I Alegato
El Festival de Lima se presenta año a año –hace doce inviernos ya- como el evento cultural del año, el más mediático y trascendente. Por eso, a pecho inflado y mentón elevado, sus organizadores lo anotan así en cada intervención que se les concede, sin un ápice de duda y con mucho orgullo de padre. Pero, las largas y entusiastas colas que ví en las sedes de Cineplanet respondían por motivo a la tercera entrega de La Momia, Wall E o Sex & the city. ¿Acaso el festival no ha tenido repercusión en las zonas pudientes de Lima -público objetivo del festival-?, o ¿estos han hecho caso omiso del mismo por varios motivos? Precios elevados, películas poco atractivas y horarios incómodos se esbozan como respuestas. Entendible lo de los precios, mas no las otras dos opciones, pues esta duodécima edición presenta una cantidad superior de títulos de interés que la pasada, en la que Luz silenciosa se llevó todas las luces y con mucho ruido. Asimismo los horarios se acomodan en la tarde y noche, después del trabajo y/o estudios.
Me pongo en el caso del estudiante dependiente –que soy-: ¿tendría para pagar, en el peor de los casos, una entrada de S/. 12.50 para ver una sola película de las tantas programadas? Muy probablemente ese estudiante asista a máximo 3 funciones gracias a las propinas o al guardadito del mes. En cambio, si la entrada para estudiantes valieran S/.8, o menos -¿por qué no?-, ¿estaría tal estudiante dispuesto a pagar algunos tickets de más a cambio de una mayor cobertura de la programación? Seguramente su entusiasmo sea mayor, lo que se verá reflejado en las boleterías del Centro Cultural PUCP en busca de más películas para ver. Taquilla, señores.
Es un despropósito elevar el precio de las entradas. Las pruebas –cálculo visual mío- anotan que las butacas se distribuyen entre 20% prensa (gratis), 50% pagantes y 30% butacas libres por sala en Cineplanet. Entonces, si el festival en verdad quiere ser un éxito en taquilla y calidad, debería pensar más en los que pueden lograr ese objetivo: su olvidado público, asaltado con permiso.
Pero bueno, hecho el alegato, me dispongo al encargo.
II Pesquisa
El Festival de Lima significa -para mí- “el evento de entretenimiento del año”, pues mi cinefilia radica en el divertimento, en el descubrimiento de idiosincrasias diversas a través de la pantalla, en gozar de viajes remotos e irrealizables en el presente y futuro. Por ende, no busco engordar mi bagaje ni ascender en intelectualidad porque vea 4 filmes de culto por día o porque escriba impresiones desde una ventana pública, sino la pesquisa se centra en amenizar mis días sentándome en una butaca o presionando play en el DVD para ver lo que no puedo hacer. Escribir –para mí- un comentario o una crónica es sólo rescatar la experiencia de gozar o sufrir con una película, es volcar mis ánimos a las letras y esas letras a las ideas. Es dejar indeleble la vivencia.
El festival rescata al maratónico que llevo dentro, el que quema pestañas en oscuras salas. Por eso me gustan estos días ociosos, arrancados con Desierto adentro, de Rodrigo Plá, que fue la que inició mi ruta.
La expiación tiene el proceso del dolor, en el que se sufre un camino pedregoso a cambio de la redención. Los actos más atroces requieren de un sacrificio equivalente a la falta, parece alegar el mexicano antes de develar sus verdaderas intenciones. Paranoia e insania deforman a Elías (Mario Zaragoza) en busca del perdón, quien autoexiliado con sus hijos en medio de un árido ambiente construye un templo con piedras de la zona y mano de obra empírica. El motor de su apego a la obra es el remordimiento por la responsabilidad de la casi aniquilación de su pueblo natal en plena Guerra Cristera, en la que los sacerdotes eran cazados con la mayor fiereza, por ser quien expuso al clero local ante las fuerzas militares. Elías, como presunta parte de pago para el perdón divino, ve morir uno a uno a sus hijos tras pasar los años en la soledad del desierto, lo que deviene histeria y corrupción de sus deseos. La “señal” divina que esperaba como culminación de su sufrimiento tenía la forma de la negación, de lo inexistente, pues el masoquismo o costumbre mártir cegaban su búsqueda hacia su propia perdición. Sus hijos involucionan de acompañantes y caritativos con la voluntad de su progenitor a víctimas de las eventualidades e histeria del mismo.
