A mediados de febrero la prensa dio cuenta de un hallazgo arqueológico: en Verona, Italia, se encontró una pareja de esqueletos abrazados. Se dice que murieron en esa posición hace cinco mil años. Algún escéptico dijo que es la típica noticia fabricada por la prensa internacional para aprovechar la cercanía del Día de San Valentín.
Lo cierto es que la imagen de los “eternos enamorados” evoca una de las situaciones más reveladoras, fuertes y conmovedoras de la historia del cine: el desentierro de la pareja de amantes de Pompeya en Viaje a Italia, de Roberto Rossellini (1953), eco de la milagrosa redención de la relación conyugal de los esposos Joyce, protagonistas de la cinta. Es decir, la realidad arqueológica de hoy le rinde tributo a la metáfora rosselliniana de hace más de cincuenta años.
Rossellini siempre filmó espacios en ruinas. No sólo por sus orígenes neorrealistas –luego de haber realizado dos películas para la industria fascista, hay que recordarlo-, sino porque su cine trata sobre la intimidad en crisis y sobre un medio, un entorno, que la refleja tal cual es. Al principio, los personajes de Rossellini están ensimismados, desconcertados, acongojados, hartos, deprimidos, incomunicados. Empiezan su trayectoria con ese estado de ánimo y se colocan frente a un medio impenetrable para ellos: la Roma ocupada de Roma, ciudad abierta; los ambientes diversos de Paisá; el Berlín en ruinas de Alemania, año cero; el pueblo de pescadores de Stromboli; el paisaje napolitano de Viaje a Italia; el ambiente de la clase alta romana de Europa 51; el de Génova en El general de la Rovere, entre otros. Divorciados del paisaje, lo rechazan. Ante él, se sienten sofocados, extraños.
Pero la trayectoria rosselliniana es de apertura y comprensión. Los personajes deciden abrirse a sí mismos y al paisaje, salir a buscarlo así como el director lo busca con la cámara, que panea como buscando algo inaprensible que se escapa del objetivo. En Viaje a Italia, la pareja en crisis se encuentra a sí misma en la escena de la excavación, mientras los trabajadores construyen el molde que debe descubrir, haciendo visible, el gesto de la pareja que murió abrazada bajo la lava del Vesubio hace más de dos mil años. Y los espectadores de la película estamos allí, a la par que sus protagonistas, convertidos en testigos de una revelación. Frente a la cámara, el mundo opaco de la realidad “da a luz” lo inesperado. El cine, para Rossellini, es una máquina capaz de revelar los fantasmas de una realidad remota y oculta. El reciente descubrimiento de la pareja de esqueletos de Verona es como un tributo póstumo al director que tuvo la fe necesaria para creer que la realidad puede aún develar secretos.
A propósito de Viaje a Italia. Hace poco se publicó el interesante libro Una grieta a los sublime. Viaje a Italia de Roberto Rossellini, de José Carlos Huayhuaca (Fondo Editorial Sedes Sapientiae, Instituto Italiano de Cultura, Lima, 2006), al que debemos reprochar un punto. En el minucioso ensayo, Huayhuaca narra su “descubrimiento”: la historia del enamorado muerto que le narra Catherine (Ingrid Bergman) a su marido Alex Joyce (George Sanders) toma la idea y hasta algunas palabras de la narración de una situación similar que Gretta le hace a su marido Gabriel Conroy en el relato Los muertos, de James Joyce. Huayhuaca explica la travesía de su hallazgo, a través de muchos años y luego de despejar la sospecha del plagio rosselliniano, ya que el guión de Viaje a Italia está firmado por Vitaliano Brancati y Rossellini, con la colaboración de Ugo Pirro y Antonio Petrangeli, sobre un argumento de Brancati y Rossellini, sin mención alguna a Joyce.
Huayhuaca dice que percibió la presencia de Joyce en la película hace muchos años y que la sombra del “robo” inconfeso de Rossellini lo obligó a comportarse como un detective, buscando “evidencias y signos delatores” e incluso tratando de “adentrarse en la mente del autor”. Es curioso que Huayhuaca no haya recurrido a lo que suele hacer cualquier investigador afanado por descubrir una verdad: revisar la bibliografía publicada sobre el tema, amplísima en este caso. ¡Elemental, detective! Por ejemplo, la fundamental contribución sobre Roberto Rossellini publicada por el norteamericano Tag Gallagher (The Adventures of Roberto Rossellini, publicada por DaCapo Press en 1998), que hace con Rossellini lo que Richard Ellman hizo con Joyce (libro que sí cita Huayhuaca): documentarlo, explicar sus motivaciones, seguirlo en su trayectoria creativa. Gallagher, por cierto, trata de la “cita” de Joyce y hace algunas observaciones interesantes sobre ella.
