“El secreto de sus ojos” sigue una línea particular del cine argentino de las últimas dos décadas. La que ausculta, en clave de filme de género, los hechos oscuros de un pasado histórico reciente que se remonta a la violencia de las izquierdas en los años setenta, sigue con el gobierno de María Estela Perón y López Rega, y desemboca en la dictadura feroz de Videla. “La historia oficial”, de Luis Puenzo, apelaba al melodrama familiar, eje del cine industrial latinoamericano, para tratar el asunto de los niños separados de sus padres asesinados a fines de los setenta; “Crónica de una fuga”, de Caetano, contaba un caso de secuestro, tortuga y fuga de un “centro de detención” clandestino; “El secreto de sus ojos” mezcla el thriller, el drama romántico, el filme de pesquisa, para tratar el asunto de la memoria que no se clausura sino que se actualiza, se reconstruye, se vuelve a escribir, regresa para inquietar.
“El secreto de sus ojos” es producto del oficio de su director Juan José Campanella, el mismo de “El hijo de la novia” y “Luna de Avellaneda”, y realizador de varios capítulos de conocidas series de la televisión norteamericana, como “House” y “La ley y el orden”. Narra con eficiencia, soltura y fluidez, en un vaivén permanente entre el pasado de 1974, con bandas paramilitares de ultraderecha haciendo de las suyas, y el presente de la acción, en 1999. Pero, sobre todo, consigue de sus actores Ricardo Darín, Soledad Villamil, Guillermo Francella, Javier Godino, Pablo Rago, entre otros, la tarea de expresar la obsesión, la ira o el deseo de venganza que se sacia de a pocos, con escasos, sobrios y mínimos recursos. Darín es un maestro de la “performance invisible”, de la contención en la pose y el gesto, como los actores norteamericanos de la generación que se afianzó luego la llegada del sonido al cine. Francella pone lo suyo, construyendo el personaje secundario que da color y humor al conjunto. El conjunto de actores, todos en el mismo registro, son el sustento de esta película y lo más valioso de ella.
Al interior de la acción, Campanella inserta “momentos fuertes” como pruebas de su pericia técnica: la persecución por el estadio que combina imágenes generadas por computadora con el frenesí de una cámara que se desplaza como un ojo flotante, o la escena del interrogatorio judicial. Escenas filmadas con ese “crescendo” dramático que se echa en falta en otros momentos de la película, que transcurren en medio de una corrección mecánica que sirve más bien a las necesidades del guión, pródigo en diálogos de sabor porteño, dichos con brío y gracia por Francella y Darín, que son anzuelos de identificación con un público que se conecta desde el inicio con los elementos de género. Otra marca de la segura artesanía de Campanella: el trabajo escenográfico y de luz en los interiores de las oficinas judiciales, en la casa de Francella y en otros espacios ocres, marrones, sin brillo, tan laberínticos y asfixiantes como el clima político de la época que retrata la película.
El comentario sigue aquí:
Ricardo Bedoya
1 comentario:
Sin ser lo mejor de Campanella, me gustó esta película. Tengo que decir que me gustó más que la Teta Asustada, aunque ambas tengan estilos muy diferentes.
A propósito, señor Bedoya, qué opina de lo que ha dicho Magaly Solier en su blog en contra del Conacine???.
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