domingo, 25 de noviembre de 2007

Muero por Muriel


Lástima que Muero por Muriel haya tenido la accidentada producción y el desairado lanzamiento que describe Augusto Cabada en la carta dirigida al grupo Cinemaperú.

Lástima porque es, junto con Bala perdida, el mejor de los filmes de Iguana Producciones.

No es sorprendente lo que ha ocurrido. Por el contrario, es sintomático, y refleja el estado del cine peruano.

Al inicio, un cartel nos informa que la película recibió un premio en el proyecto de largometrajes convocado por CONACINE el año 2000. El que recién veamos la película dice todo acerca de las dilaciones en la producción, de la interminable postproducción, de los tires y aflojes para cumplir con el mandato de la ley de cine, que exige la entrega de una copia en 35 milímetros a las películas grabadas en digital. Pone en evidencia un sistema que no funciona.

El que haya sido “arrojada” a la cartelera por la empresa productora, como dice Cabada, da cuenta también de la negligencia y desinterés en el trato a una película de bajo perfil, pero de méritos evidentes, muy distinta a un bodrio como Baño de damas, que sí recibió de Iguana todos los honores en su estreno.

Lástima que Iguana prefiera asociar su imagen a ese impersonal y anónimo mamotreto peruano-venezolano, antes que a una cinta hecha por “gente de la casa”: lo han sido, o lo son aún, tanto el director Cabada, como Luis Barrios, autor del argumento, así como el responsable del diseño de sonido, Daniel Padilla, entre otros miembros del equipo, que incluye a la productora Margarita Morales Macedo.

Muero por Muriel no es una película lograda; por el contrario, tiene muchas debilidades y defectos. Pero posee una virtud: detrás de ella se nota a un realizador que tiene sentido del cine y que sabe lo que está haciendo.

No hay más que ver la primera secuencia para darse cuenta de ello: el encuentro del escritor Salvador del Solar con Muriel (Andrea Montenegro) en un bar. La escena transcurre en clave de comedia de personajes dispares, separados por la timidez y desconcierto de uno y la seguridad de la otra. El diálogo entre el escritor apocado de anteojos y la mujer seductora, de cuerpo contundente, es un guiño a las comedias de Howard Hawks. Luego del recitado del primer párrafo de la novela en ciernes se asoma el puro disparate y llega un gag de remate, rotundo y sorpresivo. Un porrazo que desmonta cualquier posibilidad romántica. La película gira entonces hacia una zona más pasional y, luego, más sórdida.

Muero por Muriel está armada a partir de situaciones reconocibles; de episodios que parecen haber sido vistos antes; de personajes que recogen los gestos, comportamientos y diálogos de una vieja tradición. Es como un juego de trivia fílmica con el saber acumulado en centenares de películas de la estirpe de Pacto de sangre, de Billy Wilder. Muriel es una mantis religiosa; los hombres que la rodean son fichas de su juego y en él todos terminan por confundirse, los de arriba y los de abajo, los poderosos y los fracasados; los guapos y los feos. Todos pierden.

Cabada sabe reciclar y aporta algunos giros atractivos. Muero por Muriel no es su mejor guión; carece del vuelo del de Bajo la piel. La cinta tiene la frescura del ejercicio narrativo, pero también las limitaciones impuestas por algunos personajes que resultan previsibles (los de Salvador del Solar y Diego Bertie), situaciones que aportan poco (la relación entre la pareja de guionistas), y una realización por momentos poco inspirada, de resoluciones televisivas, como ocurre en las escenas que transcurren en el departamento del escritor.


Pero los aciertos están en las libertades que se toma Cabada, pasando de la comedia al thriller y a la película negra, luego de un giro retrospectivo que replantea la narración, desplazando el punto de vista del relato y nuestra percepción de los hechos. Una movida a lo Pulp Fiction que relanza la película en un momento de estancamiento, poniendo en primer plano al personaje que encarna Ricky Tosso de modo impecable.

Sin duda, la película gana con la presencia de Tosso, con su triste expresión de condenado por pasión a Muriel, y con el ambiente que lo rodea, teniendo a la canción de Los pasteles verdes como leit motiv de su impotencia. El personaje del “ojo privado” que se enamora de la mujer que vigila -¿alusión al James Stewart de Vértigo?- y termina envuelto en una trama criminal, tiene consistencia gracias al aporte de Tosso, muy bien dirigido por Cabada.