Pero no sólo eso: una búsqueda primaria en Google, poniendo los términos “Viaggio Rossellini Joyce dead” nos dan acceso a centenares de referencias sobre la presencia de Los muertos en Viaje a Italia que incluyen un ensayo de 1979 y un ciclo de cine en Inglaterra que presenta como tema el de las adaptaciones fílmicas de Joyce. Títulos a proyectarse: Los muertos, de Huston, y, por supuesto, Viaje a Italia, de Rossellini (parece que no consiguieron copia de Ulises, la adaptación que Joseph Strick hizo en los años sesenta).
Que Huayhuaca haya descubierto la pólvora él solito no resulta cuestionable de por sí. Si fue una travesía intelectual provechosa y apasionante para él, bien por eso. Lo que llama la atención es la carencia del elemental sustento documental y bibliográfico que revela un trabajo tan centrado en un asunto específico y en un libro que, por lo demás, resulta estimulante. Y que sea un ensayo –ese género libre- no lo releva de esta observación, más aún cuando Huayhuaca en la revista Somos del 16 de diciembre de 2006 tacha de superficial a la crítica de cine, considera que ningún ensayista cinematográfico actual le “gusta”, salvo André Bazin, que murió hace casi medio siglo, y que la crítica francesa es muy mala porque la revista Cahiers du cinéma consideró La noche del cazador (The Night of the Hunter), de Charles Laughton, la mejor película norteamericana de los últimos cincuenta años. Es comprensible entonces su desactualización y desconocimiento en el tema de las influencias y referencias de Rossellini y en muchos más si consideramos la suma de fobias y prejuicios contra la información, el análisis y el pensamiento actual sobre el cine que revela en esa entrevista.
Por cierto, la encuesta de Cahiers du cinéma de la que habla Huayhuaca, no existe, y su entrevistador muestra un despiste mayúsculo, ya que debió preguntar lo básico: ¿cuándo, cómo, dónde y en qué edición salió publicada, y quiénes votaron por La noche del cazador como la “mejor película de los últimos cincuenta años”?
Lo cierto es que la imagen de los “eternos enamorados” evoca una de las situaciones más reveladoras, fuertes y conmovedoras de la historia del cine: el desentierro de la pareja de amantes de Pompeya en Viaje a Italia, de Roberto Rossellini (1953), eco de la milagrosa redención de la relación conyugal de los esposos Joyce, protagonistas de la cinta. Es decir, la realidad arqueológica de hoy le rinde tributo a la metáfora rosselliniana de hace más de cincuenta años.
Rossellini siempre filmó espacios en ruinas. No sólo por sus orígenes neorrealistas –luego de haber realizado dos películas para la industria fascista, hay que recordarlo-, sino porque su cine trata sobre la intimidad en crisis y sobre un medio, un entorno, que la refleja tal cual es. Al principio, los personajes de Rossellini están ensimismados, desconcertados, acongojados, hartos, deprimidos, incomunicados. Empiezan su trayectoria con ese estado de ánimo y se colocan frente a un medio impenetrable para ellos: la Roma ocupada de Roma, ciudad abierta; los ambientes diversos de Paisá; el Berlín en ruinas de Alemania, año cero; el pueblo de pescadores de Stromboli; el paisaje napolitano de Viaje a Italia; el ambiente de la clase alta romana de Europa 51; el de Génova en El general de la Rovere, entre otros. Divorciados del paisaje, lo rechazan. Ante él, se sienten sofocados, extraños.
Pero la trayectoria rosselliniana es de apertura y comprensión. Los personajes deciden abrirse a sí mismos y al paisaje, salir a buscarlo así como el director lo busca con la cámara, que panea como buscando algo inaprensible que se escapa del objetivo. En Viaje a Italia, la pareja en crisis se encuentra a sí misma en la escena de la excavación, mientras los trabajadores construyen el molde que debe descubrir, haciendo visible, el gesto de la pareja que murió abrazada bajo la lava del Vesubio hace más de dos mil años. Y los espectadores de la película estamos allí, a la par que sus protagonistas, convertidos en testigos de una revelación. Frente a la cámara, el mundo opaco de la realidad “da a luz” lo inesperado. El cine, para Rossellini, es una máquina capaz de revelar los fantasmas de una realidad remota y oculta. El reciente descubrimiento de la pareja de esqueletos de Verona es como un tributo póstumo al director que tuvo la fe necesaria para creer que la realidad puede aún develar secretos.
