocodrilo. Y Herzog está fascinado con la posibilidad de narrar una historia desde esa visión fría, instintiva, primaria: la de un policía que no distingue el ser verdugo o víctima, ni discierne la acción moral del puro gesto de supervivencia. La mirada del cocodrilo que convulsiona en la carretera tiene una textura verista y una distorsión visual evidentes. Herzog inserta en la ficción más desbocada imágenes de naturaleza documental registradas con lentes aberrantes, grandes angulares extremos. Es el expresionismo renacido del "neo-film noir", en clave de serie B, lejos del glamour y de los finales redentores.
Filma el cuerpo convulsivo y la presencia demacrada de Nicolas Cage como si se tratara de algún personaje de sus documentales, esos seres obsesivos que desafían a la naturaleza, como el escultor Steiner, el hombre que espera la muerte en "La Soufriére", o el amigo de los osos. Pero también prolonga en él las figuras afiebradas de Aguirre, el azote de Dios, Fitzcarraldo o Nosferatu, sus célebres personajes, que sintetizan la exaltación, la pasión por lo absoluto, el empeño imposible, la fascinación por el mal, el gesto sublime o grotesco, o los dos a la vez. Personajes fronterizos, como en trance, encarnados por Klaus Kinski, que hizo de la sobreactuación más exhibicionista e impúdica un modo de ser y de parecer auténtico. Nicolas Cage juega en ese registro, en uno de sus mejores papeles.
Ricardo Bedoya
2 comentarios:
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16. Andrew H. Vachss. Bajos Fondos
17. Edward Gorman (sel.). Maestros del Crimen. Los Mejores Relatos Policíacos Contemporáneos.
18. James Ellroy. La Dalia Negra
19. Elmore Leonard. Dinamita para Empezar.
Herzog ha perdido la razón
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