viernes, 20 de mayo de 2011

La mirada invisible



Es marzo de 1982 en Buenos Aires. La dictadura lleva ya seis años en el poder y hace tiempo que está descompuesta. Faltan pocos días para que se inicie la guerra de las Malvinas. En el Colegio Nacional de Buenos Aires trabaja Marita, interpretada por Julieta Zylberberg. Es la rigurosa preceptora, la diligente gobernanta, la ejecutora de un orden autoritario que reproduce, en pequeña escala, la máquina de represión que tritura el país. Pero es también una mujer enamorada. Ama a la distancia, de modo secreto y reprimido, a un estudiante. Pasión fría que se enciende y transforma en obsesión voyerista y autodestructiva que se ejerce en los baños de la escuela, fisgoneando entre los urinarios, so pretexto de aplicar los principios de la disciplina institucional.

“La mirada invisible”, de Diego Lerman, el director de “Tan de repente”, hace un ejercicio de puesta en escena tan ceñido y aplicado como los aires y andares de su protagonista. En verdad, de sus dos protagonistas, ya que el otro, siendo inmóvil y rígido, luce similar pasión por lo simétrico y lo sombrío: el espacio físico y la arquitectura del colegio imponen su presencia. Los corredores, las aulas, el salón de actos y el gran patio central no son menos reclusivos que los espacios de los retretes. Son lugares penetrados por el ambiente de afuera, que ha clausurado todas las libertades.

En este mundo ocre, no hay lugar para la alegría, la expansión vital, la espontaneidad, la casualidad, el azar, el derroche. Todo está regido por la economía estricta de la iluminación gris y apagada, de los colores fríos, de la planificación que escamotea los exteriores, de la banda sonora que sugiere pero no muestra. Oímos ruidos corporales en el baño así como los sonidos de los aparatos represivos actuando y hasta el eco de los tumultos que informan de la irrupción del “caos” callejero en el orden impuesto por los militares. Llegan desde fuera del encuadre; forman parte de una penetrante atmósfera sonora.

Lo que sí vemos son detalles que se cargan de mil repercusiones simbólicas. La lima de uñas que aparece una y otra vez hasta que se convierte en arma; los chupetes que definen la avidez sexual; la espuma de baño que acompaña la intimidad de Marita. En “La mirada invisible” hay una sobrecarga alegórica resumida en la presencia, entonación y apariencia del personaje de Biasutto (Omar Nuñez), encargado de “bajar línea”, subrayar las frases, proclamar los objetivos de la junta militar, imponer una mirada que viene del exterior. El impostado Biasutto, represor con aire de curtido cantante de tango, no dialoga, parlamenta; no habla desde la acción interna de la película sino desde un “saber” que llega del exterior y le permite proclamar lo que la historia argentina ya juzgó.

Esa dimensión alegórica sofoca a “La mirada invisible”, que se carga de interés cuando se limita a observar los recorridos solitarios y silenciosos de Julieta Sylberberg, o sigue la trayectoria de sus miradas, o registra los gestos crispados de su mano mientras coge con fuerza su calzón o se agita encerrada en el baño de hombres de la escuela. Es decir, cuando olvida la necesidad de demostrar villanías y juzgar perversidades para potenciar la naturaleza de la mirada a la que alude el título.

Ricardo Bedoya

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Sólo está en Larcomar en una hora imposible.

Arturo dijo...

Tan derrepente es mejor y menos simbólica..