Desierto adentro muestra la degradación del hombre y sus consecuencias cuando se prepondera el castigo y el latigazo introspectivo. Su alargamiento telenovelesco y desenlace más melodramático que trágico -aunque se quiso lo contrario- hacen olvidar algunos pasajes logrados dedicados a la penitencia de Elías, cuando contaminaba a su familia de rencor hacia él mismo, en vez de las poco atinadas secuencias sobre la perspectiva exterior del conflicto, la de los hijos. La cinta se acomoda al lado joven e inocente, la del aprendizaje con el padecimiento, siendo la perspectiva del hijo menor, Aureliano, la narradora principal, lo que la hace poco atrevida y muy ingenua.
Mucho se oye, lee y habla del cine rumano actual, pero poco se ve. Afortunadamente, 12:08 Al este de Bucarest, de Corneliu Porumboiu, se dio una vuelta por Lima en un efímero paso de una sola función. ¿Cómo desaprovecharla?
Sin ningún dato previo (sinopsis, premios, comentarios), mas sí las expectativas al cien por cien, ingresé a la pequeña pero privilegiada sala en el Óvalo Gutierrez, donde las risas sonorizaron el ambiente gran parte de la proyección. La hilaridad, algunas veces absurda y ridícula, de esta obra me sorprendió gratamente. No estaba en mis planes reír esa noche. El contexto es la Rumania actual, en un pueblo no lejano de Bucarest, donde se conmemorarán los 16 años de la caída de la dictadura de Ceaucescu en un programa de TV, en el cual dos viejos ciudadanos son presentados como activistas contra la dictadura. En ese mismo diálogo, conocidos suyos desmienten su tufillo heroico a la vez que son denunciados de inútiles. A todo esto, ¿qué tanto tuvieron que ver los ciudadanos con la caída de la dictadura?, como pregunta general. ¿Fueron sólo espectadores beneficiados del fin de un ciclo?
Se enfatiza en la desmitificación de un pueblo revolucionario, hinchado de gloria por acontecimientos que no provocaron ni indirectamente. Por eso la burla. En los primeros minutos, en la previa del programa, se muestran las vidas cotidianas y mediocres de los después panelistas: un profesor alcohólico y un solitario viejo otrora Papá Noel de feria, asimismo el conductor del show aflora similitudes de ser de poca monta como sus invitados. Cuando confluyen los tres personajes antes del encuentro televisivo se da inicio a la comedia desaforada, antes contenida por pasajes rutinarios y presentadores. La secuencia en el set televisivo es la esencia del film, en la cual los objetivos se plantean y cumplen a cabalidad: la sátira a la gloria prestada. Los primeros planos son de gran acierto, pues la expresividad deprimente de los participantes contradice sus declaraciones sin necesidad de esfuerzo para detectarlo; entonces, no es necesario ahondar en esclarecimientos, pues el ambiente caricaturesco vuelve lúdica e irrisoria la imagen de los tres en escena, que más parece un noticiario de Plaza Sésamo.
12:08 Al este de Bucarest se burla del rumano de a pie que grita la revolución como obra de su propia voz, ahoga el triunfalismo sinvergüenza de los acomedidos y retrata la provincia rumana como análoga a las épocas comunistas: vacía, gris y pobre. El cambio está en la actitud y humor desfachatado del libre presente.
Eran las 22.30, pero siempre me doy tiempo para alguna más, y si esta es argentina (y nueva) mucho mejor.
