El mexicano Guillermo Arriaga se hizo conocido como el guionista de “Amores perros” y hombre de confianza de Alejandro Gónzalez Iñárritu, para el que escribió también “21 gramos” y “Babel”. Menos afamada, pero más atractiva y solvente, fue su colaboración con Tommy Lee Jones, que dirigió el guión de “Los tres entierros de Melquiades Estrada”. “Corazones ardientes” (“The Burning Plain”) es el primer largometraje realizado por Arriaga.
Pese a que los guionistas suelen mantenerse en un segundo plano y, a veces, a la sombra de los directores, Arriaga no eligió el perfil bajo o la discreción. Con obra literaria propia y opiniones netas, supo imprimir una huella reconocible a las películas escritas por él. “Corazones ardientes” es como una recapitulación, un resumen o un “digest” de lo desarrollado en sus guiones previos, tanto en el diseño de los personajes como en la articulación de la historia.
Tres actrices llevan el peso de la acción: Charlize Theron, Kim Basinger, y la joven Jennifer Lawrence. Tres actrices encarnando a dos personajes que se acercan a momentos culminantes de sus trayectorias: se avecina alguna revelación importante, un giro crucial, un hecho que marcará sus vidas o que, acaso, acabará con ellas. Lo decisivo es inminente, pero el ritmo del relato no se altera; por el contrario, las acciones se aproximan al pico dramático con la morosa fluencia de lo ordinario y lo cotidiano. Mientras tanto, las líneas de la intriga se entremezclan, el pasado y el presente de las acciones forman un flujo continuo y los destinos de los personajes se reflejan como en espejos: los hijos replican el destino de los padres, amantes secretos.
Las historias de Arriaga están plagadas de elementos folletinescos: las desgracias ocurren en cascada; los personajes están marcados por un sino que los lleva a sufrir de un modo indecible; el dolor se marca en los cuerpos mediante cicatrices, mutilaciones o heridas que se infligen los personajes; el sufrimiento es una experiencia que trasciende el tiempo y las circunstancias; la desavenencia o reconstitución de las familias son asuntos de fondo. Los insumos con los que está hecho un filme como “Corazones ardientes” se encontraban ya en “Amores perros” o “Babel”, pero en las películas de Gónzalez Iñárritu se imponen el dinamismo de los relatos, la astucia en el manejo de los tiempos, la dosificación de los estallidos emocionales y giros sorpresivos así como la pirotecnia audiovisual propia del director de “21 gramos”. Frente a esas cualidades, los ingredientes más truculentos o sentimentales de la historia pasan a un segundo plano. Pero Arriaga carece de destrezas como realizador.
Por eso, “Corazones ardientes” luce solemne de tono, de intenciones cargadas y explícitas y transcurso dilatado. Arriaga ilustra sin más su propio guión y lo filma con compostura, corrección académica y acicalamiento patente en los preciosistas planos abiertos de la naturaleza. Pero lo hace sin convicción, fuerza o inspiración. Es como si hubiera temido radicalizar la expresión de los sentimientos y potenciar el melodrama. Kim Basinger destaca como madre culposa y amante melancólica. Pero es Jennifer Lawrence la que se muestra notable, como también lo hizo en “Lazos de sangre” (“Winter’s Bone”), que es una película de realización posterior. Lawrence es la actriz que más promete en el cine norteamericano de hoy.
Ricardo Bedoya
Tres actrices llevan el peso de la acción: Charlize Theron, Kim Basinger, y la joven Jennifer Lawrence. Tres actrices encarnando a dos personajes que se acercan a momentos culminantes de sus trayectorias: se avecina alguna revelación importante, un giro crucial, un hecho que marcará sus vidas o que, acaso, acabará con ellas. Lo decisivo es inminente, pero el ritmo del relato no se altera; por el contrario, las acciones se aproximan al pico dramático con la morosa fluencia de lo ordinario y lo cotidiano. Mientras tanto, las líneas de la intriga se entremezclan, el pasado y el presente de las acciones forman un flujo continuo y los destinos de los personajes se reflejan como en espejos: los hijos replican el destino de los padres, amantes secretos.
Las historias de Arriaga están plagadas de elementos folletinescos: las desgracias ocurren en cascada; los personajes están marcados por un sino que los lleva a sufrir de un modo indecible; el dolor se marca en los cuerpos mediante cicatrices, mutilaciones o heridas que se infligen los personajes; el sufrimiento es una experiencia que trasciende el tiempo y las circunstancias; la desavenencia o reconstitución de las familias son asuntos de fondo. Los insumos con los que está hecho un filme como “Corazones ardientes” se encontraban ya en “Amores perros” o “Babel”, pero en las películas de Gónzalez Iñárritu se imponen el dinamismo de los relatos, la astucia en el manejo de los tiempos, la dosificación de los estallidos emocionales y giros sorpresivos así como la pirotecnia audiovisual propia del director de “21 gramos”. Frente a esas cualidades, los ingredientes más truculentos o sentimentales de la historia pasan a un segundo plano. Pero Arriaga carece de destrezas como realizador.
Por eso, “Corazones ardientes” luce solemne de tono, de intenciones cargadas y explícitas y transcurso dilatado. Arriaga ilustra sin más su propio guión y lo filma con compostura, corrección académica y acicalamiento patente en los preciosistas planos abiertos de la naturaleza. Pero lo hace sin convicción, fuerza o inspiración. Es como si hubiera temido radicalizar la expresión de los sentimientos y potenciar el melodrama. Kim Basinger destaca como madre culposa y amante melancólica. Pero es Jennifer Lawrence la que se muestra notable, como también lo hizo en “Lazos de sangre” (“Winter’s Bone”), que es una película de realización posterior. Lawrence es la actriz que más promete en el cine norteamericano de hoy.
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