Si bien desde hace varios años han venido adquiriendo mayor notoriedad las películas realizadas al margen del CONACINE o la exhibición comercial, los circuitos de exhibición han seguido siendo muy escasos, especialmente para los largos realizados en Lima, pues, aunque no todos, en las otras regiones los realizadores han logrado crear algunos espacios de exhibición. En el caso de los cortos, las dificultades de exhibición han sido también notorias, pese a las iniciativas que los favorecen (FENACO, La noche de los cortos en Barranco, etc.)
Sin embargo, en los últimos dos años los cineastas que no exhiben en salas comerciales en Lima y, en mayor medida, los que producen en provincias han dejado sentir su voz de manera más enérgica, reclamando mayor acceso a los concursos del CONACINE y participando en los debates en torno a los proyectos de ley de cine, en especial el que promovieron los congresistas Raffo y León, y secundaron la Asociación de Productores Cinematográficos del Perú (APCP) y la dirección del CONACINE. Esa mayor participación, y los canales de comunicación que se han creado entre ellos, han derivado en la formación de la Asociación de Cineastas Regionales e Independientes, en un Festival de Cine Independiente que se anuncia en Lima y en otras iniciativas. Todo eso, desde luego, es auspicioso y merece apoyo y difusión, más aún por la tradición centralista que ha tenido la producción cinematográfica en el Perú, con la excepción de los documentales cuzqueños y el largo Kukuli en la segunda mitad de los 50 y a comienzos de los 60. En buena hora se contribuye también a través del cine a la descentralización en uno de los países más centralistas de la región.
No obstante, el debate sobre el CONACINE, que ha ido enconando posiciones, sobre todo al interior del gremio, y que motivó la formación de la Unión de Cineastas del Perú (UCP) como alternativa a la APCP, ha traído consigo algunos malentendidos que se siguen repitiendo. El CONACINE, convertido para algunos en una bestia negra, se adecuó a lo que la ley le permitía y vio restringido su presupuesto hasta que en la última administración (y con un mayor apoyo, hay que decirlo, del gobierno de Alan García), elevó su partida presupuestal, ampliando el número de convocatorias y abriéndose al rubro de las producciones regionales, antes inexistente.
Las cosas pudieron hacerse mejor, con la elección por sorteo de las comisiones técnicas y de los jurados, como se está haciendo en las últimas convocatorias a propuesta de la UCP y otras voces. Puede haber faltado transparencia y comunicación (en parte por el carácter casi menestoroso de la oficina y el escaso personal del organismo), pero los criterios de selección de películas a participar y los premios, por discutibles que puedan ser, se han orientado a partir de lo que la ley establecía y lo que las condiciones del mercado (salas con proyectores fílmicos) imponían. Al respecto se ha hecho mucha demagogia, como la que se ha difundido a través de un blog que se ha dedicado a echar leña al fuego. Es decir, se ha satanizado de la manera más irracional al CONACINE cuando, mal que bien, era un organismo en el que estaba representada la gente del gremio y, en todo caso, constituía el espacio a través del cual se podía ir ganando posiciones para lograr una mayor apertura, más aún cuando se está produciendo el cambio tecnológico en las salas de cine.
Las críticas son perfectamente válidas y por supuesto que la administración del CONACINE cometió errores y omisiones, pero alegrarse, como hacen algunos, de la eliminación del CONACINE como un órgano autónomo, me parece muy poco responsable, porque ahora los cineastas han perdido la posibilidad de actuar, como lo hacían antes, y ven limitadas sus posibilidades a las de una simple comisión consultiva. Es decir, se puede perder parte de lo ganado y se puede ver aún más limitada la posibilidad de que cineastas como Eduardo Quispe o Fernando Montenegro, por ejemplo, accedan a los concursos.
Nada impide que los criterios que se apliquen a continuación sean mucho más favorables a las posibilidades de rendimiento económico de las películas en las salas de los que se han aplicado a través de los años. No olvidar que se trata de dinero del Estado y en una economía liberal, menos que en ninguna otra, el Estado no opera como un mecenas. ¡Qué bueno sería que se apoyaran los proyectos más exigentes y experimentales! Pero los gobiernos, y a no ser que se cuente con mucho dinero, no son precisamente proclives a aportar dinero que caerá en saco roto y ya hay muchas voces en Argentina, por ejemplo, que cuestionan el apoyo del IMCAA (el organismo de promoción estatal) a películas que no se exhiben en salas o que apenas si alcanzan unos pocos miles de espectadores.
Estoy totalmente a favor de que se abra lo más posible el espacio de los proyectos y el acceso a la financiación, pero me temo (y espero que no sea así) que las cosas puedan empeorar con la absorción del CONACINE a una oficina del Ministerio de Cultura. Por eso en estos momentos más que nunca se impone la ecuanimidad, la organización gremial lo más sólida posible y la búsqueda de vías que, como lo he expresado en varias ocasiones, no pueden limitarse a las que ofrece el Estado porque eso puede terminar siendo una trampa.
Algunos de los más duros críticos de la administración del CONACINE son, precisamente, quienes en mayor medida vienen levantando y mitificando el peso de ese organismo y el supuesto rol decisivo del Estado en la marcha del cine peruano. No tiene por qué ser así, aunque desde luego las otras vías no son en absoluto ni fáciles ni seguras. Pero así están las cosas y, claro, no hay que cruzarse de brazos. Por lo pronto, el cambio de gobierno puede traer novedades, ojalá que favorables, para el desarrollo de la actividad cinematográfica en todo el país.