La sangre brota (en la foto de arriba), de Pablo Fendrik, es irregular pero inquietante y oscura como pocas en la competencia. Inicia nublada, ininteligible, con figurantes varios que no encajan entre sí, ni tampoco sus actos sugieren mucho. Pero como ya se ha visto en innumerables ocasiones, estos encuentran relación y configuran la trama, que se centra en la desfiguración del semblante tras una situación límite, obligando a las siniestras pulsiones a aflorar. Los primeros minutos gustan más por ser enigmáticos, de carácter siniestro con potencial de historia oscura, de sugerencias, de señas más que formas. Pero luego se torna menos sugerente, más figurativa y clara en su exposición, enfatizado con parlamentos que pretenden no dejar ni medio cabo suelto, aunque resulte atractivo por la naturalidad de los mismos. Su virtud mayor está en la elaboración de personajes, todos conflictivos, que vuelven atractivas las secuencias dialogadas, con mucho careo, con preguntas de respuestas efusivas, francas y risibles sin más. Pero, decae cuando ya los personajes están definidos y actúan en sus perfiles con mayor previsibilidad, hasta se aburguesan en su aspecto sombrío.
La sangre brota es pródigo en personajes perturbados que evaden sus bajas pulsiones con minutos y horas de rutina y servilismo, que encuentran su explosión casi simultáneamente al notar inútil sus máscaras de piel, las cuales no los ayudan a resolver sus problemas inmediatos. El salvajismo del hombre no vacila en asomar cuando la posición de este es extrema, como al golpear a su propio hijo hasta secar el sudor o lastimarse los nudillos, o morder con rabia los labios del otro cuando sientes que su beso no satisface nada en ti. La sangre brota porque así lo provocamos en desesperación. Su final es vago, incierto, pero se puede entender que Fendrik quiere mostrar a la luz la bestia magullada después de su salvaje catarsis o despojo de piel. La sangre brota anda por suburbios, acorde a sus pervertidos protagonistas.
John Campos Gómez
El Festival de Lima se presenta año a año –hace doce inviernos ya- como el evento cultural del año, el más mediático y trascendente. Por eso, a pecho inflado y mentón elevado, sus organizadores lo anotan así en cada intervención que se les concede, sin un ápice de duda y con mucho orgullo de padre. Pero, las largas y entusiastas colas que ví en las sedes de Cineplanet respondían por motivo a la tercera entrega de La Momia, Wall E o Sex & the city. ¿Acaso el festival no ha tenido repercusión en las zonas pudientes de Lima -público objetivo del festival-?, o ¿estos han hecho caso omiso del mismo por varios motivos? Precios elevados, películas poco atractivas y horarios incómodos se esbozan como respuestas. Entendible lo de los precios, mas no las otras dos opciones, pues esta duodécima edición presenta una cantidad superior de títulos de interés que la pasada, en la que Luz silenciosa se llevó todas las luces y con mucho ruido. Asimismo los horarios se acomodan en la tarde y noche, después del trabajo y/o estudios.
Me pongo en el caso del estudiante dependiente –que soy-: ¿tendría para pagar, en el peor de los casos, una entrada de S/. 12.50 para ver una sola película de las tantas programadas? Muy probablemente ese estudiante asista a máximo 3 funciones gracias a las propinas o al guardadito del mes. En cambio, si la entrada para estudiantes valieran S/.8, o menos -¿por qué no?-, ¿estaría tal estudiante dispuesto a pagar algunos tickets de más a cambio de una mayor cobertura de la programación? Seguramente su entusiasmo sea mayor, lo que se verá reflejado en las boleterías del Centro Cultural PUCP en busca de más películas para ver. Taquilla, señores.
Es un despropósito elevar el precio de las entradas. Las pruebas –cálculo visual mío- anotan que las butacas se distribuyen entre 20% prensa (gratis), 50% pagantes y 30% butacas libres por sala en Cineplanet. Entonces, si el festival en verdad quiere ser un éxito en taquilla y calidad, debería pensar más en los que pueden lograr ese objetivo: su olvidado público, asaltado con permiso.