Pero las películas existen a partir de las condiciones en que se proyectan y las vemos, y Muero por Muriel se proyecta en condiciones lamentables. La transferencia de la imagen digital a 35 milímetros es penosa. Dejo a los técnicos dilucidar si el problema es el tipo de cámara DV empleada, o lo que fuere. Lo cierto es que la imagen carece de definición, el equilibrio de los colores está arruinado y por momentos vemos imágenes saturadas en exceso. Lo más molesto: cada paneo horizontal tiembla como si padeciera de paludismo.

Hay películas hechas a partir de la imperfección de un sistema de registro audiovisual. Hay otras que usan las carencias como parte de su estética y su expresividad. Incluso algunas logran efectos expresionistas trabajando los problemas del color. Pero ninguno de ellos es el caso de Muero por Muriel, concebida de acuerdo a un modelo clásico y en referencia a películas que aprovecharon al máximo las posibilidades de la iluminación cinematográfica.

Los que hayan visto los cortometrajes de Augusto Cabada, sobre todo El final, habrán notado la atención puesta en ellos al logro de ambientes, atmósferas y tratamientos expresivos del color. En El final, veíamos a una pareja de guionistas entrampados en la escritura del final de una telenovela que se representaba al ritmo de la lectura de algunas escenas. El paso de un nivel a otro, de la “realidad” a la “ficción” de la telenovela, estaba marcado por cambios de iluminación, de la ubicación de las fuentes luminosas, de la clave fotográfica, del color del vestuario, entre otros elementos de esta naturaleza. A Cabada no sólo le preocupa la escritura; tiene un sentido cierto de la composición visual (en Muero por Muriel es interesante el modo en que encuadra las máscaras que adornan el departamento y la resolución que encuentra a ese motivo visual) y del clima que envuelve a una acción.

La imagen desvaída, aguada, desteñida, temblorosa, de fotocopia, de Muero por Muriel, no permite apreciar la capacidad de Cabada para desarrollar una ficción con las cualidades atmosféricas que requiere. Sin ellas, las historias en el cine no son más que anécdotas más o menos bien contadas.

Ricardo Bedoya

4 comentarios:

Christian Wiener Fresco dijo...

Lo que ha sucedido con “Muero por Muriel” es que la empresa Iguana Producciones no le interesó nunca la película, y sólo la terminaron y estrenaron para cumplir el compromiso que tenían con el Estado peruano, al recibir más de 600,000 soles del cuarto concurso de proyectos de largometraje organizado por el CONACINE el año 2000.

Debe recordarse que el mencionado concurso fue el último que se realizó de acuerdo a lo preescrito, y con los montos establecidos, en la actual Ley de Cine. Dicho sea de paso, no es la ley la que establece que la copia final debe ser entregada en formato de celuloide, sino las bases de convocatoria del concurso, refrendado por el contrato que la empresa ganadora suscribió con el CONACINE al respecto. En honor a la verdad, y hasta donde mi memoria no me falla, el proyecto de “Muero por Muriel” se presentó al concurso para realizarse originalmente en formato de video (lo que se traducía en su presupuesto) pero con el expreso compromiso de transferirlo a película en las mejores condiciones posibles, con laboratorios conocidos de Argentina o Estados Unidos.

El incumplimiento es responsabilidad exclusiva de Iguana Producciones, así como los problemas y dilaciones que llevaron a que el director original, Luís Barrios, terminará abandonando el proyecto, y que Augusto Cabada terminará realizando la cinta no en la mejores condiciones –a tenor de su mensaje en Cinemaperú- y con innegables problemas técnicos en su exhibición al público.

Coincido que es una lastima, pero creo que es expresión no sólo de las carencias y defectos de la ley de cine aún vigente, sino de la informalidad y escaso compromiso y ética de algunas llamadas empresas “grandes” del cine nacional.

Quiero si saludar y felicitar el esfuerzo de Augusto Cabada, no sólo por lograr un producto estimable a pesar de las dificultades y contratiempos que lo rodearon, sino por el ejemplo de dignidad y entereza que ha mostrado al no prestarse a la intención de ocultar y adornar mediaticamente los hechos por parte de la productora, y su defensa de principios, tan necesaria como escasa en los mercantiles tiempos actuales.

Anónimo dijo...

Al parecer por fin se dan cuenta que las distribuidoras no son "el unico" problema en la industria del cine, si los mismos productores ponen trabas a su pelicula(sera tambien algun modo de censura a la "peruana")....

Anónimo dijo...

Ricardo Bedoya comparando una elícula con VERTIGO?????????

Jamas lo hubiera imaginado!!!

Anónimo dijo...

Comparando, no, por supuesto. Vértigo es incomparable. Me pregunto sólo si el fantasma de Scottie se le apareció a Cabada.