Isaac León Frías
Sin embargo, en los últimos dos años los cineastas que no exhiben en salas comerciales en Lima y, en mayor medida, los que producen en provincias han dejado sentir su voz de manera más enérgica, reclamando mayor acceso a los concursos del CONACINE y participando en los debates en torno a los proyectos de ley de cine, en especial el que promovieron los congresistas Raffo y León, y secundaron la Asociación de Productores Cinematográficos del Perú (APCP) y la dirección del CONACINE. Esa mayor participación, y los canales de comunicación que se han creado entre ellos, han derivado en la formación de la Asociación de Cineastas Regionales e Independientes, en un Festival de Cine Independiente que se anuncia en Lima y en otras iniciativas. Todo eso, desde luego, es auspicioso y merece apoyo y difusión, más aún por la tradición centralista que ha tenido la producción cinematográfica en el Perú, con la excepción de los documentales cuzqueños y el largo Kukuli en la segunda mitad de los 50 y a comienzos de los 60. En buena hora se contribuye también a través del cine a la descentralización en uno de los países más centralistas de la región.
No obstante, el debate sobre el CONACINE, que ha ido enconando posiciones, sobre todo al interior del gremio, y que motivó la formación de la Unión de Cineastas del Perú (UCP) como alternativa a la APCP, ha traído consigo algunos malentendidos que se siguen repitiendo. El CONACINE, convertido para algunos en una bestia negra, se adecuó a lo que la ley le permitía y vio restringido su presupuesto hasta que en la última administración (y con un mayor apoyo, hay que decirlo, del gobierno de Alan García), elevó su partida presupuestal, ampliando el número de convocatorias y abriéndose al rubro de las producciones regionales, antes inexistente.
Las cosas pudieron hacerse mejor, con la elección por sorteo de las comisiones técnicas y de los jurados, como se está haciendo en las últimas convocatorias a propuesta de la UCP y otras voces. Puede haber faltado transparencia y comunicación (en parte por el carácter casi menestoroso de la oficina y el escaso personal del organismo), pero los criterios de selección de películas a participar y los premios, por discutibles que puedan ser, se han orientado a partir de lo que la ley establecía y lo que las condiciones del mercado (salas con proyectores fílmicos) imponían. Al respecto se ha hecho mucha demagogia, como la que se ha difundido a través de un blog que se ha dedicado a echar leña al fuego. Es decir, se ha satanizado de la manera más irracional al CONACINE cuando, mal que bien, era un organismo en el que estaba representada la gente del gremio y, en todo caso, constituía el espacio a través del cual se podía ir ganando posiciones para lograr una mayor apertura, más aún cuando se está produciendo el cambio tecnológico en las salas de cine.
Las críticas son perfectamente válidas y por supuesto que la administración del CONACINE cometió errores y omisiones, pero alegrarse, como hacen algunos, de la eliminación del CONACINE como un órgano autónomo, me parece muy poco responsable, porque ahora los cineastas han perdido la posibilidad de actuar, como lo hacían antes, y ven limitadas sus posibilidades a las de una simple comisión consultiva. Es decir, se puede perder parte de lo ganado y se puede ver aún más limitada la posibilidad de que cineastas como Eduardo Quispe o Fernando Montenegro, por ejemplo, accedan a los concursos.
Nada impide que los criterios que se apliquen a continuación sean mucho más favorables a las posibilidades de rendimiento económico de las películas en las salas de los que se han aplicado a través de los años. No olvidar que se trata de dinero del Estado y en una economía liberal, menos que en ninguna otra, el Estado no opera como un mecenas. ¡Qué bueno sería que se apoyaran los proyectos más exigentes y experimentales! Pero los gobiernos, y a no ser que se cuente con mucho dinero, no son precisamente proclives a aportar dinero que caerá en saco roto y ya hay muchas voces en Argentina, por ejemplo, que cuestionan el apoyo del IMCAA (el organismo de promoción estatal) a películas que no se exhiben en salas o que apenas si alcanzan unos pocos miles de espectadores.
Estoy totalmente a favor de que se abra lo más posible el espacio de los proyectos y el acceso a la financiación, pero me temo (y espero que no sea así) que las cosas puedan empeorar con la absorción del CONACINE a una oficina del Ministerio de Cultura. Por eso en estos momentos más que nunca se impone la ecuanimidad, la organización gremial lo más sólida posible y la búsqueda de vías que, como lo he expresado en varias ocasiones, no pueden limitarse a las que ofrece el Estado porque eso puede terminar siendo una trampa.
Algunos de los más duros críticos de la administración del CONACINE son, precisamente, quienes en mayor medida vienen levantando y mitificando el peso de ese organismo y el supuesto rol decisivo del Estado en la marcha del cine peruano. No tiene por qué ser así, aunque desde luego las otras vías no son en absoluto ni fáciles ni seguras. Pero así están las cosas y, claro, no hay que cruzarse de brazos. Por lo pronto, el cambio de gobierno puede traer novedades, ojalá que favorables, para el desarrollo de la actividad cinematográfica en todo el país.
Isaac León Frías
1 comentario:
Sr Bedoya ya le repondio Mario Castro...
Lo esperamos en la Cayetano
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