Pero bueno, hecho el alegato, me dispongo al encargo.
II Pesquisa
El Festival de Lima significa -para mí- “el evento de entretenimiento del año”, pues mi cinefilia radica en el divertimento, en el descubrimiento de idiosincrasias diversas a través de la pantalla, en gozar de viajes remotos e irrealizables en el presente y futuro. Por ende, no busco engordar mi bagaje ni ascender en intelectualidad porque vea 4 filmes de culto por día o porque escriba impresiones desde una ventana pública, sino la pesquisa se centra en amenizar mis días sentándome en una butaca o presionando play en el DVD para ver lo que no puedo hacer. Escribir –para mí- un comentario o una crónica es sólo rescatar la experiencia de gozar o sufrir con una película, es volcar mis ánimos a las letras y esas letras a las ideas. Es dejar indeleble la vivencia.
El festival rescata al maratónico que llevo dentro, el que quema pestañas en oscuras salas. Por eso me gustan estos días ociosos, arrancados con Desierto adentro, de Rodrigo Plá, que fue la que inició mi ruta.
La expiación tiene el proceso del dolor, en el que se sufre un camino pedregoso a cambio de la redención. Los actos más atroces requieren de un sacrificio equivalente a la falta, parece alegar el mexicano antes de develar sus verdaderas intenciones. Paranoia e insania deforman a Elías (Mario Zaragoza) en busca del perdón, quien autoexiliado con sus hijos en medio de un árido ambiente construye un templo con piedras de la zona y mano de obra empírica. El motor de su apego a la obra es el remordimiento por la responsabilidad de la casi aniquilación de su pueblo natal en plena Guerra Cristera, en la que los sacerdotes eran cazados con la mayor fiereza, por ser quien expuso al clero local ante las fuerzas militares. Elías, como presunta parte de pago para el perdón divino, ve morir uno a uno a sus hijos tras pasar los años en la soledad del desierto, lo que deviene histeria y corrupción de sus deseos. La “señal” divina que esperaba como culminación de su sufrimiento tenía la forma de la negación, de lo inexistente, pues el masoquismo o costumbre mártir cegaban su búsqueda hacia su propia perdición. Sus hijos involucionan de acompañantes y caritativos con la voluntad de su progenitor a víctimas de las eventualidades e histeria del mismo.
Desierto adentro muestra la degradación del hombre y sus consecuencias cuando se prepondera el castigo y el latigazo introspectivo. Su alargamiento telenovelesco y desenlace más melodramático que trágico -aunque se quiso lo contrario- hacen olvidar algunos pasajes logrados dedicados a la penitencia de Elías, cuando contaminaba a su familia de rencor hacia él mismo, en vez de las poco atinadas secuencias sobre la perspectiva exterior del conflicto, la de los hijos. La cinta se acomoda al lado joven e inocente, la del aprendizaje con el padecimiento, siendo la perspectiva del hijo menor, Aureliano, la narradora principal, lo que la hace poco atrevida y muy ingenua.
Mucho se oye, lee y habla del cine rumano actual, pero poco se ve. Afortunadamente, 12:08 Al este de Bucarest, de Corneliu Porumboiu, se dio una vuelta por Lima en un efímero paso de una sola función. ¿Cómo desaprovecharla?
Sin ningún dato previo (sinopsis, premios, comentarios), mas sí las expectativas al cien por cien, ingresé a la pequeña pero privilegiada sala en el Óvalo Gutierrez, donde las risas sonorizaron el ambiente gran parte de la proyección. La hilaridad, algunas veces absurda y ridícula, de esta obra me sorprendió gratamente. No estaba en mis planes reír esa noche. El contexto es la Rumania actual, en un pueblo no lejano de Bucarest, donde se conmemorarán los 16 años de la caída de la dictadura de Ceaucescu en un programa de TV, en el cual dos viejos ciudadanos son presentados como activistas contra la dictadura. En ese mismo diálogo, conocidos suyos desmienten su tufillo heroico a la vez que son denunciados de inútiles. A todo esto, ¿qué tanto tuvieron que ver los ciudadanos con la caída de la dictadura?, como pregunta general. ¿Fueron sólo espectadores beneficiados del fin de un ciclo?
