“¿Qué pasó ayer?”, la película que ahora encuentra una secuela con “¿Qué pasó ayer? Parte 2”, es una de las mejores comedias de los últimos años. En un clima de resaca alucinada, un grupo de amigos desafiaban las demandas de la respetabilidad familiar en su deseo de exacerbar varias urgencias insatisfechas.
La última juerga antes del matrimonio de uno de ellos antecedía al minucioso desmontaje de la fanfarronería masculina. Una noche en blanco en Las Vegas se transformaba en una página negra de sus biografías, un episodio olvidado de repente, un hueco en la memoria, una escena que era preciso reconstruir para entender al fin lo que pasó con ellos. La risa era provocada por la frustración dramática de estos caballeros antes desenfrenados y ahora incapaces de recordar sus éxitos épicos de la noche anterior con el trago y las mujeres.
En “¿Qué pasó ayer? Parte 2”, dirigida por Todd Phillips, la historia se repite con algunas variantes, las necesarias para que parezca una nueva historia. La amnesia repentina de lo ocurrido es una vez más el resorte humorístico; la juerga se desarrolla en un lugar lejano; la historia transcurre contra el tiempo porque el novio y sus amigos deben llegar a tiempo para la hora del matrimonio; los amigos mantienen los perfiles de diversos machos suburbanos: uno (Cooper) se maneja con pinta y modales de seductor; el otro (Helms), es el profesional serio, neurótico y algo masoquista al que le llega la hora de la boda; el tercero (Galiafinakis) está fijado en alguna etapa regresiva de su propia biografía, en una fase autista y de impulsos repentinos, imprudentes e infantiles.
Pero si Las Vegas –escenario de la farra anterior- podía resultar caótica, la parranda esta vez se lleva a cabo en Tailandia, en un Bangkok peligroso, plagado de delincuentes, callejuelas riesgosas, tráfico nocturno de drogas, mercados mugrientos, cabarets de travestis y operaciones encubiertas de la policía. Es decir, en el epicentro de un mundo que posee exotismo, pero también riesgos casi insoportables para estos ciudadanos de los Estados Unidos a la deriva en un lugar de turismo que bien pudo haber sido desaconsejado por el Departamento de Estado.
Por eso, en esta Tailandia de perfiles tercermundistas, lista para sembrar una sensación de espanto en el imaginario de cualquier viajero blanco, anglosajón y protestante, la travesía de los amigos adquiere el carácter de una pesadilla que incluye un tatuaje en el rostro y una experiencia de iniciación inesperada para el novio. Paradójico destino de la homérica juerga: ninguno de los varones podrá vanagloriarse de ella.
En el universo salvaje de Bangkok sólo se concibe una juerga brutal que acabe con el asalto, por el lado más íntimo y perenne, a la “masculinidad” de Helms. Como si ese lugar de todos los desafueros pudiera convocar, con su sola presencia, los fantasmas de la mutilación, de la pérdida de la identidad y hasta de las “castraciones” que, entre broma y broma, padecen los protagonistas. No son casuales ni el corte al rape de Galiafinakis, ni el dedo extraído del tailandés norteamericanizado, ni el pene que mordisquea el mono. Los miedos de una masculinidad maltrecha.
Pero más allá del colorido de los lugares, de los ásperos detalles de lo que pasó ayer y de algunos chistes ocasionales, casi siempre vinculados con la gracia de un mono Rolling Stone o con las delirantes fotos que acompañan los créditos finales, la película se siente derivativa, poco inspirada, mecánica, plagada de incidentes que se limitan a “voltear”, citar y parafrasear los logros de la película precedente. Pero sin llegar a alcanzarla en ningún momento, como se comprueba al comparar los episodios del despertar a la resaca en una y otra película. En la anterior, el momento era antológico. En esta, es apenas gracioso.