A propósito de Viaje a Italia. Hace poco se publicó el interesante libro Una grieta a los sublime. Viaje a Italia de Roberto Rossellini, de José Carlos Huayhuaca (Fondo Editorial Sedes Sapientiae, Instituto Italiano de Cultura, Lima, 2006), al que debemos reprochar un punto. En el minucioso ensayo, Huayhuaca narra su “descubrimiento”: la historia del enamorado muerto que le narra Catherine (Ingrid Bergman) a su marido Alex Joyce (George Sanders) toma la idea y hasta algunas palabras de la narración de una situación similar que Gretta le hace a su marido Gabriel Conroy en el relato Los muertos, de James Joyce. Huayhuaca explica la travesía de su hallazgo, a través de muchos años y luego de despejar la sospecha del plagio rosselliniano, ya que el guión de Viaje a Italia está firmado por Vitaliano Brancati y Rossellini, con la colaboración de Ugo Pirro y Antonio Petrangeli, sobre un argumento de Brancati y Rossellini, sin mención alguna a Joyce.
Huayhuaca dice que percibió la presencia de Joyce en la película hace muchos años y que la sombra del “robo” inconfeso de Rossellini lo obligó a comportarse como un detective, buscando “evidencias y signos delatores” e incluso tratando de “adentrarse en la mente del autor”. Es curioso que Huayhuaca no haya recurrido a lo que suele hacer cualquier investigador afanado por descubrir una verdad: revisar la bibliografía publicada sobre el tema, amplísima en este caso. ¡Elemental, detective! Por ejemplo, la fundamental contribución sobre Roberto Rossellini publicada por el norteamericano Tag Gallagher (The Adventures of Roberto Rossellini, publicada por DaCapo Press en 1998), que hace con Rossellini lo que Richard Ellman hizo con Joyce (libro que sí cita Huayhuaca): documentarlo, explicar sus motivaciones, seguirlo en su trayectoria creativa. Gallagher, por cierto, trata de la “cita” de Joyce y hace algunas observaciones interesantes sobre ella.
Pero no sólo eso: una búsqueda primaria en Google, poniendo los términos “Viaggio Rossellini Joyce dead” nos dan acceso a centenares de referencias sobre la presencia de Los muertos en Viaje a Italia que incluyen un ensayo de 1979 y un ciclo de cine en Inglaterra que presenta como tema el de las adaptaciones fílmicas de Joyce. Títulos a proyectarse: Los muertos, de Huston, y, por supuesto, Viaje a Italia, de Rossellini (parece que no consiguieron copia de Ulises, la adaptación que Joseph Strick hizo en los años sesenta).
Que Huayhuaca haya descubierto la pólvora él solito no resulta cuestionable de por sí. Si fue una travesía intelectual provechosa y apasionante para él, bien por eso. Lo que llama la atención es la carencia del elemental sustento documental y bibliográfico que revela un trabajo tan centrado en un asunto específico y en un libro que, por lo demás, resulta estimulante. Y que sea un ensayo –ese género libre- no lo releva de esta observación, más aún cuando Huayhuaca en la revista Somos del 16 de diciembre de 2006 tacha de superficial a la crítica de cine, considera que ningún ensayista cinematográfico actual le “gusta”, salvo André Bazin, que murió hace casi medio siglo, y que la crítica francesa es muy mala porque la revista Cahiers du cinéma consideró La noche del cazador (The Night of the Hunter), de Charles Laughton, la mejor película norteamericana de los últimos cincuenta años. Es comprensible entonces su desactualización y desconocimiento en el tema de las influencias y referencias de Rossellini y en muchos más si consideramos la suma de fobias y prejuicios contra la información, el análisis y el pensamiento actual sobre el cine que revela en esa entrevista.
Por cierto, la encuesta de Cahiers du cinéma de la que habla Huayhuaca, no existe, y su entrevistador muestra un despiste mayúsculo, ya que debió preguntar lo básico: ¿cuándo, cómo, dónde y en qué edición salió publicada, y quiénes votaron por La noche del cazador como la “mejor película de los últimos cincuenta años”?
Ah, por cierto, La noche del cazador es una maravillosa película.
Ricardo Bedoya
Ricardo Bedoya
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