viernes, 6 de julio de 2007


FELLINI Y EL LSD


En Fellini, la interesante biografía de Federico Fellini, de Tullio Kezich, que acaba de publicar Tusquets, se lee:

“Por entonces (Nota: antes del rodaje de Giulietta de los espíritus, en 1965) se sitúa el experimento con LSD 25, producto sintético que reproduce la sustancia alucinógena de ciertos hongos que consumen las tribus mexicanas. Fellini acepta la propuesta de Emilio Cervadio, que lo tuvo en tratamiento psicoanalítico en la época de La strada y se somete a una ingestión de dicha droga bajo control médico. Según Fellini, todo se desarrolla con gran secreto un domingo por la tarde en presencia de un psicólogo, un cardiólogo, un químico, dos enfermeros, un taquígrafo y numerosos micrófonos. Con cierto temor y previo electrocardiograma, el hombre-cobaya se toma la sustancia en un terrón de azúcar. El efecto dura las siete u ocho horas previstas, mucho más de lo normal. Todo el tiempo se lo pasa el paciente hablando y paseándose de aquí para allá, en tal agitación psicomotora que en un momento dado tienen que administrarle un calmante intravenoso. Los enfermeros lo acompañan luego a casa, pasa la noche normalmente y a la mañana siguiente no guarda sino un recuerdo vago de la experiencia: rehúsa escuchar las grabaciones de la sesión y no muestra curiosidad alguna por las hipótesis, diagnósticos y conclusiones de los científicos. Lo único que siente es cierto embarazo por los disparates que pueda haber dicho. Muy distinta es la versión que le contó a su colega sicoanalista Simona Argentieri un Cervadio más que nonagenario: “la experiencia se desarrolló en presencia de dos únicas personas: un médico psicoanalista ex alumno mío y yo. No hubo enfermeros, inyecciones ni nada de eso. Durante el experimento Fellini habló con los espíritus en los que creía. Luego los dos recapacitamos y se convenció de que no eran sino proyecciones suyas. Abandonó así ciertas sesiones (Nota: de espiritismo, a las que acudía Fellini) de entonces y el resultado fue Giulietta de los espíritus, con la que se despidió del espiritismo.” (Kezich, Tullio, Fellini. Barcelona, Tusquets Editores, 2007, página 253).

La primera versión de la experiencia con el “terrón de azúcar” corresponde a la narrada a sus amigos por Fellini, de habitual exagerado e inventivo, sobre todo al evocar episodios de su propia vida. La del psicoanalista Cervadio le resta dramatismo a la historia y la ubica como experiencia esencial de las visiones de Giulietta de los espíritus.


Sin duda el efecto de ese domingo fue muy importante en el resto de su obra o, por lo menos, en sus dos siguientes películas: Toby Dammit (episodio de Historias extraordinarias) y Fellini Satiricón, películas que expanden la percepción de una Roma alucinógena, revés de la de La dolce vita. Moderna o pagana, la ciudad es escenario de un trip lisérgico basado en una percepción casi clínica de la distorsión del tiempo (alargamiento o condensación de los períodos temporales, sobre todo en Toby Dammit, como luego en La ciudad de las mujeres y La voz de la luna), de la deformación óptica, de la estimulación auditiva y de la conversión de los espacios representados en escenarios a ratos desolados y a ratos saturados, sin términos medios. De allí la impresión de sobresalto que nos causan algunos pasajes de sus películas: la experiencia de estar solo, perdido en la niebla, sin tiempo de referencia ni espacio reconocible, para pasar de repente a la apoteosis de la celebración y el estallido colectivo.

Ricardo Bedoya

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