Se enfatiza en la desmitificación de un pueblo revolucionario, hinchado de gloria por acontecimientos que no provocaron ni indirectamente. Por eso la burla. En los primeros minutos, en la previa del programa, se muestran las vidas cotidianas y mediocres de los después panelistas: un profesor alcohólico y un solitario viejo otrora Papá Noel de feria, asimismo el conductor del show aflora similitudes de ser de poca monta como sus invitados. Cuando confluyen los tres personajes antes del encuentro televisivo se da inicio a la comedia desaforada, antes contenida por pasajes rutinarios y presentadores. La secuencia en el set televisivo es la esencia del film, en la cual los objetivos se plantean y cumplen a cabalidad: la sátira a la gloria prestada. Los primeros planos son de gran acierto, pues la expresividad deprimente de los participantes contradice sus declaraciones sin necesidad de esfuerzo para detectarlo; entonces, no es necesario ahondar en esclarecimientos, pues el ambiente caricaturesco vuelve lúdica e irrisoria la imagen de los tres en escena, que más parece un noticiario de Plaza Sésamo.
12:08 Al este de Bucarest se burla del rumano de a pie que grita la revolución como obra de su propia voz, ahoga el triunfalismo sinvergüenza de los acomedidos y retrata la provincia rumana como análoga a las épocas comunistas: vacía, gris y pobre. El cambio está en la actitud y humor desfachatado del libre presente.
Eran las 22.30, pero siempre me doy tiempo para alguna más, y si esta es argentina (y nueva) mucho mejor.
La sangre brota (en la foto de arriba), de Pablo Fendrik, es irregular pero inquietante y oscura como pocas en la competencia. Inicia nublada, ininteligible, con figurantes varios que no encajan entre sí, ni tampoco sus actos sugieren mucho. Pero como ya se ha visto en innumerables ocasiones, estos encuentran relación y configuran la trama, que se centra en la desfiguración del semblante tras una situación límite, obligando a las siniestras pulsiones a aflorar. Los primeros minutos gustan más por ser enigmáticos, de carácter siniestro con potencial de historia oscura, de sugerencias, de señas más que formas. Pero luego se torna menos sugerente, más figurativa y clara en su exposición, enfatizado con parlamentos que pretenden no dejar ni medio cabo suelto, aunque resulte atractivo por la naturalidad de los mismos. Su virtud mayor está en la elaboración de personajes, todos conflictivos, que vuelven atractivas las secuencias dialogadas, con mucho careo, con preguntas de respuestas efusivas, francas y risibles sin más. Pero, decae cuando ya los personajes están definidos y actúan en sus perfiles con mayor previsibilidad, hasta se aburguesan en su aspecto sombrío.
La sangre brota es pródigo en personajes perturbados que evaden sus bajas pulsiones con minutos y horas de rutina y servilismo, que encuentran su explosión casi simultáneamente al notar inútil sus máscaras de piel, las cuales no los ayudan a resolver sus problemas inmediatos. El salvajismo del hombre no vacila en asomar cuando la posición de este es extrema, como al golpear a su propio hijo hasta secar el sudor o lastimarse los nudillos, o morder con rabia los labios del otro cuando sientes que su beso no satisface nada en ti. La sangre brota porque así lo provocamos en desesperación. Su final es vago, incierto, pero se puede entender que Fendrik quiere mostrar a la luz la bestia magullada después de su salvaje catarsis o despojo de piel. La sangre brota anda por suburbios, acorde a sus pervertidos protagonistas.
John Campos Gómez
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