Ricardo Bedoya
La última juerga antes del matrimonio de uno de ellos antecedía al minucioso desmontaje de la fanfarronería masculina. Una noche en blanco en Las Vegas se transformaba en una página negra de sus biografías, un episodio olvidado de repente, un hueco en la memoria, una escena que era preciso reconstruir para entender al fin lo que pasó con ellos. La risa era provocada por la frustración dramática de estos caballeros antes desenfrenados y ahora incapaces de recordar sus éxitos épicos de la noche anterior con el trago y las mujeres.
En “¿Qué pasó ayer? Parte 2”, dirigida por Todd Phillips, la historia se repite con algunas variantes, las necesarias para que parezca una nueva historia. La amnesia repentina de lo ocurrido es una vez más el resorte humorístico; la juerga se desarrolla en un lugar lejano; la historia transcurre contra el tiempo porque el novio y sus amigos deben llegar a tiempo para la hora del matrimonio; los amigos mantienen los perfiles de diversos machos suburbanos: uno (Cooper) se maneja con pinta y modales de seductor; el otro (Helms), es el profesional serio, neurótico y algo masoquista al que le llega la hora de la boda; el tercero (Galiafinakis) está fijado en alguna etapa regresiva de su propia biografía, en una fase autista y de impulsos repentinos, imprudentes e infantiles.
Pero si Las Vegas –escenario de la farra anterior- podía resultar caótica, la parranda esta vez se lleva a cabo en Tailandia, en un Bangkok peligroso, plagado de delincuentes, callejuelas riesgosas, tráfico nocturno de drogas, mercados mugrientos, cabarets de travestis y operaciones encubiertas de la policía. Es decir, en el epicentro de un mundo que posee exotismo, pero también riesgos casi insoportables para estos ciudadanos de los Estados Unidos a la deriva en un lugar de turismo que bien pudo haber sido desaconsejado por el Departamento de Estado.
Por eso, en esta Tailandia de perfiles tercermundistas, lista para sembrar una sensación de espanto en el imaginario de cualquier viajero blanco, anglosajón y protestante, la travesía de los amigos adquiere el carácter de una pesadilla que incluye un tatuaje en el rostro y una experiencia de iniciación inesperada para el novio. Paradójico destino de la homérica juerga: ninguno de los varones podrá vanagloriarse de ella.
En el universo salvaje de Bangkok sólo se concibe una juerga brutal que acabe con el asalto, por el lado más íntimo y perenne, a la “masculinidad” de Helms. Como si ese lugar de todos los desafueros pudiera convocar, con su sola presencia, los fantasmas de la mutilación, de la pérdida de la identidad y hasta de las “castraciones” que, entre broma y broma, padecen los protagonistas. No son casuales ni el corte al rape de Galiafinakis, ni el dedo extraído del tailandés norteamericanizado, ni el pene que mordisquea el mono. Los miedos de una masculinidad maltrecha.
Pero más allá del colorido de los lugares, de los ásperos detalles de lo que pasó ayer y de algunos chistes ocasionales, casi siempre vinculados con la gracia de un mono Rolling Stone o con las delirantes fotos que acompañan los créditos finales, la película se siente derivativa, poco inspirada, mecánica, plagada de incidentes que se limitan a “voltear”, citar y parafrasear los logros de la película precedente. Pero sin llegar a alcanzarla en ningún momento, como se comprueba al comparar los episodios del despertar a la resaca en una y otra película. En la anterior, el momento era antológico. En esta, es apenas gracioso.
Ricardo Bedoya
2 comentarios:
yO NO VI LA PRIMERA, PERO MI HERMANA ME DIJO QUE ERA MUCHO MAS GRACIOSA QUE ESTA. QUE PASO AYER II , ES UNA PELÍCULA GRINGA MÁS... NADA TRASCENDENTAL.. Y CON POCA GRACIA..
creo q sigue siendo mejor que el promedio de las comedias estadounidenses pero definitivamente se queda debajo de la original
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